martes, 29 de marzo de 2016

Cuento¡tin! (Parte 2)

I
Solo bastó un día para que Din sintiera que no podía más. Tenía que huir, irse lejos para que todo se solucionara. Pensaba que solo así recuperaría su “din” y que los demás estarían contentos. Sobre todo Puf y la vieja Fuhh.
Esa misma noche, decidió partir.
Organizada como era, lo tenía todo planificado: se iría al país de los canguros. Ellos también saltaban y el viejo Kan, maestro de la tribu, era su amigo.
Muy de mañana Din partió. Cruzó bosques y llanuras y llegó a tierra de los canguros. El viejo Kan la recibió con gusto y le dijo: Din,  aquí puedes ser tan musical como quieras.

Din se emocionó.

Así, Din, ¡a los conejos por canguros cambió!



II
-A ver, chicocos ¡din!
-A saltar yo les ensañaré ¡don!
-Estoy contenta de verdad ¡din!
-Mi alegría les contagiaré ¡Din, don!

Din procuraba mostrarse feliz y animosa, pero no sentía tan musical. Los canguritos le hacían caso pues les parecía graciosa, pero no se sentían del todo contentos con ella.

-Buenos días, Chicocos ¡din!
-Hoy soy muy feliz ¡don!
-Salten con gracia y hasta arriba ¡din!
-Con entusiasmo y ganas como yo ¡din don!

A los pocos días, Din se sentía rara; antes los conejitos la buscaban después del entrenamiento, le regalaban brotes de hierbas tiernas. Los más pequeñitos hasta le decían “tía Din”.

Pronto se dio cuenta que los canguros no la trataban mal pero no se le acercaban.

Decidió a ver al maestro Kan y le contó lo que sentía:

-Din, eres de las mejores entrenadoras que conozco…
-No lo soy; soy la peor ¡din!
-¡Ah, Din! Aunque no lo quieras aceptar, lo eres... pero tu tarea con los conejos no ha terminado…
-Pero, desobedecer no es lo mío ¡don!
-Y sin mi 'din', ¡no puedo! ¡din, don!

El vejo Kan miro a Din con cariño y, alzando una pequeña campanita, le dijo:
-Toma, Din; si usas esto, tu promesa no faltarás.

Din, olfateó la campanita y la tomó con cuidado pues nunca había visto un artefacto así.

-Anda, Din. ¡Hazla sonar!
-No puedo ¡din!
-No es correcto, es trampa ¡din don!

Din dio mil excusas al viejo Kan; sin embargo, ante un impasible Kan, movió por fin la campanita. Lo hizo sin ganas y…

-No suena ¡din!
-Te parece, Din. A ver, con calma, ¿sí?
-Me calmaré…
-¡TINN!

No era un "din", pero sonó igual de melodioso. Din se emocionó.

¡Ay!  ¿Las cosas podrán caminar otra vez?


III
Din emprendió el camino de regreso y al llegar parece que los conejitos se corrieron la voz. Pronto se vio rodeada de 39 lindos conejitos que la abrazaban y sonreían.

Din sacó la campanilla y la movió con gracia mientras hablaba.

-Mis chiquitines ¡Tin!
-Estoy aquí como ven ¡Tin!
-Lista para saltar y jugar otra vez ¡Tin!
-Si quieren solo un rato... un ratito o un ra…¡Tin, tin! 

Obviamente Buh y Fuhh también se fueron a ver pero nada pudieron decir pues, cumpliendo el decreto de la vieja Fuhh, Din no decía ni un solo “din”…

¡Ay! Bien hecho, conejas desorejadas (¡ji ji!)

IV
Din estaba feliz haciendo lo suyo y más porque estaba rodeada de sus pequeños. Algunos de ellos, que eran muy inquietos y curiosos, no se pudieron controlar y cuando Din se distrajo, examinaron la campanilla.  Como nunca habían visto una, no se percataron de un serio detalle: la campana de Din solo era un domo vacío, ¡no tenía un badajo que la hiciera sonar!!!

Asombroso como era, Din siguió con sus entrenamientos y en sus "¡TINN! nunca hizo notar que l” no provenían de la campanilla sino de otro lado, de hecho, de muy dentro de ella, de una parte que solo sus conejitos conocían y, solo ellos podían escuchar. Ellos sabían que sus “TIN” eran (como siempre) una cosa del corazón.


martes, 22 de marzo de 2016

Cuento¡tin! (Parte 1)

I
"Din" le decían todos. Din le llamaremos nosotros pues su nombre resonará en tu cabeza cuando conozcas esta historia.

Desde tiempos inmemoriales los conejos han sido los mejores saltadores del reino y por eso eran quienes  se dedicaban a enseñar ese delicado arte a demás animales. Saltar muy alto, con elegancia y energía se aprendía desde muy pequeños y esa tarea se encomendaba a las conejas más habilidosas. Din era una de ellas.

El estilo de Din era especial: no gritaba, no ponía ceño molesto y menos apresuraba a sus pupilos hicieran a que hiciera, hacía las cosas con amor, humor, ritmo y firmeza.

-A ver chicocos ¡din!
-Un saltito, ¡din din!
-Si les cuesta ¡don!
-Yo los animo ¡din don!

Ja, ja... ya adivinan por qué del apodo de Din. Sus ¡din! y algunos ¡don! eran parte de su hablar y más cuando decía:

-Uno, dos ¡din! Un animalito saltarín ¡din din!!

Esa era su forma de animar, sonora y musical que, a los oídos de una coneja desenchufada, en verdad, no gustaba...

¡Uy, se me pegó el verso! (Je, je)

II
"Puf" le decían todos. Puf le llamaremos nosotros pues su nombre retumbará en su cabeza cuando conozcas su historia.

Puf era entrenadora de saltos, igual que Din, pero ella estaba cansada y aburrida, ya saltar no era lo suyo:

-Puf puf, chicos
-Puf ya no doy más
-Puf, que me cansa y me aburre
-Puf, puf, ¿por qué no dejan de saltar?

-A ver chicos ¡din!
-Hasta el cielo ¡don!
-No se cansen ¡din!
-Que a mí no me cansa el trajín ¡don!

¡Uy! ¡la que se va a armar!!!

III
A Puf le comenzó a disgustar Din, y su cólera aumentaba cuando poco a poco notaba que sus pupilos querían irse con Din. Ella no lo aguantó y se quejó ante la reina:

-¡Puf! majestad
-¡Puf puf! me quejo contra Din
-¡Puf! Y mi queja es sin maldad
-¡Puf! Din me perjudica
-¡Puf puf ! su ¡din! ¡din!
-!Puf puf! mi oído irrita.

En aquel lugar, la palabra era muchas veces suficiente para dañar a los demás. Y la reina, que era poco musical, encontró que lo que decía Puf podría ser una oportunidad para ella. El "din" de Din siempre le había molestado, y ahora tenía el poder para callarlo. Además, el "puf" de Puf, era más cercano a su "fuh fuh", el sonido que ella hacía ahora porque hacía lustros que no saltaba.

-Fuh, fuh, Din
-Fuhh, fuh, con mucho esfuerzo hablo.
-Fuh, creo que Puf dice al fin.
-Fuh, fuh, lo que yo siempre callo...

-No más "din" decreto.
-Fuhhh
-¡A enseñar sin "dins" te reto!

¡Uy, que tristeza para Din! (¿Qué pasará??)

domingo, 13 de marzo de 2016

Un cuento con orejas

Era un bosque, uno como de los cuentos: verde, luminoso y colorido. En él habitaban animales de toda clase y pelaje; los había enormes y pesados, también pequeños y escurridizos, algunos de pelo hirsuto y otros cuya pelaje parecía algodón.  Habían también animales amigables y confiados y otros gruñones y recelosos. Tampoco faltaban los de dos patas, entre ellos, el viejo sabio que todo lo sabía (y lo que no sabía lo inventaba) y por supuesto, brujas, muchas brujas cada una más mala que la otra, tanto como una indigestión pasada la medianoche.
En ese bosque la comunidad más grande era la de "Los orejudos", bueno... la de los conejos... "orejudos" era el nombre con que la llamaban los demás. Ente los "orejudos" habían muchos grupos, los más organizados eran los de "los rosados" y "los verdes". 

Los rosados tenían los ojos más grandes y hermosos de la colonia conejil. Eran alegres, parlanchines, grandes saltarines, inquietos, intuitivos, y más que nada los mejores cantantes. Los verdes por su parte, eran serios, de ojos agudos y escrutadores, cerebrales, nos eran muy ágiles, aunque sí delgados y fuertes, se distinguían por ser menos impulsivos y sobre todo por verbo florido y elaborado, Nadie como ellos para contar una historia.

Cierto día, un rosado, más bien una rosada, pasaba saltando cerca a un agujero al pie de un cerro enorme, cuando de pronto escuchó una vocecilla que desde dentro decía: ¡Voy voy, pero no sé donde estoy! ¡Voy, voy, pero no sé a dónde voy!

La rosada se quedó sorprendida y sin saber qué hacer... Atinó a pasar por allí un verde quien viendo a rosada tan quieta le llamó la atención y le preguntó qué pasaba.

Ya iba rosada a contarle cuando se volvió a escuchar de dentro del huequecillo: ¡Voy, voy, pero no sé dónde estoy! ¡Voy, voy, pero no sé a dónde voy!

Verde y rosada se quedaron de una pieza, resultaba que alguien caminaba dentro pero al parecer estaba medio perdido. Ambos decidieron ayudarlo... ¿pero cómo?

Rosada empezó entonces a saltar y saltar pensando en que su salto guiaría al que estaba dentro...
¡Voy, voy, golpes escucho, pero no me sirven de mucho!

Verde entonces se acercó al hueco y empezó a dar una descripción muy sesuda sobre cuevas subterráneas y supervivencia animal... ¡Voy, voy, cosas escucho, pero no me sirven de mucho!

Verde y rosada se sintieron tristes; la verdad, no esperaban eso pues los dos querían ayudar; sin embargo, sus intentos habían sido vanos.

¡Voy, voy, también triste estoy y peor, pues con la luz no doy! Se escuchó la vocecita dentro del agujero.

Rosada entonces, empezó a cantar... Cantó sus canciones más hermosas, de esas que alegran el corazón y pintan las flores de colores. Esta vez también coloreó la cara adusta de verde, quien mirando a rosada se dio cuenta lo que debía hacer...

Verde, sabía que el sol había llegado a su cenit y, si se abría más el agujero, pronto el sol penetraría... Así, con bracitos y piernas y con mucha energía comenzó a ensanchar el agujero.

Voy voy!  ¡Tus canciones me emocionan y mis patitas juntas se accionan!
-¡Voy, voy! ¡Veo una luz que se ensancha, no importa que en mis pelitos haya manchas!
A los pocos minutos, verde y rosada escucharon unos saltos más fuertes y de pronto saltó del agujero una bolita que parecía una nube.

Era un pequeño conejo celeste como un suspiro, gordito y con enormes ojos plomo verdosos (o verde plomozos) que  miraba a rosada y verde agradecido. 

-¡Gracias a los dos, gracias a tu fuerza y a tu voz!
-¡No tengo dónde estar! ¿Con ustedes me puedo quedar?
Verde y rosada se miraron. Sabían qué hacer, y juntos aprenderían a volar.