domingo, 26 de octubre de 2014

Un violín - Parte 1

Hace unas semanas mientras participaba en un seminario taller sobre "autoestima y desarrollo personal", probablemente fui el único al que le llamó la música  de fondo del  "ppt" que usó la expositora en su motivación: Era "Edelweiss", la famosa melodía de Rodgers y Hammerstein. 
Ese fue el primer gatillazo a la memoria... 
 El segundo ocurrió minutos  después, mientras hacíamos unos ejercicios que incluían preguntas de tipo proyectivo. La más común: "Si fueras un animal, ¿qué animal serías?"  Las respuestas, por supuesto, también fueron las comunes: "Sería un  águila... una leona... un tigre..."  Yo, sin embargo,  me detuve en una que decía "Si fueras un instrumento musical. ¿qué instrumento serías...?"
Elegí esa pregunta  pues creo que desde pequeño tuve la respuesta.
-1-
Tenía 6 años y empezaba mi escolaridad. Mi salón: Transición "B". Mi maestra: La Madre Clemencia (más tarde, solo, Mery).
Sor Clemencia, una monja franciscana. andaluza para más señas; era una mujer vital, alegre, dulce, entusiasta y decidida. Para ella, su misión como maestra iba más allá de enseñar a leer y escribir al grupete de 59 niños que le había tocado; Mery tenía un imperativo mayor: Convertirnos en personas. Gracias a eso, a muy tierna edad recibimos nuestras primeras lecciones sobre la moral y la vida.
Si cierro mis ojos y vuelvo a Transición "B", aun puedo ver a una religiosa alegre, colorada, de mirada limpia, divertida y de ojitos vivaces; la puedo escuchar, cantando con su voz tan peculiar, llena de quiebres típicamente andaluces. Y si escarbo más en mis recuerdos, también encuentro a la mujer buena y sensible, dotada de una inagotable delicadeza, la misma que lograba mover nuestros corazones y nos animaba siempre a esforzarnos por ser buenos.
Y es que Sor Clemencia fue una monja que rompió el molde; tenía el don natural de ser tierna como una madre, cercana como una amiga, pero firme y decidida como una valiente exploradora. Bueno, así la veía yo. Sin embargo, lo que la pintaba de cuerpo entero era su enorme corazón y, sobre todo, su dulzura para decirnos las cosas, aun las más duras. Recuerdo el día en que nos habló de cómo nuestro amiguito Nakamine (en ese tiempo todos nos conocíamos por apellido) ya no vendría más al colegio pues "había partido a la casa del Padre en el Cielo, que estaba muy bien, que era muy feliz y que desde allá nos miraba contento". Nos sonó tan bonita la manera en que lo dijo que en vez de entristecernos, todos nos alegramos por nuestro compañero pues, siendo tan chiquito, había tenido tamaña suerte. A lo lejos veo el rostro de Mery, enmarcado en su toca, de pie al lado de su escritorio, mirándonos entre sorprendida y satisfecha; no solo por el efecto de sus palabras, sino por la enorme inocencia que veía en nosotros.
Clemencia fue maestra por vocación; parecía no cansarse, estaba con nosotros todo el santo día; no solo se contentaba con hacer que respetáramos los turnos para usar los juegos del patio (especialmente la especie de mini carrusel de fierro que era la adoración de todos), sino que gustaba de contarnos cuentos y sobre todo historias bíblicas. Su estilo era peculiar, no usaba láminas ni presentaciones digitales como ahora, sino que mientras narraba, iba dibujado en el pizarrón lo que nos decía. Hablaba y dibujaba; siempre era así, hasta el día en que hizo algo diferente: Había terminado el recreo y la Srta Olga, nuestra auxilar, era la que nos había acompañado. Nos lavamos las manos, nos arreglamos el guardapolvo plomo y al entrar al salón notamos que había un dibujo en la pizarra: Mery había usado todas las tizas de colores y había dividido la pizarra en dos partes; a un lado, se mostraba un camino ancho, lleno de flores y pajaritos que se perdía en el horizonte; al otro, el dibujo era el de un camino angosto con piedras y espinas pero que se proyectaba hacia arriba, hacia un punto de mucha luz... La historia se refería a un pasaje de la Biblia del Evangelio de San Mateo sobre los "caminos de la vida". Mery fue tan convincente que al preguntarnos cuál camino elegiríamos, todos al unísono levantábamos las manitas y decíamos "El angosto, Madre, ¡el angosto!" En verdad, no sabíamos lo que decíamos; sin embargo, cuánta verdad había en lo que dijimos: el camino angosto, sea como sea, es el más parecido a la vida real.
-2-
Para Sor Clemencia la música era algo importante; la amaba. Recuerdo muchas veces, cuando estaba en el patio, la oía tararear bajito. Años más tarde, ya fuera del convento, descubrí que gustaba cantar tonadillas, coplas, arias de zarzuelas y algunos cuplés con una voz melodiosa (para mí, muy parecida a la de Libertad Lamarque). ¿Imaginan a la Lamarque cantando "La Violetera"? Pues bien, algo así era la voz de Mery. Pero, mientras fue nuestra profesora, solo la escuché cantar canciones religiosas y algunas escolares. Supongo que fue por eso que Clemencia se convirtió en la más tenaz difusora de un método de "lectoescritura" que privilegiaba el uso de juegos y canciones: Era el "Método Peruano de Lectura y Escritura" cuyo libro emblemático, "Los juegos de Desito", le había dado en la yema del gusto.
Hoy más que nunca, entiendo que el mérito de Sor Clemencia fue hacernos aprender disfrutando las sosas canciones del "Desito", las mismas que usábamos para reconocer las letras "a" de ala, "e" de ejercicio, "i" de imán, "o" de ojo y "u" de uña". Lo mismo sucedía con las melodías para enseñar a escribir: "Bajo muy contento y dando la vuelta; bajo despacito, viene la colita y juego así: a. Subo muy contento, entro al corralito y bajo cantando, subo un ratito,  y juego así:  e..." Así, mientras Sor Clemencia se esmeraba en enseñarnos todas y cada una de las benditas cancioncillas, nosotros, ejercitándonos, ejercitándonos, cantando y cantando, pasamos de analfabetos a lectores, no solo de letras, sino también de muñequitos de palotes;  y además, gracias a cientos de planas, empezamos también a escribir decentemente, usando (por supuesto) la letra tipo Palmer, grande, redonda y elegante.
Felizmente, Sor Clemencia no se contentó con repetir las canciones insulsas del "método Desito", hechas para cuestiones tan mundanas como leer o escribir;  ella, mujer de fe hasta el final de sus días (me consta), quiso usar la música para transmitir algo más, algo muy diferente y muy lejano de ese terrible velo fatalista que a veces cubre a la religión; en el caso de Mery, fiel a sus principios, quiso darnos una visión más alegre y esperanzadora de la fe; por eso, no tuvo mejor idea que tomar una melodía de la popular película "The sound of music" (conocida aquí como "La novicia rebelde") y, usando el "Do Re Mi", con palmas y potente voz, hizo que todos, incluido yo y mi pobre voz, cantásemos una y otra vez y a voz en cuello:
"Donde quiera que tú estés
Reine la paz y el amor
Mira siempre hacer el bien
cilmente lo podrás.
Solamente has de seguir
La doctrina de Jesús
Si la sigues como luz,
un apóstol tu serás...
DO RE MI FA SOL LA SI
SI LA SOL FA MI RE DO..."
(Do Re Mi - versión de Sor Clemencia - 1970)
Y aquí, parte de la versión original en la voz de Julie Andrews;