miércoles, 18 de marzo de 2015

Raro

Hija, si lo piensas bien, los baños públicos son los lugares más democráticos que existen.


Al terminar la función, salí de la sala e ingresé a los servicios.
Todos los urinarios estaban ocupados, menos uno. 
Por un instante, dudé.
La escena completa era curiosa: los usuarios hacían obviamente "lo que debían hacer"; sin embargo, uno revisaba su celular mientras tanto; otro hablaba casi a gritos y se reía con un amigo que estaba en un excusado. 
Finalmente, un chico, apoyado en una pared, maldecía y la golpeaba con la mano. 
Y yo, no sé si era mi imaginación, sentía que el espacio entre los urinarios se hacía cada vez más y más estrecho...
Pero, ni modo...
Situaciones tan triviales y poco elegantes como esa me hace pensar en cómo soy y en lo que siento: Incomodidad, vergüenza, pudor; todo en segundos y al mismo tiempo.
En este caso, un vacío en el estómago por algo que para la mayoría (al menos los que estaban en aquel baño), poco les importaba.
Por eso, hoy pienso cómo soy, y... 

Soy de los que les gusta hacer lo que es "correcto" y se esfuerza por hacerlo bien.
Soy de los que siempe he preferido las rutinas, pues da algo de seguridad y baja el estrés.
Soy de los que a veces hablan mucho, dan muchas explicaciones y creen que así se dejan entender.
Soy de los que les cuesta interactuar fuera de los espacios que ha aprendido a conquistar.
Soy de los que andan disculpándose y les cuesta no validarse antes de hablar.
Soy de los que no pueden decir lisuras en voz alta, aunque quisiera. (¡Rayos!)
Soy de los que preguntan cosas obvias, tal parece que por el solo deseo de necesitar una confirmación.
Soy de los que puede hacer comentarios inadecuados, inoportunos, incomprensibles, ¡imposibles!
Soy de los que suelen obedecer, sobre todo a quienes respeta y quiere.
Soy de los que prestan dinero a los que no se lo suelen devolver.
Soy de los que una película o un libro lo puede hacer lagrimear.
Soy de los que una melodía le puede erizar el cuerpo (¡empezando por la espalda!).
Soy de los que ha tratado, sin éxito, pasar inadvertido.
Soy de los que les afecta la soledad pero que la necesitan para respirar.
Soy de los que les molesta el ruido, pero pueden escuchar lo que le gusta una y otra vez.
Soy de los que gusta lo simple, tanto como sus recuerdos.
Soy de los que su cerebro suele estar sintonizado con una melodía al despertar.
Soy de los que sin querer se fija en los detalles.
Soy de los que les es difícil manejar el rechazo y la incomprensión. (¡Duele mucho!)
Soy de los que con esfuerzo aprendió a leer a los demás.
Soy de los que acumula "anclas", "rutas" y "guías" para sobrellevar el cotidiano.
Soy de los que almacena datos "interesantes" de esos que no le interesan a (casi) nadie.
Soy de los que no saben vestirse; un "atentado contra la moda" que le dicen.
Soy de los que un sabor extraño los altera, un poco más que el frío.
Soy de los que su verdadera gracia al caminar es la de un pato con las alas amarradas.
Soy de los que andan pensando, rumiando la "mejores frases", las "mejores ideas", para nadie.
Soy de los que quieren que todos estén bien y que haya armonía y paz.
Soy de los que su estómago y anexos están más alertas que su propio cerebro.
Soy de los que siente que sus recuerdos de niñez eran los más felices aun estando solo.
Soy de los que aún se asombran del brote de una flor.
Soy de los que encuentran belleza en lo simple más que en lo complejo.
Soy de los que se maravillan con la música y el baile, pero que es tanta su vergüenza que lo aprenderán "después".
Soy de los que escribir le crea la ilusión de producir algo parecido al arte.
Soy de los que no entiende cómo fluir, relacionarse o ser espontáneo es tan fácil para "los demás".
Soy de los que en sus sueños es más "normal".

Soy muchas más cosas quizá, muchas de las que todavía no he aprendido a expresar.
Sin embargo, en suma, soy de los que imaginan que ser "raro" es solo ser diferente y que ser "diferente" te puede hacer único...
Aunque, al final, todos lo somos, ¿no?
Por eso, aunque me lo dices varias veces, no es que quiera que me vean diferente. De alguna manera me percibo así, y siempre me he preguntado por qué.

Hoy, a pesar de "ser grande", de haber tratado de aprender, de haber trabajado conmigo mismo para evitar o "manejar" algunas de esas conductas, al final, la mayoría siguen allí.

Pues, tonto como suena, mi esencia, aunque disimulada, permanece. Además, porque, aun cuando trate de estar atento y consciente de mí mismo todo el rato, eso cansa y no me garantiza la infalibilidad.

¿Me crees, hija?


lunes, 16 de marzo de 2015

Antes que a ti

A pesar del tiempo, todavía las vísperas son pesadas. La madrugada de hoy la sensación de pesar fue tal, que finalmente terminó por hacer inútil la dosis completa del Alprazolam.

Desperté y recordé que una madrugada como ésta, hace 12 años. 


Mi papá fue lo más cercano a lo que se traduce del inglés como "un hombre que se hizo a sí mismo". Quizá por eso, lo mucho o poco que intento hacer, sobre todo lo relacionado con el trabajo tiene para mí, estándares muy altos: los suyos.

Muchos recuerdan a mi padre como un hombre serio y hasta seco. Sin embargo, tenía una dimensión tan humana que quizá muchos que lo conocieron no la hubieron asociado con su manera de ser. Era tan poco evidente, que solo en presencia de mi madre se mostraba clara, indudable, ¡aún en el final!
La enfermedad recluyó a mi padre en un cuarto de hospital. Mi madre, sacrificada como siempre, prácticamente se instaló junto a él. Para ella, estar a su lado era, sin lugar a duadas, "su lugar" y así permaneció por tres meses.
El tercer sábado de marzo de pronto mi papá ya no respondía a las quimioterapias. En pocas horas se había apagado, no hablaba y permanecía con los ojos cerrados. Solo por la madrugada del día siguiente tuvo un espacio de inusitada locuacidad.

Sería como la una de la mañana, cuando escuché que me llamó.

-¡Escucha!- me dijo

Echado en su cama, mientras su rostro se recortaba con el fondo de la habitación y reflejaba algunas luces de la ciudad que se colaban entre las cortinas, sin mirarme, habló por casi una hora sobre su vida. ¡En realidad solo de una parte! 

Con mucha precisión detalló lo que podría entenderse como su lucha por lograr sus ideales y convertirse, a punta de seriedad, esfuerzo y trabajo duro, en el hombre exitoso que llegó a ser.

La verdad solo lo escuché sin mirarlo a penas. Nunca había imaginado los trabajos sencillos que hubo de hacer una vez que su padre falleció y lo dejó al frente de su familia.

Su narrativa parecía al camino del héroe, ese que va de una tarea a otra. Lo curioso es que, al terminar y después de un largo suspiro, dijo bajito una frase prosaica y muy humana: "¡Quiero sopa!"

Por eso, salí de la habitación y vagué por los pasillos del hospital. Finalmente, contraviniendo toda indicación, le hice sorber un poco de jugo de caja, ¡lo único que pude encontrar!

A las cinco de la tarde de aquel día regresé al hospital. Esa noche también iba a velarlo. Encontré a mi mamá más callada, y como siempre "tranquila". Varias personas habían llegado a visitar a mi padre, pero, la licenciada María Ramírez, una de las enfermeras que lo cuidaba (y que llegó a apreciarlo mucho) les aconsejó que no ingresaran. Les dijo que mi papá necesitaba descansar. Entonces ya lo encontré conectado a un monitor de signos vitales.
Miraba el aparato, como queriendo que me dijera algo, cuando de pronto, sonó una alarma: la respiración de mi papá había empezado a decaer. lo mismo su ritmo cardíaco. Entró nuevamente la enfermera y, tocando mi hombro, me dijo: "Ya es la hora".

Quizá no entendí o no quise entender. Empero, mi madre. que había trabajado en esto, comprendió exactamente lo que implicaban esas palabras: Mi papá estaba agonizando.
Fue entonces cuando junto a mi madre le empezamos a hablar.

Yo solo atinaba a decirle "Papá" mientras acariciaba su mano.

Los signos eran cada vez más espaciados y débiles.

Entonces, mi madre, acercándose a su oído, comenzó a decirle:

-¡Animo, gordito!
-Ya vas a ver, vamos a salir de esta...
-¡Yo estoy aquí!
-Tranquilo, gordito. Estoy aquí...

Esas frases sencillas produjeron en mi padre algo que nunca olvidaré. Mientras mi mamá hablaba, cada una de sus palabra resonaban en a mi padre como un llamado para que siguiera a su lado. Solo mientras ella hablaba, los signos vitales en la pantalla subían, se mantenían. Cuando ella callaba o yo decía algo, bajaban.

Entonces me di cuenta de que él no me escuchaba. Ni a mí y menos a la enfermera Ramírez que le decía: "¡Luche, señor!"

De hecho, mi papá sí estaba luchando, pero luchando por amor... ¡por amor a mi madre! Lo hizo por algunos minutos que parecían eternos; hasta que su cuerpo no pudo más.
Hoy, una década después pudo decir que el amor sí existe. Lo vi un 16 de marzo de 2023 a eso de las cinco y media de la tarde.

domingo, 15 de marzo de 2015

Felizmente desventurado

¿El amor existe o es que solo existe (en) la soledad?
Tengo todo lo que "necesito": aire, música, letras, paz...
Amanece.
Y han dormido conmigo, siete notas, cientos de tonos y semitonos, arrumados por allí en miles de melodías impregnadas de sueños.
Y despiertan conmigo, millones de letras, de palabras apiladas o colocadas unas a lado de otras, en innumerables hojas llenas de ilusiones.
Y duermen y despiertan conmigo ruedas, ¡muchas ruedas!
Y finalmente, yo...


PD. ¿Y el amor?

No me hables de él

- Y, ¿te acuerdas del Richard? -peguntó mi madre.
Uuna mezcla de cólera, dolor y asco empezó a bullir desde el fondo de mi cabeza.
- No me hables de él - respondí cortante.
- Pero ¿por qué? - replicó ella.
Lo único que hice fue apurar el desayuno, dejar la mesa y pararme para salir.
Mi madre, aunque incómoda, como siempre, no dijo ni preguntó nada.
Mientras tanto, luchaba por no recordar. por seguir lo que debía hacer, sin atender las imágenes que aparecían una tras otra: la noche, el cuarto de servicio, la luz de televisor encendido, las palabras melosas, su mano y lo peor, esa sensación de placer culposo, nuevo, pero que, en el fondo de mí, reconocía como algo sucio.
Sólo al despedirme, le pude reclamar como hacía años no lo hacía:
- Tú creerás que soy maleducado. No entiendes.
-Pero ¿qué no entiendo? te molestaste, te paraste y te fuiste. Eres un malcriado.
- Yo les conté, pero ustedes no me creyeron.
Por un instante me miró a los ojos y dudó.

Hay cosas que no se olvidan, aunque uno quisiera. Lo peor es cuando "esas cosas" se refieren a circunstancias de las que no se puede hablar abiertamente, pues explicarlas, te duele y avergüenza. Es algo así como mirar una vieja herida que nunca terminó de cicatrizar.
Sé que hay personas que han vivido cosas realmente fuertes y un simple tocamiento pareciera nada en comparación. Sin embargo, entender cuánto te puede afectar una situación así es muy difícil. Su impacto no se puede calcular, pues, para superarlo, no basta con "tratar de ser fuerte" ni siquiera de "ser bien hombrecito", "voltear la página" y "seguir con tu vida".

En este caso, creo que lo que se hace es manejar el olvido; envolver el hecho de tal manera que sus puntas afiladas no te molesten.  

Eso, aun cuando ayuda, igual marca un hito en tu vida en este caso, para un púber como era entonces, me arrojó a un mundo que no supe entender, y lo peor, que en algún momento hizo que sintiera un estigma  que otros podían percibir y que parecía decirles: puedes abusar de él.
El tiempo ha pasado y sigo aprendiendo.

No sé si porque la vida se encargó de darme hijas y una hija de una hija, o porque me permitió tener a muchas amigas quienes me hicieron entender mejor la fuerza que se esconde en la vulnerabilidad de las personas.

Quizá solo ha sido el tiempo que, en medio de mis inseguridades y miedos, y en medio de errores, golpes y tropezones, finalmente me dieron la posibilidad de sentir esperanza y, sobre todo, de seguir confiando.

sábado, 14 de marzo de 2015

Querida, Hada Madrina

Eran cerca de las 11 de la noche y tras mucho esforzarse, recién empezaba a conciliar el sueño; de pronto, el tono y la luz del celular llenaron la habitación. Justo era una noche donde había llorado mucho sintiendo como nunca la carga de toda la semana y quizás la de toda su vida; ¿Hasta cuándo debía estar  pensando en todo y en todos? ¿hasta cuándo negar que lo único que deseaba era un abrazo?
En el otro lado de la línea, estaba ella, una amiga, una a quien alguna vez le había dicho que cuando necesitara algo, podía llamar. 
Así, a pesar de su dolor y la soledad, "debía" escucharla. Debía que estar allí" para ella.
Veinte minutos después de escucharla y animarla, la chica, colgó, y él nuevamente no pudo más aguantar el llanto.
(una noche de viernes del verano de 2015)

Querida, Hada Madrina:
Hoy recuerdo los años en que pensaba que la pareja ideal eran Candy y Albert. Ambos en la colina de Pony, mirando el cielo, jugando con las nubes en un cielo azul intenso, inocentes... Ella, alba, inmaculada y pura, con un vestido con blondas y voladizos; él, de punta en blanco, sereno, seguro... Y, en medio de ello, ¡el primer beso!
Hoy recuerdo con nostalgia aquellos tiempos cuando creía que tú existías. Épocas en la que imaginaba que, de alguna manera, harías realidad "todos mis sueños": esos en la que chicos castos, "temerosos de Dios", coincidirían en un mundo de fantasía donde el Amor (así con mayúsculas) siempre triunfa, y donde nadie podría dañar a los enamorados; pues, demonios, brujas, duendes y ogros, finalmente habrían sido derrotados.
Hoy, no te reclamo, mi estimada. Pues, que yo sepa, a nadie le cumpliste sus deseos; conmigo son varias las personas que conozco: chicas y chicos buenos, a quienes desencantaste, literalmente. Muchos de ellos, que alguna vez quisieron creer que existías, ahora piensan (ingenuos ellos) que fue la perversión del "mundo" la que hirió de muerte sus nobles corazones.
De todas maneras, querida Hada Madrina, hoy te invoco a pesar de todo y te digo gracias. ¡Gracias por hacerme creyente y no creyente! Gracias, porque, aunque sé que nunca estuviste allí, que solo fuiste una proyección de una parte de mí que deseaba creer que algo mágico pasaría en mi vida.
Ese era mi deseo. No solo para ser feliz, sino por lo bonito que se siente decir que, en la vida, al final "todo sale bien", que sí "vale la pena soñar", que se puede ser "valiente", y que sí uno lo pide "de corazón", es posible que los deseos se hagan realidad. 
Finalmente, hoy, doña Hada, te miro, te llamo y te invoco para que compartas mi extravío y mi tristeza; y, para que, en medio de todo, en tu inexistencia no probada (porque nadie me ha demostrado que no existes), me des un empujoncito para seguir creyendo; pero ya no en ti, ¡sino en mí!

Y de pasadita, para quererme un poco más, ¿ok?