domingo, 8 de noviembre de 2015

A ti

El susto había  pasado. Entre todo, lo bueno fue que pude estar a su lado.
Aun cuando estaba un poco nerviosa todavía, salimos; ¡había cosas que hacer!
Tras cruzar una pista, corriendo para que no nos atropellen, ella sonreía...
-¡Ya puedo hacerlo más rápido, ji ji!
Subimos de un salto a la vereda y al hacerlo me dijo que se sentía muy bien porque estaba un poco "como antes".
Yo solo sonreía y apretaba más su mano.
-Al otro lado de la calle, había varios vendedores y ella se soltó.
¡Mira, mira! - dijo ella, dando palmaditas.
Era un vendedor de toda clase de "snacks", papas y camotes fritos, chifles, cancha dulce y salada.
-¡Quiero eso!
-Joven, ¿me da por favor...? 
-De cual quiere, escoja no más.
-¡Genial!
-Aquí tiene.
-Pero... ¡no hay camote!
-Joven, ¿me pondría un poco de camote? ¿sí?
Entonces la  vi... y era una niña, tierna, dulce... 
Tres días después, saliendo de comer, debíamos apurarnos, ¡había que regresar! Yo entendía que sí.
Apurados pasamos por un pasillo ancho lleno de tiendas pequeñitas y una, muy colorida y llena de botellas y pomos repletos de dulces te llamó la atención.
-¡Oooh, qué lindo!
¿A cuánto está, señorita?
Otra vez la vi... y era una niña, tierna y dulce...
¡Y me vi! Era yo un hombre feliz.

Como otras veces, me levanté "sintiéndote" como nunca. Así me sucede a veces, y, en días como hoy, eso me angustia pues me hace notar tu ausencia. Sé que de alguna manera, hay muchas cosas que nos conectaron desde siempre.

Tus ojos
Recuerdo la primera vez que me topé con tu mirada: Habían pasado pocos días de conocernos y tuve que darte una indicación sobre algo que hacías en tu trabajo; te hablé y me encontré con tus ojos.
¡Ese (lo entiendo ahora) fue el momento definitivo!
Desde entonces ya no fuiste una persona más sino alguien especial, distinto, único en medio de otras personas. Y aunque no podía confesármelo, quizás siempre lo sospeché pero mantuve que guardarlo en mi corazón. Total, para mí eras como una estrella: ¡inalcanzable!
Tus manos
Fue casualidad. Estábamos de retiro y nos tocó formar parte del mismo grupo. En medio de una actividad, hubo que discutir un tema religioso y te escuché. Hasta entonces, no lo había imaginado, hablaste poquito pero se notaba que sabías bien lo que decías. Así, al momento de plasmar lo que habíamos conversado en un papelote, no dudé en decir que tú lo harías. Sabía que no te negarías.
Tú no te amilanaste. Como algo natural, pusiste el papel en el suelo, te arrodillaste, tomaste los plumones y con letra bonita, colores y mucho esmero, escribiste nuestros pensamientos.
Allí entendí que tus manos eran capaces de cosas hermosas.

Tu cabello
Por entonces, habíamos hablado pocas veces; sin embargo, las veces que lo hicimos habían sido especiales. Al menos, yo lo sentía así y creo que tú también valorabas esos espacios pues coincidíamos y nos sentíamos a gusto.
Entre tanto, el tiempo pasaba y tú empezabas a florecer...
Recuerdo que pasaba por el pasadizo frente al salón donde estabas y de pronto me llamó la atención tu cabello, lo habías aclarado, estaba arreglado y se te veía bonita. No sé de dónde saqué el valor para decirte algo así como: ¡Se te ve bien!
Me arrepentí... Ni bien hube terminado de decirlo me di cuenta que había sido "mucho" para ti; te pusiste colorada  avergonzada y no tuve otra opción que disculparme. ¡Perdón, perdón, perdón!
Tus pies
¿Y qué hago? ¿Cómo empiezo? -me preguntaste.
Yo, ingenuo, te  aconsejé sin sospechar que tú sabías exactamente cómo hacer las cosas.
Llegado el momento solo te pusiste frente a todos y empezaste a hacer lo que mejor sabes, lo que es parte importante tuya: ser catequista, sentirte viva y feliz. 
Pues bien, ese día tus no paraste de moverte de aquí para allá. Nos hiciste reflexionar, reír, llorar y también bailar... Ese día estabas perfecta y como muchos, te adoré. Curiosamente, tus pies marcaban el paso aun cuando en ese preciso momento tu vida parecía estar fuera de compás.
Tus mejillas y...
Hacia finales de ese año, empezabas a vivir cosas muy fuertes: esta vez  no eran solo problemas de trabajo, ni con tus compañeras; esta vez no era "Francisca" la planta que se estaba muriendo en tu aula; esta vez era tu vida misma la que se estaba afectando y, aunque tú misma no lo imaginabas, las decisiones que ibas  a tomar pronto afectarían tu futuro.
Empezó el año, y un día por fin hablaste, te abriste como nunca antes lo habías hecho conmigo y de pronto sentí que quería estar a tu lado en lo que se te venía; te pedí que confiaras.... así lo hiciste, y desde entonces, poco a poco, te animé a ser valiente (y yo también). Recuerdo que muchas veces antes me habías dicho que no era bueno llorar, que no se "debía" hacerlo; pero, ese día fueron tus mejillas coloradas las que te traicionaron y lloraste carmesí.

Finalmente, tu corazón
Nunca te había visto llorar como ese día. Lo hiciste bajito, sentada a mi lado, casi sin mirarme, solo posando tus ojos en la cruz que había en la pared. Era un año nuevo año y por varias semanas percibí que algo no estaba bien. Al parecer nadie lo notaba. El tiempo de prueba había llegado y aun antes que me lo dijeras, yo ya lo sentía pues estaba pendiente de ti.
En medio del dolor, al escucharte descubrí tu corazón. Descubrí que a pesar de la tempestad, era fuerte, grande y hermoso, ¡mucho!
Hoy
Hoy es un día difícil. Lo sentí desde temprano, pero como me enseñaste, lo ofrecí. Y es que días como este me hacen notar lo increíble que resulta verte caminando a mi lado, me hacen pensar en cómo te siento dentro mío y de qué manera te volviste parte de mí... Quizás por eso (atrevido yo) vivo, sueño y deseo; por eso, como anteayer, ¡hasta me atrevo a cantar!