jueves, 24 de diciembre de 2015

Cuento en Navidad

(Para Mariano)
Érase que se era una playa de piedras, piedras grandes y chicas, redondas y frías. La playa era gris, no muy popular entre los animales pues a todos los gustaba las de arena fina, esa que brilla con el sol.
A esa playa solía ir un oso a descansar. (¡Qué!  ¿Qué hace un oso en una playa...? No lo sé, pero al oso de la historia, le venía muy bien.)

Al oso le gustaba sentarse muy lejos de la orilla y por la tarde se quedaba mirando el sol ponerse en medio de la bruma. Un día, algo le llamó la atención, era una pequeña ratoncita que dando saltitos se metía entre las piedras, cerca al agua.
La ratoncita no se percató del oso, por eso cada día se sentaba también frente al mar y se quedaba allí por horas, quietecita, mirando el horizonte, como esperando una respuesta. A veces el oso la escuchaba llorar bajito y otras veces cantar. Al oso le enternecían sus canciones porque hablaban de una vida más feliz y llena de amor. Lo que el oso no sabía era que la ratona estaba huyendo de algunos de los suyos que la habían maltratado. Por eso había hecho su morada donde se sentía más segura.
Cierta tarde la ratoncita notó que algo que brillaba entre las una roca cerca al agua. ¿Qué sería?, se preguntó. Se acercó y encontró un huevecillo extraño junto a restos de muchos otros que ya habían eclosionado. Pero ése no lo hacía...
La ratona dudó, no sabía qué hacer. Pensó que no podía dejarlo a su suerte, pero tenía miedo...
- ¿Que has encontrado?  -preguntó una voz detrás y ella se sobresaltó.
Era el oso calmoso que se había acercado.
-Es un huevo atrapado en la roca. -Respondió ella sin pesar...
-¿Y qué harás? - volvió a preguntar el oso
-No lo sé -dijo ella- pero algo me dice que debo cuidarlo.
-Entonces  hazlo. -dijo el oso y volvió a su lugar, lejos del agua.
Los días pasaron, la ratoncita cuidaba de que no se acercara ningún pez al huevecito... El oso por si parte, sin decir nada (y venciendo sus temores) con mucha delicadeza metía un dedo, removía el agua, la limpiaba y le decía algunas cosas al huevecillo.
Una semana más tarde el huevecito se abrió y un calamar pequeñito y cabezón salió nadando.
¡Había nacido! Y en ese mismo instante nació también algo en el corazón de la ratona.
-¿Y qué harás? - Era otra vez la voz del oso que hablaba detrás.
Esta vez la ratoncita no dudó: ¡Voy a cuidarlo hasta que se pueda ir a la mar!
-¿Lo deseas?
-Sí, ¡y mucho!
- Pues hazlo, ¡yo te ayudo!
Los ojos de la ratona por fin se cruzaron con los del oso y se atrevió a decir:
-¿Te puedo preguntar algo?
El oso asintió.
-¿Que le decías al huevecito cuando te acercabas?
-Le decía: ¡No estás solo!
Entonces el bebe calamar, con sus enormes ojos verdes, los miró y sonrió.


Nace del corazón

Entramos al colectivo con los bultos, poco más o menos huyendo del bullicio de la calle y de los miles de compradores de último minuto.
¿Y, no te cansas? -preguntaste de pronto.
-No, amor, esto es lo que quiero hacer. - respondí casi sin pensar.
Entonces cerraste un ojito en tu guiño caracteristico de duda...
-De cansarme sí; me duelen los pies y me estresa la bulla... pero estamos juntos, es lo que importa. Esto es lo cotidiano, no es otra cosa, es lo que deseo a tu lado.
El auto arrancó en medio del tráfico y sentí que era allí donde quería estar.

Nace del corazón...

Todos se han ido, tienen dónde ir; yo no te tengo a ti.
Mi mente lo acepta, lo entiende; mi corazón se rebela y reclama.
Respiro... mi corazón que es mi esperanza; te siente, te anhela, te extraña, te quiere.

Todos se han ido, tienen su espacio, yo no te tengo a ti.
Parte de mí entiende, mi alma no; ella siente el vacío; por eso, el delirio, la locura.
Respiro... mi alma que es mi amor, me anima, me dice: sueña, confía y lucha.
En mis oídos, el timbre de tu voz cantarina
en mi manos, la sensación del anillo sencillo, nuestra alianza
en mis ojos, la paz de tus ojos bonitos
en mi piel, aquel último abrazo de niña feliz, en medio de la calle, diciendo te amo.
No hay nadie ya, 
quisiera gritar que mi alma desborda,
que los espacios de mi ser están llenecitos de ti,
que te amo, aunque lejos estoy de ser quien mereces.

No hay nadie ya
Todos se han ido...
Y es tu amor que se mueve dentro mío,
y, de pronto, renazco otra vez
pues levanto mi rostro y te veo.
(23/12/205)

domingo, 8 de noviembre de 2015

A ti

El susto había  pasado. Entre todo, lo bueno fue que pude estar a su lado.
Aun cuando estaba un poco nerviosa todavía, salimos; ¡había cosas que hacer!
Tras cruzar una pista, corriendo para que no nos atropellen, ella sonreía...
-¡Ya puedo hacerlo más rápido, ji ji!
Subimos de un salto a la vereda y al hacerlo me dijo que se sentía muy bien porque estaba un poco "como antes".
Yo solo sonreía y apretaba más su mano.
-Al otro lado de la calle, había varios vendedores y ella se soltó.
¡Mira, mira! - dijo ella, dando palmaditas.
Era un vendedor de toda clase de "snacks", papas y camotes fritos, chifles, cancha dulce y salada.
-¡Quiero eso!
-Joven, ¿me da por favor...? 
-De cual quiere, escoja no más.
-¡Genial!
-Aquí tiene.
-Pero... ¡no hay camote!
-Joven, ¿me pondría un poco de camote? ¿sí?
Entonces la  vi... y era una niña, tierna, dulce... 
Tres días después, saliendo de comer, debíamos apurarnos, ¡había que regresar! Yo entendía que sí.
Apurados pasamos por un pasillo ancho lleno de tiendas pequeñitas y una, muy colorida y llena de botellas y pomos repletos de dulces te llamó la atención.
-¡Oooh, qué lindo!
¿A cuánto está, señorita?
Otra vez la vi... y era una niña, tierna y dulce...
¡Y me vi! Era yo un hombre feliz.

Como otras veces, me levanté "sintiéndote" como nunca. Así me sucede a veces, y, en días como hoy, eso me angustia pues me hace notar tu ausencia. Sé que de alguna manera, hay muchas cosas que nos conectaron desde siempre.

Tus ojos
Recuerdo la primera vez que me topé con tu mirada: Habían pasado pocos días de conocernos y tuve que darte una indicación sobre algo que hacías en tu trabajo; te hablé y me encontré con tus ojos.
¡Ese (lo entiendo ahora) fue el momento definitivo!
Desde entonces ya no fuiste una persona más sino alguien especial, distinto, único en medio de otras personas. Y aunque no podía confesármelo, quizás siempre lo sospeché pero mantuve que guardarlo en mi corazón. Total, para mí eras como una estrella: ¡inalcanzable!
Tus manos
Fue casualidad. Estábamos de retiro y nos tocó formar parte del mismo grupo. En medio de una actividad, hubo que discutir un tema religioso y te escuché. Hasta entonces, no lo había imaginado, hablaste poquito pero se notaba que sabías bien lo que decías. Así, al momento de plasmar lo que habíamos conversado en un papelote, no dudé en decir que tú lo harías. Sabía que no te negarías.
Tú no te amilanaste. Como algo natural, pusiste el papel en el suelo, te arrodillaste, tomaste los plumones y con letra bonita, colores y mucho esmero, escribiste nuestros pensamientos.
Allí entendí que tus manos eran capaces de cosas hermosas.

Tu cabello
Por entonces, habíamos hablado pocas veces; sin embargo, las veces que lo hicimos habían sido especiales. Al menos, yo lo sentía así y creo que tú también valorabas esos espacios pues coincidíamos y nos sentíamos a gusto.
Entre tanto, el tiempo pasaba y tú empezabas a florecer...
Recuerdo que pasaba por el pasadizo frente al salón donde estabas y de pronto me llamó la atención tu cabello, lo habías aclarado, estaba arreglado y se te veía bonita. No sé de dónde saqué el valor para decirte algo así como: ¡Se te ve bien!
Me arrepentí... Ni bien hube terminado de decirlo me di cuenta que había sido "mucho" para ti; te pusiste colorada  avergonzada y no tuve otra opción que disculparme. ¡Perdón, perdón, perdón!
Tus pies
¿Y qué hago? ¿Cómo empiezo? -me preguntaste.
Yo, ingenuo, te  aconsejé sin sospechar que tú sabías exactamente cómo hacer las cosas.
Llegado el momento solo te pusiste frente a todos y empezaste a hacer lo que mejor sabes, lo que es parte importante tuya: ser catequista, sentirte viva y feliz. 
Pues bien, ese día tus no paraste de moverte de aquí para allá. Nos hiciste reflexionar, reír, llorar y también bailar... Ese día estabas perfecta y como muchos, te adoré. Curiosamente, tus pies marcaban el paso aun cuando en ese preciso momento tu vida parecía estar fuera de compás.
Tus mejillas y...
Hacia finales de ese año, empezabas a vivir cosas muy fuertes: esta vez  no eran solo problemas de trabajo, ni con tus compañeras; esta vez no era "Francisca" la planta que se estaba muriendo en tu aula; esta vez era tu vida misma la que se estaba afectando y, aunque tú misma no lo imaginabas, las decisiones que ibas  a tomar pronto afectarían tu futuro.
Empezó el año, y un día por fin hablaste, te abriste como nunca antes lo habías hecho conmigo y de pronto sentí que quería estar a tu lado en lo que se te venía; te pedí que confiaras.... así lo hiciste, y desde entonces, poco a poco, te animé a ser valiente (y yo también). Recuerdo que muchas veces antes me habías dicho que no era bueno llorar, que no se "debía" hacerlo; pero, ese día fueron tus mejillas coloradas las que te traicionaron y lloraste carmesí.

Finalmente, tu corazón
Nunca te había visto llorar como ese día. Lo hiciste bajito, sentada a mi lado, casi sin mirarme, solo posando tus ojos en la cruz que había en la pared. Era un año nuevo año y por varias semanas percibí que algo no estaba bien. Al parecer nadie lo notaba. El tiempo de prueba había llegado y aun antes que me lo dijeras, yo ya lo sentía pues estaba pendiente de ti.
En medio del dolor, al escucharte descubrí tu corazón. Descubrí que a pesar de la tempestad, era fuerte, grande y hermoso, ¡mucho!
Hoy
Hoy es un día difícil. Lo sentí desde temprano, pero como me enseñaste, lo ofrecí. Y es que días como este me hacen notar lo increíble que resulta verte caminando a mi lado, me hacen pensar en cómo te siento dentro mío y de qué manera te volviste parte de mí... Quizás por eso (atrevido yo) vivo, sueño y deseo; por eso, como anteayer, ¡hasta me atrevo a cantar!

sábado, 26 de septiembre de 2015

Y l@ dejaste volar

Era una reunión donde ninguno de los dos estábamos del todo encajados. A diferencia de la joven,  yo estaba acostumbrado a estar solo; ella por su parte, separada hacía poco, parecía el cromo suelto de un álbum, ¡sin lugar!
-Te sientes rara, ¿no?
-Sí. ¿Cómo te has dado cuenta?
-Pues por tu mirada perdida y de cómo evitas mirar a las parejas.
Ella quedó sorprendida y solo asintió.
-Estás triste y mirándolos te duele estar sola, ¿no?
La mujer levantó la cara y parpadeó con rapidez como queriendo que sus ojos no se aguaran. Entonces lamenté haber hablado; para mí era tan obvio lo que vivía que no pude evitar sentir compasión por ella.
Sé que no suena muy "de hombres"pero a lo largo de mi experiencia escuchando a personas, son más las mujeres con quienes, sin decírselo, he coincidido más en saber reflejar cómo se siente la soledad.
Es curioso pero hay patrones que se repiten, seas varón o mujer.

I
Hoy lloré y, como otr@s tant@s, lo hice en la ducha, pues así no se nota... Ducharse es un ejercicio diario donde generalmente mi mente se despeja y se me ocurren muchas ideas (algunas buenas, la verdad). Esta mañana las ideas no llegaron; solo vino a mi mente ella y fue demasiado. Extrañarla me dolía y no tenerla, ¡aún más! Por eso desbordé...
Ver mis lágrimas corriendo por el piso en una mezcla de agua y jabón y ahogar un grito en mi garganta fue una sola cosa y, repito, ¡fue demasiado! Solo pedí bajito a Dios que no me alejara de ella; que cada cosa que habíamos vivido no hubiese significado nada... En realidad, la sensación de perderla estaba siempre presente. Curiosamente, solía aparecer cuando estando a su lado percibía que de alguna manera ella no estaba allí conmigo... A ratos, su mirada se perdía y sus silencios se hacían largos, ellos eran evidencia de sus temores. Y hasta su sonrisa y gestos muchas veces sabían ocultar su tristeza: Años de labor pastoral, oratorio, fiesta y espiritualidad habían forjado a pulso su "experticia" en mostrarse luminosa y en esconder lo que en realidad le dolía, ¡aún a ella misma! Hoy, siento con tristeza que eso mismo es lo que parece alejarla y me impide sintonizar del todo con lo que desea, con lo que yo también sueño y espero.
II
Hoy lloré y, como otr@s tant@s, fue de noche y en mi cama, mi único espacio privilegiado. Allí es posible desahogarme a mis anchas y reclamar; allí vale todo, hasta añorar el amor esquivo. Hoy en día, aunque no lo hago tan seguido, a veces me quiebro cuando mi lado más humano (y mundano) produce pequeños "hipos" en mi fe y en mi confianza.
Hoy, repito, lloré (Dionicio, tu oso, lo sabe) y fue extraño pues te había visto y habíamos estado bien: así, cursi como suena, Te había mirado, escuchado, mimado en lo posible y más que nada me había perdido en tus ojos, tanto, que de pronto el mundo alrededor desapareció y "lo nuestro" encontró su espacio y su sentido.
Todo eso cambió mientras tumbado en la cama, leía. El libro de Murakami hizo que me agitara. Increíble como suena, la historia de amor de la novela (una de un amor pasado) hacia que mi respiración se entrecortara pues me di cuenta de algunos detalles: hoy te había visto contenta, cantabas pero en un instante te pusiste pensativa, como atrapada en tu pensamientos. Conocía esos momentos y mi mente me traicionó: ¡Te perdería! ¡Te irías! ¡No podía soportarlo! ¡Era mi misma historia desde hacía un tiempo! La del perdedor, la del que no le toca ser feliz, la del que siente que aún esforzándose no logra lo que desea.
¡Y lloré!
III
¿Perderte o dejarte ir?
Querer no hacerlo y sentir que a veces parece que es lo que quieres sin querer.

viernes, 25 de septiembre de 2015

A mí no me tocó

Te sentías tonta, estúpida y, aunque  no lo dijeras, entendí que a pesar de todo y de alguna manera, habías seguido confiando. Comprendí que en el fondo de tu corazón había quedado un rescoldo de tu apuesta, una brizna de tu amor, una chispa de esperanza; algo así como unas ganas locas de creer que no todo había sido una mentira.
Por eso, fue tan sencillo como leer algunas líneas en un papel y luego quedar sepultada bajo el peso de la decepción.  El monstruo de tu cólera despertó y empezó a golpear sin piedad a todos; pero más que a nadie, ¡a ti misma! El dolor y las cosas del pasado volvían a perseguirte gritando: ¡ingenua tú! ¡idiota tú! ¡no mereces ser feliz! ¡no vale la pena arriesgar!
Entonces dijiste ¡basta! El engaño y la rabia te quemaban por dentro y peor aun porque no podías dejar de sentir piedad por él... Yo, sin saber qué más hacer, trataba de entender cómo, por más que quise, nunca pude llenar tu vacío.
Tú decidiste que no podías amar, que no ya podías volver creer en nadie. Y aunque muchas veces antes lo habías dicho, está vez sentí que de verdad habías tirado la toalla, te habías rendido, habías abdicado a tu felicidad. ¡habías renunciado a la batalla!
Él te había dañado, lo sé, pero lo que me dolía era sentir que su daño se convertía en tu culpa. Sé que hay quienes dicen que él "te perjudicó"; yo no lo creo así. Tu "razón" es más que una bendición. Sin embargo, sé que el sí te hirió; pero no solo a ti, sino a muchos de los que aún seguimos a tu lado. "Todos perdemos" - te dije y te lo repetí más de una vez para que entendieras.
Hoy eres como agua que escapa entre mis dedos. ¿Será que tenía una misión contigo y ya está cumplida...?
Hoy siento que de entre muchos, a mi no me ha tocado ganar. Entonces, solo me falta morir del todo pues contigo muere una parte más de mí. 

miércoles, 26 de agosto de 2015

Desea, quiere, ama

Forzar la escritura es malo, a veces uno no dice lo que quiere decir, dice Don Julio. En mi caso, nada me fuerza, son cosas que (como tú) nacen del fondo del corazón y se reflejan de alguna manera en estas líneas.
24-08-2015

I
Como siempre, deseaba verla y más ahora. Sin embargo, en las nuevas circunstancias y aceptando lo que me pidió, no lo hice. Entendí que era necesario "ir más lento y ser prudentes"; ¡ni modo! Pasaría el día viendo qué podría hacer pero cumpliendo también otro pedido que me hizo: ¡Aproveche para pensar!
¡Ja! Si supiera que lo hago todo el tiempo... lo mismo que recordarla.

II
Era sábado y ocho o nueve meses antes simplemente habría cumplido mi ritual: trabajar o estudiar por la mañana (me gusta y no me cuesta); luego, almorzar (si me provoca) y finalmente, ir cine (mi pasión). Imaginé entonces que podría hacer lo de siempre; sin embargo, ese día no fue fácil...
Allí estaba mirando la cartelera del multicine, viendo qué película podría ser y, aunque tenía tiempo y varias opciones, sentí que no podía. Me senté en una banca frente a la boletería y miré alrededor; hacía unas semanas habíamos estado aquí mismo y hoy su ausencia me hacía sentir un vacío en el pecho. Pude comprar la entrada por costumbre, igual que tantas veces antes; sin embargo, ese día no fue suficiente para hacerlo.
(Tú me dijiste que pensara. Recuerda. Y lo estaba haciendo.)
III
Caminando y de regreso a "casa" recordaba todo lo que habíamos vivido una semana atrás y cómo eso que nos unió de una manera hermosa, ahora parecía limitarnos. Anduve así cavilando hasta que pasé por la librería e imaginé que podría ver algunos libros. Fue extraño, no aguanté mucho, de hecho, rápidamente y sin mucha emoción compré un libro de Murakami. Fue raro pues, inmediatamente como que me arrepentí... Me pregunté: ¿para qué?
Saliendo del local vino a mí mente aquel día de marzo (la primera vez que salimos) cuando en medio de la ola de calor de inicios de otoño, en esta misma librería nos achicharramos de calor pero nos sentíamos felices por compartir tiempo juntos (¿recuerdas?).
(Como ves, obediente, seguí pensando.)

IV
Cerca a "casa" fui al supermercado  y compré fruta para comer. Al retirarme, algo de la tienda especializada en electrónicos me llamó la atención: eran dos modelos de tornamesas con conexión USB. Detenido frente a la vidriera pensé en mis viejos vinilos, en cómo desde muy chico los atesoré y en cuánto me gustaría volver a escucharlos y en la posibilidad de digitalizarlos... Por un instante imaginé que así no la recordaría, sin embargo, me equivoqué. Pensaba más en ella, en mí, en él y en todo esto que casi no temía sentido ya...
-Pase, señor. ¿Desea verlos mejor? Están de oferta... le enseño cómo funciona...
- No, no gracias. Ya lo veo desde aquí.
- Usted debe ser amante de la música, no todos...
La chica empezó a darme un "speech" sobre quiénes se interesan en estos aparatos aparentemente obsoletos, sobre el sonido de los discos "antiguos" pero ya la escuchaba, en realidad, me agradaba la idea de tener el aparatito de marras pero, otra vez sentí que, ¡no era suficiente!
Y fue en ese lugar, frente a una tienda, en un momento tan prosaico que pensando pensando (como me pediste), entendí algunas cosas sobre el amor... Entendí que amar es mucho más que solo gustar, más que solo querer; pues, en ambos casos, es posible renunciar, dejar o postergar. Y aunque digan que el amor implica renuncia (será cuando es imposible o no correspondido), en nuestro entendí que amar significa más bien no renunciar. y, hacerlo con convicción.
Así, desear, gustar, querer se resumen en el amor, pero lo hacen de manera particular en aquella persona que amas; por es eso que brota de lo hondo es fuerte y complejo, y por eso deben venir de la mano de una decisión, de una voluntad consciente de optar y arriesgar.
Amar puede ser sencillo y no serlo al mismo tiempo (lo sabes ahora). Amar invita a pensar y a no hacerlo mucho (pues a veces te agobia); amar implica mirarse y reconocerse (reencontrarse diría). Y finalmente, amar invita a no temer, a perdonar, perdonarse , pues solo así, es posible avanzar.
(Y así, en estos tiempos de prueba, donde el amor es lo único que nos animará a cuidar "lo nuestro"; como ves, sí pensé y ¡bastante! Felizmente, llegué a lo mismo que deseo, quiero y siento: Que te amo más y es necesario estar unidos y perseverar... si deseas.)

sábado, 8 de agosto de 2015

"Lo nuestro"

-Te escucho y me alegra. -dijo ella. ¿Tienes fotos?
-Sí - respondí y le mostré algunas que guardaba.
Te veo bien. ¡Contento sobre todo! Si no supiera lo que has vivido, me preocuparía más.
No es sencillo y lo sabes, ¿no?
La mire y asentí sin titubear.
-A ti no te puedo mentir. Lo sé. Lo mismo me dijo M.E. 
-Pero. ¿sabes? Me da gusto que te estés dando una oportunidad. 
Entonces me miró directamente.
-Sí - respondí y sonreí.
-Amiguito, estás haciendo algo distinto. ¡Estás viviendo el momento!
-¿Cómo? -repliqué sorprendido.
-Sí, vives cada momento, cada día y lo disfrutas. Es algo nuevo en ti y no es malo...

Lo nuestro

Lo nuestro no empezó un 31.1 (Santo Día)
se gestó de a pocos 3 años atrás
Lo nuestro (tú lo llamaste así),
es algo delicado, algo para cuidar.
Lo nuestro no es lo usual
pero ES, y eso importa.
 Lo nuestro se construye en la paz y en la tormenta
pues ambas nos fortalecen y nos animan a avanzar.
Lo nuestro vive del agua y de las piedras
de un otoño de siembra y una invierno de cosecha.
Y así, lo nuestro florecerá
como él que viene, el que nacerá
y será una realidad diaria
como el que tiene tu nombre y el mío
los nombres y apellidos
del amor.
Y, por primera vez, con aires bien chalacos, una salsa...

miércoles, 29 de julio de 2015

Antes y ahora

Estabas más que triste. Personas que sentías como amigas incondicionales, algunas parte de tu vida, te hacían daño. Como otras veces antes, confiaste en mí...
¡No uses tu trabajo! - te dije- ¡Menos a los niños, tus alumnos! -añadí- Ambos pueden ser escapes, formas de huir que solo te distraen; al final no te ayudan, no enfrentas y todo estará allí mismo cuando no estés trabajamdo.
Me miraste, no dijiste nada, pero sé que dolió mucho. 
Y es que cuando te hablaba, de alguna manera extraña, me hablaba también.
Hoy, ha pasado casi un año de eso y las cosas han cambiado y mucho. La vida te sonríe de otra manera. Más seria y demandante quizás, pero buena, lo sé.
Hoy, providencialmente, tengo el privilegio de caminar a tu lado y comprendo (como te lo dije alguna vez) todo lo que ha pasado nos ha llevado a estar aquí, juntos.

Antes y ahora

Antes
el cine
los libros
estudio, trabajo
mil recuerdos.
Ellos y  el silencio
mis compañeros,
mis formas de escapar
Él me hablaba de lejos...

(Felizmente, a veces lo escuchaba.)


Ahora
estás tú, estoy yo.
y es Él quién se acerca.
Ahora y antes
te quiero,
como entonces
pero hoy mucho más.

martes, 28 de julio de 2015

Chalaquita

Hoy 28, ¡Fiestas Patrias!
Para ti, que no te gusta usar la escarapela, que has marchado por la Sáenz Peña y Nicolás de Piérola haciendo evoluciones y has tendido que estar horas sin reír.
Para ti, Chalaquita te escribo.

-I-
Con el Callao he tenido una relación extraña. De muy chico recuerdo las veces que mi madre me llevaba a visitar a su padrino que vivía por la plaza Bolognesi, cerca de la antigua fábrica de cervezas "Pilsen". Eran visitas extrañas. De hecho, la relación de mi madre con su padrino lo era: él siempre reclamando que ella "tenía que ver por él", "que él era un Aurich", "que la había llevado a la pila, que había sido como un padre desde pequeña"; y ella, dándole el dinero que podía (intuyo ahora) a espaldas de mi padre.

También recuerdo cuando íbamos, con mi madre y mis hermano, en el auto del tío Juan, a la Plaza Grau; esa que queda cerca al embarcadero. Allí se comía en huariques o en algunas vivanderas que ofrecían desde filetes de pescado frito hasta lo más pobre: hueveras fritas o un plato lleno de pejerreyes arrebozados. Yo no comía, solo miraba, pues se me había quedado grabada la orden de mi pediatra, el doctor Montenegro, cuando tuve hepatitis; él, entre varias cosas, me prohibió el pescado. ¡De lo que me perdía!

Y también me perdía de mirar el mar pues solo lo hacía de de lejos. Mi pavor era grande y allí, cerca al muelle, estaba "mi demonio", demasiado cerca. Y es que la plaza Grau no era como el malecón de La Punta, donde no se veía mucho el agua; donde yo la pasaba bien, donde comía canutos de vainilla, mirando la casona Rospigliosi y correteando para hacer volar los avioncitos de tecnopor que mi papá me compraba.
En Grau el agua se podía ver de cerquita y yo temblaba de pies a cabeza cuando mi mamá nos acercaba. Era un miedo atávico el mío, pero miedo al fin. Temía al mar y peor fue cuando, en otra playa (Pucusana), mi tía Teresa, dizque para hacerme perder el miedo y a pesar de mis súplicas me llevó cargado lejos de la orilla y me sumergió diciéndome: ¡No sea miedoso, Fernandito! ¡Non abbiate, paura! ¡ragazzo mascalzone! (La frase con que el querido Juan Pablo II inició su pontificado, nunca fue tan terrible.)

-II-
-Vamos a la playa al Callao, tía. - dijo mi prima.
¿A qué playa? - preguntó mi madre
-Cerca, tía. - replicó Betty 
-A Chicuito en La Punta, ¿lo puedo llevar? - preguntó.
-Ya, pues. Edgardo, acompaña a tu prima. - terminó por decir mi madre.

Por entonces era un muchacho de 10 u 11 años. En La Punta había pasado días buenos junto a mi hermano mayor cuando íbamos a la casa de uno de sus amigos. Peñailillo era su apellido y, aunque siempre peleábamos por lo de la "Guerra del Pacífico" y la imagen de Miguel Grau, (él era chileno), la pasábamos bien jugando en su casa en forma de barco ¡con ventanas del claraboya incluidas!

Al llegar a la playa lo que me gustó era que no había arena, solo unas piedras enormes (más grandes que hoy). Mi prima Bety, 8 años mayor, había sido la "hija" que mis padres engrieron cuando era enamorados y era por entonces una joven no mal parecida. Así lo comprobé cuando al recostarse sobre una toalla, las miradas iban hacia donde ella estaba y yo, me quedé medio turbado, pues nunca la había visto tan descubierta.
Recuerdo hasta ahora las miradas de muchos muchachos que sonreían como tontos. y otros que hacían mil cosas para llamar su atención: Unos se quitaban las camisas y salían corriendo a la playa y se zambullían esperando que ella los miraba, otros se paraban con su mejor pose, metiendo la panza; no faltaban los que pasaban y repasaban por la verdea cercana, queriendo hacer piruetas con sus bicicletas; todos se la quedaban mirando, esperando quizás que sus ojos se cruzaran. ¡Pobres ilusos! Lo que no sabían era que mi prima era súper cegatona y no veía más allá de un metro a la redonda.

Yo solo me hacía el loco y no perdía de vista las olas que rompían.
-Betty, ¿ya nos vamos? 
-Ay, primito que apurado eres. Si estamos solo una hora.
-Es que me... estéé... no sea que el agua avance hasta aquí.
-No, pues, eso es más tarde. 
-Es que... una vez... se salió... y yo... esteee...
-¿Qué? ¿No me digas que le tienes miedo al agua? Anda, métete, date un chapuzón.
-¿Yo? No, no tengo truza.
-Ah. Bueno, mejor,.. Mira, ¡alcánzame la bolsa!
-Ya, toma.
-Bueno, ahora sí, échame.
-¿Qué? ¿Que te eche?
-Sí, échame esto. Es bronceador, Yo no puedo.
-Ya, pon tu mano.
-Ay, primito, que zonzo eres. Yo no puedo echarme en la espalda
-¿Cómo? Sí... yo... esté...

Así fue que allí (en La Punta, en el Malecón Figueredo) perdí una partecita, una muy chiquita de mi inocencia: Allí, vestido con camisa manga larga, pantalón, zapatos y un espantoso sombrero de paja; allí, mientras le echaba bronceador a una chica de 19 años frente a los ojos libidinosos de decenas de muchachos; allí, rojo y sudando de pies a cabeza, sintiendo mil cosas raras y, lo peor, con mis manos pringosas, las que que finalmente tuve que lavar rapidito en el agua de la playa.

-III-
¿Quién diría que entre el malecón Grau y la playa Chicuito encontraría que podía caminar a tu lado? ¿Quién habría pensado que tú, pequeña Chalaquita, harías que perdiera el miedo al mar y hasta que  me atreviera a dar un paseo en lancha en una tarde fría y con garúa? ¿Quién diría que mojando mis pies en las mismas aguas de antaño, vería ante mí el desperdicio de muchos años de mi vida? ¿Quién diría que allí y con una piedrita en tu pancita no deseara más que tu compañía?

Así, pequeña, ¿quién diría que chalaca sería la mujer más dulce, generosa y buena que el Señor me dio? Y, ¿quién diría que en La Punta encontraríamos nuestro "refugio" donde me reecontré y redescubí que es posible amar?



Te quiero, Chalaquita de corazón.
¡Feliz 28!

sábado, 11 de julio de 2015

Bajo una cruz

Hay quienes ven en la cruz solo un signo de dolor, hay quienes decidimos ver más allá: pues así como en la vida "una prueba nos prepara para la siguiente" (lo dice don Julio CST); la cruz puede ser también vida, porque a través de ella se nos ofrece la oportunidad de vivir la Esperanza.
(Esto, obvio, solo si sabemos mirar.)


BAJO UNA CRUZ
Bajo una cruz te besé
Beso casto, pero beso al fin.
Bajo un cruz prometí
Promesa de amor, promesa cierta
Bajo una cruz te dediqué
Una melodía, melodía de bendición
Bajo una cruz somos fuertes
Fortaleza que vine de Ti,
Pues...  ya no es solo cruz, ¡es vida!
Te amo, 


lunes, 6 de julio de 2015

Lección de amor

-I-
El niño era flaco, ojeroso, de rasgos andinos pero más que nada, triste.
Llegó a nuestro salón después de las vacaciones de julio, y con él fuimos 60 en el aula.
¡Antipedagógico pero real!
Con el correr de los días, notamos algo extraño en el chico y decidimos preguntarle a Sor Clemencia, nuestra maestra: Madre, ¿por qué Mario no se ríe? ¿Por qué no habla? ¿Por qué no quiere jugar con nosotros?
Por respursta solo recibimos una mirsda tierna y un ¡Ale, ale... ténganle  paciencia! ¡Ya jugará y vosotros tenéis que ser muy buenos con él!
Lo cierto era que Mario (así se llamaba) fue un niño que había sido traído a Lima después del terremoto del Callejón de Huaylas. Era un sobreviviente, pero, ¿cómo podíamos entenderlo unos mocosos de 6 años?
Por eso, Clemencia, con mucha paciencia, nos llamaba en el recreo, aparte y uno por uno (lo supe después) y nos decía dulcemente: Mario se comporta de esa manera, porque él es así. Todos debemos quererle de esa forma, ¿me ayudas?
¿Cómo decirle que no?
Con los meses, Mario, un día de pronto despareció, así como vino, así se fue pero Sor Clemencia se quedó con nosotros y con los años se convirtió en alguien importante en mi vida.

-II-
Aunque ya no nos enseñaba, la veía siempre. Es que Sor Clemencia era muy activa, estaba en todas. Ora dirigiendo las canciones para las misas de los primeros viernes, ora ayudando en las campañas junto a Sor Celia, ora trabajando con los padres del Movimiento Familiar Cristiano, ora dirigiendo la Primera Comunión.
Clemencia era muy conocida y hasta medio idolatrada por algunos; sin embargo, ella seguía siendo siempre la misma: alegre, dulce y servicial. Todo iba bien con ella, hasta que decidió "salirse de monja".
Fue un "boom", más grande que el de la literatura latinoamericana, pero no tan feliz, Entonces muchos se rasgaron las vestiduras, varios le dieron la espalda y así, paso de ser un ángel a convirtirse en un "mal ejemplo", una "vergüenza", en alguien no deseado.
Fue entonces que empece a conocerla más pues mis padres y algunos otros sí la apoyaron.

-III-
De estar en su comunidad, en un edificio grande y espacioso, Mery (ya "de civil", como ella decía) tuvo que ser alojada en algunas casas. Aún recuerdo una: Era literalmente la esquina de un jardín donde hizo un "mini depa" en el que todo era chiquito y funcional. Allí con mucha ilusión volvió a empezar e hizo lo mismo de siempre: Ayudar y estar siempre pendiente de los demás. Su leitmotiv era; "No necesito estar en el convento para servir. Puedo hacer lo mismo fuera". Y en verdad, siguió hacíendo lo mismo, ayudar a medio Perú; apoyar a chicos, medianos y grandes.
De las cosas que sé y pude comprobar, es que estaba siempre dispuesta a socorrer,  aún a costa de ser  engañada o que abusaran de su nobleza.
Y siempre que alguien le hacía notar "su error", ella solía responder: Es que, así es la gente. Si me engañan, pues es su problema. Pero él (ella, ellos) todos son buenitos.
De las cosa que más vi, fue que daba clases a muchos chicos sin cobrar nada y más todavía, se quedaba con los niños les daba merienda y hasta los hacia dormir pues sus padres no los recogían. Para Mery eso era señal de alegría; por eso siempre sonreía y muy pocas veces la oí quejarse de eso.
-Se aprovecha de usted, Mery.
-No importa, los niños me necesitan.
-Pero los padres se aprovechan
-Los padres son padres, ellos son así, yo lo hago por los chicos.

-IV-
Las clases eran solo la punta del iceberg. Allí estaban los ancianos que cuidaba, los "pirañitas" a quienes, tras darles su ayuda sabían que debían aguantar sus consejos; también estaban los borrachines del barrio a quienes daba de desayunar después de tratar de que reflexionaran sobre su mala vida. Pero sobre todo, estaban las muchas personas que la visitaban para contarle sus miserias y que recibir "un dinerillo" de ella.
-Pero, Mery, no le van a pagar.
-Pero, viejo. La están pasando mal.
-¿Y, usted?
-Yo me las arreglo. Yo estoy tranquilita así. Tengo mis cosillas, ¿para qué más?
-Es que no está bien. Ellos son... malos
-Nadie es malo totalmente. Y, si ellos son así, así son.

-V-
Sin escuchar los consejos y guiándose por su corazón y su religiosidad, Mery siguió en lo suyo hasta sus últimos días: Siempre ayudando a los demás, siempre aceptando y comprendiendo a todos como eran. Así lo aprendió de su padres y así lo hizo por convicción durante su vida. Y es que Mery era una mujer de fe, nunca dudó. Nunca, ¡hasta el final!

-VI-
Con los años la salud de Mery anduvo de mal en peor, Sus pulmones estaban afectados, igual su corazón. Aun así, siguió "haciendo obra" a pesar de sus cada vez más continuas estadías en el Hospital Edgardo Rebagliatti.
Sus últimos días, fueron muy duros, en pocas semanas la vi deteriorarse y, aunque trataba de estar animosa y esperanzada, finalmente fue le resultó imposible.
Unas semanas antes de morir, la trasladaron a un ala del Hospital San Juan de Dios, allí donde envían a los desahuciados.
El día que fui a visitarla la encontré agitada,
-¿Que pasa Mery?
-¿Desea algo? ¿Se siente mal?
Mery quiso poner su mejor cara y sonreír, pero no pudo.
Luego, hizo un gesto como señalando a las que la cuidaban.
-¿Qué desea?
-Mery me mió con sus ojos buenos y sentí que me pedía algo. Levantó su mano temblorosa y yo la tomé.
-¿Qué quiere, Mery?
Entonces, llevó su mano y la mía junto a su pecho agitado y dijo bajito:
-Ellos dicen que no lo necesito, que ya estoy en paz.
Quedé en silencio y traté de mirar tras las nubes que poco a poco cubrían sus ojos y no sé cómo entendí lo que la angustiaba: ¡Quería  reconciliarse!
-¿Quiere confesarse, Mery?
- - dijo con un hilo de voz.

La personas en la puerta eran amigas y antiguas Hermanas de congregación. Todas me miraron extrañadas cuando les dije lo que Mery deseaba:
-¡Pero ya no lo necesita!
-Ella está bien.
-¿Por qué lo querría?
-¡Porque ella es así! - fue mi respuesta.

Y así, diciendo y haciendo, llamé a un sacerdote amigo que accedió a venir. Fue algo duro pero hermoso: Mientras el sacerdote se acercaba a su cama, Mery lo miraba con ansias, con la respiración agitada pero esbozando una sonrisa. Luego, terminando de confesarse, se quedó profundamente dormida y en paz.
-VII-
Aceptar a las personas como son es un arte delicado; se necesita mucha paciencia, atención y delicadeza. También voluntad, perseverancia y más que nada: saber ver con los ojos del corazón, es decir, con amor.

Eso fue parte de la manera de ser de Mery, pero más de su vocación y de algo que nunca nadie le pudo arrebatar.