lunes, 26 de julio de 2010

Pues tiene el corazón de poeta...

Prólogo:
  • El año: 1971.
  • La película: "Gitano" (con Sandro).
  • El cine: "Nacional" (Luego, 'Teatro Arlequín' en la avenida Cuba, Jesús María)
  • La censura: Mayores de 16 años.
  • Los hechos: Tenía 7 años y gracias a una de las locuras del “tío Ale”, fuimos a ver la película romántica que me impresionó tanto, que soñé con ella.
 
Capítulo I:
Hubo de suceder todo ‘eso’ para descubrir el lado oscuro del amor. Ese amor folletinesco que películas como “Gitano” alimentaron en mí una idea equivocada de lo que significa enamorarse.

Consecuencia de ese (mal) aprendizaje es que crecí esperando a mi princesa de cuento y  convencido de que era una suerte de “último romántico... aquel que da una flor sin decir nada…” 

¡Te equivocaste, Nicola, te equivocabas!



Capítulo II:
Había cumplido 17 años, y entré a la Academia Nobel para prepararme para ingresar a la universidad. Fue en ese lugar cuando empecé a capear los primeros vaivenes de la borrasca del "amor". ¿La razón? Haber posado mis ojos, mente y corazón en la chica menos preparada para un tipo como yo.

Hoy creo que mi suerte estuvo signada; no sé si fue por mi facha impresentable compuesta por la ropa que vestía gracias al dudoso gusto de mi mamá (¡sorry, madre!), o  debido a mi horrible peinado "raya al costado", o simplemente por un detalle que aún ahora, ya mayor, me acompaña: “Me falta(ba) calle”. Lo cierto es que en la Nobel me enamoré hasta el tuétano.

La chica, llamémosela solo "Ella", era parte del grupo que tenía en la academia. Eran casi todas mujeres y solo tres varones: Armando, Luis ("Tongo") y yo.  Con "ella" aprendí mucho sobre mí y sobre todo del "amor" que era capaz de sentir. Ese que duele como una muela a medio picar y que significa es fue el mejor ejemplo de aquella frase que dice: "Amar significa nunca tener que pedir perdón". (Bueno, ¡al menos "ella" nunca lo hizo!)
Capítulo III:
Era 1982 y, como dije, creí que había encontrado el “amor de vida”. Por eso, decidí hacer todo lo inimaginable para conquistarla, Es probable, dándole el beneficio de la duda, que esa fuera la razón de su comportaniento conmigo.

Lo cierto es que quizá fui muy evidente: Cada día en la academia vivía pendiente de sus palabras, atento a sus gestos y necesidades, presto a servirla a pesar de las pocas que le podía dar debido a la rígida economía de mi padre. Como no le podía comprar gran cosa, sí era capaz de falsificar la firma de mi papá para regalarle algunos pases gratis al cine, o aceptar ir en grupo, pues "Ella" nunca aceptó ir solo conmigo.

Gracias al “amor” por "Ella" no me importaba nada; hacía todo lo indecible por complacerla. Estaba embobado, tanto que ni siquiera me importo que tras prestarle "un ratito" una esclava de plata que mi madre me pedía usar, no supiera de ella nunca más.

Gracias a "Ella" hacia finales del ciclo, pasaba (literalmente) todo el día en la Academia: de lunes a sábado (y algún domingo). Llegaba a las 7 de la mañana y me iba a las 7 de la noche esperando que "Ella" me necesitara y pudiera ayudarle con los ejercicios de Química. La idea era estar a la mano, para enseñarle algo. ¡Cualquier cosa! (Digamos que algo bueno de eso fue que, de alguna manera, me ayudó a definir mi vocación).
Con el tiempo parecía que era capaz de "dar todo" por "Ella" y "todos" se habían dado cuenta. Sabían que se me caía la baba por ella. “Malazo”, diría mi amiga Nolia hoy.

El hecho es que, quizá para disuadirme, o por un simple mecanismo de defensa, "Ella" no perdía ocasión para ignorarme o hacerme incomodar. El más feliz de todo fue “Tongo”, el genio matemático que le coqueteaba abiertamente estando yo estaba presente, y ella (¡maldición!) le seguía la chanza como si nada. ¡Hasta parecía disfrutarlo!
 
-Luisito, mira, el cuello de tu camisa esta chueco.
-Eso se nota al ojo...
-Sí, pero déjame arreglártelo...
 
Como diría Gianmarco, todo “era parte este juego”. Sin embargo, para el pobre y tonto desdichado que era yo por entonces, eso no lo entendía.  Por eso, aparte de querer matar al desgraciado de Luis, me empeciné por "amarla más", claro, a costa de sufrimiento y, contaminado por las baladas románticas de esos años, convencido que por "Ella" era “capaz de hundirme en la tristeza”.

 
Capítulo IV:
Jeanette, la inglesita que cantaba en español, poseía la voz más edulcorada que todas las cantantes de su tiempo. Ella era la que años atrás “era rebelde porque el mundo quiso así”, y que, en mis años de la Nobel lanzó, para mi desdicha, su LP llamado “Corazón de poeta”. ¡Qué obra de arte! ¡Qué marco perfecto para sufrir por el amor de "Ella"! ¡Así no me diera bola! Total, ¡la cuestión era simplemente “amar con delirio”!
Fue así, como Jeanette completó el tracklist "cortavenas" del quien para mí era el “alter ego” de "Ella": Ángela Carrasco.

Los vinilos "Corazón de poeta" y "Cariño mío" fueron la fuente de mis más elaboradas promesas de amor. Esas mismas que, algún día, le iba dedicar el día en que me declarara. 

Obviamante, eso nunca sucedió. Más aún porque frente a "Ella", cuando no estaba en mi rol de profe,  no atinaba más que a farfullar. Se me enredada la lengua y cuando hablaba, solo terminada por decir naderías.


Capitulo V:

Como suele suceder en las historias de amor, la cosa no terminó bien: Después de meses de esfuerzo y mal vivir, “quemé cerebro”. En enero de 1983, un mes antes de mi examen a la Universidad Católica, caí en “surmenage”. 

Ese nombre (tan poco romántico) fue el que usó el médico para explicarle a mi padre el resultado de ira a estudiar sin casi comer, de andar resolviendo los mil ejercicios de las “revistas Nobel” para "Ella" y, sobre todo todo, por mi drama amoroso que me hacía andar “llorando la pena de no tenerte”.

Lo cierto es que el bendito "surmenage" me terminó de idiotizar. Estaba ido, dormía casi todo el día, no podía recordar ni siquiera las tablas de multiplicar y, al inicio, las letras y los números me parecían garabatos en un papel.

Así, obligado por mi condición, tuve que dejar la Nobel. Eso, hasta un mes después de haber fracasado en el examen de admisión de la PUCP y tras dos meses de descanso médico, cuando por un descuido de mis padres, contesté el teléfono de la casa y escuché la voz de ella "Ella" que me dijo ¡Te quiero!

¡Sí! ¡Que me quería!
 
Fue mi mejor medicina. Al día siguiente, cual Son Gokú vuelto a la vida y sin obedecer a mis padres, regresé a la Academia. Entré y esperé frente a su salón por una hora. No sé si se sorprendió, pero al verme, solo me hizo una seña y salimos.

Caminamos por la avenida Bolivia hacia Wilson, y antes de cruzar, soltó lo siguiente:“No creas todo lo que uno dice por teléfono”.

Me quedé congelado. 

Ni siquiera podía llorar. La vi cruzar y perderse en entre le gente que rodeaba el Centro Cívico.

Así, parado como una estatua gris, manchada de excremento, en mi mente empezó a sonar “For no one”, la canción de Paul: "She no longer needs you".

"Ella" nunca me quiso, al menos no de la manera en que yo lo hice, y no la culpo. Lo mío tampoco era amor; aunque en esos momentos hubiese esperado un final que sonara más a Jeanette cantando: “Solo quedan las ganas de llorar al ver que nuestro amor se aleja. Frente a frente, bajamos la mirada, pues ya no queda nada de qué hablar…” ¡Pero no!
 

Epílogo:
No hard feelings, ok?
“Ella” (o sea tú), vos sabés, como mujer ya grande y realizada que sos, que tenía que suceder así.

Ese "padawan", triste aprendiz del amor aún no estaba nada listo para ser un guerrero Jedi.

Además, aparte de terapéuticas, estas líneas son tan solo un ejercicio dizque literario para exorcizar algunos de mis fantasmas. Creo que a mi edad ya me lo merezco.

¡Que estés bien por tierras porteñas!

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