miércoles, 21 de julio de 2010

Cerezos en flor

Es verdad; es posible enamorarse de las palabras, pero también de las voz de quien las pronuncia. 

Yasunari Kawabata, el trágico escritor japonés, supo explorar los sentimientos que provoca la soledad en las personas. Quizá por eso se optó por el suicidio. A lo largo de su vida produjo una serie de obras, una más compleja que la otra: Sé que nunca leeré a Kawabata en su idioma original; sin embargo, aun en la ‘voz’ de sus traductores, mantendrá escondidos los ecos de una personalidad triste, diferente, llena de misterio, típicamente oriental… La voz de ella, desde que la escuché por primera vez, me cautivó; sonaba como el susurro de las flores de cerezo cayendo en Kioto durante el otoño.
Nos conocimos en una época difícil. Yo ya tenía responsabilidades, solía estar enfermo y angustiado; ella tenía sus propias cargas. Mi primer recuerdo de ella fue su voz saludando mientras llegaba del trabajo a su casa. Fue en Huacho, al norte de Lima, durante uno de esos viajes que mi padre hacía por el "norte chico" por asuntos de negocios. Esa vez mi madre nos acompañaba y le pidió a papá visitar a unos amigos japoneses. ¡Entonces sucedió!
Éramos casi de la misma edad y, a pesar de eso, ya sabíamos un poco del dolor, la pena y el miedo por el futuro. Era un sábado y ella había llegado a su casa agotada tras un día entero de trabajar en la "Campaña de vacunación - VAN". Aun así, con cortesía oriental, accedió al pedido que le hizo su mamá para que conversara conmigo.
Extraño como suena, de pronto nos habíamos desconectado del resto. Me resultó fácil hablar con ella, más cuando llegamos al tema de la música. Esa vez me había topado con algo nuevo, ¡distinto!
-No sé si has escuchado esto, son canciones bonitas de mi oba-chan - dijo ella.
Aquella fue la primera vez que escuché “Enka” (Nan desu ka?), una suerte de baladas tradicionales en japonés.
Grabadora en mano, adelantando y escuchando; retrocediendo y ubicando canciones en las cintas de su abuela, ella me hizo conocer las voces maravillosas de Kobayashi Sachiko, Misora Hibari; también de baladistas como Teresa Teng, Momoe Yamaguchi, Hiromi y Agnes Chan. ¡Estaba encantado!
Fue de esa manera que sin querer me conecté contigo, Neko-chan. ¿Recuerdas?

Meses después viniste a Lima y te hospedaste en la casa de tus tíos. Como estaba a la vuelta de la mía, un día que acompañabas a tu tía nos encontramos. Ella me dijo que necesitabas que alguien te repase inglés y yo me ofrecí con gusto. De pasada, mientras te enseñaba, aprendí también un poquito de Ninhongo.
Dos veces a la semana iba a practicar inglés. Fue así como encontré que era feliz escuchándote hablar. A mis oídos tu voz escondía melodías nuevas. Después de las "clases", podíamos conversar tomando cha en la tienda de tu tía. Entonces me animaba a chapurrar frases en japonés.
Cierta vez te comenté que había ido a Miraflores solo un vez y que no conocía más que el óvalo y el cine El Pacífico. Entonces me animaste a visitar el parque Salazar y el mar.
Recuerdo que fue una visita rápida, fugaz. En un momento estábamos sentados en los acantilados de Miraflores comentando la serie "Shogun", y de printo nos encontrábamis subiendo a la carrera al ómnibus y tú casi perdiendo uno de tus zapatos.  Oboite iru? 
Igual que cuando escuchaba a Mariko-San en la tele, era feliz escuchándote hablar en japonés con la cadencia que heredaste de tus ancestros. Yo, como Anjin-San, solo repetía “Gomen nasai” por mis errores de pronunciación.
Aunque por entonces no entendía lo que sucedía (¡No lo pensaba en realidad!); simplemente disfrutaba enormemente de aquellos poquitos momentos en que podía verte (y escucharte).
Quince años después, durante una de las primeras veces en que volviste a Lima desde Japón (adonde terminaste por migrar), recién pudimos hablar de nuestra amistad, de lo mal vista que era por casi todos: por mi padre, sobre todo, y más por tus tíos. Solo entonces pudimos entrever el “peligro” que los demás habían notado y que nosotros no.
Aunque ahora pocos crean en la ingenuidad de ambos; por entonces solo nos bastaban los ratos en que  compartíamos conversaciones, esas que íban más allá de las prohibiciones, las amenazas, las llamadas de atención y la gran culpa que cargaba cada uno por su lado.
Esa culpa producto de nuestros "errores en la vida" y "metidas de pata" fue la que nos llevó a esa tarde donde de manera furtiva, nos encontramos a escondidas en el parque cerca de la casa de tus tíos solo para despedirnos: ¡Habías descubierto que al día siguiente te mandarían de vuelta al norte! Fue triste y duro, no sabías qué decir, tan solo me dijiste adiós y yo peor; solo atiné a abrazarte en silencio...
Es curioso, pero aún décadas después, pensar en eso, hace que asalte una sensación extraña, la que por entonces no podía identificar.
¿Qué me sostuvo después? Parece que fue el recuerdo de una película, esa que vimos en el cine "Central" de Lima; la cual, de alguna manera mantuvo vivos esos sentimientos puros que permanecen hasta el día de hoy.
¿Fue "Karate Kid 2 El momento de la verdad", neh?
La cinta narraba un absurdo. Algo parecido a lo que sucedió con nosotros: Un joven americano de ascendencia italiana se fija en una chica de Okinawa. Sí, la misma provincia japonesa donde los norteamericanos habían sembrado el horror durante la II Guerra Mundial… ¡Irreal! ¡Imposible! Tanto como solo imaginar que nosotros podíamos o "debíamos" ser amigos…
En aquel encuentro cuando regresaste a Lima, volvimos al pasado para tartar de desvelar finalmente la verdad, la misma que otros habían notado años atrás. Creo que nos lo debíamos.
¿Pudo haber sido amor...? Sí, pudo haber sido; sin embargo, nunca lo sabremos con certeza. Fue un tiempo especial donde vivimos algo diferente que pudimos superar  proyectándonos en el recuerdo de una película, en su música y en las poquitas palabras en japonés que aprendí...
Aún vives, Neko-chan, mi amiga querida. Sé que eres feliz; aunque lograrlo te ha costado mucho. Creo que fuiste más valiente que yo. De todas maneras, por aquel verano, nunca dejaré de agradecerte: Domo arigatou gozaimashita!

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