martes, 29 de julio de 2014

Que sepa cantar

"El mundo no es sólo la geografía con sus valles y montañas, sus ríos y sus lagos, sus planicies, los grandes mares, las ciudades y las calles, los desiertos que ven pasar el tiempo, el tiempo que nos ve pasar a todos. El mundo es también las voces humanas, ese milagro de la palabra que se repite todos los días, como un corona de sonidos viajando en el espacio. Muchas de esas voces cantan, algunas cantan verdaderamente. La primera vez que oí cantar a Tania Libertad tuve la revelación de las alturas de la emoción a que puede llevarnos una voz desnuda, sola delante del mundo, sin ningún instrumento que la acompañara. Tania cantaba a capella "La paloma" de Rafael Alberti, y cada nota acariciaba una cuerda de mi sensibilidad hasta el deslumbramiento."
(José Saramago, 2009)

Creo que siempre me han llamado la atención aquellas personas que cantan. Yo mismo hubiese querido hacerlo, pero Dios, por decirlo de alguna forma, no me premió con la voz correcta. Es por eso admiro mucho a quienes tienen el don y además lo hacen bien. En mi caso, de nada valió que en mi familia mi abuela y su mítica hija, Beatriz, cantaran; ni siquiera que el medio hermano de mi madre también lo hiciera y haya participado en jaranas de "rompe y raja", esa de antaño. A mí, la genética me jugó en contra.
Recuerdo que cuando siete u ocho años, Leopoldo La Rosa, el gran director peruano (para mí un señor callado de lentes gruesos), fue a mi colegio a probar voces para un coro. Yo me esforcé, pasé una ronda y otra, pero al final, me quedé sin aire supongo y no me escogieron. Sentí mucha pena pues mi hermano mayor, de la mano del Hermano Patricio, participaba en el coro del colegio y junto a ellos había participado en uno de los mini long plays de la serie "Vamos a cantar" que la Editorial Bruño grabó en "El Virrey". A mí, mis pulmones no me ayudaron.

El tiempo ha pasado y aún no sé si soy al menos un poco entonado; sin embargo, siempre he amado la música y quizá por eso, cuando estaba en aula me atreví a enseñar canciones a mis chicos y hasta le cantaba a mis hijas. Miguel F, uno de mis antiguos alumnos todavía recuerda la canción del "Noé"; mis hijas, la del "Negro Cirilo", "La foca Marisol" y otras que aprendí en las capacitaciones.
Hace poco más de un año, buscando y rebuscando información sobre las grandes voces del criollismo peruano, hice un feliz descubrimiento: Buscando a una Tania descubrí a otra; una que me hizo recordar con especial cariño a las interpretaciones de Lucha Reyes y sobre todo, las de su tocaya Tania Libertad. 
Tania Libertad es, en mi memoria, la chica del cabello corto que vi por primera vez cuando hacoa de coanimadora en un antiguo programa de televisión dedicados a la música criolla: "Danzas y Canciones del Perú; uno de los favoritos de mi padre. Corrían los últimos años de la década de los 60 y los inicios de los 70, cuando el nacionalismo había vuelto de la mano de los militares; por eso, programas televisivos de música criolla podían ser estelares.
Era así que Panamericana, el canal 5, tenía dentro de su programación uno tipo "omnibús" llamado "Perú 68, 69, 70, etc.", el mismo que tenía como "fin de fiesta" a "Danzas y Canciones del Perú", un espacio conducido por el "carreta" Jorge Pérez (y luego, Nicomendes Santa Cruz) junto a Cecilia Bracamonte y a una jovencísima Tania Libertad. Por entonces, ella era toda una profesional, con un contrato para la RCA, un LP y un éxito: "La contamanina".
 
Antes de llegar a "Danzas y canciones..." la voz e interpretación de Tania Libertad se habían pasado por "Trampolín a la fama" el popular programa concurso del inefable Augusto Ferrando. Allí (creo), fue que oí por vez primera su versión de "Concierto para una sola voz", la cual quedó grabada de manera indeleble en mí corazón. 
Lo cierto es que la canción no era del tipo de "Tu voz" o "Soledad sola" (éxitos de Tania) pero, para mí, un niño por entonces, eso me tenía sin cuidado; solo recuerdo que al escucharla me quedaba parado frente al televisor, sin moverme, escuchando maravillado cómo cantaba aquella chica de cabello corto.
Aquella Tania sigue cantando y es casi idolatrada en México, su nueva patria. Aquí en el Perú es poco valorada, pero hay muchos como yo que buscan sus antiguas interpretaciones. Fue así como buscando a la Libertad, encontré a la otra Tania, Tania Cirilo.

Tania Cirilo es una joven de 17 años, sencilla, vital, dueña de una hermosa voz, quien no solo se atreve a cantar la misma melodía de la cual me enamoré cuando niño, sino que tiene un repertorio muy sólido de canciones criollas e internacionales; muchas de las cuales son (como ella bien dice) no solo para escucharlas sino para sentirlas.
"Concierto para una sola voz" es definitivamente una de ellas; por eso, hoy, aun cuando ya no soy aquel chiquillo que fui, no puedo dejar de sentirme tocado por la fuerza de esa melodía y, esta vez, por el sentimiento y la dulzura de la interpretación de Tania. Así que, si notan el temblor en la grabación... no es gratuito, es la música entrando en cada fibra de mí... ¡Y eso es bueno!
En estos días cuando varios me preguntaron por qué estaba tan interesado en promocionar a Tania Cirilo; mi respuesta fue sencilla: Porque sabe cantar.
Mi admiración y respeto para ambas y las gracias a Tania Cirilo, quien (me lo dijo después), me dedicó esta poesía hecha canción.

domingo, 27 de julio de 2014

Y sin embargo, se mueve...

(....) el tiempo que nos ve pasar a todos (...)
(un pedacito de José Saramago - 2009)

-Ja, ja, ¡sólo falta que le des su manzana a la Miss! -dijo ella con voz meliflua. La profesora, inevitablemente se puso roja como un tomate. Yo, que hasta entonces había procurado no mirarla, lo hice por un segundo y fue suficiente para reparar en lo que había pasado: La mujer se estaba burlando de mí, de lo que le había escrito a María C. Esa fue la primera vez cuando sentí que se movía.
La historia, (si es que ha habido alguna) empezó casi dos años atrás, en unas sesiones de práctica de los miércoles. Allí divididos en grupos de 6 u 8, en pares diferentes cada vez, uno de nosotros debía exponer una situación problemática no muy compleja, pero personal;  y el otro, debía hacer las veces de "ayudador" e intentaría hacer precisamente eso, "ayudarlo". Aquella vez, María C. vino a suplir a nuestra supervisora y justo, en esa sesión yo era el "ayudador". Debí haber estado fatal en mi labor, pues María C. no se contuvo y me cortó: ¡Atento, señor! -dijo y yo me callé. Entonces empezó a hacerme notar una a una mis deficiencias, pero yo, no sé por qué, lo único que hice fue mirarla directamente a los ojos. ¡No, jovencita! -pensaba; no porque seas muy especialista me vas a decir así las cosas, y es que María C. no andaba con rodeos, irónica y desenfadada, llena de gestos y moviendo sus manos, me dijo las cosas a lo bruto... y bruto me sentí mientras hablaba; por eso, no le bajé la mirada, tanto que en un instante, se atropelló un poquito, pero fuerte como es, no se amilanó y siguió destrozándome con sus comentarios.


Desde ese día, la odié un poquito.

Dos años después, en un curso más avanzado, nos volvimos a encontrar y, esta vez, muy a mi pesar, María C. había sido designada como nuestra supervisora; ella era quien nos tendría que guiar en las nuevas prácticas, las cuales, ya no eran simulaciones de acompañamiento, sino debíamos enfrentar y exponer casos reales. Fueron dos ciclos con María C., la mitad de los cuales, era evidente (al menos para mí) su inquina y su poca buena voluntad para conmigo. Cada vez que podía me hacía notar cómo mi "de-formación" de base afectaba mi trabajo de acompañamiento: ¡Eres profe, pues! ¡Acá no es el colegio! ¡Atento, pues!
Hace tres semanas tuvimos la última sesión y María C. y ella nos pidió hacer un informe final. Yo, cansado de redactar documentos formales, pensé hacer otra cosa y, de pronto, sentí que quería decirle "mis impresiones y aprendizajes" de otra manera. Fue así cuando decidí escribirle una carta personal.
Llegué a la sesión y, curiosamente, esa noche todos habían llegado temprano, sin embargo habían dejado vacío "mi lugar" al lado de María C. Sentados como siempre formando un círculo, mis compañeros fueron leyeron sus informes y María C. agradecía y puntualizaba los logros, yo mientras tanto solo escuchaba y de vez en cuando miraba mi papel... fue entonces cuando tuve la sensación que el piso se moviera deslizándose...  Así, cuando me tocó leer, procuré fijar los ojos en el papel para no distraerme con las imágenes que proyectaba en el suelo y que se sucedían tras otra. Mi carta hablaba de mi experiencia en el curso pero, de alguna forma, en ella había aflorado mi experiencia con ella. Solo entonces entendí que lo que se movía era el tiempo... Habían pasado muchas cosas que yo me había negado y de pronto, pasaban todas juntas por debajo de mis pies. Por eso no la miré, pensé que caería y esa sucesión de imágenes me llevaría.... Solo cuando la compañera sentada frente a mí empezó a reclamar que lo que había escrito no era un informe y luego, dijo lo de la manzana; solo entonces, superé el ardor de mis orejas y la miré.

Estaba emocionada también y en un instante empecé a sentir algo más: ¿Me agradaba la chica? Bueno... Sí, me dije; pero no lo podía definir aún.... 

Horas más tarde, llegando al espacio chiquitito de mi refugio fue que (para variar) una canción y una peli me ayudaron a entender: ¡Había sido bueno conocerla a pesar de todo, a pesar del final!
Estimada, Profe María C:
Te doy las gracias pues sin querer me diste una lección insospechada. Entendí que el tiempo, a veces inconscientemente lo detenemos, lo amarramos en el dolor, en la cólera, en las ganas absurdas de que no pase. Esta semana, después de conocer a Val, hija de mi hija, viendo a su madre cruzar la puerta, volví a sentir algo parecido: Sentí que el tiempo que nos ve a todos, se movía, se ponía al día en un instante. Era un movimiento inexorable, entre dulce y amargo porque simplemente,  pasa... pasa... pasa...