sábado, 29 de enero de 2011

Dicen de mí - Capítulo 2: Cherchez la femme

Capítulo 2: Cherchez la femme

-I-
Lavar el carro de mi papá era una tarea que involucraba a todos de la familia: Mientras mi padre llenaba y sacaba los baldes a la calle, mi hermano mayor enjabonaba; luego, mi hermano menor y yo debíamos secar. Era un sábado, estábamos en eso, cuando de pronto, llegó el cartero: “¡Buenas! ¿El señor Edgardo?” Todos se extrañaron, sobre todo yo. ¿Una carta para mí? Hacia tiempo que había dejado de recibir correspondencia de la pequeña Anni Olsen, mi “Pen Pal” noruega. Mi papá recibió el sobre con filetes rojo y blancos, y me lo dio diciendo: “Toma, es de una tal Margarita X.X. Vive en San Miguel”. Por supuesto, mis hermanos se comenzaron a burlar: “¡Señor Edgardo, ja, ja, ja!… ¡Ahhh…. una chica! ¡Uy Uy… Ja ja ja… Margarita… Margarita…uy…uy!”

Durante todo febrero y hasta mediados de marzo llegaron casi 20 cartas. En realidad, eran poesías larguísimas, todas escritas con una letra redonda de niña y llenas de versos melosos y cursis sobre las flores, los árboles, el cielo, el mar y los sueños. Cada vez que llegaba un sobre, mi mamá me miraba y no decía nada. Como siempre, mi papá era quien preguntaba: “Y, ¿quién es esa chica? ¿Por qué te escribe si vive acá cerca?” Mi mamá, que siempre se jacta de que a “ella no le gusta preguntar”, respondía por mí: “No seas curioso, Gordo. Déjalo al chico con sus cosas, es su amiga de la universidad. Déjalo tranquilo.” Y yo, que no me gustaba hablar, me quedaba callado a pesar de que cada nueva carta me dejaba más confundido e incómodo. Lo único que le pedí a mi mamá fue que, si Margarite me llamaba por la tarde, le dijera que me fui al ICPNA.

-II- 
Cuando empezó nuevamente la universidad, allí estaba Margarita como si nada. “Hola, mon petit ami” - Me dijo. “¿Te llegaron mis cartas? ¿Has leído mis poemas? Son lindos, ¿no? ¿sí? Dime, ¿te parecen bien? Tengo más... Pero, mon chéri, ¿por qué ya no has querido hablar conmigo?” Lo único que atiné a decirle es que sus poesías eran “interesantes” y que no le había respondido porque había estado ocupado ayudando a mi papá en su oficina; además, había estado estudiando Inglés en ciclo súper-intensivo…. Bueno, no sé que más le dije, pero traté de evitarla porque empecé a sentirme más fastidiado y ,en el fondo, también comencé a sentir algo parecido al miedo.

A medida que se desarrollaban las clases, Margarite, al ver que la evitaba y que me refugiaba en mi grupo de amigos, hizo algo que, ahora a la distancia, parecía calculado: Un día en que estaba solo, vino hacia mí llorando, diciéndome que el grupo los ‘más maleados’ de la clase le había faltado el respeto, y que nadie la había defendido. Yo, ingenuo, caí redondito. Así, haciendo honor a mi nombre, me convertí en el "caballero que defiende su propiedad" y salí, lanza al ristre, a desagraviar a "mi damisela".

Allí estaba yo, frente a los "malvados canallas", todos, más grandes y vivos que yo. Creo que en realidad no me tomaron en serio, pues uno solo pudo haberme dado una paliza. Quizás debo agradecer también a Germán, quien, mientras yo les reclamaba, hacia de mediador y apaciguaba a los más "fosforitos" del grupo. Al final, logró que se tomaran las cosas "deportivamente". Yo, ciego a todo eso, creí que había cumplido mi deber de caballero; aunque el resultado final de mi ‘hazaña’ fue otro…

No habían pasado ni dos días, cuando Juanita, una del grupo de las ‘chanconcitas’, me dijo que Margarita había contado a todos cómo la había defendido. Que eso era la "prueba evidente" de mi ‘amor’ por ella. ¡Estaba atrapado!  Felizmente, Fernando, que era más "mosca", se encargó de protegerme.  Él, junto a Rosa, Lucha y Gloria, cerraron filas para evitarme más encuentros a solas con Margarite ‘mon amour’… “Eres un zonzo, ahora sí que la fregaste, le has dado muchas alas a esa Margarita… Dime de verdad, ¿qué pasó en las vacaciones?" – Me reclamaba Fernando- " ¿Yo?, nada, de verdad... Solo fui una vez al cine con ella…" “¡Suficiente, pues!” - me dijo. Y tuvo razón.

-III- 
Hacia finales del segundo ciclo, conocí a la chinita, que al lado de Margarite era (como decía Fernando), "un mujerón": más alta y de más cuerpo; además, era una chica bien seria y muy inteligente. Cuando empecé a hablar con ella, supongo que Margarita se dio cuenta; además, ya casi no podía acercarse, pues mi grupo no la dejaba. Entonces, auqnue no me di cuenta, Margarite ‘mon amour’ ya no me miraba igual.

Al final del tercer ciclo, cuando me declaré a la chinita, empezó la verdadera guerra: Por otras amigas del salón empecé a enterarme lo que Margarita andaba contando. Decía que yo la había engañado, ¡que la había traicionado! Quienes la escuchaban, entendían que era verdad, que yo le había hecho casi una promesa de matrimonio; que prácticamente la había abandonado vestida y alborotada en el altar. ¡El malvado era yo!

Un día, cuando esa descabellada historia llegó a oídos de la chinita; ella, ni corta ni perezosa, también me conminó a decirle si había estado con Margarita o en todo caso, qué había pasado con ella. Yo le conté todo; ¡hasta le enseñé las cartas! Felizmente me creyó; pero, por si las moscas, un día me pidió ir a al mismo Miraflores; allí, pasando el Parque Salazar, sentados en uno de los acantilados, donde ahora está ‘Larcomar’, mi chinita, con fruición y paciencia oriental, hizo picadillo una a una, todas las cartas con los poemas de Margarite.

-IV- 
Con el paso del tiempo se notó una evidente polarización en el salón. Para algunos, era un hecho que yo le había jugado sucio a Margarita y casi no me hablaban; para otros, era tan solo un tema que alimentaba el morbo y el chisme, pues decían que a la chica le faltaba un tornillo; murmuraban, es cierto, pero en el fondo no le daban mucho crédito. Mientras tanto, Margarite me golpeaba con el puñal de su desprecio, me ignoraba. Cuando coincidíamos, hacía mil y un gestos para mostrar su "enojo" e indiferencia; lo mismo hacían sus amigas más cercanas. Sin embargo, lo peor sucedió cuando tuve la certeza de que la niña no se había conformado con envenenar la mente de algunas de mis compañeras, también lo había hecho con algunos de nuestros profesores. Esto lo supe de boca de una de nuestras profesoras, la de Biología, quien al final de una práctica de laboratorio, cuando todos se fueron, me retuvo y me dijo: “Oiga, joven. Me he dado cuenta que es un buen alumno. No sé por qué algunos hablan otras cosas de usted… En fin… le pregunto, ¿ha tenido usted algo que ver con la Srta. Margarita T. D.… ? Debe saber que ella ha hablado hasta con el Decano de la Facultad. Sería bueno que converse con él y le informe...”

¡Eso era el colmo!
Obviamente, con el apoyo de la profesora, me entrevisté con el Decano de la Facultad, el cual, después de escucharme, me dijo que no me preocupara; que él ya había notado “algo especial en la alumna”;  más bien, me sugirió que “me cuidara con otra gente más ingenua", pues la chica sabía manipular y sonaba muy convincente con su historia.

-V- 
¡Octavo ciclo! Poco a poco llegaba el final de los estudios. Sabíamos que debíamos buscar lugar para practicar y, en el mejor de los casos, un trabajo, pues era el último ciclo en que tendríamos clases por la mañana. Por ese tiempo, otros compañeros del salón se habían ido alejando poco a poco de Margarita; sin embargo, aún mantenía su pequeño grupo de amigas.

Un día, sin embargo, María, su más fiel escudera, a la que Margarita llamaba “Marie”, se me acercó y dijo: “Edgardo, quiero hablarte… ¿Sabes qué…? Quiero que me disculpes… Mira… por varios años, Margarita… bueno… ella no está bien… siempre creí lo que me decía… que la engañaste y todo lo que me contaba… bueno... Yo le creía… y hablaba mal de ti… pero me he dado cuenta… ella está mal, Edgardo… Perdóname…Es que cuando me contaba, lloraba… y yo le creía…”

Cuando llegó el final del ciclo, Margarite quedó (ahora sí), totalmente aislada. Ni siquiera Marie seguía a su lado, ¡había perdido a todas sus aliadas! Por eso, cuando se habló de las actividades para la promoción, dijo que no participaría. En realidad, me daba pena, y si no hubiese sido por Fernando, tal vez, hasta le hubiera dicho algo. Era triste: entraba al salón de clases junto con los profesores de turno, y se sentaba bien adelante, sola.  Ni bien terminaba la clase, salía rápido, casi huyendo, con la vista fija en el aire. ¡Yo casi percibía algo sombrío en su mirada!


-VI-
Un día del mes de julio del 86 (casi al final del octavo ciclo), cuando eran eso de las 7 y 16 de la mañana; estaba yo de pie apostado en la baranda del pasadizo, frente salón en el cuarto piso del pabellón antiguo, pensando en cosas importantes: en mis gemelas que habían nacido hacía pocos meses y también en mi chinita… Pensaba en cuánto las extrañaba y en cómo haría para verlas, pues estaban lejos. En esas estaba, cuando de pronto, el reflejo de una hoja metálica me sorprendió…
“Edgardo… te estaba esperando… ¿Sabes…? Ya debes estar contento… ¡Por fin lograste lo que siempre querías…! ¡Tú me dejaste!, ¡me engañaste!, ¡te reíste de mí! Y ahora también me quistaste a mis amigas. Pusiste a todos contra mí…. Yo te quería… yo era la única que te comprendió… ¡me traicionaste! ¡Lo hiciste! Y no me mires con esa cara... Te estás riendo… ja ja ja… ¿por qué te ríes? Quieres que me ría... ji ji.... ¡No! No creas que me vas a hacer reír… Tú siempre me hacías reír... ¡Pero no! Me utilizaste… me dejaste… ¡Lo hiciste!!!” Yo solo la miraba y casi sentía la punta del cuchillo en mi cuello. Siempre me pregunté qué habría pasado si hubiese reaccionado, sin embargo, en ese rato, solo atiné a escuchar su voz que, poco a poco, se quebraba más… “Me quitaste todo, a mis amigas...  y yo te quería tanto… Me engañaste… Me hiciste daño… ¡Yo te quería! ¡Te odio, te odio!!!”
En sus ojos había un abismo de oscuridad, ¡de extravío! Se los notaba vacíos a pesar de las lágrimas que asomaban a montones y que hacían que me mirara sin verme. No me acuerdo si le dije algo, ¡en serio!, no sé si lo hice: Lo que recuerdo a continuación es estar largo rato frente al lavabo del baño,  echándome agua a la cara…

-V- 
Alguna vez mencioné que los ciclos se repiten y, aunque no falta quienes tomen estas cosas medio en broma y me digan que tengo "suerte" con “chicas así” (medio locas), lo cierto es que la historia se volvió a repetir ¡varias veces! Y eso, en realidad, hace daño y me lleva a la misma pregunta (una que me he hecho más de una vez): ¿No será que el problema sea yo? A lo mejor tú, mi estimada, Monique, tienes la respuesta.

Para terminar en un tono menos dramático, lo hago con una canción que, al igual de lo que he contado, todo mundo la toma como una historia de amor, cuando en realidad, es un himno al acoso. Para todos y todas las ‘stalkers’ de hoy: “Cada aliento que tomas” de The Police.

sábado, 22 de enero de 2011

Dicen de mí - Capítulo 1: Rendez-vous


La hoja lanzó un débil destello que fue suficiente para distraerme de mis cavilaciones. A pesar de que era uno de esos cuchillos que se usan para abrir el pan, podría haber sido efectivo para la intención que tendría su portadora.

¿Cómo llegué a esta situación? Para entenderlo, debía volver tres años más atrás.



Capítulo 1: Rendez-vous
-I- 
Había dejado la Academia y, tras varios intentos por lograr una vacante en Medicina (en la última vez, estuve a sólo 25 centésimos de hacerlo), postulé una vez más y tuve éxito, aunque ingresé a una carrera totalmente distinta a la mèdica. De todas formas, había logrado lo que quería e imaginé que estudiar en la universidad equilibraría mi vida en muchos sentidos... también en lo personal. Pero, aunque ingenuamente decía que mi paso por la Academia ‘Nobel’ "me había curado contra el susto"; al poco tiempo, tuve que reconocer que estaba equivocado: Una chica de nombre inofensivo haría que me tragara mis palabras.

-II-
Margarita era una chica flaca que había ingresado en mi promoción. Ella, al igual que yo, se sentía un tanto desubicada en la universidad. Ambos (lo supe después) veníamos de colegios particulares y cambiar de una institución particular a una estatal, resultaba muy fuerte. Quizás por eso la entendía en cierta forma.

A Margarita casi siempre se la veía sola, no se relacionaba con los chicos y miraba a casi todos por encima del hombro. Con el tiempo, hizo una o dos amigas; las que aparentemente tenían una posición más acomodada que la del resto.
Durante casi todo el primer ciclo con las justas nos saludábamos. Pero, cierto día de octubre, la encontré sola, muy temprano por la mañana. Como la puerta de nuestro salón (el “Aula 1”) se encontraba cerrada, estaba en el patio, sentada en una banca. Hasta ahora la recuerdo; parecía una chiquilla indefensa con un pantalón jean sencillo y un polito turquesa con un estampado infantil de unos patines. Me pasó la voz: "¡Hola, Edgardo! Tú siempre llegas temprano, ¿no?"  "Sí" – respondí yo - "¿Y, cómo sabes?" “Ah, es que yo siempre subo al segundo piso, donde está el ‘Paraninfo’ y de allí te he visto varias veces." Al contestar, hizo un mohín coqueto mientras pasaba su mano por su abundante cabellera, cortada al estilo paje. Me pareció graciosa y, como me hizo la conversación, seguimos hablando. "Tú estudiaste en 'La Salle', ¿no?; yo soy de las “Canonesas".  Tengo que estar aquí por ahora, pero pronto voy a hacer mi traslado… Choca, ¿no? No es lo mismo…. Tú también piensas igual. N'est-il pas vrai?"Conversamos unos quince minutos, los cuales fueron suficientes para que me pusiera al día sobre algunas cosas de su vida: Margarita era la segunda de dos hermanas, sus papás se habían separado cuando tenía doce y vivía con su mamá; le gustaba el cine y la música de Charles Aznavour; además, tenía una afición ‘secreta’: la pintura. Por eso, me confesó que su sueño dorado era viajar a París, donde alquilaría una buhardilla y pintaría igualito que los pintores románticos de antaño. Ella, en sus propias palabras, era una “enamorada de Francia"; por eso, de vez en cuando, soltaba una que otra palabra en el “idioma del amor”.
En noviembre y, conforme se acercaba el final del primer ciclo, coincidimos varias veces. Fue entonces cuando Fernando, cual ‘León-O’ de los ‘Thundercats’, vio “más allá de lo evidente” y un día, antes de entrar a clases, me dijo: “Ten cuidado con la Magg-gariit (aquí imitó el acento afrancesado que hacía la chica al hablar). Para mí está ‘media loca’. Bueno, no sé… Me parece…” “¿Tú crees?”- le respondí. “No me digas que no te has dado cuenta; si para todo el rato mirándote. ¿No te hagas el tonto? ¡Se te ha templado y te quiere atrapar!”. "¿Así?" - le dije mi amigo; pero lo cierto es que no lo tomé muy en serio; solo me reí y añadí: “Ummm... No creo. Creo que te lo estás imaginando… Además ella no me gusta. Yo ni la miro…”
Ni bien había terminado de pronunciar esas palabras, sucedió algo que hizo que Fernando se riera bajito y me dijera: “Pues ahora sí que la vas a mirar… Voltea… ¡Ahí viene ‘tu monamurr’!” Ya le iba a contestar una pachotada, cuando la curiosidad me ganó y volteé. En efecto, allí ingresaba Margarita caminando por el pasadizo, directo hacia donde estábamos. Pero… ¿era ella en realidad? ¡La chica se había trasformado! Llevaba una blusa ajustada, blanca y con blondas; una minifalda jean y unos zapatos blancos de taco… “Ahí te dejo” - me dijo Fernando. “¡Provecho! Ja, ja, ja!”
Ese día, Margarita fue la primera chica que me demostró lo que significa ir “directo al grano”. Ni bien llegó, se me plantó delante y me dijo: “¿Y, mon ami, cómo me ves? ¿Estoy bien?” Y, como yo no atinaba a decir algo, añadió: “¿Qué te pasa, chéri? ¿Te asusté?” Entonces la miré bien y fue algo así como mi primera lección práctica sobre el vestir femenino: ¡Algo no estaba bien! En palabras de mis hijas hoy, Margarite había “cometido un atentado contra la moda”. Entre otras cosas, porque las piernas flacas de Margarita estaban enfundadas en unas medias ‘panties’ de color humo que evidenciaban lo terrible: ¡La chica necesitaba con urgencia una buena sesión de cera o alguna crema depilatoria de las de hoy! ¡Pobre! Se la veía ridícula pero, no le dije nada.

Supongo que alguna de sus amigas sí lo hizo, pues nunca más volvió a aparecerse de esa forma. De todas maneras, no sé que habría pasado por su cabeza para haberse atrevido a venir así; aunque luego me enteré  lo que se decía entre las chicas. Según ellas, Margarita había dicho que vino vestida de esa manera porque ¡yo se lo había pedido! Y más todavía, que desde entonces tenía que arreglarse bien, dizque, para mí... Fue de esta manera que las palabras de Fernando resonaron nuevamente en mi cabeza; pero, como buen hijo de mi madre, confié y no le hice caso a los chismes. Jamás imaginé algo raro, ni siquiera cuando conversando con la niña, soltaba cosas curiosas como: “¿Sabías que todos me dicen que mi cabello es mi atractivo? Mira, es de color negro azabache, avez-vous remarqué? Tócalo, es sedoso y abundante ¿no te parece…?” o “¿Crees que estos aretes me quedan bien…?” o “¿Has notado que hoy tengo un nuevo perfume…? ¿Dicen que van con mi personalidad…?” o “¿Mis ojos? ¿Has visto mis ojos…? Dicen que son misteriosos… Que pensez-vous?” Por supuesto, yo no sabía qué decir y, si soltaba algo, eran frases desafortunadas como: “Si tú lo crees, está bien.” o “No sé… Creo que… no sé…será así, pues”. Y es que no sabía cómo hacer para que entendiera que no me interesaba. Además, todas esas cosas eran literalmente nuevas para mí, eran como dicen, "cosas de mujeres". Hoy (¡paradojas del destino!) esos comentarios son moneda corriente en el mundo frívolo de algunas chicas que conozco; pero entonces, no las entendía. Por eso, lo único que podía hacer era escucharla calladito, pero con un gran signo de interrogación dibujado en la cara.


-III-
Estaba por terminar 1982 y con él mi primer ciclo en la universidad. Fue entonces cuando cometí mi primer y definitivo error: Margarita, como quien no quiere la cosa, me pidió mi número de teléfono y yo (tonto) se lo di: “Es 326609”.

Pasaron las fiestas de fin de año y una tarde de enero, me llamó. Como no había nadie en casa y por entonces el servicio telefónico se cobraba por por llamada y no por tiempo consumido, conversamos por casi tres horas. Debo reconocer que me entusiasmé un poco, pues casi nadie me llamaba y menos una chica. Así, me pasé presumiendo de mi colección de discos 45' y LP e hice mi primera sesión privada de DJ vía telefónica. (La última vez que hice una locura semejante me costó pagar un recibo más de ¡400 soles!!!) En fin, después de ese día, Margarite empezó a llamar casi todas las tardes. En una de esas, se me ocurrió contarle que tenía pases gratis para el cine y obviamente me dijo: “Y, por qué no me invitas, mon ami?” ¡No lo podía creer! Hasta entonces ninguna chica (y más las que me habían gustado), había aceptado ir conmigo sola al cine; las que me dijeron que sí, medio que se aprovecharon, pues siempre llevaron a alguna amiga más… “Vamos, chéri, invítame bien, pues.” – Insistió Margarita-; y yo, con voz temblorosa, le dije: “Bueno, si quieres… ¿Vamos a ver ‘Tron?’.”… “¡Así, no!” – Reclamó ella. - “Ah, Mon Dieu!, ya está visto que no sabes invitar. ¿Cómo que ‘si quieres’? En fin, te disculpo… ¡Ya luego aprenderás! Bueno; vamos a ver ‘Tron’ en el cine El Pacífico del óvalo de Miraflores el sábado en la matinée… ¿ya? C'est magnifique, mon ami! Merci beaucoup, gracias… Nos vemos…” Clic.
El sábado era dentro de dos días y hoy, 28 años después, quiero dejar expresa constancia que recién caigo en la cuenta que esa fue ¡‘la première fois’ en que iba a ir solo con una chica al cine! También fue la primera vez que iría solo a Miraflores, pues hasta entonces, ‘mi mundo’ se limitaba a sitios puntuales de Lima y, Miraflores, no era ‘mi territorio’.

-IV- 
Llegó el sábado y ansioso llegué al cine media hora antes. Mirando los edificios y las tiendas del óvalo de Miraflores, me sentía en otro planeta pues no conocía casi nada por allí… Felizmente, hay que reconocerlo, Margarite fue puntual y no tuve que esperarla. Esta vez vino con su mini pero con las piernas depiladas. “Bonjour, mon ami!” – Dijo- “¿Entramos? He traído chocolates.”

A los pocos minutos de haber empezado la película sentí que Margarita me tocó el hombro y me dijo bajito: “¿Quieres el ‘Sublime’ blanco o el azul?” “Cualquiera.” –Le respondí. “¡Tu mano, chéri!” - me dijo y yo, obediente, se la extendí esperando recibir el la golosina, pero en cambio sentí la mano de Margarite que tomaba la mía… ¡Me estremecí! A continuación, la levantó junto a la suya de tal manera que se podía ver las dos manos entrelazadas como sombras que contrastaban claramente con las imágenes proyectadas en la pantalla. ¡Me quedé mudo e inmóvil!

Todo el resto de la función Margarite retuvo mi mano. El sudor de mi frente caía por mis ojos y no me dejaba ver bien la película, además, me daba vergüenza tener que limpiarme a cada rato con mi pañuelo. Así, aunque “Tron” (la película de moda por entonces) tenía los efectos especiales más avanzados de la época, hoy, por más esfuerzo que hago, no tengo ni idea de qué se trataba.
Durante toda la proyección el “Sublime” nunca llegó,  Margarite me tuvo bien chapado y no me soltó, ni siquiera cuando le dije que sentía un poco de hormigueo en el brazo. Realmente fue extraño, estaba tan confundido que no pude ‘meterme en la cinta’ como me suele suceder, lo que pasó es que estaba definitivamente "en otra cosa". Al final, no sucedió nada más y solo cuando encendieron las luces , me pude liberar.
Cuando salimos al óvalo Margarite estaba feliz… Ya en la calle,  pude respirar y aproveché para secarme bien el sudor de la cara. Al cruzar la avenida Pardo para tomar el bus, aprovechó para tomarme otra vez de la mano. No recuerdo si hablamos algo más; solo me acuerdo estar en el ómnibus, yendo a casa, mirando desconcertado las calles,.

-V-
Con el mes de febrero las llamadas de Margarite se intensificaron. Las hacía hasta dos veces al día... En una de esas, me confesó otro de sus “secretos”: Le gustaba escribir y sobre todo, poesía. “¿Quieres leer lo que escribo? – me preguntó. “No sé, si quieres….” - le respondí.- “Oh, mon Dieu... ¡‘si quieres’, ‘si quieres’! ¡Cómo 'si quieres'? ¡Otra vez! ¡No aprendes, mon petit ami! Bueno, te perdono; dame tu dirección…”

Ahí cometí me segundo error.

miércoles, 19 de enero de 2011

Haiku

Igual que hoy, era el día de la "Ciudad de los Reyes"… Llegó el correo con el disco que por años había buscado… No imaginé que el envío anunciaba una partida que, en mi recuerdo, se había traducido así:
-Despedida-

Los carruajes habían partido.
Sola, entre el follaje,
el ave preparó el vuelo.
Luna llena….
¡Todo es oscuridad!


sábado, 15 de enero de 2011

Día de furia

Molestarme y explotar en cólera era fácil en mi niñez. “¡Eres un renegón!” era la frase común entre mi familia. ¿Qué sucedió con el tiempo? No lo sé. Aunque siempre hay cosas que me enfurecen, los golpes y las caídas ayudaron a morigerar un tanto mi carácter; creo…

-1-
“Los gorditos de Buenos Aires tienen ese que sé yo, ¿viste?”


Así empezaba la bendita canción que me torturó durante una parte de mi infancia cuando era rubio, gordo y feliz. Años más tarde, la vida hizo de mí un coleccionista de canciones, y durante mi periodo "gaucho" en el que me enfoqué en la música argentina; entre otras melodías, buscaba “Adiós Nonino” de Astor Piazzolla; eso desencadenó un hecho extraño, al encontrar un CD de Piazolla (autor de "Adiós Nonino", obviamente lo compré y ni bien llegué a mi casa me puse escucharlo… Todo estaba bien, hasta que la letra de Horacio Ferrer hizo que cayera directo en el pozo de mis memorias: “Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese que sé yo, ¿viste?” Increíblemente, nunca había imaginado que aquella malhadada pista 5 de mi nuevo CD (“Balada para un loco”), había sido el origen de la melodía que usaron algunos para atormentarme cuando niño.
-2-
Hoy por hoy, cuando comer ‘lo justo y necesario’ es parte de mi rutina cotidiana, veo, no sin pena, cómo la comida ha dejado de ser ese placer que antaño me hacía repetir una o dos platos sopas y dos o tres de segundo. El “long and winding road” de mis problemas estomacales había empezado poco antes de la muerte de la que nunca llegué a llamar cuñada; desde entones, mi estómago nunca fue el mismo y el "camino gastronómico" ciertamente me preocupa; sé que debo cuidar mis comidas; pero, está bien.


A mi madre realmente nunca le gustó cocinar; por eso, cuando su “Gordo”, mi padre, se le murió, guardó su preciada batería de ollas “Rena Ware” para la posteridad; nunca más ha preparado otra comida “con todas las de la ley”. Por eso, quedaron en el recuerdo aquellas comidas suyas, sencillas pero que tenían algo que nunca más probé. Mis favoritas siempre fueron sus sopas. Cómo esperaba sus cazuelas, sus ‘minestrone’, o sus sopas a la chilena…. Hasta las sencillas sopas ‘cabello de ángel’ con papas y carnecita cortadas en cuadraditos, que eran clásicas después de regresara del club “El Bosque”, me encantaban. No perdonaba, las tomaba con entusiasmo y por eso recuerdo que cuando pedía más, ella me decía: “Ay hijo, tu eres redondo, redondo… barril sin fondo”…. Ahora, que “me miro en el espejo y me pregunto, si ese de allí, soy yo…”, pienso, ¡cómo podía comer tanto!

-3-
Cuando niño, aparte de estar rellenito, tenía los pies eran planos. Por eso, debía usar unos zapatos ortopédicos que me mandaban hacer en la clínica San Juan de Dios. Eran unos botines que, aunque no me gustaba tanto como las botas “Explorador” que vendía “Bata-Rímac”, los tenía que usar aceptar. Sin embargo, siempre que podía, lograba que mis papaá me compraran los botines “Explorador” que venían con una brújula escondida el taco y varias huellitas de animales dibujadas en la planta; prometiendo, eso sí, utilizar las incómodas plantillas del “Dr. Scholl”.
Sucedió que cierto año, un primo que había ingresado al ejército, me regaló unas botas enormes, ¡pesadísimas!; ellas desplazaron a los botines y se convirtieron en mis preciados “chancabuques” que, aparte de mantenerme bien pegado al suelo y hacerme caminar con mayor pesadez, me ofrecían “extra protección” gracias a la punta de metal que tenían. Fue gracias a esas botas que una vez “dejé huella” en mi casa…

-4-
Fue una día aciago para mi madre; ella que es tan cuidadosa con “su casa y con sus cosas”. Sucedió cuando mi hermano menor quiso repetir una fórmula que utilizaba mi hermano mayor para fastidiarme: Cada vez que “Balada para un gordo” de Juan y Juan sonaba en la radio, Raúl la comenzaban a cantar mirándome y haciendo muecas y eso, me llevaba el diablo… Esa vez estaba jugando en el patio, solo como siempre, ordenando mis carritos frente a cada soldadito, de pronto apareció mi hermano y empezó con la canción. Dicen que niños son “crueles” y si alguien hubiese visto la escena, le hubiese parecido que es cierto. Allí estaba yo renegando, moviendo mis brazos, pateando el suelo, al tiempo que me ponía colorado; mi hermano menor por su parte cantaba con más bríos y se arrastraba de la risa:
-“Pero que gordo, que gordo estás.”
- “No fastidies, cállate”
- “Pero que gordo, que gordo estás”
-“Ya, cállate la boca.”
-“Pero que gordo, que gordo estás”
- ¡Le voy a decir a mi mamá!.
-“Que gordo, que gordo estás…. Ji ji ji”
-“¡Cállate!!!!…
-“Gordo, que gordo estás…. ¡Gordooooo!”
-"¡Yaaaaaaa!"

Como todo tiene un límite, sentí era demasiado. Con todo, yo era “su mayor” y, la furia se fue apoderando de mí: “No lo voy a permitir más y menos de ti, enano.” Así, en un segundo, despertó la bestia chiquita que residía en mí, fui un Bruce Banner convirtiéndose en ‘Hulk’. Di un salto y, a toda la velocidad que mi rechoncho cuerpo y mis zapatotes me lo permitían, fui tras él… No sé si fue la adrenalina, pero, a no ser porque mi hermano salió hecho un cohete y se metió en el cuarto de la empelada, le hubiese caído "La patada", esa misma que con todas mis fuerzas tiré en la puerta. ¡Fue mi “chumpligolazo”!

Hoy, cuando visito la casa vieja y paso frente esa puerta, a veces me agacho a mirar. Ahí está aún la huella de mi día de furia: Un parche de 10 x 6 cm que aún se pude notar. Al mirarlo, suena en mi mente la música prohibida y sonriendo, añoro el peso de mis gloriosos ‘chancabuques’; esos que se convirtieron en mis vengadores... Después de lo que pasó, mi hermano ya no me cantó más.

sábado, 8 de enero de 2011

Mirando al cielo...


“Galileos, ¿por qué se han quedado mirando al cielo?” Hechos de los Apóstoles.
Siempre las carreras de postas me llamaron la atención. Cuando las hacíamos en el colegio, sabíamos que para lograr el objetivo (o sea ganar), debíamos organizarnos rápidamente. Así, en pocos minutos, el que sabíamos que corría más rápido nos ordenaba y nos daba las instrucciones; de esta manera, si llegaba primero, todos nos sentíamos ganadores y festejábamos como locos… Siempre recuerdo lo que el profesor nos decía: “Muchachos, pasar el ‘testimonio’ es lo más importante…” y agregaba: “Es lo mismo que les pasará en la vida.” Yo, mirando en mi mano la varita de madera, la verdad, no lo entendía… Varias décadas después, creo que lo entiendo un poco…

En algunas ocasiones, la vida se presenta claramente como una carrera de postas, con la diferencia que en ella, nunca sabremos quién está corriendo el tramo final… Solo nos toca pasar o recibir la posta.

“No se olvide, Norita… Acuérdese.” – Insiste Don Julio, pues ella ha “recibido el ‘varayoc’, la vara del mando.” Resulta curioso, a diferencia de otras ocasiones, esta vez soy testigo de una preocupación sincera de quien se retira, por dejar las cosas lo mejor posible y además, por transmitir, en grandes dosis, toda la información que pueda ser de utilidad para quien recibe el cargo: Usando el tecnicismo favorito de Norita, ella viene sufriendo una “inducción rápida y sin anestesia”. Con relación a los demás que la acompañamos, nos sucede más o menos igual. Y, al menos por mi parte, trato de escuchar y de retener lo más posible de las palabras, observaciones, consejos de Don Julio. Sin embargo, ayer, cuando llovió en verano, caí en la cuenta que, aun cuando lo intentara con todas mis fuerzas, podría ser una labor inútil…

Volví varios años atrás cuando me anunciaste que te ibas, amiga, y que me dejabas en el camino. Tenías una tarea, postergada mil veces, la cual había llegado el momento de enfrentar. Sentías que tu alma había expiado ya “sus culpas”, te habías perdonado y por eso, habías decidido tomar el “control de su vida”; sin embargo, a pesar de haberlo anunciado con antelación, igual que sucede ahora con Don Julio, tu partida fue dándose de a pocos y no con poco dolor… Igualito que un trabajo de parto (creo) y, peor aún, (lo comprendí luego), dada tu manera de ser y de sentir, antes de irte, deseabas a toda costa que terminara de entender el caos organizado de tu sabiduría, esa que era producto de tu experiencia, de tus lecturas, de impresiones y de tus intuiciones; esa que pensabas que yo iba a necesitar; esa que, finalmente, iba a hacer que tu recuerdo no se diluyera en todos los anteriores… ¡Te preocupabas por mí, amiga! Te disculpabas por dejarme y porque, según tú, me hacías daño. Estabas empeñada en saber si estaría bien cuando no estuvieras; quizás por eso, a ratos dudabas en dar el adiós final.
Eras joven, y pesar de tus cortos años, habías vivido muchas cosas más cosas que yo… La vida no había sido precisamente generosa contigo. Eras también, muy diferente a mí; y aún así, siendo tan disímiles, te había aprendido a querer y a admirar. Fue un día de enero, convencida que tu vida debería dar un giro radical y sin importar que las circunstancias se perfilaban muy duras para ti, me dijiste: “¿Sabes qué? Ha llegado mi tiempo.” Y a continuación me comunicaste todo lo que ibas a hacer. “¿Estás segura?” - Te pregunté. “Como te dije, es mi tiempo y ya no habrá otro; si no hago lo que tengo que hacer ahora, nunca lo haré. He visto el mundo a través de la puerta que se abrió o que alguien abrió, y sé, que si no la cruzo ahora, no lo haré nunca. Me voy…”
Por entonces, ya intuía que tus determinaciones te iban a demandar harto esfuerzo y tiempo y, a pesar de que eras una persona muy querida, sabía también que tu empresa era personal; por tanto, ni yo, ni alguno de tus amigos podríamos hacer otra cosa sino animarte y a la vez preocuparnos por ti… ¡Solo eso! No tendríamos la mínima oportunidad de apoyarte directamente… ¡Un océano nos iba a separar!

Pero en mi caso, aún “ad portas" de emprender tu “cruzada”, seguías siendo generosa conmigo, pues lo que hablabas trasuntaba tu afán de cuidarme, de protegerme…. ¿La razón? No la sé... Solo sé que, en las pocas veces que pudimos hablar mientras preparabas tu partida, procuré de atesorar lo que decías, deseé captar y memorizar cada gesto tuyo, pensando ingenuamente que si no olvidaba tu rostro, tampoco se me olvidaría de tus palabras. ¡Cuán ingenuo era! Tú misma me lo hiciste notar una tarde cuando tomábamos una gaseosa; me lo reclamaste mientras te escuchaba atento: “No sé que tanto me miras…” - Dijiste. “Trato de fotografiarte con la mirada.” - Respondí. “¡Olvídate de eso! No podrás… Eres un niño; tengo razón en decir que el que de verdad me preocupas eres tú… Yo, al menos tengo barrio, pero tú… ¡nada! Escucha, no te olvides que...”
Me dijiste tantas cosas abriendo y cerrando tus ojos de pajarito, gesticulando y moviendo tu cabello oscuro que caía abundante sobre ellos, y al final, ¡resultó cierto! no recuerdo ni la mitad de lo que me dijiste, ni las promesas (que creo) que te hice; pues ni siquiera con ese último esfuerzo de escucharte con más ahínco y que la mirarte con intensidad, puedo ahora recordar algo más de tu rostro… Se me perdió… ¡Acertaste, pues, amiga…! Por más que trato de adivinarte en un vieja foto 12 x 15 donde apareces entre un montón de gente a fin de curso; esa imagen producto de mi camarita Ektralite de Kodak, esa que tomaba fotos con películas de cartuchos de 110; resulta casi imposible distinguirte debido a la granulación de la película y a la pobre impresión del revelado... ¡Una lástima!
Así pues, amiga, cuánta razón tuviste, ahora solo me parece recordar que solo lo que temías terminó siendo realidad y, aún cuando sigo percibiendo tu cariño que me sigue llegando a través de tus oraciones, siento también tu pena, por no haber podido ayudarme; es la misma que me hizo conmover la última vez que nos vimos, cuando te molestó que te mirara tanto y vaticinaste: “Aunque no me guste, te olvidarás igual… y, aunque no me guste tampoco, seré una sombra más de tu pasado” Pero lo más duro, fue lo que dijiste a continuación: “Por más que te diga, permanecerás aquí y esto se convertirá en tu refugio… pero también será, de alguna forma, tu cárcel…” ¡Acertaste, amiga!

Resulta pues, que como alguna vez reflexionó Don Julio, las cosas no se olvidan, solo se asimilan…Él, como buen maestro, lo explicó a través de un ejemplo; dijo que, por más que uno lo desee a veces, es imposible recordar todas las homilías que uno escucha en las misas; si alguien dijera que es posible, mentiría. Sin embargo, si uno se da cuenta, con el tiempo y la perseverancia, la Palabra llega a hacerse carne en nosotros, nos penetra y alimenta nuestra fe. Por eso, tanto tiempo después del adiós, te recuerdo. ¡Resultó ser tan simple! Los ecos de tus palabras, amiga, quizás en bocas de otros, están aquí conmigo. No me hiciste daño y por eso, mantengo tu cariño; más aún, sabiendo que eras tú eras la que partía directo al campo de batalla. ¡Que Dios te bendiga siempre!