lunes, 19 de julio de 2010

El inicio de esta historia


Eran los tiempos en los que había que pedir permiso para todo, ¡hasta para ver la tele! En casa, el aparato de TV (un enorme Westinghouse a tubos con una enorme pantalla en blanco y negro encerrada en un enorme mueble de madera con patas) se encontraba una habitación del segundo piso al que antes de que mi revoltoso hermano menor fuera desterrado allí llamábamos “cuarto de televisión”. Ese cuarto solía estar cerrado "a piedra y lodo" y era custodiado por mi madre.

Una tarde memorable del 25 de mayo de 1974 mis papás habían salido con mis hermanos y ¡oh maravilla! mi mamá había olvidado cerrar el cuarto con llave. ¡Era mi oportunidad! Encendí el televisor y, mientras calentaba, di vuelta a la manija del dial para ver si podía sintonizar algo interesante. ¡Nada hacía presagiar que ese sábado marcaría un antes y un después en mi vida!
Como por entonces la idea de “zapping” no existía (ni tenía sentido), solo quedaba la posibilidad de dar un paseo tonto y lento, entre los únicos 2 o  3 canales que existían; y, a veces, con buena suerte y mucha paciencia, se podía encontrar algo que valiera la pena ver. Estaba en esas cuando a las 4:30 p.m., en el canal 4 ("América TV" de Lima), empezaba una película... 

Precisamente empezaba una película y la primera escena me capturó, quedó grabada en mi retina y en mis oídos hasta ahora: Eran cuatro jóvenes pelucones vestidos de terno corriendo por una estación de trenes perseguidos por una caterva de chicos y chicas… Al momento, me enganché, y no precisamente porque la cinta tuviera un gran argumento, fue la música directa, fresca y poderosa la que me atrapó irremediablemente: El filme era presentado como "Yeah, yeah, yeah", los pelucones eran (obvio) ¡Los Beatles!
Por casi dos horas estuve con los ojos pegados a la pantalla y las orejas bien atentas disfrutando de "A hard day's night" de Richard Lester. Hasta ahora recuerdo cuánto me deleitó la famosa escena de la bodega del tren, un lugar tan improbable para interpretar “I should have known better”, ¡pero eso, no importaba! Lo mismo fue cuando aparecieron los Fab Four haciendo tonterías en un campo deportivo tras escapar de una aburrida conferencia de prensa, mientras sonaba “Can’t buy me love”. Y, finalmente, cómo olvidar el concierto en el teatro y las imágenes de las histéricas fanáticas…

¡Fue así cuando empezó todo! ¡Desde entonces, no hubo ni habrá mejor música que aquella!
 
Adenda:
Este post bien pudo llamarse "El inicio de una pasión", pues el efecto de aquella película (ya su música) fue enorme, tanto así que me acompaña hasta hoy...
Tocaban nuevamente "A hard day's night" en los créditos finales, con la secuencia de fotos de John, Paul, George y Ringo, y empecé a devanarme el seso pensando cómo conseguir el disco con las canciones. De pronto recordé que, cuando iba y regresaba del colegio, siempre veía una tiendita que quedaba en la calle Luis Braille, esa que daba justo a la curva que hacía "la 58" para salir de la Unidad Vecinal de Mirones hacia la prolongación Arica... Así, el lunes siguiente por la tarde, no esperé más y en cuanto pude, salí corriendo de mi casa a la tienda de discos.
¡Y no lo podía creer! Allí, en una humilde disco-tienda de barrio (imposible hoy), ¡encontré el vinilio de la película! Aunque gasté todos mis ahorros, lo compré y se convirtió así en mi primer (y más valioso) LP de Los Beatles. Era la versión nacional (en sello ODEON de IEMPSA) del "A hard day's night" titulada por aquí "¡Yeah , yeah, yeah! Paul, John George y Ringo!".

Ese disco fue el primero de muchos que me acompañaron años después en las tardes que me quedaba en mi cuarto; solo pero feliz, acompañado con la mejor música que podía existir.

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