viernes, 15 de mayo de 2020

Huir

-Citomegalovirus - dijo el médico.
Tuvo que repetirlo dos veces para entender quién o qué era el responsable de casi un mes y medio de fiebre.
-¿Y ahora? - pregunté con un hilo de voz
-¿Ahora?  Bueno, tiene que poner de su parte. Acá en el hospital lo controlamos, pero es su cuerpo el que tiene que hacer su trabajo -replicó el galeno.
- O sea - pensé - ¡Estoy frito! Yo que no me quiero ir y ellos que no pueden hacer nada.
Finalmente, después de dos semanas, luché y, gracias a una promesa (que ahora creo que fue más producto de la culpa que de mis ganas de solucionar algo), me recuperé. 
Sin embargo, mi matrimonio siguió como siempre, herido de muerte.


-I-
Varias veces, a lo largo de mi vida, he sentido las ganas de que "todo se acabe" o quizás, siendo iluso o cobarde, de que algo maravilloso suceda y se me "libre de todo mal". Las ocasiones en las que se me cruzaron por la cabeza tamañas tonterías han sido muchas: La primera que recuerdo era de cuando era adolescente pequeño y sacaba una mala nota. Cuando enseñaba mi libreta de notas a mis papás me decía "trágame tierra". Las otras (las peores) eran las veces en que a "él" se le ocurría tirarme al suelo y me forzaba a darle besos en la boca. Yo solo rogaba que todo terminara rápido y me dejara en paz.
Años después, debido a las responsabilidades que tocaron abruptamente a mi puerta, el deseo de huir se hizo más fuerte. Mi vida había quedado limitada al "deber ser" y "hacer lo correcto".

Curiosamente, fue el trabajo el que resultó ser mi aliado, mi refugio, y por qué no decirlo, la herramienta que utilicé para escapar y seguir adelante.

Alguna vez alguien me dijo: "¡Cuidado con usar el trabajo y menos a sus alumnos para esconderse de sus problemas!". He de reconocer que algunas veces lo hice, "usé" mis obligaciones para huir de la realidad, tener algo de equilibrio y sentirme útil, productivo, menos "equivocado".

-II-
Esa tarde, después de meditarlo y de enfrentar mis dudas, había decidido que debía dar "el gran paso": Tras vivir juntos algunos años juntos como familia, creí que había logrado cierto equilibrio entre mis sentimientos, las funciones que cumplía como papá y las exigencias del trabajo. Por eso, mientras subía por las escaleras hacia el pequeño departamento que arrendábamos en el cuarto piso de un modesto edificio, algo me decía que era posible "formalizar" mi relación. Estaba dispuesto a que la unión de "ella" y yo fuera bendecida por Dios. Nunca imaginé que, al acercarme al pasadizo, cerca de la puerta, el olor a tabaco fuera el anuncio de algo que "ella" había estado pensando. 

Al abrir la puerta del depa. estaba "ella", sentada en la cabecera de la mesa, todavía con el traje sastre que usaba desde que empezó a trabajar como asistenta personal de un adinerado empresario; fumando.

Ingenuo, terminé de dar mi discurso y su "no" fue claro y rotundo. Es más, desde esa misma noche tuve de dormir solo.

"Ella" dijo que ya no me quería.

Desde ese día, las cosas cambiaron; aunque vivíamos en el mismo lugar, "ella" empezó a tener una vida más independiente, trabajaba con ahínco y, algunas veces, llegaba, comía algo, se arreglaba y volvía a salir.

-III-
Durante semanas fue lo mismo: daba clases y a eso de la cuarta o quinta hora, la fiebre subía. Tomara lo que tomara, la calentura era inevitable.

En casa, ni "ella" ni mis hijas sabían lo que me pasaba. Yo trataba de cumplir mi rutina de siempre: salía a trabajar muy temprano, llegaba a la escuela, entraba a mi aula y esperaba a mis alumnos. Encontraba en ello sosiego, un poco de paz y ánimo.

Digamos que, como siempre, me sentía bien con mis chicos, lo malo es que mi cuerpo no respondía de la misma manera. Tenía una nueva tarea: cada día, cuando la fiebre subía, iba al Departamento Médico del colegio, descansaba y esperaba que la medicina hiciese efecto para regresar al salón y terminar las clases que me faltaran.

Como ya iba por la tercera semana de aquello, un viernes, la doc (la de frutal nombre), me dijo que me llevaría a casa.

¡Me engañó! Ya en su carro nos dirigimos a una farmacia donde compró lo esencial para el aseo y de allí a un bazar para comprar un pijama. Así, sin consultarme, me llevó al Hospital Edgardo Rebagliati.
Si no conocen el servicio de "Emergencia" del Rebagliati, solo diré que la experiencia de estar allí es inolvidable.

En el mejor de los casos, es posible conseguir una silla de ruedas estacionada en un pasadizo, a la espera de que el médico de turno o alguna enfermera que te "monitoree".

-III-
Como la fiebre no cedía; tras 04 horas (y gracias a las gestiones de mi amiga, "la doc") me "subieron a piso": el 10.

Ya instalado, me tuve que acostumbrar a nuevos rituales que acepté resignado.

Temprano por la mañana, eran las visitas en las que me hacían las mismas preguntas: desde la clásica sobtre en qué trabajaba; seguidas de otras como a qué lugares había viajado últimamente, o si había comido tal o cual comida.

Generalmente, eran los estudiantes de medicina los más afanosos y nom perdían la ocasión de hacer las preguntas más rebuscadas.

Pronto me habitué a los interrogatorios y a que me revisaran a su gusto. ¡Total, andaba casi siempre  medio aturdido por la fiebre!

-IV-
Tres días después se presentaron mis padres. Los médicos aprovecharon en ponerlos al día sobre sus presunciones. Obviamente, casi todas erradas.

Dos semanas después, vino "ella"

-V-
El primer reencuentro fue penoso. Casi no pude hablar. Solo la miré y esperaba que "ella" me dijera algo. Sin embargo, fiel a su forma de ser, no me dijo nada. Solo se sentó al pie de la cama y de vez en cuando su mirada se perdía mirando por la ventana del cuarto.

Llegó el  mes y una semana. Decidí que era yo quien tenía que decirle algo.

Pedí que la llamaran y "ella" regresó. Entonces, de la mejor manera que pude, traté de buscar las palabras precisas para explicarle lo que sentía y lo que quería. Le pedí perdón y le rogué que aceptara "intentarlo otra vez".
Ahora que pienso en ese momento, no sé si era consciente de lo que estaba haciendo. En realidad, la estaba presionando.

Ahí estaba yo, tomando su mano y ella no sabiendo si sostenerla o soltarla e irse sin decir nada.

Finalmente, sin mirarme, dijo:

-Está bien, pero solo con una condición.

-Sí, ¿cuál?
-Que no me preguntes nada.

-VI-
Milagrosamente, a los pocos días firmaba algo así como una "exoneración de responsabilidad". Yo mismo me di de alta y me preparé para regresar a "casa".  Nadie me recogió. Maleta en mano, tomé las 32 y me fui.

Todo pintaba mal, ¡pero no lo vi!

-VII-
Años más tarde me di cuenta de que, en vez de ir tras algo, había seguía huyendo.

En realidad, mi insistencia hizo que albergara esperanzas en base a una promesa forzada. Eso hizo que, tiempo después, por más que tratara, ni siquiera yo mismo pudiera huir de mí mismo y de mis decisiones...


domingo, 3 de mayo de 2020

Xime

Xime es blanca, menuda y suave que se diría toda de algodón…

La frase resonó en mis oídos aquella mañana al despertar. Fue justo al amanecer de una noche en que no hablamos. Y, aun cuando no tenía ningún sentido (salvo alguna remembranza “juanramónjiimeniana”); me hizo pensar en cuánto puedes aprender a conocer a una persona, solo escuchándola.
 

Xime, desde mi recuerdo…
Es blanca, con finas capas de emociones y ojos que las delatan.
Es, aunque no lo sepa, dulce y sensible… Y en eso, sí parece de algodón.
Xime va por el día…
Entre inquieta como una ardilla, y distraída como una flor.
Entre yendo y viniendo, como olas en una playa, y, a veces, como vendaval en la tempestad.
Y es que Xime es…
Explosión y calma, ¡todo en un instante!
Ternura y candor, más aún, cuando su voz se pierde en el silencio.
Y, aunque con Xime…
Sé que andamos por caminos separados…
Pareciera que es la mejor amiga que esta tormenta me pudo regalar.
Y ya ves, Xime: Sin drama, ¿eh?
(Y hasta cuando sea posible).
Post data post pandemia:
Hoy sé que todo fue un espejismo. Que como dicen, uno cree lo que quiere creer.