lunes, 16 de diciembre de 2019

Estaciones: las mías

Cuando el engaño, no es más que el colofón del autoengaño.

I
otoño

Extendí mi mano,
la tomaste.
Te pedí cruzar el puente,
dijiste que sí.

II
primavera

Soñé sueños míos,
gris, tú solo estabas.
Fui feliz a mi manera,
pensé que me acompañabas.

III
verano

Llegó quien esperabas.
Creía que era así.
Lo aceptaste y aprendiste.
Yo estuve allí con él, ¿contigo?

III
invierno

Decías ser feliz sin serlo,
no lo entendí...
Nunca subiste el puente,
Nunca caminaste a mi lado
Nunca viviste mi sueño

Nunca...


domingo, 15 de diciembre de 2019

Epitafio de 2019

Quizá para algunos soy puro drama, pero el drama es parte de mi ADN, igual que el de muchos que conozco.

Lo cierto es que por estos días pienso mucho en "ella".

Y, como este es un espacio seguro para mencionarla; como dicen, dejaré esto por aquí:

-A Ella-

Alguna vez será la última vez
¡Alguna vez!
Algún día será el último día
¡Algún día!

Algún día
para escuchar, para mirar, para sentir...
¡Para vivir!

Alguna vez
llegará, sin yo escuchar
me tomará, sin yo mirar
y ya sin sentir,
¿viviré?

De esta manera, sin ningún tema épico de fondo, cierro 2019. Un año, por decirlo de alguna manera, impredecible, frustrante en muchos aspectos, pero bastante "interesante" y altamente instructivo. 

Hoy, solo agradezco y, aquello que lamento, lo dejo en este otro pequeño escrito:

"Así como van las cosas (la sociedad, la vida o ¡qué sé yo!), de lo único que me arrepentiré es de los libros que no leeré, de las películas que no veré; pero de lo que no estoy muy seguro, es si también de la música que no escucharé".

Y, para no ser malagradecido y olvidar a quien este año me regaló miel en abundancia y, sin querer, hizo que renaciera (ya sin culpas) mi dormida beatlemanía, un extracto del "Boxset - 50 aniversario de Abbey Road".

Para ti, querida Mimi - Sunflower, tu canción:

domingo, 1 de septiembre de 2019

Erizado

El contacto, entiendo, es una necesidad vital para los seres humanos. El estudio de la "Teoría del apego" podría explicar de manera amplia lo que implica para una persona.
En mi familia, el contacto cercano (de abrazos y caricias), nunca fue algo que nos caracterizara. Yo no lo valoré, ni sentí la urgencia de tenerlo, hasta que fui papá.

-1-
Las pocas veces que Cleo aceptó acompañarme al cine, solía pedirme que la esperara dentro de la sala. Y es que casi siempre parecía estar apurada y llena de pendientes en su trabajo. Con el tiempo entendí que las veces que aceptó salir conmigo fue por algo parecido a la consideración.

Cleo era una chica que tenía las cosas claras con respecto a las relaciones. Para ella, ser independiente vale más que nada en este mundo, se siente tranquila estando sola y así había decidido permanecer. Por eso, evitaba complicarse y estaba alerta a las "señales".

Las "señales" para Cleo eran clave para marcar distancia. Eso me lo confesó años después, tras la última vez que aceptó salir conmigo al cine, cuando yo, sin quererlo, "activé sus alarmas".

Aquel día, los mensajes habían sido precisos como siempre: "Perdona. No puedo temprano". "Recién salgo".  "Tráfico!!!" "No hay estacionamiento!!!". "Entra no más". "Dime qué sala". Yo siempre procuraba esperarla lo más posible, bandeja en mano, con un "combo" para mí y agua -"solo agua"- para ella.

Siguiendo sus instrucciones ingresé a la sala y me dispuse a espararla. Aunque aún faltaban unos minutos para que empezara la película, al sentarme en mi butaca le envié otro mensaje: "Piso 2, entrando a la derecha, sala 9, asientos G1y G2".

Estaba ansioso, no miraba los trailers. Procuraba estar pendiente de la puerta a mi derecha. Si bien la película era una de la saga "Rápidos y Furiosos" (que ella escogió), me percaté de que en la sala había muchas parejas: en mi fila, por delante y por detrás.

No sé por qué, una en particular me llamó la atención. Estaban dos filas delante mío. Eran relativamente jóvenes y ni bien se sentaron, el muchacho apoyó su cabeza en el hombro de la chica y ella, con mucha ternura, se puso a enrollar y desenrollar los rulos de su cabeza. Los observé largo rato, y desde muy hondo una sensación extraña me embargó: entendí lo cierto que era eso de "nunca comer frente a un hambriento".

Mientras estaba en esas, me percaté que tenía a Cleo de pie a mi lado. ¡Hola! me dijo, y mi reacción fue de lo más extraña. Automáticamente levanté los brazos hacia ella como pidiéndole un abrazo.

Entonces todo fue una sola cosa: la mueca de extrañeza de Cleo, las luces que terminaban de apagarse, la fanfarria del inicio de la cinta, y mi rostro encendido de la vergüenza.

Terminé de darme cuenta de que era ella y de lo que había hecho cuando me dijo: ¿Me das permiso para pasar?

-2-
Con Mimi habíamos salido por casi tres meses. Durante ese tiempo tomamos jugos surtidos en un café chiquito al lado de la universidad, comimos makis (yo por primera vez), dimos caminatas de ida y vuelta por un parque cercano a su casa, vimos muchas películas y conversamos casi todas las noches por celular.

La escuchaba, me escuchaba y cada día me sorprendía el hecho de que siguiéramos en contacto.

Ella decía que yo la había "rescatado". por mi parte, sentía que era todo lo contario. Que ella era quien me había ayudado a dejar atrás una experiencia dolorosa que me había golpeado un año atrás.

Mimi, era cariñosa; "melosa", usando sus propias palabras. Reconocía que había aprendido a limitarse, pero reconocía que le resultaba muy difícil hacerlo conmigo.

Saludar o despedirme con beso es algo que no me sale natural. Generalmente respondo a la persona que hace el ademán de acercarse. En el caso de las personas de mi entorno, me resulta más sencillo y natural.

Con Mimi era así hasta que un día, me abrazó. 

Con el tiempo fueron abrazos largos, que a veces yo repetía diciendo eso de quien mucho se despide es que no se quiere ir.

Los abrazos de Mini eran cálidos y reconfortantes. Y, aunque debía empinarme un poco, me venía muy bien sentir su cercanía. 

Así fue hasta la vez que, sin esperarlo, Mimi tomó mi rostro en sus manos y me dio un beso en la mejilla. Fue solo un instante, pero recuerdo sus ojos iluminándose y un hoyuelo dibujándose en el lado izquierdo de su cara.

¡Me estremecí, pero fue inevitable la tristeza!

sábado, 31 de agosto de 2019

Un vidrio

-1-
Hablar con Mimi erra algo así como dar el reporte diario de nuestras actividades.
- Ah, mira, hoy me dieron un "vidrio".
-¿Un vidrio? ¿Cómo un vidrio? Dirás un premio.
-Sí, de esos que te dan, no sé por qué.
-¿Cómo que no sabes por qué?

Tras ponerla en contexto, Mimi me dio mil y una razones por las cuales, según ella, merecía el "vidrio".
-¡Ponlo en tu oficina!
-¿Para qué? Ya tengo otro.
El silencio al otro lado fue evidente. Imaginé a Mimi, tornando sus ojos y diciéndome cualquier cosa. Pero, sosegada como dice que se ha vuelto ahora, solo me preguntó por qué creía que no merecía el "vidrio".
-Es que... no entiendo... ¿Por qué me tienen que dar algo solo por hacer mi trabajo?
Mimi que dice "que me ve", me explicó lo bueno de mis virtudes como trabajador esforzado, de lo identificado estoy con lo que hago y un largo etcétera.
Yo solo la escuché y ya no dije nada.
-En realidad no me importa, Mimi. De verdad.
Igual me pidió una foto del "vidrio".
-2-
Hay un cuento de Ribeyro que siempre me llamó la atención: "La insignia". En él se relata como un hombre, tras encontrar casualmente una insignia de plata (probablemente de alguna cofradía secreta), logra, sin saber cómo, ascender, y convertirse en una especie de líder supremo.

En los últimos tiempos, el cuento ha vuelto a mí, sobre todo en ocasiones embarazosas como las del "vidrio". En ratos come ese, es inevitable que hacer un recuento de lo que he hecho, e inevitablemente, me obligan a mirar mi vida en perspectiva. 

Creo que ya tengo una historia más o menos "respetable".

En término más gráficos, ha sido una carrera de resistencia con varios tramos. Subidas y bajadas, vueltas y revueltas, enredos, cabos sueltos, idas y retrocesos, errores, caídas y golpes, ¡muchos golpes.!

Aun así, sería mezquino decir que me ha ido mal. Por eso, estoy agradecido. Sin embargo, no faltan los ratos en las que, situaciones inesperadas como las del vidrio, me hacen dudar de cómo llegué hasta aquí. Al igual que el personaje de Ribeyro, solo seguiré haciendo las cosas tal como creo que debo hacerlas. Y cada vez que deba decir algo, pintaré unas "rayas rojas (...) confiando en los resultados que produce en la mente humana toda explicación que se funda inexorablemente en la cábala".



PD. Y para que veas que hago caso, ahí están las fotos del "vidrio".

domingo, 6 de enero de 2019

Makis

A veces la vida te pone trampas: unas evidentes que, por alguna razón, las ves, pero igual vas derechito hacia ellas.
Otras, muy sutiles, no necesariamente buenas o malas.
Digamos que solo son trampas y ya.

-I-
No me gusta la palta. Eso lo tengo claro desde que tenía 6 años, cuando el doctor Juan Montenegro (quien tenía su consultorio en la cuadra seis de avenida Bolivia), me diagnosticó hepatitis. Aún lo recuerdo sentado en su escritorio de metal, escribiendo la lista de alimentos prohibidos y diciendo: "Señora, desde ahora, nada de grasas ni frituras" Yo estaba tranquilo porque mi madre era de las que cocinaban el lomo saltado con papas sancochadas.

Ya en casa, le pedí a mi mamá que me dijera qué decía la lista pues, aunque leía más o menos, no entendía bien los garabatos que veía en la receta.

- Ma, ¿qué dice allí?
- Dice todo lo que no puedes comer.
- Sí, dijo frituras... pero... tú nunca nos das nada frito.
- No les doy, porque la grasa es mala.... pero, escucha, acá dice: no huevo frito, no pescado... no palta, no aceitunas.

Como el lomo saltado u otras comidas criollas, comer pescado frito era muy raro en casa. Por otro lado, los huevos fritos se freían con "una gota de aceite". Por eso, creo que no tomé mayor atención a eso, lo único que se me quedó grabado (casi de por vida) fue lo de "no palta, no aceitunas".

-II-
Era 31 de diciembre, uno de esos días donde parece ser obligatorio estar alegre, mandar saludos y buenos deseos por doquier. Para mí era un día más, pero también uno que deseaba se terminara ya. Marcaba el final de un año "complicado".  De hecho, para no usar eufemismos, de un año duro, triste y muy pesado. También lo había sido para Mimi.

Sin embargo, algo iba a cambiar...

-III-
A Mimi la había conocido a inicios de ese año y, por razones que no viene al caso mencionar, conversamos varias veces sobre cosas de trabajo. Al principio, las conversaciones me mostraban a una persona muy cuidadosa con lo que decía; pero, poco a poco, me revelaron a alguien que no solo sabía escuchar, sino que también sabía expresar claramente lo que pensaba y sentía.

Un día, hacia mitad del año, recibí un mensaje por WhatsApp. Me sorprendió que lo hiciera muy tarde por la noche y más el hecho que me propusiera encontrarnos. Obvio, no supe qué responder. Preferí, días después, decirle buenamente que no.


Aun así, revisando los chats en mi teléfono, encontré que, con el tiempo, habíamos tenido bonitas conversaciones al estilo "Millenials", usando la app. Además, desde los primeros mensajes me había sorprendido las coincidencias en varias experiencias de vida. La verdad, me resultaba extraño que me entendiera y, sobre todo, que supiera mucho de las películas y de la música que a mí me gustaba. Las "conversas" con Mimi, aunque eran ocasionales, me venían bien.

Fue de esta manera como sin querer se convirtieron en espacios donde sentía que podía respirar tranquilo pues, sin que ella lo supiera, había estado medio ahogándome en el mar de una dolorosa decepción.

Una tarde, días antes de Año Nuevo, recibí un mensaje de Mimí: ¿Quieres tomar un helado? Yo dije: Sí. Ella dijo: 😁. Yo respondí: 😅 Ello dijo: Entonces la otra semana 😏😋🍦🍨. Más tarde, caí en la cuenta de que, siguiendo un impulso, ¡había aceptado salir! ¡Me había arriesgado sin pensar en lo que hacía! Creo que fue lo mejor.

-IV-
En enero nos encontramos tres veces en dos semanas. Comimos helado, tomamos limonada, caminamos un montón y conversábamos de todo y de nada. Compartimos desde experiencias de nuestras vidas, hasta minucias, como el hecho de que no me gustaba la palta.

Cuando le dije eso, Mimi, al igual que muchos, se sorprendió:

- ¿Cómo que no te gusta? Palta cremosita; palta verde, en ensalada; "es mmmhh".
- ¿Qué es "mmhh"?
- "Mmmhh es mmmmmmmmhhhh" 😋  
-  Ahh, entiendo; mis hijas dicen lo mismo... Para ellas siempre ha sido lo mejor que no me guste; porque cuando he llevado paltas, ellas felices... "Mejor que no comas, más para nosotras"...
- Ja ja. Pero ¿nunca has comido?
- Sí, de casualidad cuando viene en la ensalada y no hay forma de sacarla por completo... Alguna vez cuando viene camuflada en un sandwich... cuando me doy cuenta, ya me la comí. Pero, no es que me fascine, ni la coma por voluntad. A mí me la prohibieron de chico.
- Ah bueno... de gustos y colores...
- Sí pues, parece que a todo mundo le gusta la palta. Disculpa.
- Tu castigo será comer palta.
- ¿Castigo? Sí, por estar a cada rato disculpándote 😉
- ¡Disculpa!
- ¡Otra vez!!! 
- ....
- Tranquilo... Oye, hablando de otra cosa. Los makis, ¿te gustan?

-V-
Era la cuarta vez que nos encontrábamos. Como la primera, fue en el café pequeñito donde se podía tomar limonada, comer sandwiches y, sobre todo, conversar. Como en ocasiones anteriores, hablamos de la "vida y el amor", pero esta vez, más sobre el amor, sus incongruencias y contradicciones y, en cuanto a las "cosas de la vida", coincidimos en recordar una frase de la película que ambos habíamos visto y que decía: La vida misma era quien finalmente, nos engaña "como un embustero poco confiable, una y otra vez".

Entonces, después de historias y algunas confesiones, le dije:
- Vamos a otro lado.
- Sí, ¿pero a dónde?
- No sé...
- ¿Entonces?
- Es que no sé.
- ...
- Yo tampoco
- Y si vamos a "Arenales", quiero ver lo que me contaste... Ver cómo ha cambiado.
- Bueno, si quieres, vamos.

-VI-
No esperaba que el centro comercial que yo recordaba, (con los cines "Ambar" y "Jade" y muchas tiendas de ropa de damas), se hubiese convertido en el emporio del fandom, el cosplay, el refugio de los otakus y con vitrinas llenas de los cabezones funko pop. El sitio hervía de gente; la mayoría chicos y chicas, algunos con vestidos similares al del anime o de las pelis coreanas. Tampoco faltó por allí un alucinado con una casaca larga de cuero, ¡al puro estilo de Neo de "Matrix"!

En un momento sentí que era demasiado para mí. ¡Mucho ruido, mucha gente! Ya no quería estar allí, y entendí que mi iniciativa de curiosidad medio nostálgica no había sido la mejor. ¡Quería huir!

-VII-
Fue entonces cuando tomaste el control como buena "maestra jardinera".

Dijiste: "Ahora, me sigues", y yo, con la mente aturdida por tantos colores, sonidos, gente y ruido, respondí "ya" y caminé...

Cruzamos la avenida Arenales, tomamos por una calle, y de pronto llegamos a un parque, uno de árboles enormes y añosos que (después recordé) había conocido de niño.

"Vamos a comer makis, ¿ok?", fue lo único que dijiste. Yo, que andaba distraído mirando los árboles y buscando reencontrar el equilibrio, dije otra vez "ya", y así llegamos al restaurante de comida japonesa.

-VIII-
Tras sentarnos en la mesa junto a la pared (tal como tú querías), dejé que tu "yo mandoncito" eligiera lo que íbamos a comer.

Fue curioso. Mientras yo miraba la carta sin entender mayor cosa, tú la estudiabas como si fuera un documento de suma importancia. Con toda seriedad, acomodando tus lentes, aguzabas la vista y mordiendo discretamente el interior de tu mejilla, revisaste, analizaste y finalmente, decidiste. Ordenaste dos "tablas" de makis, una de ellas, "acebichados" que a ti te gustaban.

La orden se tardó lo suyo. Mientras tanto, con mucha didáctica, me enseñaste cómo comer con los palitos: Yo solo te obedecía y no imaginaba lo que pasaría luego.

El sitio se había empezado a llenar. "¡Qué bueno que llegamos a buena hora!" - dijiste cuando seguían ingresando parejas, grupos de amigos, familias, pero de los makis, nada. Y, cuando ya me estaba impacientando, la mesera apareció con las "tablas", con dos decenas makis bien alineados y escondidos bajo una salsa blanca con puntitos colorados.

Alguna vez había visto makis, pero nunca tan de cerca, y menos con la intención de comerlos.

- Anda, ¡come! ¡no son para mirar!
- ¿Ah? ya...
- Ya sabes, un dedo en un palito, como que escribieras y el otro así, para que haga pinza. ¿Ves? 
- Sí, sí, ya, Mimi. 

Entonces, tomé un maki de la mejor forma que pude y, como se partió, solo me llevé un pedazo a la boca. Al verme, Mimi, con paciencia casi maternal, me reconvino delicadamente. Me dijo que si los comía por pedazos no iba a sentir nada. ¡La cosa es comerlos completos! - dijo. Y así, diciendo y haciendo, como una buena "miss", tomó un maki y con mucha destreza, lo colocó en su boca. Yo la miré, llevé los palitos a la tabla y ¡zas!, un maki enterito ingresó también en la mía.

En un instante todo a mi alrededor desapareció, era como que lo único que sucedía lo hacía dentro de mi boca. El dolor de cabeza que tenía desapareció y una sensación extraña (que aún no puedo describir), inundó mi cuerpo.

- ¿Qué tienes?
- No sé... no...
- ¿No te gusta? Si no te gusta, normal, no comas.
- No es eso, no... Siento algo...
- Oye, estás haciendo caras raras y te mueves como si...
- Perdón, perdón... es que... no sé... ¡Quisiera salir corriendo!    
- ¿Qué, qué? ¿Estás mal?
- No, es cómo que... solo quisiera salir, correr y correr...

Nunca esperé vivir algo así a mis años. Nunca imaginé que podía sentir eso que tantas veces mencionamos los maestros: ¡el asombro!


Fue algo impresionante y más: Una combinación de éxtasis, explosión, extravío y otras tantas palabras, no podrían explicar ese momento único y obvio, ¡irrepetible! Ese instante en que estabas solo tú y dos tiras de makis; ¡todos y cada una con su porción de palta bien camuflada!

Mimi, ¡una vez más supiste exactamente qué hacer!