sábado, 31 de julio de 2010

La Gladys

Hasta el año pasado (créame, estimado lector) no sabía quién era Kukuli Morante. La conocí debido a un reemplazo temporal en un puesto de profesora de teatro en el trabajo. Me pareció una chica muy guapa, inteligente, responsable y sobre todo trabajadora.

Al principio, no tenía idea de que Kukuli había encarnado a una de las sexys policías “Fénix” de una serie de ficción y menos que, hoy por hoy, encarna a “la Gladys”, el popular personaje del exitoso programa televisivo "Al fondo hay sitio".

Hoy que terminó su labor de suplencia, varios colegas reclaman que vuelva. Pero eso es imposible.

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La Gladys de este post, por supuesto, es otra. Se refiere a una niña menuda, de pelo cortito y ojitos de vicuña, (como una “Vane”, pero más chiquita) a quien conocí cuando rondábamos los 12 o 13 años. Ambos estábamos matriculados en el ICPNA del Centro de Lima; a donde (¡tiempos aquellos!) iba solito, sin miedo a los pirañas y rateros que ahora pululan por el Jirón Cusco cerca de "Hiraoka".
Nuestra profesora en ese ciclo era Sister Jeannette, una religiosa gringa, alegre y animosa con quien la pasábamos bien aprendiendo inglés y varias canciones blancas de “The Carpenters”. Fue en ese contexto en el que "la Gladys" se convirtió en algo así como "mi primera gran probabilidad” y más que eso, fue mi primera oportunidad para aprender que hay cosas que nunca se le deben decir a una dama, por más que ciertas que sean. La mala noticia es que esa lección me tomó mucho tiempo en aprender; el suficiente para hacer de ese error, un clásico recurrente en mi vida futura.
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Con "la Gladys" coincidimos en la misma aula dos meses y, antes del tercero, justo cuando ya me empezaba a gustar, me dio la noticia: “El otro mes no voy a estar en el horario de 11 a 1, me cambio al turno de 7 a 9 de la mañana...” 

Obviamente, al mes siguiente, con gusto me cambié de horario, aunque eso implicaba que saliera tempranito de mi casa, tomara la “71” (aquella gloriosa línea de ómnibus, marrón con amarillo, que eran de verdad “Lima – Callao)” y compartiera el bus con muchos señores, entre obreros y noctámbulos.

Cada sábado, entre las 6:30 y 6:40 a.m. bajaba en la mismísima Plaza San Martín y de allí caminaba feliz hasta el  local del ICPNA.
 
Mi sueño era  coincidir con la Gladys, día a día, “in sæcula sæculorum”, a través de todos los ciclos y niveles, para aprender el idioma de Shakespeare.

Según yo, todo indicaba que iba a ser así, hasta cierta mañana, cuando después de llegar primerito al salón (¡sempiterna costumbre la mía!) estaba sentado en mi carpeta mirando la puerta y "la Gladys" entró apurada, me saludó y pude ver en sus ojos “algo más que ternura”. ¡"La Gladys" tenía  los ojos llenos de legañas!

¡No le digas…! ¡Sí, dile! ¡No! ¡Sí! ¡Anda dile! ¡Total, es por su bien! 

Por varios minutos no hice más que pensar y pensar hasta que, pánfilo, pero con toda buena intención, señalando con mi dedo sus ojos, le dije: ¡Tienes legañas! ¡Límpiate!

Entonces se acabó todo. Hoy mi mente busca más recuerdos de la Gladys y no los encuentra. La puerta del castillo de su amistad se cerró, como diría Norita, “a piedra y lodo”. Ese mismo día se cambió de sitio lejos de mí y ni una sola vez, ni siquiera cuando pudimos haber participado en una “conversation” de grupo.
¡Ah, mi pequeña Gladys! ¿Dónde andarás? Yo por aquí, en el mundo, abriendo las gavetas de mis recuerdos y aún sin saber si te limpiaste o no las legañas de tus ojos…

Nunca más te dignaste a mirarme.

viernes, 30 de julio de 2010

Ya se termina la película...

Continuará…
(Carta abierta a una terapeuta.)

¿Ya se termina la película?

No sé, mi estimada Monique. Es que, cuando una película empieza, rollo tras rollo, debe proseguir hasta el final; uno que, muchas veces dice sencillamente: To be continued! 

Perdona, no es promesa, pero ya termino. Trataré de seguir y mirar, ahora sí, "pa’lante, porque pa’ tras ya dolió bastante…”

De todas formas, permíteme decirte algo: Este, “mi repaso” por la música (que era la intención primera del blog), parece que hasta ahora se ha convertido en una sucesión de anécdotas “cuasi masoquistas” de mi vida. Una especie de remake desleído de “Love story" en  el que “amar significa nunca tener que decir lo siento”.

He de decir que así salió, no lo pensé, mi estimada. Y, si lees bien, tampoco es para tanto.

Escribir, tú me dijiste, ayuda.

Por allí está mi padre, el que me enseñó a ver cine; como el hombre de pocas palabras al que más quise y admiré. También mi madre: la consejera, la que me proveía de bellos regalitos para “las chicas”. Por ahí se asoman mis hijas, buenas amigas y amigos, y bueno, también “otras personas”,; más bien personajes inevitables que colorearon mi vida de todos los colores… ¡incluso de negro!

Esta es pues, la “película de mi vida”. Llena de melodías entrañables, tan queridas que (aquí, debes hacer clic en la melodía de Bacalov en “Il postino”) forman parte de mi OST y me acompañan en mi “andar, andar” por este mundo

 Es que, debes saber, amable Monique, que el cine sin música no es nada.

¿Cómo terminará m “peli”?, ¿cuánto “metraje” me queda?; ¿voy ya en los créditos finales? No lo sé. Sin embargo, espero que termine como aquella cinta que resume todo lo que es el buen cine para mí: “Cinema paradiso” de Ettore Scola…

Sobre el final que anhelo; primero, no será la sucesión ‘melcochuda’ de los besos, como diría Geri; sino algo más que eso; espero que sea, primero, lo que, a mi modo de ver, hizo el buen “Alfredo” por “Totó” al completarle sus recuerdos, porque “me podrán quitar todo, menos mis recuerdos” (aún los perdidos). ¡Ja! Eso lo escuché también en una película.

En segundo lugar, espero que tampoco me haga olvidar que la vida es toda una sucesión de actos de amor. Ese amor sencillo que parte de la compañía, la paciencia, la aceptación de uno mismo y la del otro.

Por eso, quiero que sean como lo que hizo “Alfredo” por “Totó”: guardarle retazos de película para cuando ya no estuviera. Ese acto banal, como decía la Carrasco cuando le cantaba a Camilo en “Jesus Christ Superstar”, es en verdad “más que amor”.

*Fine*

Un mundo de juguete

Escrito para entenderse mejor en navidades, tiempo de hermosas intenciones y deseos truncos…

Cuando aún estaba segurísimo de que Papa Noel existía. Cuando tres años atrás había visto fascinado cómo el norteamericano Niel Armstrong posaba su pie en la luna. Cuando nadie hablaba de leyendas urbanas, teorías de la conspiración o expedientes "X" (Sorry, Scully y Mulder). Cuando esto y otras cosas más sucedían, “Scala Gigante”, una de las grandes tiendas de los 70's, lanzó un comercial navideño con todos los juguetes que un niño podía desear.
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Aunque las imágenes en la tele eran en blanco y negro, igual colorearon mi mente de fantasía por el que decidí sería el regalo que iba a pedir por Navidad.

Aunque aún estaban fresco el recuerdo de las penurias que había pasado pasar dos años atrás, cuando terminé “Transición” (el antiguo 1°grado de primaria) con un “Diploma de Excelencia” y me encapriché por tener un muñeco de Topo Gigio, el personaje de moda en la TV nacional. ¡Conseguirlo había sido una odisea! 

El bendito muñeco, o había sido un "boom" de ventas o nos demoramos mucho en buscarlo. Lo cierto era que no se conseguía por ningún lado. Sin embargo, fue en la tienda Scala de Maranga donde encontré el último muñeco del roedor arrumado en una de las enormes cestas de saldos y productos con "yaya".

A pesar de que estaba manoseado, el pantalón tenía un agujero, había perdido los bigotes y venía sin caja, No me importó. Lo saqué de la cesta y lo llevé a la caja donde esperaban mis padres. Todavía tuve que negociar con mi madre que me hacía notar, una y otra vez, todos "los peros" que yo ya había notado. Finalmente, dije que no me importaba y mi papá zanjó la conversacion con un seco: "Ya, voy a pagar".

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Dos años más tarde. Una nueva Navidad había renovado mi ilusión por el nacimiento del Niño Manuelito y un comercial de Scala Gigante, con una música feliz, me animaron a pedir una locomotora con "muchos, muchos" vagones, "muchos, muchos" rieles.

Para mí, era el tiempo en que “mucho”, me resultaba siempre muy poco. ¡Ingenuo yo! Lo que no podía dimensionar era que, estando en pleno gobierno revolucionario de las FFAA del “chino” Velasco, se daba prioridad a la industria nacional. Consecuencia de eso, todo lo importado era escaso y, lo escaso, era caro. Así que, los juguetes que quería eran de los caros y eso era un pecado, sobre todo para mi madre. ¡Y no era posible ser feliz y pecador en Navidad!

Por otro lado, tampoco me podía dar cuenta de que había caído en las mañas del mercadeo. El comercial era engañoso, Los trenes que aparecían en él no eran necesariamente los que Scala vendía. Sus juguetes eran, casi todos, “buenos con B de Basa”, o los horribles juegos de mesa y rompecabezas de “Juguetería y Belenes S.A.”.

Resulta que los trenes que yo quería se parecían a los que se vendían en otra tienda: “Sears Roebuck del Perú”.

Para mi padre, siempre previsor y ahorrativo, la cuestión estaba clarísima: “Vamos a ver. Primero lo primero. Los juguetes no ayudan a pagar la casa.”. (Traducción: Si te compro el trencito, no será el de Sears).

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Finalmente, la navidad del 72, en mi cabeza llena del fondo musical del comercial de Scala, se tradujo en un trencito de lata, una carbonera, un vagón y unos pocos rieles que formaban un círculo,

Igual, en la mañana del 25 fui feliz con mi trencito. Solo me habría faltado la música para hacer mi alegría completa.

Décadas más tarde la melodía siguió resonando en mi cabeza. 

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“Hooked on Classics” de Louis Clark fue un éxito inusitado éxito comercial. El LP fue mi puerta de entrada al mundo de la música clásica, la misma que aprendía valorar gracias al conocimiento y la de un buen compañero de trabajo y excelente mentor, Héctor.

Héctor era analista de sistemas, pero también había sido formado como pianista en la Escuela Nacional de Música. Gracias a él pude descubrir el nombre de la melodía del bendito comercial de Scala. Se trataba de “Joy” (Alegría), tema basado en la composición de 1723 de Johann Sebastian Bach titulada "Jesu, Joy of Man's Desiring". "Joy" fue un “one hit wonder” de la banda "Apollo 100".

Así, la música no solo le puso nombre a la banda sonora de mi recuerdo, sino hizo que naciera una amistad que, lamentablemente, por intereses laborales se terminaron por destruir.

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Hoy, ante los restos de mi trencito de juguete, escuchar "Joy" aún me hace sonreír.

martes, 27 de julio de 2010

Tu nombre me sabe a hierba

Digna hija de helénicos antepasados, discípula aplicada del buen Paulo Coelho. Así conocí a mi amiga de frutal nombre.

Eran tiempos de tormenta en la vida de ambos y, como el dolor une, cuando nuestros caminos se cruzaron, ¡nos conectamos! Me encantaba escucharte contar tus historias y fábulas, aunque no mucho el complemento, cuando explicabas las "moralejas". No era necesario. Aun así, nunca te dije nada pues sabía que eras la típica narradora de cuentos y, como decías, las historias hay que "escucharlas completas; como tiene que ser".
Formabas parte del “clan de Bob Esponja", ¿recuerdas? Una esponja que hacía años había sido exprimida de malamor y agotada de desesperación. Con todo, habías luchado por llenarte de esperanza. Felizmente, el esfuerzo valió la pena y te hizo la mujer que eres ahora: Admirable y guapa (sin ofender, amiga), junto a la que cualquier hombre inteligente sería un afortunado viajero.

Para lograr eso, sin embargo, habría que enfrentar un oponente singular: tu señora madre. (Con respeto, ¡ah!)

¿Recuerdas cuando después de clases me jalabas cerca de mi casa en tu “escarabajo”, y antes de bajar conversábamos largo? ¿Te acuerdas cómo, ingenuos ambos, nos aconsejábamos sobre cómo solucionar nuestros problemas, siendo ambos irremediables “problematizados? ¿Te acuerdas, amiga?

En una de esas ocasiones me dijiste que también podíamos conversar en tu casa y me invitaste.

El día acordado llegué puntual a tu casa. Toqué el timbre y me recibió tu mamá. Antes de entrar me miró de pies a cabeza. Eso (lo sé ahora) era un mal presagio. Detrás de ella, estabas tú.  Recuerdo que me presentaste:

- Mamá, este es mi amigo fulanito del que le hablé.
- Mucho gusto. señora. Soy amigo de su hija, muy buena chica, yo la..." 
-Pase adelante, señor.

Almorzamos casi en silencio. Sentía que algo se cocinaba en el aire, tu madre no perdía ni un gesto ni una de las pocas palabras mías. De pronto, cuando fuiste a la cocina a preparar un té (en realidad ella te mandó), con un rápido movimiento, apareció en la mesa una Biblia. Tu mamá la abrió y a continuación escuché seleccionados versos del Libro Sagrado… Su mensaje era claro: “¡No se acerque a mi hija” “¡Que ni se te ocurra pensar algo con ella!” “¡Vade retro!”

Con el paso de los años, me convenzo de que las intenciones de tu madre fueron las mejores. Ella es una excelente persona y te quiere mucho. Felizmente, tú seguiste siendo mi mejor amiga, casi una hermana; aquella que me quiere (como dices), “a pesar de todo”. Además, en aquella época tan oscura cuando nos conocimos, no habría podido ser ni apoyo ni luz.

¡Por eso te quiero siempre y me alegro de verte feliz!

lunes, 26 de julio de 2010

Pues tiene el corazón de poeta...

Prólogo:
  • El año: 1971.
  • La película: "Gitano" (con Sandro).
  • El cine: "Nacional" (Luego, 'Teatro Arlequín' en la avenida Cuba, Jesús María)
  • La censura: Mayores de 16 años.
  • Los hechos: Tenía 7 años y gracias a una de las locuras del “tío Ale”, fuimos a ver la película romántica que me impresionó tanto, que soñé con ella.
 
Capítulo I:
Hubo de suceder todo ‘eso’ para descubrir el lado oscuro del amor. Ese amor folletinesco que películas como “Gitano” alimentaron en mí una idea equivocada de lo que significa enamorarse.

Consecuencia de ese (mal) aprendizaje es que crecí esperando a mi princesa de cuento y  convencido de que era una suerte de “último romántico... aquel que da una flor sin decir nada…” 

¡Te equivocaste, Nicola, te equivocabas!



Capítulo II:
Había cumplido 17 años, y entré a la Academia Nobel para prepararme para ingresar a la universidad. Fue en ese lugar cuando empecé a capear los primeros vaivenes de la borrasca del "amor". ¿La razón? Haber posado mis ojos, mente y corazón en la chica menos preparada para un tipo como yo.

Hoy creo que mi suerte estuvo signada; no sé si fue por mi facha impresentable compuesta por la ropa que vestía gracias al dudoso gusto de mi mamá (¡sorry, madre!), o  debido a mi horrible peinado "raya al costado", o simplemente por un detalle que aún ahora, ya mayor, me acompaña: “Me falta(ba) calle”. Lo cierto es que en la Nobel me enamoré hasta el tuétano.

La chica, llamémosela solo "Ella", era parte del grupo que tenía en la academia. Eran casi todas mujeres y solo tres varones: Armando, Luis ("Tongo") y yo.  Con "ella" aprendí mucho sobre mí y sobre todo del "amor" que era capaz de sentir. Ese que duele como una muela a medio picar y que significa es fue el mejor ejemplo de aquella frase que dice: "Amar significa nunca tener que pedir perdón". (Bueno, ¡al menos "ella" nunca lo hizo!)
Capítulo III:
Era 1982 y, como dije, creí que había encontrado el “amor de vida”. Por eso, decidí hacer todo lo inimaginable para conquistarla, Es probable, dándole el beneficio de la duda, que esa fuera la razón de su comportaniento conmigo.

Lo cierto es que quizá fui muy evidente: Cada día en la academia vivía pendiente de sus palabras, atento a sus gestos y necesidades, presto a servirla a pesar de las pocas que le podía dar debido a la rígida economía de mi padre. Como no le podía comprar gran cosa, sí era capaz de falsificar la firma de mi papá para regalarle algunos pases gratis al cine, o aceptar ir en grupo, pues "Ella" nunca aceptó ir solo conmigo.

Gracias al “amor” por "Ella" no me importaba nada; hacía todo lo indecible por complacerla. Estaba embobado, tanto que ni siquiera me importo que tras prestarle "un ratito" una esclava de plata que mi madre me pedía usar, no supiera de ella nunca más.

Gracias a "Ella" hacia finales del ciclo, pasaba (literalmente) todo el día en la Academia: de lunes a sábado (y algún domingo). Llegaba a las 7 de la mañana y me iba a las 7 de la noche esperando que "Ella" me necesitara y pudiera ayudarle con los ejercicios de Química. La idea era estar a la mano, para enseñarle algo. ¡Cualquier cosa! (Digamos que algo bueno de eso fue que, de alguna manera, me ayudó a definir mi vocación).
Con el tiempo parecía que era capaz de "dar todo" por "Ella" y "todos" se habían dado cuenta. Sabían que se me caía la baba por ella. “Malazo”, diría mi amiga Nolia hoy.

El hecho es que, quizá para disuadirme, o por un simple mecanismo de defensa, "Ella" no perdía ocasión para ignorarme o hacerme incomodar. El más feliz de todo fue “Tongo”, el genio matemático que le coqueteaba abiertamente estando yo estaba presente, y ella (¡maldición!) le seguía la chanza como si nada. ¡Hasta parecía disfrutarlo!
 
-Luisito, mira, el cuello de tu camisa esta chueco.
-Eso se nota al ojo...
-Sí, pero déjame arreglártelo...
 
Como diría Gianmarco, todo “era parte este juego”. Sin embargo, para el pobre y tonto desdichado que era yo por entonces, eso no lo entendía.  Por eso, aparte de querer matar al desgraciado de Luis, me empeciné por "amarla más", claro, a costa de sufrimiento y, contaminado por las baladas románticas de esos años, convencido que por "Ella" era “capaz de hundirme en la tristeza”.

 
Capítulo IV:
Jeanette, la inglesita que cantaba en español, poseía la voz más edulcorada que todas las cantantes de su tiempo. Ella era la que años atrás “era rebelde porque el mundo quiso así”, y que, en mis años de la Nobel lanzó, para mi desdicha, su LP llamado “Corazón de poeta”. ¡Qué obra de arte! ¡Qué marco perfecto para sufrir por el amor de "Ella"! ¡Así no me diera bola! Total, ¡la cuestión era simplemente “amar con delirio”!
Fue así, como Jeanette completó el tracklist "cortavenas" del quien para mí era el “alter ego” de "Ella": Ángela Carrasco.

Los vinilos "Corazón de poeta" y "Cariño mío" fueron la fuente de mis más elaboradas promesas de amor. Esas mismas que, algún día, le iba dedicar el día en que me declarara. 

Obviamante, eso nunca sucedió. Más aún porque frente a "Ella", cuando no estaba en mi rol de profe,  no atinaba más que a farfullar. Se me enredada la lengua y cuando hablaba, solo terminada por decir naderías.


Capitulo V:

Como suele suceder en las historias de amor, la cosa no terminó bien: Después de meses de esfuerzo y mal vivir, “quemé cerebro”. En enero de 1983, un mes antes de mi examen a la Universidad Católica, caí en “surmenage”. 

Ese nombre (tan poco romántico) fue el que usó el médico para explicarle a mi padre el resultado de ira a estudiar sin casi comer, de andar resolviendo los mil ejercicios de las “revistas Nobel” para "Ella" y, sobre todo todo, por mi drama amoroso que me hacía andar “llorando la pena de no tenerte”.

Lo cierto es que el bendito "surmenage" me terminó de idiotizar. Estaba ido, dormía casi todo el día, no podía recordar ni siquiera las tablas de multiplicar y, al inicio, las letras y los números me parecían garabatos en un papel.

Así, obligado por mi condición, tuve que dejar la Nobel. Eso, hasta un mes después de haber fracasado en el examen de admisión de la PUCP y tras dos meses de descanso médico, cuando por un descuido de mis padres, contesté el teléfono de la casa y escuché la voz de ella "Ella" que me dijo ¡Te quiero!

¡Sí! ¡Que me quería!
 
Fue mi mejor medicina. Al día siguiente, cual Son Gokú vuelto a la vida y sin obedecer a mis padres, regresé a la Academia. Entré y esperé frente a su salón por una hora. No sé si se sorprendió, pero al verme, solo me hizo una seña y salimos.

Caminamos por la avenida Bolivia hacia Wilson, y antes de cruzar, soltó lo siguiente:“No creas todo lo que uno dice por teléfono”.

Me quedé congelado. 

Ni siquiera podía llorar. La vi cruzar y perderse en entre le gente que rodeaba el Centro Cívico.

Así, parado como una estatua gris, manchada de excremento, en mi mente empezó a sonar “For no one”, la canción de Paul: "She no longer needs you".

"Ella" nunca me quiso, al menos no de la manera en que yo lo hice, y no la culpo. Lo mío tampoco era amor; aunque en esos momentos hubiese esperado un final que sonara más a Jeanette cantando: “Solo quedan las ganas de llorar al ver que nuestro amor se aleja. Frente a frente, bajamos la mirada, pues ya no queda nada de qué hablar…” ¡Pero no!
 

Epílogo:
No hard feelings, ok?
“Ella” (o sea tú), vos sabés, como mujer ya grande y realizada que sos, que tenía que suceder así.

Ese "padawan", triste aprendiz del amor aún no estaba nada listo para ser un guerrero Jedi.

Además, aparte de terapéuticas, estas líneas son tan solo un ejercicio dizque literario para exorcizar algunos de mis fantasmas. Creo que a mi edad ya me lo merezco.

¡Que estés bien por tierras porteñas!

domingo, 25 de julio de 2010

Es la lluvia que cae...

PPC eran las siglas del partido político al que unos de mis compañeros del cole, me había convencido  promocionar. Fue extraño: corría el año 1980, tenía 17 años, no votaba, el partido era de “derecha”; pero ante el advenimiento de la "democracia en el Perú", se me ocurrió pensar que había una excusa para ser un poco "revolucionario" y hacer propaganda en medio del evento de año: elecciones presidenciales después de una década de dictadura.

Aún me veo poniendo un parlante ¡el mismo día de las votaciones poniendo el jingle del "Tucán": "Vota por Bedoya"… ¡Ja ja ja! ¡Pobre! ¡Siempre perdió! (¿Era el destino de los popular cristianos para el futuro?)

¡En verdad, no sabía lo que hacía!

PPC eran también las iniciales del nombre de una chica que conocí en la Academia "Alfred Nobel". De hecho, ella fue la primera joven que me dirigió la palabra en ese lugar.

Cuando PPC llegó, el ciclo había empezado dos meses atrás.

La imagen de PPC la tengo grabada. Como era tardes, con las justas saludó al profesor y sin pensarlo, corrió a sentarse en una de las bancas vacías, justo detrás de mí.

En el receso, como yo no solía salir al pasadizo como los demás, PPC me pasó la voz: “Hola. ¿Qué tal las clases? ¿En qué van en Química? ¿Me ayudas a ponerme al día?" .

Apenas pude decir "ya" y le pasé mis apuntes. Hasta entonces mi rutina se limitaba a entrar al salón, escuchar las clases, tratar de terminar todos los ejercicios y salir. Para eso no necesitaba amigos. Además, no tenía idea cómo acercarme y menos a las chicas, ¡era un “quedado”!

Al día siguiente, PPC volvió a llegar retrasada y esta vez se sentó a mi lado.

¡Me quedé frío! Solo atiné a mirarla por el rabillo del ojo.

PPC era delgada, espigada;  su sonrisa y su nariz eran muy bonitas, lo mismo que su cabello ondulado y vaporoso, un look de moda por entonces. Siempre me pareció una chica dulce y buena.

PPC, por su parte, o era despistada o no se daba cuanta de mi turbación cuando me hablaba. Felizmente,  lo seguía haciendo con naturalidad.

Así, a las pocas semanas, esperaba los recesos para conversar. O, mejor dicho, para escucharla hablar.

Al inicio, me contaba sobre su papá, de su pasión por el ballet y (aunque no me sonaba muy convencida), de su "sueño" de ingresar a Medicina. En eso nos parecíamos.

Con el tiempo, me empezó a contar algunas cosas que yo entendía bien por entonces. Su tono de voz bajaba cuando se refería a los cuidados de su padre con ella; y alguna vez se le aguaron los ojos cuando se refería a un amigo mayor que ella (al vi que alguna vez en la esquina, esperándola), que la cuidada mucho más. Aunque eso me confundía, intuía que PPC no era del todo feliz, se sentía medio atrapada y por eso la trataba al menos de escuchar.

¡En verdad, no sabía lo que hacía!

A PPC, además del ballet, le gustaba el cine y la fotografía. Como su papá tenía un estudio fotográfico, me hizo el favor de transferir en papel, un retazo de película que había ‘sustraído’ de un rollo de la bóveda de la compañía en la que mi padre trabajaba. Se trataba de un fotograma de Linda Blair caracterizada como Regan en “El exorcista”. ¡Estaba maravillado! Por eso, ingenuamente, le presté una cajita de “slides” del grupo "ABBA" con la vana ilusión de que las convirtiera a en fotos impresas (¿las tendrá aún?).

PPC me había regalado tres fotos de ella: dos en B&N y una a colores. Esta última la tenía escondida en un libro de la cabecera de mi cama. Allí estaba ella, con su peinado a lo Candy, con un vestido marrón y botas. Quizá fue por eso que, un día en que para variar llegó tarde usando el mismo vestido de la foto, me di cuenta de que me había empezado a gustar.

Obviamente no sabía cómo decírselo. Pero la ocasión se iba a presentar cuando me dijo que su cumpleaños estaba cerca. Imaginé que ese sería el momento adecuado para regalarte algo y arriesgarme a dar un paso más. 

¡En verdad, no sabía lo que hacía!

Como por entonces mi economía dependía totalmente de mis padres y lo que lograba ahorrar me mantenía en el umbral de la pobreza, para el tema del regalo no tenía más opción que acudir a mi mamá.

Supongo que se sorprendió cuando yo, su hijo "el mudo", le pedía ayuda. Se entusiasmó tanto que preparó una cajita colorada, cerrada con un lacito, con un "modesto" par de aretitos de oro dentro.

¡En verdad, ella tampoco sabía lo que hacía!

Su cumple había coincidido con un domingo de examen tipo ‘simulacro de admisión’. Por eso decidí ir a la academia mucho más temprano que de costumbre. No fuera a ser que justo ese día se le hubiese ocurrido llegar a tiempo.

Como había que esperar en la calle. Así lo hicimos la cajita, mi lápiz Mongol Nº 2 HB y yo,

Seis y media, siete, siete y media. De pronto abrieron la puerta y no me quedó más remedio que dejar pasar a los que estaban detrás mío.

Empezó a garuar. Sin embargo, bien patriota, me aferré a “mi destino” y permanecí de pie, con el cerebro alerta y el corazón encogido.

"Oye, vamos a cerrar la puerta, ¡¿entras o no?!"  Fue el grito del profesor Víctor Alza, director de la academia, el que me hizo reaccionar. Felizmente no dijo nada más. Él había visto que había sido el primero de la fila. 

Eran las 8:02 de la mañana. ¡No tenía opción! Entré al local y un sentimiento de fracaso me envolvió y fue el preludio que marcó ese, mi primer ‘simulacro’ de examen de admisión y quien sabe también mi vida.

Para ti, mi querida PPC, una canción. Esa que por esos años me gustaba y tontamente me la tragué completita.

Craso error en creer que las letras de las canciones pueden ser reflejo de la realidad.

“Y la lluvia caerá… luego vendrá el sereno…”

Con respecto a PPC, el buen Eduardo Franco se equivocó de cabo a rabo. Más todavía, porque tras su “desaparición” de la Nobel, lo que sobrevino no fueron más que tormentas para mi corazón.

sábado, 24 de julio de 2010

¡No toquen la lenta!

No sé por qué, pero de pronto me asaltan recuerdos de mis tiempos en la academia. Era cuando el objetivo de mi existencia se resumía en prepararme para ingresar a la universidad y también -debo confesarlo- ¡tener enamorada!

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Era setiembre, cuando PPC (una amiga de la quizá hablaré luego) dejó abruptamente la academia "Alfred Nobel", quedó su amiga “R”. Como me quedé sin nadie con quien conversar, procuré juntarme con “R”.

A través de "R", conocí a Armando (que ya mencioné en un post anterior) y también al inefable Luis. Este era un muchacho esmirriado, parlanchín y muy hábil en matemáticas.

Luis no era precisamente una persona modesta y, casa vez que podía, se jactaba de resolver todos problemas matemáticos “al ojo”. 

Luis me caía mal. Me daba cólera que cuando la mayoría batallábamos con las baterías de ejercicios. Él lanzaba un risotada, soltaba el lapicero y decía: "Ya está, facilito... al ojo no más".

Luis, por otro lado, fue un adelantado para su tiempo: Hace 28 años se declaraba fanático acérrimo del ahora icono de la cultura popular, el cantante “Tongo”; por eso, todos le decían así.

Así, junto a “R” y a Armando, tuve que aguantar a “Tongo” como parte de mi primer grupo de amistades en la academia.

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Llegó febrero, el mes del amor, y en la academia se organizó una fiesta. Me emocioné. Según yo, una fiesta era el espacio ideal para las declararse y poner en juego los dados del azar. El momento mágico  era cuando tocaban la “lenta”, esa baladita pegajosa que creaba la oportunidad perfecta para ‘caerle’ a una chica.

Resulta que de tanto andar juntos, “R” me había empezado a gustar; y obvio, sin mencionar a quién me refería, pedí instrucciones a Armando para "caerle" en la fiesta. Sus palabras confirmaron lo que pensaba: Tienes que esperar “la lenta”, Edgardo. Eso nunca falla…
Era el día. Me puse lo mejor que contenía de mi exiguo ropero y llegué a la academia muy temprano. Para variar, fui el primero.

El auditorio, que solíamos usar para los seminarios, estaba adornado con globos y cadenetas. El centro estaba libre para ser la pista de baile y las sillas y mesas se habían dispuesto alrededor. El escenario estaba dispuesto y solo faltaban los actores.

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Allí estaba yo, sentado en una silla de un rincón, vestido como niño bueno, con camisa y pantalón y mi horrible peinado raya al costado, esperando que empezara la fiesta. 

Al rato, aparecieron “R”, Armando, Luis y todos los demás.

Solo cuando empezó la música, recordé de un pequeño detalle, ¡no sabía bailar! Mi currículo dancístico (si vale el término) se había limitado a las veces que me habían obligado a bailar en las fiestas familiares y a las dos únicas piezas que pude baile en mi fiesta de "promo" antes de que mi ocasional pareja se descompusiera.

¿Cómo iba a hacer? -me dije.

Armando, notando que empezaba a sudar a chorros, se me acercó y me dijo: “¡Fácil! Primero mira a los otros y luego, ya, haces lo mismo ¿sí?” “Bacán” -pensé, yo.

Así, diciendo y haciendo, mi amigo fue derechito a sacar a “R”.

Bailaron una, dos, tres, cuatro piezas; la mayoría, esas salsas kilométricas que nunca entendí. Finalmente descansaron. “R” me sonreía de vez en cuando, y Armando me animaba diciendo: “Ya pues, ahora sí, sácala a bailar”… Yo respondí en automático: “No, no, voy a esperar que toquen rock, o sé bailar salsa”. 

¡Mentira! Tonto yo, ¡esperaba la ‘lenta’!

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Una hora después de más salsa y también rock… “Baila”, me decía Armando. Yo asentía, pero había decidido esperar.

¡Hasta "Tongo" se desarmaba bailando!

Sesenta minutos después, sin aviso, llegó la “lenta”. ¡Por fin! - me dije- y obvio, volteé hacia “R” que se había sentado hacía un rato. Entonces, antes de que siquiera pudiera mover un dedo, Armando, sin mucho trámite, sacó a "R" a la pista.

¡No entendía nada!

Lo más curioso vino después: “R” bailaba con Armando casi frente a mí. Yo los miraba con la boca medio abierta. De pronto, "R" hizo un gesto que nunca entendí; extendió su mano y me dio unas palmaditas en la cabeza antes de apoyar su cabeza en el pecho de mi amigo.

¡Ya no quise ver más!
-5-
Salí, y decidí caminar hasta mi casa. Hacía calor, sin embargo, yo sentía un frío que venía de dentro. Llegué y mi madre me recibió feliz: ¡Qué bueno hijo!, ¡tu primera fiesta! -dijo ¡Sí ma, mi primera fiesta…! ¿Qué bueno, no? -respondí por responder.

-6-
No recuerdo si fue una balada o un rock lento, si estaba en castellano o en inglés. La música, al igual que todo, desapareció cuando mis amigos, cual Bella y Bestia de Disney, bailaban con el mundo girando a su alrededor.

Hoy lo que sí recuerdo es la academia y una canción de amor que, siendo muy atrevida para su tiempo, nos marcó a todos:  Era la de Roberto Carlos, “Cama y mesa”.

¡Letras intensas para oídos castos!

viernes, 23 de julio de 2010

Lágrimas en vinilo.

Cuando era niño, siempre me llamó la atención averiguar cómo los surcos de los discos de vinilo podían producir música. Con el tiempo, malogrando uno que otro, comprendí que los surcos formaban en realidad una espiral, la misma que era leída por una fina aguja de diamante.

Desde mi “very first” LP, el bienamado “Mis canciones favoritas” del extraordinario Topo Gigio, los vinilos y los tocadiscos fueron mi fascinación y mi gran entretenimiento. Lo malo era que por entonces era muy difícil acceder a ellos tanto como me hubiese gustado. La radiola "Emerson" de la casa, “la sagrada” no se podía tocar sin la autorización de mi madre. Es más, estaba reservada solo para las fiestas o algún evento importante y, eso sí, bajo la estricta supervisión de uno de mis padres; en otras palabras, estaba censurada para “Mayores de 21 años con documentos probatorios”.
Cuando cumplí los diez años, tras mucho insistir, me compraron un tocadiscos portátil. Sin embrago, no fue el soñado y elegante tocadiscos marca Phillips ("¡Es para toda la vida!") que pedí; mi madre (siempre ahorrativa) compró un tocadiscos italiano usado: Uno de marca “Geloso”, ¡fabbricato in Milano!
El tocadiscos era una especie de maletín de color celeste que se armaba y desarmaba cual muñeco "Transformer". Tenía adosados, a ambos lados, parlantes a manera de delgadas columnas y al centro, el pequeño tornamesa crema con los controles de sonido en la parte superior. La única ventaja que encontré con relación al "Phillips" (aparte del precio), era que ese equipo era estéreo. De todas formas, las desventajas eran muchas; sobre todo el ritual para usarlo: 1º Desenganchar los parlantes. 2º Conectarlos. 3º Desenredar el cordón con el enchufe. 4º Lo más fastidioso: girar la perilla y procurar que no hiciera ruido... ¡Eso era imposible!

Con el tiempo me enteré que el bendito tocadiscos había pertenecido a una vecina italiana quien lo había guardado por años como recuerdo de su fallecido esposo. Debió ser por eso, que al encender el aparato hacía un “clic” fortísimo; subir o bajar el volumen implicaba un horrible sonido rasposo y lo peor para un protomelómano como yo, era el constante zumbido de fondo, el mismo que se incrementaba cuanto más tiempo anduviera encendido. Como en las personas, estos "achaques" crecieron con la edad. Sin embargo, me conformé. Algo era algo, peor era no tener nada. Además, el tocadiscos tenía una sorpresa: contaba con dos agujas, una fina, para mis adorados 45's y LP’s, y otra gruesa, para los discos de 78 revoluciones. Gracias a eso, empecé a escuchar también los discos que mi madre guardaba, los mismos con los que mi papá la había enamorado.
De esa manera, gracias a mi "Geloso" pasé muchas horas felices encerrado en mi cuarto, aporreando mi pandereta y tocando una y otra vez mis discos de "Los Beatles" (sobre todo el “álbum doble rojo”, mi favorito). Y es que la verdad, poco me importaba salir, compartir paseos o visitas. Prefería mil veces quedarme solo con mi música. No me importaban los parlantes ni su zumbido; la música era todo pues no solo me regalaba horas de diversión sino también de compañía.
Años más tarde, después de mi etapa escolar, llegó el tiempo de "ir a la academia" y prepararme para la universidad.
Era lo que había que hacer: Sin embargo, para mí, que había salido de un colegio de puros varones, que tenía dos hermanos varones, implicaba un reto inmenso: no tenía la menor idea qué significaba enfrentar al “sexo devil” (el error no es casual, pues algunas chicas que conocí, merecían ese hoy poco adecuado apelativo). 
Así, siguiendo el ejemplo de mi hermano mayor, me matriculé en la Academia Nobel y, sin entrenamiento previo, pertrechos ni municiones, ingresé a territorio ignoto. ¿El resultado? ¡Fracasé totalmente "en gran forma y brillante estilo"!
El origen de mi derrota residía en un hecho simple: No sabía cómo hablar con las chicas. No imaginaba cómo tratarlas y menos cómo manejarlas... Eso en sí era un problema, pero, para variar, yo lo compliqué cuando se me ocurrió, dizque, enamorarme. Entonces hice el tonto y el ridículo. ¡Hasta me enfermé! Y todo por fijarme en una chica que ni caso me hacía.
Aunque eran los inicios de los años 80's, en la academia conocí a Armando, un muchacho flaco y largo como un fideo. Además, era algo así como "el último romántico del mundo". Resulta que Armando se sabía y cantaba muchas baladas románticas clásicas de los 60 y 70's.  Gracias a él, mis compañeros y yo pudimos reencontrarnos con los temas clásicos de Piero, Leonardo Favio, Camilo Sesto, Rapahel y, sobre todo, de  "Los Iracundos". ¡Armando cantaba igualito que Eduardo Franco!
Así fue como entré al mundo del amor romántico y poco efectivo de las baladas. Empecé a descubrir nuevos horizontes musicales; esta vez con aquellas canciones que hieren el corazón y te hacen desvariar. Estaba en ese trance cuando me choqué con quien terminó por darme el tiro de gracia, uno que dio directo a mi corazón de adolescente tierno: Encontré a Ángela Carrasco.


La dominicana me hipnotizó con su voz. Hice una pausa con los Beatles y compré sus LP, soñé con sus canciones, y me saturé de sus canciones: “Quiéreme", "Es más que amor", "Oye guitarra mía", "Callados" (con Camilo Sesto) y tantas otras se convirtieron en mis favoritas. Ese año, en la Nobel y gracias a ella, no solo vivía para estudiar, sino que, para mi mala fortuna, empecé a perder la cabeza por una chica.

Ahora que lo pienso, me convertí en un verdadero “babas” por la joven; pues, no sé si porque el amor es ciego o porque perdí un poco el juicio, pues de pronto y ante mis ojos, mi musa, la niña con la que me encapriché, era ni más ni menos, igualita a Ángela Carrasco. (¡PLOP!)
Quizá fue por eso por lo que, cuando mi vida amorosa se caía a pedacitos tras los desplantes de mi "amada"; escuchaba una y otra vez "Cariño mío", la tercera pista del lado "B" de uno de mis  long plays.

¡Cómo lloraba viendo la aguja de mi fiel “Geloso” tocando una y otra vez “cariño mío, ¿qué será de mí, cuando las canas empiecen a salir?”, ¡cuántas lágrimas derramé recordando la indiferencia y malos modos de mi "Angelita"! Ahora, me da un poquito de tristeza recordar, no sé si por mí, por ella, o por mi pobre LP que nunca más fue el mismo después de tanto tocarlo…

jueves, 22 de julio de 2010

Hoy que no todo acabó

Si pudiera nombrar a una mujer a carta cabal, aparte de mi madre, no dudaría, serías tú…

La vida es un cúmulo de experiencias, de alegrías y sinsabores; de bendiciones y, muchas veces, de cruces… Cuando la historia de nuestra existencia se hace pesada, solo tenemos dos opciones: O la afrontamos, o simplemente, vivimos muriendo…
Cuando te conocí, no adivinaba que tus ojos estaban ya estaban cansados de llorar y que tu alma había luchado por no contaminarse y echarse a perder… Al principio, tu sencillez, tu amabilidad y esa claridad innata para manejar las cosas propias de tu trabajo me llamaron la atención. Poco después, cuando te conocí mejor, y cuando tuve el privilegio de ser tu amigo, me convencí de que tu mayor virtud era la belleza que se encontraba dentro tuyo.

Amiga, significaste y significas mucho en mi vida, “imprimiste” en mí muchas cosas valiosas... Supiste ser guía, consejera y maestra, pues me enseñaste una forma mejor de enfrentar la vida… Y, aunque sé que en muchas veces no lograste salvarme a pesar de tus alertas (pues siempre ha sido una torpeza mía no escuchar no entender a veces los mensajes); me trataste siempre con respeto y cariño y así me dejaste entrever que todavía había una posibilidad en el mundo para mí. 

Creo que gracias a ti pude ser un poco mejor persona y, por ti, a pesar de que eso nos terminó por alejar, fui algo más cercano a un padre para mis hijas. Gracias a ti, me arriesgué a intentar hacer una familia; por ti, supe lo que significa no vivir solo para uno, sino para los demás…

Tú, mujer, hiciste hasta donde pudiste y más… Yo simplemente te di lo poco que podía por entonces, mis palabras y un poco de mi tiempo… Creo que me nutrí de ti y hoy, que Dios ha puesto un poco más de orden y paz en mi vida; me doy cuenta de que, por entonces, hace casi dos décadas atrás, fuiste tú su instrumento.

“Yo perdí el corazón” es la canción que me recuerda una cosa tan fútil, pero es para mí el nexo contigo. Fue una tarde cuando me permitiste usar tu fabuloso equipo “Technics” para grabar mis LP en cassetes. Esa vez cantaste y te grabé: “¿Y qué será de mí, hoy que todo acabó…?”del vals de Escajadillo... 

El tiempo pasó y supiste dar respuesta a la pregunta de la canción: Vives sola, tranquila y realizada, puedes decir que has cumplido tu labor de madre… Sigues caminando, sigues siendo una mujer hermosa y buena… de hecho, una de las mejores que he conocido.

Te tengo presente.
TQSMUB210710 (¿te acordarás?)

miércoles, 21 de julio de 2010

Cerezos en flor

Es verdad; es posible enamorarse de las palabras, pero también de las voz de quien las pronuncia. 

Yasunari Kawabata, el trágico escritor japonés, supo explorar los sentimientos que provoca la soledad en las personas. Quizá por eso se optó por el suicidio. A lo largo de su vida produjo una serie de obras, una más compleja que la otra: Sé que nunca leeré a Kawabata en su idioma original; sin embargo, aun en la ‘voz’ de sus traductores, mantendrá escondidos los ecos de una personalidad triste, diferente, llena de misterio, típicamente oriental… La voz de ella, desde que la escuché por primera vez, me cautivó; sonaba como el susurro de las flores de cerezo cayendo en Kioto durante el otoño.
Nos conocimos en una época difícil. Yo ya tenía responsabilidades, solía estar enfermo y angustiado; ella tenía sus propias cargas. Mi primer recuerdo de ella fue su voz saludando mientras llegaba del trabajo a su casa. Fue en Huacho, al norte de Lima, durante uno de esos viajes que mi padre hacía por el "norte chico" por asuntos de negocios. Esa vez mi madre nos acompañaba y le pidió a papá visitar a unos amigos japoneses. ¡Entonces sucedió!
Éramos casi de la misma edad y, a pesar de eso, ya sabíamos un poco del dolor, la pena y el miedo por el futuro. Era un sábado y ella había llegado a su casa agotada tras un día entero de trabajar en la "Campaña de vacunación - VAN". Aun así, con cortesía oriental, accedió al pedido que le hizo su mamá para que conversara conmigo.
Extraño como suena, de pronto nos habíamos desconectado del resto. Me resultó fácil hablar con ella, más cuando llegamos al tema de la música. Esa vez me había topado con algo nuevo, ¡distinto!
-No sé si has escuchado esto, son canciones bonitas de mi oba-chan - dijo ella.
Aquella fue la primera vez que escuché “Enka” (Nan desu ka?), una suerte de baladas tradicionales en japonés.
Grabadora en mano, adelantando y escuchando; retrocediendo y ubicando canciones en las cintas de su abuela, ella me hizo conocer las voces maravillosas de Kobayashi Sachiko, Misora Hibari; también de baladistas como Teresa Teng, Momoe Yamaguchi, Hiromi y Agnes Chan. ¡Estaba encantado!
Fue de esa manera que sin querer me conecté contigo, Neko-chan. ¿Recuerdas?

Meses después viniste a Lima y te hospedaste en la casa de tus tíos. Como estaba a la vuelta de la mía, un día que acompañabas a tu tía nos encontramos. Ella me dijo que necesitabas que alguien te repase inglés y yo me ofrecí con gusto. De pasada, mientras te enseñaba, aprendí también un poquito de Ninhongo.
Dos veces a la semana iba a practicar inglés. Fue así como encontré que era feliz escuchándote hablar. A mis oídos tu voz escondía melodías nuevas. Después de las "clases", podíamos conversar tomando cha en la tienda de tu tía. Entonces me animaba a chapurrar frases en japonés.
Cierta vez te comenté que había ido a Miraflores solo un vez y que no conocía más que el óvalo y el cine El Pacífico. Entonces me animaste a visitar el parque Salazar y el mar.
Recuerdo que fue una visita rápida, fugaz. En un momento estábamos sentados en los acantilados de Miraflores comentando la serie "Shogun", y de printo nos encontrábamis subiendo a la carrera al ómnibus y tú casi perdiendo uno de tus zapatos.  Oboite iru? 
Igual que cuando escuchaba a Mariko-San en la tele, era feliz escuchándote hablar en japonés con la cadencia que heredaste de tus ancestros. Yo, como Anjin-San, solo repetía “Gomen nasai” por mis errores de pronunciación.
Aunque por entonces no entendía lo que sucedía (¡No lo pensaba en realidad!); simplemente disfrutaba enormemente de aquellos poquitos momentos en que podía verte (y escucharte).
Quince años después, durante una de las primeras veces en que volviste a Lima desde Japón (adonde terminaste por migrar), recién pudimos hablar de nuestra amistad, de lo mal vista que era por casi todos: por mi padre, sobre todo, y más por tus tíos. Solo entonces pudimos entrever el “peligro” que los demás habían notado y que nosotros no.
Aunque ahora pocos crean en la ingenuidad de ambos; por entonces solo nos bastaban los ratos en que  compartíamos conversaciones, esas que íban más allá de las prohibiciones, las amenazas, las llamadas de atención y la gran culpa que cargaba cada uno por su lado.
Esa culpa producto de nuestros "errores en la vida" y "metidas de pata" fue la que nos llevó a esa tarde donde de manera furtiva, nos encontramos a escondidas en el parque cerca de la casa de tus tíos solo para despedirnos: ¡Habías descubierto que al día siguiente te mandarían de vuelta al norte! Fue triste y duro, no sabías qué decir, tan solo me dijiste adiós y yo peor; solo atiné a abrazarte en silencio...
Es curioso, pero aún décadas después, pensar en eso, hace que asalte una sensación extraña, la que por entonces no podía identificar.
¿Qué me sostuvo después? Parece que fue el recuerdo de una película, esa que vimos en el cine "Central" de Lima; la cual, de alguna manera mantuvo vivos esos sentimientos puros que permanecen hasta el día de hoy.
¿Fue "Karate Kid 2 El momento de la verdad", neh?
La cinta narraba un absurdo. Algo parecido a lo que sucedió con nosotros: Un joven americano de ascendencia italiana se fija en una chica de Okinawa. Sí, la misma provincia japonesa donde los norteamericanos habían sembrado el horror durante la II Guerra Mundial… ¡Irreal! ¡Imposible! Tanto como solo imaginar que nosotros podíamos o "debíamos" ser amigos…
En aquel encuentro cuando regresaste a Lima, volvimos al pasado para tartar de desvelar finalmente la verdad, la misma que otros habían notado años atrás. Creo que nos lo debíamos.
¿Pudo haber sido amor...? Sí, pudo haber sido; sin embargo, nunca lo sabremos con certeza. Fue un tiempo especial donde vivimos algo diferente que pudimos superar  proyectándonos en el recuerdo de una película, en su música y en las poquitas palabras en japonés que aprendí...
Aún vives, Neko-chan, mi amiga querida. Sé que eres feliz; aunque lograrlo te ha costado mucho. Creo que fuiste más valiente que yo. De todas maneras, por aquel verano, nunca dejaré de agradecerte: Domo arigatou gozaimashita!

martes, 20 de julio de 2010

Para nadie...

Para nadie…
Si nunca lo sentiste, ¡enhorabuena!

Amar y dejar de amar parecieran dos caras de la misma moneda: la dos implican sentimientos antagónicos, pero finalmente complementarios. Lo mismo que el “eros” y el “thánatos”, i.e., a las ansias de vivir y a una suerte de “deseo de morir” que alguna vez nos embarga.
-1-
Las canciones de Paul McCartney se convirtieron con el tiempo en pequeñas sinfonías, formadas a partir de piezas bien definidas. “For no one”, canción de sus tiempos 'Beatle', era sencilla en su construcción musical, pero compleja en su letra. Ella nos hablaba de la vida en medio de un amor sin esperanza y doloroso, del cual, no se puede (o no se quiere) escapar... Uno de aquellos amores enfermizos, intoxicantes que, como dice Paul, los soportamos pues imaginamos que debieron "durar  años”

Todo aquel que se ha enamorado entenderá que tarde o temprano, una relación, al igual que la vida, puede tomar rumbos insospechados. En el mejor de los casos, puede llevarnos a eso que llamamos “felicidad”; en otras ocasiones, siendo más realistas, nos puede conducir hacia un destino oscuro y trágico. De todas formas, al inicio, aun cuando se siente el prurito de saber qué pasará, casi nunca podremos prever lo que sucederá más tarde;  menos aún, controlarlo.

-2-
Como quiera que sea, cuando “empezamos con alguien”, solemos imaginar que con ella (o con él)  todo será para bien.¡Soñamos con eso! Sin embargo, a medida que pasa el tiempo, tarde o temprano, empezamos a notar los indicios que nos hacen pisar tierra. Muchas veces, de la manera más curiosa: Pensemos no más en aquellos quienes se sienten más que felices de haber logrado al ‘objeto de sus ansias’, al poco tiempo, empiezan a sentirse cansados de “tanto amor”; otros, a los pocos meses, sienten temores irracionales porque “todo va muy bien” o se sienten comienzan a sentirse incómodos por sentirse “propiedad de alguien”.

Finalmente, están los otros, quienes terminan siendo utilizados, casi exprimidos por quien los acompaña. De esos personajes estoicos o resignados, a los cuales se les exige todo para luego dejarlos exánimes y desechados nos habla “For no one”. Ellos, aunque se aferran a su sentimiento, pasada la noche, “cuando su día empieza, les duele el alma" (más aún) "cuando ella ya no los necesita”. Ellos son los que sufren cuando “no ven nada en sus ojos, ninguna señal de amor tras las lágrimas derramadas por nadie… Ellos son los que se les va la vida cuando no queda nada. Ni amor, ni amistad, ni una relación…

Y es que “ella ya no te necesita”. 

(¡Convéncete! “¡Ya no te necesita!”)

-3-
De los años psicodélicos y de “Revolver”, el LP que significó el rompimiento con etapa “light” de “Los Beatles”, la pista 3 del “lado B”.