martes, 27 de julio de 2010

Tu nombre me sabe a hierba

Digna hija de helénicos antepasados, discípula aplicada del buen Paulo Coelho. Así conocí a mi amiga de frutal nombre.

Eran tiempos de tormenta en la vida de ambos y, como el dolor une, cuando nuestros caminos se cruzaron, ¡nos conectamos! Me encantaba escucharte contar tus historias y fábulas, aunque no mucho el complemento, cuando explicabas las "moralejas". No era necesario. Aun así, nunca te dije nada pues sabía que eras la típica narradora de cuentos y, como decías, las historias hay que "escucharlas completas; como tiene que ser".
Formabas parte del “clan de Bob Esponja", ¿recuerdas? Una esponja que hacía años había sido exprimida de malamor y agotada de desesperación. Con todo, habías luchado por llenarte de esperanza. Felizmente, el esfuerzo valió la pena y te hizo la mujer que eres ahora: Admirable y guapa (sin ofender, amiga), junto a la que cualquier hombre inteligente sería un afortunado viajero.

Para lograr eso, sin embargo, habría que enfrentar un oponente singular: tu señora madre. (Con respeto, ¡ah!)

¿Recuerdas cuando después de clases me jalabas cerca de mi casa en tu “escarabajo”, y antes de bajar conversábamos largo? ¿Te acuerdas cómo, ingenuos ambos, nos aconsejábamos sobre cómo solucionar nuestros problemas, siendo ambos irremediables “problematizados? ¿Te acuerdas, amiga?

En una de esas ocasiones me dijiste que también podíamos conversar en tu casa y me invitaste.

El día acordado llegué puntual a tu casa. Toqué el timbre y me recibió tu mamá. Antes de entrar me miró de pies a cabeza. Eso (lo sé ahora) era un mal presagio. Detrás de ella, estabas tú.  Recuerdo que me presentaste:

- Mamá, este es mi amigo fulanito del que le hablé.
- Mucho gusto. señora. Soy amigo de su hija, muy buena chica, yo la..." 
-Pase adelante, señor.

Almorzamos casi en silencio. Sentía que algo se cocinaba en el aire, tu madre no perdía ni un gesto ni una de las pocas palabras mías. De pronto, cuando fuiste a la cocina a preparar un té (en realidad ella te mandó), con un rápido movimiento, apareció en la mesa una Biblia. Tu mamá la abrió y a continuación escuché seleccionados versos del Libro Sagrado… Su mensaje era claro: “¡No se acerque a mi hija” “¡Que ni se te ocurra pensar algo con ella!” “¡Vade retro!”

Con el paso de los años, me convenzo de que las intenciones de tu madre fueron las mejores. Ella es una excelente persona y te quiere mucho. Felizmente, tú seguiste siendo mi mejor amiga, casi una hermana; aquella que me quiere (como dices), “a pesar de todo”. Además, en aquella época tan oscura cuando nos conocimos, no habría podido ser ni apoyo ni luz.

¡Por eso te quiero siempre y me alegro de verte feliz!

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