viernes, 23 de julio de 2010

Lágrimas en vinilo.

Cuando era niño, siempre me llamó la atención averiguar cómo los surcos de los discos de vinilo podían producir música. Con el tiempo, malogrando uno que otro, comprendí que los surcos formaban en realidad una espiral, la misma que era leída por una fina aguja de diamante.

Desde mi “very first” LP, el bienamado “Mis canciones favoritas” del extraordinario Topo Gigio, los vinilos y los tocadiscos fueron mi fascinación y mi gran entretenimiento. Lo malo era que por entonces era muy difícil acceder a ellos tanto como me hubiese gustado. La radiola "Emerson" de la casa, “la sagrada” no se podía tocar sin la autorización de mi madre. Es más, estaba reservada solo para las fiestas o algún evento importante y, eso sí, bajo la estricta supervisión de uno de mis padres; en otras palabras, estaba censurada para “Mayores de 21 años con documentos probatorios”.
Cuando cumplí los diez años, tras mucho insistir, me compraron un tocadiscos portátil. Sin embrago, no fue el soñado y elegante tocadiscos marca Phillips ("¡Es para toda la vida!") que pedí; mi madre (siempre ahorrativa) compró un tocadiscos italiano usado: Uno de marca “Geloso”, ¡fabbricato in Milano!
El tocadiscos era una especie de maletín de color celeste que se armaba y desarmaba cual muñeco "Transformer". Tenía adosados, a ambos lados, parlantes a manera de delgadas columnas y al centro, el pequeño tornamesa crema con los controles de sonido en la parte superior. La única ventaja que encontré con relación al "Phillips" (aparte del precio), era que ese equipo era estéreo. De todas formas, las desventajas eran muchas; sobre todo el ritual para usarlo: 1º Desenganchar los parlantes. 2º Conectarlos. 3º Desenredar el cordón con el enchufe. 4º Lo más fastidioso: girar la perilla y procurar que no hiciera ruido... ¡Eso era imposible!

Con el tiempo me enteré que el bendito tocadiscos había pertenecido a una vecina italiana quien lo había guardado por años como recuerdo de su fallecido esposo. Debió ser por eso, que al encender el aparato hacía un “clic” fortísimo; subir o bajar el volumen implicaba un horrible sonido rasposo y lo peor para un protomelómano como yo, era el constante zumbido de fondo, el mismo que se incrementaba cuanto más tiempo anduviera encendido. Como en las personas, estos "achaques" crecieron con la edad. Sin embargo, me conformé. Algo era algo, peor era no tener nada. Además, el tocadiscos tenía una sorpresa: contaba con dos agujas, una fina, para mis adorados 45's y LP’s, y otra gruesa, para los discos de 78 revoluciones. Gracias a eso, empecé a escuchar también los discos que mi madre guardaba, los mismos con los que mi papá la había enamorado.
De esa manera, gracias a mi "Geloso" pasé muchas horas felices encerrado en mi cuarto, aporreando mi pandereta y tocando una y otra vez mis discos de "Los Beatles" (sobre todo el “álbum doble rojo”, mi favorito). Y es que la verdad, poco me importaba salir, compartir paseos o visitas. Prefería mil veces quedarme solo con mi música. No me importaban los parlantes ni su zumbido; la música era todo pues no solo me regalaba horas de diversión sino también de compañía.
Años más tarde, después de mi etapa escolar, llegó el tiempo de "ir a la academia" y prepararme para la universidad.
Era lo que había que hacer: Sin embargo, para mí, que había salido de un colegio de puros varones, que tenía dos hermanos varones, implicaba un reto inmenso: no tenía la menor idea qué significaba enfrentar al “sexo devil” (el error no es casual, pues algunas chicas que conocí, merecían ese hoy poco adecuado apelativo). 
Así, siguiendo el ejemplo de mi hermano mayor, me matriculé en la Academia Nobel y, sin entrenamiento previo, pertrechos ni municiones, ingresé a territorio ignoto. ¿El resultado? ¡Fracasé totalmente "en gran forma y brillante estilo"!
El origen de mi derrota residía en un hecho simple: No sabía cómo hablar con las chicas. No imaginaba cómo tratarlas y menos cómo manejarlas... Eso en sí era un problema, pero, para variar, yo lo compliqué cuando se me ocurrió, dizque, enamorarme. Entonces hice el tonto y el ridículo. ¡Hasta me enfermé! Y todo por fijarme en una chica que ni caso me hacía.
Aunque eran los inicios de los años 80's, en la academia conocí a Armando, un muchacho flaco y largo como un fideo. Además, era algo así como "el último romántico del mundo". Resulta que Armando se sabía y cantaba muchas baladas románticas clásicas de los 60 y 70's.  Gracias a él, mis compañeros y yo pudimos reencontrarnos con los temas clásicos de Piero, Leonardo Favio, Camilo Sesto, Rapahel y, sobre todo, de  "Los Iracundos". ¡Armando cantaba igualito que Eduardo Franco!
Así fue como entré al mundo del amor romántico y poco efectivo de las baladas. Empecé a descubrir nuevos horizontes musicales; esta vez con aquellas canciones que hieren el corazón y te hacen desvariar. Estaba en ese trance cuando me choqué con quien terminó por darme el tiro de gracia, uno que dio directo a mi corazón de adolescente tierno: Encontré a Ángela Carrasco.


La dominicana me hipnotizó con su voz. Hice una pausa con los Beatles y compré sus LP, soñé con sus canciones, y me saturé de sus canciones: “Quiéreme", "Es más que amor", "Oye guitarra mía", "Callados" (con Camilo Sesto) y tantas otras se convirtieron en mis favoritas. Ese año, en la Nobel y gracias a ella, no solo vivía para estudiar, sino que, para mi mala fortuna, empecé a perder la cabeza por una chica.

Ahora que lo pienso, me convertí en un verdadero “babas” por la joven; pues, no sé si porque el amor es ciego o porque perdí un poco el juicio, pues de pronto y ante mis ojos, mi musa, la niña con la que me encapriché, era ni más ni menos, igualita a Ángela Carrasco. (¡PLOP!)
Quizá fue por eso por lo que, cuando mi vida amorosa se caía a pedacitos tras los desplantes de mi "amada"; escuchaba una y otra vez "Cariño mío", la tercera pista del lado "B" de uno de mis  long plays.

¡Cómo lloraba viendo la aguja de mi fiel “Geloso” tocando una y otra vez “cariño mío, ¿qué será de mí, cuando las canas empiecen a salir?”, ¡cuántas lágrimas derramé recordando la indiferencia y malos modos de mi "Angelita"! Ahora, me da un poquito de tristeza recordar, no sé si por mí, por ella, o por mi pobre LP que nunca más fue el mismo después de tanto tocarlo…

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