miércoles, 27 de octubre de 2010

La bruja del 77 - Parte 1 de 3

-A manera de introducción-
Siempre respeté a mis profesores del cole: respeté a todos, pero solo a algunos también los llegué a querer, sobre todo a los que me enseñaron en primaria. Hoy, adulto y convertido en maestro, por cosas de la vida, trabajo en el mismo colegio donde estudié; por eso,  don Julio C. ("el que todo lo sabe"), me hace notar que ese "respeto" (no exento de temor) lo mantengo con algunos de los que ahora son mis colegas. El caso particular es de uno, al quien (dice el), sigo viéndolo como si todavía fuese su alumno. ¿Será que eso que llaman “sano temor”, el que te inculcan de chiquito se mantiene a pesar de los años? No lo sé, pero con usted mismo,  don Julio C., me sucede lo mismo a veces... y eso que usted nunca me enseñó.
-I-
A inicios de 1977, cuando todavía no se desataba la locura de “Saturday Night Fever” (eso pasó cerca a Navidad), vivía medio asustado; en realidad, estaba confundido porque en el colegio descubrí que las brujas sí existían...

La historia había empezado un año atrás, cuando un grupo de 150 bisoños e imberbes mozalbetes lasallistas ingresamos a secundaria. Aun ahora recuerdo el primer día de clase del año 76: éramos todos unos "pavos": nos sentíamos "grandes" y felices de haber dejado por fin la primaria. Sin embargo, una noticia nos había dejado turulatos: Decían que el colegio había contratado varias profesoras nuevas, ¡jóvenes! y para remate ¡bonitas!

La noticia corrió como pólvora. En cuanto pudimos, muchos corrimos hacia el pabellón de primaria para comprobar si lo que decían era verdad... ¡Y lo era!  ¡Allí estaban! ¡Qué desgracia! Cualquiera que no hubiera estado con nosotros durante la primaria no entendería el por qué de nuestra frustración: Por casi 6 años casi todos nuestros profesores habían sido varones y viejos (la mayoría rondaba fácilmente los 60 o 70 años) y los que no fueron hombres, eran monjas. ¡Qué injusto! ¡Puñales, qué mala pata! -decíamos- ¡Justo cuando entramos a secundaria llegan profes nuevas y todas van a primaria! - Eso era lo que pensamos, pero nos equivocamos.

Por "esas cosas del destino", “Papá Lindo” se apiadó de nosotros y nos envió a una profesora. La Providencia había hecho su trabajo y para alegría de los esforzados muchachos de 1º de secundaria, nos  tocó una maestra jovencita, de 24 o 25 años, que además de inteligente, era linda. Ella se convertiría para mí, en la encarnación misma de un ángel. ¿Su nombre? Violeta Lara…
-II-
¡Cómo no recordar a la profesora Lara si era todo dulzura! Durante el tiempo que estuvo con nosotros nunca se permitió un grito, nunca un mal gesto, nunca un despropósito. Ser suave y delicada era su mayor virtud. Si hasta cuando tenía que llamarnos la atención por hacer bulla, lo hacía diciendo “A ver, hijitos… ¿guardan silencio?” Y qué creen... ¡todos le hacíamos caso! ¡Tan linda ella y tan obedientes nosotros!

Las clases de la profesora Lara discurrían felices y tranquilas, no solo porque su presencia era casi una bendición en un colegio de varones, sino porque con el tiempo comprobamos sus innegables méritos profesionales y personales. En mi caso, la presencia de la profesora Lara escondía además tenía un algo especial: Aunque por entonces era (un poco más) ignorante sobre el tema de “las mujeres”, la Señorita Lara se convirtió en lo más cercano a mi "ideal de chica ideal’, aunque a mis 12 años no lo tenía claro ; por entonces solo me trataba de esforzarme al máximo en sus clases, pensando para ‘mis adentros’ en lo bonita que era y esperando que pensara al menos un ratito en mí al momento de revisar mis exámenes.

Hoy, 34 años después su imagen persiste en mi mente: La veo caminando muy elegante por el pasadizo del pabellón de secundaria, siempre con un fólder en el brazo pegado a su pecho.... Siempre vestida con pulcritud y recato… Siempre una blusa o una ‘cafarena’ de cuello alto... Siempre una cardigan sencillo o un saco de paño... Siempre faldas largas por debajo de las rodillas... Siempre zapatos oscuros con tacos no muy altos... Siempre un maquillaje discreto y  su cabello lacio bien sujeto con una cola y cerquillo… Siempre muy ella, serena, en su sitio… En resumen, aunque les suene ridículo; por entonces, después de la Virgencita "de la Estrella", nuestra patrona, y obvio, de mi madre;  allí, peleando el segundo lugar, allí estaba ¡la señorita Violeta Lara!

-III-
Después de esta tardía y medio huachafa declaración de mi ‘amor’ adolescente, no me queda sino confesarles la verdad de mi fascinación por mi profesora: Aparte de sus ojos medio rasgados escondidos detrás de unas gafas enormes, lo que más me gustaba de ella era, ni más ni menos, ¡su voz! ¡Tan dulce suave y cantarina era! Puede que con el tiempo la haya idealizado pero, aparte de la voz de Marisela (ver ‘Message in a bottle’), ninguna otra voz me ha sonado jamás tan perfecta a mis oídos.

Fue de este modo que la profesora Lara, no solo terminó por definir mis expectativas en relación a las chicas sino que, de alguna manera, determinó mi gusto por cierto tipo de mujeres. Además, como "valor agregado", las señorita Violeta hizo nacer en mí un incipiente gusto por la literatura… Bueno... Al menos lo consiguió por un tiempo...

-IV-
Los 70’s fueron una década dura, junto a la Revolución de Velasco Alvarado vino el nacionalismo; por eso, la literatura peruana monopolizó el material que se leía en los primeros años de secundaria. No me quejo, pues debo reconocer que gran parte del mérito de la literatura peruana proviene de los cuentos de Valdelomar, Ribeyro, Congrains Martins, López Albújar y Naranjo. Esos eran los autores que estábamos obligados a leer. Por eso guardo hasta ahora mi viejo libro “Lectura silenciosa y expresiva” de Jorge Ventura Vera, en él no solo están los más conocidos cuentos de autores peruanos  sino también las anotaciones y explicaciones que la profesora Lara nos daba en clase. 

El primer cuento que leímos en clase junto a la profesora fue “Los gallinazos sin plumas”. Nadie como ella para hablarnos sobre  la “hora celeste y mágica”, nadie como ella para sobrellevar el sufrimiento de Efraín y Enrique explotados del infame Don Santos, Junto a la Profesora Lara vivimos todo eso con un nudo en el estómago pero embriagados por su encanto: desde las efímeras alegrías de los muchachos, hasta los más bajos sentimientos resumidos en la venganza encarnada en el hocico inmundo de Pascual, el cerdo.

Luego de escuchar los "gallinazos·" en la voz de la profesora Violeta, todos los demás cuentos fluyeron y crearon en nuestras mentes imágenes más vívidas y realistas que opacaron los tristes dibujos impresos nuestros textos. De esta manera estuvimos al lado de Esteban, el niño ‘de junto al cielo’ cuando encontró el billete de 10 soles, fuimos testigos mudos del horror del ‘Ushanan Jampi’ en el pueblo de Chupán, sentimos en carne propia cada golpe que quiñaba el trompo del “Chupitos” y rabiamos de impotencia frente a la humillación del pobre  Paco Yunque.
Sin embargo, lo maravilloso sucedió con el cuento “El vuelo de los cóndores” de Valdelomar... Fue tan intensa la experiencia, que muchos en el salón empezamos a soñar con el circo y sobre todo, con un personaje: Miss Orquídea, la trapecista. En mi caso, caí rendido bajo el hechizo de un pueril amor por una heroína de ficción, con la diferencia que, cada vez que la imaginaba, en vez de una "Orquídea", veía una "Violeta".

Llegó por fin 1977 y con él, nuestro segundo año de secundaria. El primer día de clases ya tenía mi libro “Cuentos peruanos 2 ” forrado con papel azul, forro 'Vinifan' encima y una etiqueta bien puesta, tal como me había enseñado mi madre. Así, esperaba ansioso mi clase de Lenguaje.

Recuerdo claramente cuando la profesora Lara apareció en el vano de la puerta del salón, estaba plácida y hermosa, pero había algo que no estaba bien. ¡Se veía medio gordita! La razón  era más que evidente pero a mí nunca se me había ocurrido. Era un pequeño detalle que explico hoy parafraseando una canción: "Tú serías una mujer perfecta… pero solo tienes un defecto… ¡que no eres... soltera!"

-V-
Como por aquellos años, aún se estilaba ser discreto, pocos sabíamos que la Señorita Lara, meses antes de ingresar al colegio, se había casado y era obvio que había hecho un “encargo” entretanto.

A los pocos días de clase parece que el embarazo no le sentó bien, empezó a faltar y finalmente, tras unos  cuantos meses, dejó de venir definitivamente.

- VI-
Fue de imprevisto. Cierto día, cuando era junio y garuaba, nuestro Titular, el “Caballón” Medina, llegó a clases con la mala nueva… Para contarlo de una forma menos triste, digamos que sonó algo así como lo que se solía escuchar en el Estadio Nacional durante un partido de fútbol: ¡Aaaatención! ¡Aaaatención! ¡Caaaambio en el equipo de 2º año! ¡Saleee… la Srta. Violeta Lara (alias ‘el Ángel’)! ¡Ingresaaa, la Srta. Dora (alias ‘la Bruja’)!

(¡Glup!)

sábado, 23 de octubre de 2010

Era un buen tipo mi viejo…

Piero, el gran cantautor argentino, le compuso esta canción a su padre cuando éste era un hombre animoso y vivaracho que no llegaba siquiera a los 50 años; por eso al escucharla se emocionó, pero al final, igual le dijo algo así como: “¿Ma, quién camina lento… la puta que te parió".

Por los tiempos en que la cancioncilla de Piero era todo un éxito, yo no sabía eso, y cada vez que la escuchaba pensaba qué bonito sería tener algún ‘viejo’, es decir, un abuelo a quien imaginar. El hecho es que nunca conocí a mis dos abuelos. Ellos murieron mucho antes que yo naciera: El abuelo Rosendo (‘Don Roso’) solo lo conocí ya grande a través de una desteñida foto, en la que se lo veía igualito a mi padre entonces. El otro, según cuenta la leyenda familiar, era un español de ascendencia inglesa, que tuvo un deceso de novela: Tras bajar de su barco mercante que había atracado en Paita, fue a un bar y después de tomar un brandy, falleció de neumonía fulminante… Así fue que dejó huérfana a mi madre antes de que ella naciera.

Quiero imaginar que mi gusto por las ciertas canciones tristes y melancólicas viene a partir de la tonadilla de Piero. Un día, caminando por la calle de la mano de mi madre, sonaba por alguna de las casas “Mi viejo” y justo atinó a pasar en la acera del frente un anciano relojero, amigo de mi madre, apellido Remotti. Allí encontré a “mi viejo”.

No recuerdo su nombre, pero todos en la familia lo conocíamos simplemente como el Señor Remotti. Él era un viejito alegre, dicharachero y medio eléctrico; un feliz Geppetto de finales de los 60 que trabajaba en su casa en la que habían cientos de relojes al puro estilo del la cinta “Pinocho” de Disney. Allí estaban relojes a cuerda de todo tamaño y algunos grandes con péndulo, pero los que más me gustaban eran los relojes “cucú”, todos los cuales esperaban por ser mantenidos o reparados por el anciano.

Me gustaba acompañar a la casa del Sr. Remotti, no sólo por ver, en su mesa de trabajo, varios relojes desarmados mostrando sus engranajes, muelles y perillas; mi mayor motivación y el tesoro que guardaba “mi viejo, mi querido viejo” era el que para mí era el juguete soñado: En una mesa especial y armado había un juego de trenes: Allí estaba la locomotora negra de apariencia real, allí los vagones de mil colores, los rieles que se expandían como serpientes sobre un piso de papel color marrón con arena y piedrecillas Pero lo mejor, eran los túneles y los puentes que cruzaban un riachuelo de fantasía alrededor de una estación con mil y un detalles que estimulaba mi imaginación.

Le agarré cariño a Don Remotti, no solo por la canción que me hacía verlo caminado con su bastón por la calle, sino porque mayor como era, había un niño que habitaba en él. Cada vez que iba a su casa, le pedía permiso a mi mamá, para que me mostrara trenes funcionado. No recuerdo bien cómo lo hacía, solo me acuerdo de una especie de interruptor de cuchilla y de pronto el trencito salía de su estación y recorría obediente su circuito. ¡Qué maravilloso era mirarlo!

Tras mudarnos de casa, nunca más vi al señor Remotti. Sé que vivió algunos años más y cada Día del Padre en que sonaba la tonada de Piero, su imagen volvía a mi memoria y más la imagen de su maravilloso juguete que era mi “regalo soñado” de cada Navidad. ¡Naturalmente, eso nunca pudo ser!
Algún tiempo después, me enteré que el anciano había muerto. ¡Pobre! De él nos quedaron varias cosas: Para mí, una imagen mental de un hombre viejito, medio cojo y una  canción de Piero y el recuerdo de mi juguete inalcanzable, para mi hermano y yo, una caja de metal roja con un juego “Mecano” que, tontos, mi hermano ni yo, no supimos valorar; y, finalmente, para todos los de la casa, Don Remotti, legó a la jerga familiar una frase: “Fueron manos ajenas” que pronto se convirtió en la forma de explicar lo inexplicable… Me explico:

Resulta que, cuando “mi viejo” examina los relojes en busca del desperfecto y se daba cuenta que el aparato había sido mal usado o descuidado, sus ojitos azules miraban por encima de sus lentes y se posaban sobre el cliente y preguntaba cómo había sido que se salió esto o se rompió aquello. Entonces, si la persona, sintiendo el peso su mirada escrutadora, callaba o dudaba; para no turbarlas más, se ablandaba y finiquitaba el asunto diciendo: No se preocupe señor, señora… “Manos ajenas… fueron manos ajenas…”
Así fue que durante varios años, “fueron manos ajenas” las que en casa rompían los adornos de la sala, “fueron manos ajenas” las que quiñaban los platos cuando se lavaba del servicio, “fueron manos ajenas” las que no cuidaban las cosas y hasta fueron manos ajenas las que se comían los dulces escondidos en una de los reposteros de la cocina … pero lo mismo nos decía mi mamá: “Fueron manos ajenas” las que nos habían “dado nuestra cuera” por haber hecho alguna travesura.

miércoles, 20 de octubre de 2010

El secreto de sus ojos

Introito:
Convencido de que iba a encontrar buen cine, hoy fui a ver “El secreto de sus ojos.
Felizmente, no me equivoqué. Sin embargo, como sucede cuando una película está bien hecha, además de removernos, puede que en vez de ofrecer respuestas, más bien nos cuestione y nos produzca sentimientos inesperados… 
A través del “Secreto…” aprendí que puede existir una frontera muy delgada entre el temor y el amor.
¡Nunca lo imaginé así!
28-09-2010
- I -
“No word”

Salí del cine con temor… Era ya de noche. Miré a todos lados. De repente, todos me parecían sospechosos. Al principio no me di cuenta; pero, poco a poco, mientras me reinsertaba en la realidad, la gente, sus rostros, las calles, todo era amenazante: Plaza San Miguel… Hora punta… Los transportes, todos llenos. Los que se detienen son tomados casi por asalto por quienes quieren llegar a su destino… Una ‘combi’ aparece, hace un giro violento y se cuadra frente a mí a la mala… El vehículo es un desastre; no tiene ninguna señal de ruta, ni nada… Al subir, un tipo me hace a un lado para trepar primero, se sienta cerca de la puerta y, con un gesto hosco, prácticamente me indica dónde sentar. Paso hacia el lado de la ventana y noto que el hombre mira con descaro a quienes estamos dentro… Hay varias personas con bolsas de Saga, Ripley…. La ‘combi’ sigue estacionada esperando a más pasajeros… El fulano saca su celular y empieza a manipularlo. Con disimulo, miro lo que escribe… Tiene varios mensajes predefinidos que pasa uno a uno: “Stoy en colonial…. Stoy en venezuela…. Stoy en… Por fin se decide “Stoy en plaza… anda saliendo” ¿A quien avisa? Me mira de reojo y, cuando la ‘combi’ por fin se decide a arrancar, me paro abruptamente y bajo casi saltando del vehículo…. Volteo y por la ventana, veo al tipo sentado que hace un gesto obsceno con el brazo…
Subí a un ómnibus.

-II-
“Temo”

Ya en el bus y con una extraña agitación en el pecho, volví a pensar en la película. ¡Era inevitable! En muchas partes de la película me había sentido retratado y lo peor, como Benjamín Espósito, el personaje principal, lo de “me he visto y no me gusté”, era lo que sin verme me hacía mucho ruido en la cabeza.

Hace tiempo, escribí sobre mi decisión actual en relación al amor. Aún creo que es la correcta. Sé que es “justo y necesario” que esté solo; pero, de alguna forma, persiste algo que me intranquiliza: no sé a ciencia cierta si se deba a alguna situación de mi presente, o quizás al hecho de estar destapando mi pasado y entrever algo que todavía me asusta.

-III-
“Te mo”

Tal parece que mirar la vida en retrospectiva puede ser un ejercicio peligroso… Es sabido que nuestro existir es un continuo que tiene una dirección única: Hacia delante; por eso, solo es en el futuro donde podemos manejar las oportunidades, y es también allí donde, a partir de las decisiones que tomemos, podríamos ensayar respuestas a nuestros conflictos no resueltos. Imaginar otra manera resulta un absurdo, y lo único que nos podría deparar es dolor e impotencia. Lo malo es que esa opción no siempre pasa por el filtro de la razón, y por eso, cuando las cosas se manejan desde el corazón, es cuando empiezan nuevamente los problemas. ¡Si lo sabré yo!

Por eso, Benjamín, tu tema pendiente no era lo que tú e Irene se negaron por varios lustros; era lo que tú, mi estimado Espósito, te negabas a ti mismo. Por eso te enfrascaste en el trabajo, por eso tu obsesión por resolver el asesinato de Liliana; y, ¡qué curioso, Benjamín! Supiste leer en la mirada de un asesino, pero no fuiste capaz de hacerlo en los ojos de Irene… ¡Estabas tan ocupado! ¡Tenías tantas cosas importantes y urgentes que hacer! Como diría alguien por ahí: “Desde que se inventaron las disculpas nadie ha perdido”.

-IV-
“Te - mo”

Si vuelvo sobre algunas de las publicaciones de este blog, al igual que Espósito, podría decirse que me he dedicado a revivir ‘muertos’, o peor aún, que me regodeo rebuscando en las tristezas de mi pasado. Al final, escribo por un simple deseo comunicarme o quizás de calmar mi conciencia. Al final, no lo sé… En realidad, lo único de lo que estoy seguro es que, de ninguna manera, es para quejarme de mi vida; agradezco todo lo que he vivido, no puedo ser mezquino. Lo “malo” que me haya pasado alguna vez (si pudiera llamarlo así). ha sido producto de mi inmadurez, de mi ineptitud o quizás de mi poca disposición para ser más osado. Ahora, con relación al amor, mi fracaso en ese ámbito, podría explicarse por un miedo a luchar por lo que en algún momento fue importante, lo cual, sin embargo, siempre estuvo supeditado a no perjudicar a otros. Por eso, quizás, en ocasiones opté por el daño menor y me postergué… Lo asumo, así fue.

En tu caso, Espósito, ¡optaste por callar! ¿Podrías haber hecho algo distinto entonces? Aún eso, ¡qué mal, Benjamín! ¡Qué mal! ¡Nunca debiste haber tomado ese tren tu solo! Dirás, que "así tenía que ser..." ¿Dirás?

-V-
“TeAmo”

Pocas veces, estas palabras han tenido para mí, un sentido y a la vez un objeto. Algunos de esos “objetos de mi amor” son obviamente, algunos de los ‘fantasmas’ que han rondado este blog y a los que quizás (hoy recién lo entendí), nunca tuve el valor de hacerlos carne y espíritu a mi lado… Tenías razón Qori; tú, igual que Irene, siempre aciertas.

En cuanto al sentido, ahí es donde la cosa se pone complicada: Hoy he comprendido que, en mi caso, el “amor” en muchas oportunidades no significó para mí una liberación, sino todo lo contrario; muchas veces solo me ató, ¡me limitó! Si me preguntaran, qué clase de “amor” es ese, recién ahora lo puedo ver con mayor claridad: Es algo así como un amor que no se ha podido o no se ha sabido consumar. Aunque es cierto que he amado y mucho, tal vez nunca supe cómo “manejar” ese frágil sentimiento de la mejor forma. De algún modo, creo que no tuve la oportunidad de hacerlo y por eso, me duele.

¡Ah Espósito! A ti, te costó 25 largos años aprender a comprender y luego, afrontarlo… Yo no sé si la vida me alcance o, como dicen, se me vaya la vida en ello… ¡no lo sé!

-VI-
“Esqueça”

Narnette, hace tres semanas, después de mucho tiempo, nos cruzamos y nos pusimos a conversar. Había pasado tu “etapa de desierto” y otra vez hablamos muy a tu estilo, saltando de rama en rama, rápido y sin redondear las ideas; cuando estabas en una de esas “ramas”, hablamos de alguien que murió hace poco y el cual, sabemos, amó y fue amado. Coincidimos en que su vida no fue inútil, pues su amor venció el dolor, y fue tan fuerte y real que sobrevive en el corazón de su esposa y de sus hijos… Afortunado él, me dijiste… Para variar, no te entendí del todo entonces.

Cuatro horas después, cuando salí del cine, tenía las dos frases del filme en la cabeza… “temo” y “te amo”… En el bus, regresando a casa con las frases rebotando en la cabeza, tenía una vaga idea de lo que podían significar; por eso comencé a escribir… Hoy, sin embargo, cuando vuelven a mí las palabras de Irene, es cuando me atrevo a darles un sentido para mi vida actual: El amor, por razones muy poderosas para mí, no tiene un espacio en mi presente, y no es solo porque no lo quiera o porque le tema, sino porque es algo que me está negado y que no me puedo ofrecer. Es imposible siquiera imaginarlo, aunque eso no me reconforte…

Como tú, Espósito, el “amor” que me queda, no es sino una sombra o una serie de ellas, las cuales sobreviven en mi memoria. Quizás eso me ayude a mantenerme vivo y, aunque sea triste decirlo, quizás eso mismo sea lo que aún más “temo”.
Invierno en la primavera de 2010

Colofón:¡Irene, Irene! Igual como en la película, das en el blanco:
Pareciera que mirar atrás tampoco “es mi jurisdicción”… ¡Perdona!

Hoy, al igual que aquel domingo en que escribí el primer ‘post’ de este blog, tampoco ha sido un día feliz.
Nunca, como en estos momentos en que termino de escribir, la música hace doler tanto.
15-10-2010

sábado, 16 de octubre de 2010

Mi primera vez - Lado B

-Lado B-Pasaron seis años y cuando llegó el verano del 76, sentí que podía romper la promesa que me había impuesto, fruto de la vergüenza y de los bigotes nylon del Topo Gigio. Fue gracias a una cantante gordita de nombre gracioso (Tina Charles) y de una melodía fresca y pegajosa que terminó por convencerme de que podía comprar, yo solito, su "single" llamado “I love to love”… ¡Ya era tiempo de vencer mis temores!

Mi debut lo quise hacer en la tienda de discos más importante de entonces, la de la cadena “Disco Centro - Héctor Roca”, al final de la Galerías Boza, entrando por Jirón de la Unión… 

¡Fue toda una experiencia!

El día que decidí hacer la compra, salí del ICPNA donde estudiaba inglés y, para darme ánimos, visité antes a mi papá en su oficina de la Plaza San Martín; después, armado de valor y con el dinero justo en el bolsillo, caminé derechito a la tienda. En mi mente repasaba lo que iba a hacer. Como dicen los estudiosos del comportamiento humano, mi estrategia era la típica de los varones: Ir al directo al mostrador, no mirar a nadie ni revisar ningún otro producto, decir fuerte y claro lo que quería -en este caso, el disco de Tina Charles, “I love to love”, o sea “Me gusta amar”- luego pagar y dejar  inmediatamente la tienda.  Tiempo aproximado para toda la operación: 5 minutos.  Y eso sí:  Nada de distracciones, dar vueltas, ni ver otras cosas, Había que ir como "Clearasil": ¡de frente al grano!
Al principio todo anduvo bien, crucé la plaza San Martín, ingresé al Jirón de la Unión, y doblé a la derecha ingresando a la galería, caminé y vi por fin, la tienda; respiré hondo y entré… Había poca gente y, a pesar que me llamaban la atención los estantes llenos de coloridos Long Plays, fui derecho al mostrador y, poniéndome frente al vendedor, dije mi bien ensayado parlamento.
No sé si fue por los correctores que usaba en mi boca o porque mi voz siempre ha sido más bien baja, la cuestión es que el hombre no me escuchó o no entendió lo que dije y continuó con lo suyo: Estaba buscando algo debajo del tablero… De pronto se levantó y se percató de mi presencia, me miró de frente y yo… ¡me quedé mudo! ¡No había calculado repetir mi discurso dos veces! El hombre por su parte, un joven flaco, con camisa blanca y corbata, prematuramente calvo y con gruesos lentes de carey, se bajó los anteojos y con una media sonrisa, me dijo: ¿Si, joven? ¿Qué desea? ¿Algún título… algún cantante? ¿Diga no más?” Fue demasiado, yo me desubiqué totalmente, no sé cómo pero me sentí al frente de mi salón dando examen oral, de esos que tomaba el profe Del Pino en clase y, en los que no había ‘second chance’: “O hablas claro o te pongo cero”.

La cosa se puso fea; empecé a sudar a chorros y aunque hice mi mejor esfuerzo por volver a repetir lo que había memorizado, no encontraba forma de hacerlo… ¡Fuerza, Edgardo!…. ¡Fuerza! –me animaba-. Pero nada… El hombre insistía y entonces, con las gotas de sudor cayéndome a mares por la frente y picándome los ojos solo, me salieron tres palabras casi como un grito: “¡Me gusta amar!!”

Desde ahí todo empezó a suceder como en cámara lenta… mareado y con los ojos empañados, vi como el hombre ladeaba lentamente su cabeza, unas de sus cejas, la del lado derecho de su cara, se asomaban por encima del marco de sus anteojos, sus ojos miopes, que se veían enormes detrás de los vidrios, se achinaron un poquito y se posaron en mí… luego, un sutil movimiento en su nariz, que ladearon los anteojos un poco hacia la izquierda, más tarde, un tic en la comisura derecha de su labio como empezando una especie de mueca… Entonces vi cómo empezó a abrir su boca, mientras, también en “slow motion” empezaron a sonar estas palabras en cabeza: “Ssseeee vaaaa aaa rrreeeee ííírrrr…. sssseee guuuu rooo quee se vaaaa aaaa reee….” De pronto, en un segundo, el sonido de la voz del vendedor me trajo a la realidad, pasando rápidamente de “slow” a “normal play”: “Ahh, ¿la de Tina Charles? ¿Quieres el 45’ o el Long Play?"

'¡Plop!' -Dirían mis amigas hoy… Sí, pero más que” plop” fue un “splash”, pues al salir estaba hecho una sopa: Tanto había transpirado que la camisa la tenía pegada al cuerpo… y así con mi bolsita blanca de papel y el disco amarillo de la robusta Tina, en la mano salí otra vez avergonzado, con los pelos pegados a la frente y rojo como un tomate…
¡Ah Tina, Tina! Sólo respiré cuando puse ese ¡mi primer disco! en la potente radiola Emerson de mi casa… Lo malo es que a los pocos meses, cuando la adolescencia empezó a golpear fuerte mi corazón y en mis emociones, apareció la flaquita Mary McGregor cantando “Atormentada entre dos amores”

Con ese título, no tuve el valor y no me arriesgué a repetir el papelón. No miento, fueron meses de una duda terrible pensando que quería comprarlo pero sin saber si debía hacerlo, más aún si tenía tan escabroso tema: "Torn between two lovers, feeling like a fool”… Al final, nunca compré el sencillo y sólo me conformaba con esperar que lo tocaran en Radio Miraflores, 1160 o en Panamericana, cuando esas radios ¡solo programaban temas en inglés!

Con el paso de los años y varios 45 y 33 RPM después y ,con sus correspondientes discos de premio “por la compra de cada 10”… Los vendedores de Héctor Roca se hicieron mis ‘amigos’. Como me conocían, hasta me daba el lujo de hacer “pedidos especiales” como la vez que me consiguieron el casi desaparecido LP doble de los Beatles ¡el magistral “Álbum Blanco”!… ¡Cuánta camaradería! Hoy en día, esa misma amabilidad y disposición, sólo se respira en algunas de las tiendas “Phantom” y en uno que otro puesto de CD’S usados del Jirón Quilca. Sin embargo, y por increíble que suene, son las tiendas virtuales de Internet, donde el buen servicio y una especie de fraternidad, son la impronta. La comunidad vendedora y consumidora de grabaciones se encuentra extendida por todo el orbe… Comprar a través de la web es muchísimo más sencillo que hacerlo en las tiendas de Lima. Puedes acceder a tiendas de lugares tan distantes como Australia, Vietnam, Bangkok, Saigón, China, Gran Bretaña o Dinamarca; allí consigues toda la música que nuestras limitadas cadenas de discos nunca venderán. Solo es cuestión de saber buscar y de preguntar y lo mejor, todo, ¡sin pasar “roche”!

¡Gracias, Ebay!

miércoles, 13 de octubre de 2010

Mi primera vez - Lado A

-Lado A-
Navidad de 1970… Mi regalo: un muñeco Topo Gigio que aún conservo. Aunque lo encontré abandonado en la caja de los juguetes con “yaya”, sería el más querido de mis muñecos. Recuerdo cuando lo vi después de buscar en toda la sección de juguetes y no encontrar ninguno: Tenía el polito a rallas verdes sucia y un huequito en su pantalón de color rojo, además, no tenía caja y lo peor ¡había perdido sus bigotes! Por eso, mis padres preocupados me preguntaron: “¿De verdad lo quieres? Mejor esperamos”–dijo mi papá – “No” - le respondí. “Cómpramelo, ¿ya? ¿Por favor?”-Pero, hijo, no tiene bigotes y además está sucio. Agregó mi mamá, siempre pulcra… “Pero, es el último, ya no va a haber más… Yo lo arreglo, te lo prometo” - Insistí y los convencí.

Así, tal como lo había prometido; después de que mi madre lavara, tendiera y planchara la ropita del topo y que yo mismo peinara su maltratado mechón de pelo haciéndole un lacito estilo ‘Superman’, tenía el sagrado deber de cumplir mi promesa. No quise que nadie me ayudara, era algo que debía hacer solo. A lo mucho, pregunté a mi madre dónde podía comprar los benditos bigotes. “Anda a la ferretería.” Me recomendó.

Por eso, el “domingo a las 12, después de la misa” estaba decido no sólo a cumplir con el precepto sino también con mi promesa… En cuanto a la misa, la verdad la escuchaba un poco por convicción y otro tanto por miedo a mi profesora, la Sor Celia, que cada lunes nos soltaba la consabida pregunta: “A ver, ¿quiénes han faltado a misa ayer?”

Ese domingo, le tocaba decir misa al Padre Oswaldo, un padre santísimo, pero también súper aburrido, por eso, ni bien terminó de darnos la bendición, salí rapidito en dirección a la ferretería que estaba cerca. Cuando ingresé el olor acre del lugar golpeó mi olfato y me pareció que enteraba a otro mundo: Había un montón de señores grandotes y toscos, todos hablando todos al mismo tiempo, unos revisando unas tierra de colores, otros pesando cosas en una balanza, algunos totalmente abstraídos en conversaciones extrañas sobre los repuestos o no sé qué cosas que comparaban….Al final, nadie se fijó en mí.

Aún así, dándome valor, avancé hasta el mostrador lleno de montones de alambres, latas y otras cosas y me dirigí al hombre que atendía, éste era un señor enorme con cara de oso, peludo y colorado, estaba tomando una vaso de cerveza con otro hombre; al verme, dejó de conversar con su amigo y me preguntó extrañado: “¿Sí, niño?, ¿qué quieres?” Todos seguían en lo suyo y yo, con toda la fuerza de mis 6 años y 10 meses dije: “Señor, ¿tiene bigotes de Topo Gigio?” El hombrón miró a su compañero divertido y levanto una de sus cejas que parecían cepillos… “¿Cómo dices?” me dijo… Yo: ¿Es que… yo…. Es que si tiene bigotes de Topo Gigio” – insistí… En un instante, el tipo pasó de rojo al granate, y del granate a un estallido de risa…“¡Jajajaja! ¡Que si vendo bigotes… de Topo Gigio! ¡Bigotes! ¡Jajajajaja!”

Su compañero y todos los que escucharon el vozarrón del gordo, rieron con él, y los que no, fue simplemente porque no quisieron… Creo que lo que me salvó fue que el roedor era conocidísimo, pues queriéndolo o no, aparecía por la tele cada noche mandando a los niños buenos a la cama diciéndole a Braulio Castillo: “A-la-ca-mita, a-la-ca-mi-ta…”

“Ya… ya… jajaja… bigotes… entiendo… jajajaja” – se atoraba el gigantón. En ese rato, como dicen, me hice chiquito pero no me fue porque mis piernecitas me pesaban, me sentí tonto y, cuando reaccioné para irme de allí, no sé de donde, sacó un carrete de nylon de pescar… consultó divertido con su amigo… midió… cortó y me entregó bien enrolladita una tira de unos 20 centímetros envuelta en un pedazo de papel periódico. No recuerdo cómo pagué, pero sí cómo ni bien tuve el paquetito salí corriendo y jurando por el aburridote del padre Oswaldo, no volver a comprar nada yo solo nunca más en mi vida…

Pero me equivoqué; pues, con el paso del tiempo, llegó el conflicto: Empecé a sentir que mi afición por la música podía más y, aunque sentía que las canciones abordaban, en palabras de la argentina Tormenta, temas complicados y hasta pecaminosos para el "adolescente tierno" que era yo, me gustaban... Una de esas canciones era "Torn between two lovers" (Atormentado entre dos amores) de Mary McGregor.

sábado, 9 de octubre de 2010

Será su castigo (Rollos 4 al 5)

Rollo 4
Al día siguiente, una fila de plomos alumnos (¡Era tan deprimente el color del uniforme escolar!), caminaba resignada y en fila india por el jirón Jorge Chávez con dirección al viejo cine ‘Danubio’… Yendo nos hacíamos la idea de soportar dos horas de alguna película llena de ridículos ‘animales’ danzarines, y lo más triste, tener que verla en un cine ‘de barrio’ porque siquiera el ‘Capitol’ era una sala de estreno Sin embargo…Sin embargo, lo peor estaba por venir para los de primer año, para hacer más ófrico nuestro destino, a mis compañeros y a mí nos tocó ir a ‘cazuela’, donde en vez de butacas habían largas bancas de madera; esas que se aún se pueden encontrar en los restaurantes callejeros de los ‘agachaditos’, donde venden caldo de gallina… ¡con presa o sin presa!
Bajito, maldecíamos más a nuestro profesor titular: “¡Qué pesado el Padre! Ni siquiera nos deja traer algo qué comer y, para remate, como no nos había absuelto de nuestra pataleta había llevado como refuerzo, al buen ‘Palmita’, nuestro ‘English teacher’. Además, como estrategia para que no ‘caigamos en la tentación’ ensayó la siguiente estrategia: Ubicó a “dos buenitos” a los lados de cada “zamarro de turno”... Yo, me disculpan, pero por entonces, pertenecía al primer grupo.
Con las cosas así, no nos quedó sino esperar el inicio de nuestra pesadilla…Apagaron las luces, se abrieron las cortinas (¡Qué tiempos aquellos!) y empezó la película… ¡Estaba en francés!… La introducción clásica, música, un listado de nombres… actores… director… Nunca olvidaré la primera escena… era de una chica metida en una tina, muy contenta ella pasándose una esponja…. A mi amigo José Luis A. se le cayó la mandíbula, Giancarlo V, muy italiano él, se santiguó… mientras tanto, el compañero al que debíamos cuidar… soltó bajito una palabrota y sonrió… “¡Qué paja!”

Yo, por mi parte, no sabía qué decir… cuando de pronto, en la peli, llamaron a la chica y ella empezó a incorporarse…. ¡Silencio absoluto! … ¡Hormonas en ebullición!… Por el rabillo del ojo vi cómo una gota de sudor rodaba por la frente del buen Padre y caía al suelo de madera… Felizmente se pasó a otra escena… El Padre, respiró… ¡Ahhhhh! –dijeron todos.

Una nueva escena, se suponía que había un desfile de modas y mientras un actor lo anunciaba… José Luis me pasó la voz: “Oye, si sale algo malo, hay que taparnos lo ojos… y a él también.” “¡Calla, sonso!” -le dijo nuestro compañero… Yo no pude decir nada… Había empezado “el desfile”… La cámara desde el suelo en contrapicado… aparecía una chica con una florida minifalda de colorines… se acercaba… caminaba… caminaba… ¡Sí, sí, sí! … se escuchaba como una letanía… Mi amigo José Luis se tapó los ojos con una mano y, con la otra, trató de hacerlo con nuestro compañero... Éste le tiró un codazo… Increíblemente, la chica seguía avanzando…. ¡Ya! ¡Ya! ¡Ya! -se escuchaba a los de platea… Y así, para beneplácito del respetable, la minifaldera pasó de largo ¡por encima del lente mostrando lo prohibido, su blanca trucita en pantalla de plata! “No mires, oye. ¡Es pecado!” insistió José Luis, cuando las otras quince chicas hicieron lo mismo que la primera… ¡Yeeeehhhh! -gritaron los mayores abajo…

Volteé y mi profe estaba, no sé si estático o extático… La película, con todo, no paró y para felicidad nuestra, prosiguió en ese tono sexy, con hartas chicas en minifalda, varias espaldas desnudas, sedas y transparencias…

Rollo 5 (epílogo)
Por fin terminó la peli y se encendieron las luces, Mr. Palmita, un verdadero santo el hombre, se había quedado dormido… Bueno, al menos, eso parecía… Bajamos por Jorge Chávez y doblamos a la izquierda por Arica y enteramos felices al cole… Casi nadie miró la iglesia ni la recién inaugurada estatua de San Juan Bautista que podría estar viéndonos con reproche. Al final, habíamos cumplido nuestra penitencia con creces, pues, ni siquiera nos importaron los cientos de piquetes que teníamos en las piernas por culpa de las pulgas: ¡Habíamos visto toditita la película sin chistar!
Fue una especie de “softcore” de los 70’s que no recuerdo ni cómo se llamaba, y aún cuando quisiera, no sabría cómo ubicarlo. Total, fue un adelanto del los años sin censura que llegarían de la mano de un caballero como fue el presidente Beluande y, como él decía: “¡Adelante!”

Nota al pie:
Así como hubo películas prohibidas, termino este post con una canción censurada, la que nunca se ha podido escuchar en su versión completa en ninguna radio, es "Je t'aime... moi non plus" ("Yo te amo... yo tampoco") con letra y música de Serge Gainsbourg; interpretada por él mismo junto a la hermosísima Jane Birkin.

¡José Luis, tápate los oídos!