lunes, 15 de diciembre de 2014

Mi casa

Mi casa no es mi casa. 
Mi casa tiene decenas de ambientes y a veces miles de habitantes,
casi todos en constante efervescencia y evolución.
Mi casa que reúne el calor de lo añejo y la frialdad de lo nuevo.
Mi casa, repito, no es mi casa.
En ella casi nada es mío; sin embargo, hay muchas cosas allí para mí,
En ella me muevo, respiro, sueño, reflexiono, rezo, me exijo.
Es donde lo veo a Él. 
Aunque también veo reír, llorar, sufrir;
pero aún así, soy testigo de vida que crece y florece...
Mi casa no es mi casa pero es, a ratos, mi refugio.
Es la que dejo cada día y es la que estoy seguro nunca poseeré.

martes, 9 de diciembre de 2014

Un violín - Parte 2

Cuando fui a ver "El violinista del diablo" me encontraba en medio de un mes muy duro; intenso, por decir lo menos. Por eso, sentado en mi butaca, daba por perdida mi tarde, cuando de pronto, una canción ("Io ti penso amore") me emocionó (literalmente) hasta las lágrimas...
En realidad, la canción no la compuso Paganini, (está inspirada en el segundo movimiento de su Concierto nº 4), sin embargo, la sublime voz de Andrea Deck  y más que nada, la poderosa interpretación al violín de David Garrett, me conmovieron de manera insospechada.
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Tenía siete años, había terminado Transición y pasé a 1º de primaria. El cambio fue enorme; del espacio cerrado, exclusivo para los más pequeños del colegio, pasamos al patio de todos, "el grande"; de Sor Clemencia, una madre en todo el sentido de la palabra, nos tocó Sor Celia, una monja muy monja. En el caso de ambas religiosas, el contraste eras evidente aún para un niño como yo: Mientras Mery era la dulzura hecha persona, Sor Celia (una cubana exiliada) era más bien seca y no se andaba con cosas. Si bien las dos sabían ser maestras exigentes; el plus de Mery era, parte de ser ella misma, sus canciones y, que yo recuerde, Celia no cantaba para nada.
Así fue como empecé a echar de menos a "mi Madre Clemencia" y sus cancioncillas. Felizmente durante las vacaciones había enfermado de Gigiomanía gracias al LP "Mis canciones favoritas" del Topo Gigio (el disco por el que luché para que me lo compren). Ese vinilo fue mi primer refugio musical y el inicio de mi relación con la música. Fue, para decirlo de alguna manera, un "acercamiento mediado", pues en la voz del famoso roedor, escuché con deleite canciones "de grandes": Allí estaban "Non ho l'etá per amarti" de la linda Gigliola Cinquetti; "La felicidad" del siempre animoso Palito Ortega y también melodías tan distintas como "Esta tarde vi llover" de Armando Manzanero y "Ob la di ob la da" de ¡Los Beatles!
¡Qué deleite sentía al escuchar el disco! Siempre que podía, le pedía a mi papá que lo pusiera en la radiola "Emerson" y, siempre que podía también, me engreía haciéndome el dormido en el segundo escalón de la escalera de la sala, justo justo cuando sonaba "Arroró"; de esa manera conseguía que mi padre me subiera cargado hasta mi cama.
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Esa Navidad mi hermano mayor había recibido una guitarra como parte de su regalo; aunque en el pensamiento de mi madre, "era regalo para los dos" y debíamos aprender a compartirla, La guitarra era de plástico, sencilla; pero lo suficientemente interesante para mí, pues sentía que podía hacer música con ella... Con la bendita guitarra pasaron dos cosas: primero, peleas con mi hermano por querer tocarla y, en segundo lugar, una enorme frustración porque cada vez que la podía tocar, no sacaba ni un buen acorde. Creo que nuestra madre no había reparado en un pequeño detalle: ninguno de sus dos vástagos había nacido virtuosos de la música y así entre que nos arranchábamos el bendito instrumento, se corría el riesgo de romperla, por eso, siguiendo la tradición nuestra madre, resolvió el entuerto a su estilo: la guardó para que nunca se malogre.

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A inicios de los 70's era posible escuchar música instrumental en la radio. Melodías de grandes orquestas como la de Paul Mauriat, Frank Pourcel, Percy Faith o Ray Conniff se podían escuchar en radios selectas como 'Stereo Lima 100' o 'Radio Aeropuerto'. De hecho, 'Stereo Lima 100' era la única estación en FM. A mi padre le gustaba escucharla de vez en cuando mientras leía el periódico. Una vez, mientras devoraba el diario "La Prensa", una melodía de Mantovani, con su característico sonido de cascada de violines, me deslumbró.
¡Estaba decidido! ¡Ya sabía que quería para mi santo! Por eso, cuando me preguntaron, dije sin dudar: ¡Quiero un violín!  Y así, durante meses, como digno alumno lasallista y siguiendo las "divinas enseñanzas" de Sor Celia, campeona de participación en las Misiones de la O.M.P., las rifas de "Fe y Alegría" y cuanta campaña de ayuda había; yo por mi parte empecé la mía propia, bajo el lema (bien religioso, por cierto): "pide, pide, que se te dará".
En realidad el pedido no se lo había hecho directamente a mi padre. En esos tiempos, mi madre era el canal apropiado de transmitir las "cosas de los chicos" (o sea, de mi hermano mayor y yo). Por eso cuando mi mamña me dijo que ya, yo di las cosas por hechas. Por eso mismo, no perdí ocasión para contarle a todos que mi papá me iba a comprar un violín. ¡Un violín para mí solo!

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Era recreo y caminaba por el patio comiendo un sanguche de mi lonchera. Por entonces, estaba mudando los dientes. Sor Clemencia y Sor Celia cruzaban el patio. Sor Clemcncia sonreía como siempre.
- Madre, madre - llamé a Clemencia.
- ¡Guzmán! ¿Qué hacé? - dijo Celia.
- ¡Viejo! ¿Cómo estás? ¿Qué dices?- dijo Clemencia
- ¡Me van a comprar un violín! Mi papá me va a comprar un violín. dije muy alegre.
- ¡Qué bueno! - dijo Sor Clemencia. Deberás cuidarlo mucho pues los violines son caros.
Celia, estaba callada, solo se fijaba en mi boca que empezaba a dar un mordisco al pan. Entonces dijo:
- ¡Mirá, chico! ¡Qué bien come el desmuelao!
Me dio vergüenza. No dije nada, pero en el fondo de mi corazón de niño, albergaba una idea: cuando tuviera mi violín, tocaría muchas canciones a Sor Clemencia, ¡solo para ella! ¡Aunque fueran las del libro "Desito"!

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La noticia del violín se la dije a medio mundo, a todos mis amigos y hasta a los amigos de mi hermano mayor... Ninguno ellos me dio mucha bola. Se entendía ´pues casi todos estaban pesando en que les regalasen pelotas de fútbol, rodilleras o chimpunes. Los efectos de la fiebre de México 70 y el "Perú campeón" aún se sentían fuertes.Pero yo no veía la hora de que llegara mi cumpleaños.
El día por fin llegó, y como cayó lunes, tuve que ir al colegio. Terminadas las clases, regresé a casa a eso de las dos y media de la tarde. Almorcé como siempre, hice mi tarea y empecé a esperar a mi papá. Él solía llegar a las 6:00 de la tarde.

Las horas pasaron lentas. Mi mamá preparaba la mesa para la pequeña reunión por mi cumple. Yo ansiaba escuchar el clásico silbido de mi papá y recibir por fin mi violín.  Mi mamá me había dicho que él mismo iba a traer mi regalo, por eso, esa tarde no me interesaba ni el periódico ni alguna revista de cine o propaganda que a veces solía traer.

A las seis escuché el sonido de la reja de fierro que se abría y a continuación el silbido de mi papá... Salí corriendo a la puerta, no presté atención a la mesa donde había una torta, galletitas, potes de vidrio con gelatinas, mazamorra, ni siquiera las fuentes con papitas fritas o las gaseosas, (un lujo por esos años) me distrajeron. Saludé a mi papá y vi una bolsa grande. No era de regalo (así era mi papá, muy práctico él), sino de una tienda de instrumentos musicales. ¡Mi corazón se aceleró!

-Toma, Koki - dijo mi papá. mientras me alcanzaba una bolsa de papel. No reparé en la forma un tanto cuadrada; la abrí y descubrí mi regalo: ¡Era un pandero! Un pandero de madera, con una sola hilera de platillos, cubierta de piel de cordero, nada más lejano a un violín.
¡Me quedé desconcertado!
No lloré, ni dije nada. No me atrevía a reclamar, sabía que un violín era demasiado caro, ya lo había estado repitiendo mi mamá cual letanía por casi dos meses.
Agradecí y fui a mi cuarto... Nunca supe si mi madre tuvo que ver en la decisión. Ahora que lo pienso, mientras que el violín debía cambiarlo cuando creciera, con el pandero, no. Pasó mi cumple y al día siguiente y nunca más se me ocurrió mencionar el asunto del violín a nadie en el colegio. Por otro lado, a nadie parecíó importarle el asunto. ¡Felizmente!

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Finalmente, contra cualquier pronóstico, mi pandereta me acompañó durante muchísimos años, fue mi compañera fiel en tardes interminables cuando prefería quedarme en casa en vez de ir al Club "El Bosque". Tocándola, acompañaba las canciones de mis discos de "Los Beatles" que giraban en mi tocadiscos "Geloso". Mi pandereta estuvo conmigo también en la universidad, cuando debía hacer mis clases modelo usando canciones infantiles para marchar, caminar y saltar. Finalmente, ya trabajando, eran mi pandereta y yo quienes enseñábamos decenas de canciones a mis alumnos. La tuve por casi 35 años, hasta que algún alma caritativa la llevó para "animar una misa" y nunca más la volví a ver... Debe estar en mejores manos.
Aún así, el sonido del violín me sigue fascinado hasta ahora. Creo que a falta de un instrumento natural (como Mery y su voz), yo siempre necesité uno que me definiera y entre todos elegí el violín. Para mí, solo con un violín se puede transmitir un sinnúmero de emociones. El violinista parece sufrir tocándolo (y de hecho, puede que lo haga) pero aún así, lo hace con deleite... No sé explicarlo de otra manera, pero el violín tiene algo dolorosamente dulce que es capaz de conmover hasta al más indiferente. No soy especialista, solo digo lo que siento. quién sabe si mi querida amiga María Elena podría explicarlo muchísimo mejor.
Lo único que sé (y con esto termino) es que si existe un instrumento que sea como yo, ese es un violín,

Viaje a Tombuctú o el rescate de la memoria desde el corazón

"Comunicación sin emoción / una voz en off con expresión deforme / busco algo que me saque este mareo / busco calor en esa imagen de video / Nada, nada personal…”
La letra de Soda Stereo no puede ser más elocuente para reflejar el sentir de una década. Sin embargo, el estribillo final ("nada, nada personal") suena a contradicción cuando lo escuchamos en “Viaje a Tombuctú”, la película de Rossana Díaz Costa.
Estrenada hace unos meses con inusitado éxito, “Viaje a Tombuctú”, la ópera prima de Rossana Díaz Costa, es sin duda una película personal; es una cinta que ofrece la oportunidad de mirar a Lima y a los limeños de los ochenta a través de los ojos de Ana (la protagonista) y de ver resumidos en ellos el desconcierto, el temor; y también, la esperanza de quienes somos ahora "sobrevivientes" de aquella época.
Para Rossana Díaz (escritora, docente universitaria y cineasta) llevar "Viaje a Tombuctú" a la pantalla no fue una tarea fácil. Si queremos determinar el inicio del proyecto, lo encontraríamos en varios cuentos de “Los olvidados (no los de Buñuel, los míos)”, que publicó en 2005, el cual trasunta un deseo enorme de contar una historia; en cierta forma, su historia. Quizás por eso, los personajes saltaron del libro al guion cinematográfico y de allí al cine. Sin embargo, este último paso no se concretó inmediatamente; fue recién en 2007, gracias al apoyo de IBERMEDIA cuando se empieza a desarrollar el proyecto como película.
Fue entonces cuando se inició un trabajo titánico: de pronto, Rossana Díaz se vio embarcada en la necesidad de reaprender el oficio de hacer cine; ya no bastaba con ser guionista, había que trabajar como productora y directora, era necesario atender todos los detalles: desde grabar, editar, corregir el color, estar pendiente de hacer las mezclas de audio, seleccionar las canciones adecuadas, hacer la postproducción, buscar cómo distribuir la película y, lo más complicado, hacer que la película se exhiba y confiar que guste…
En agosto de 2013, "Viaje a Tombuctú" se presentó en el Festival de Cine de Lima y de pronto, la película empezó a mostrar su potencial: era capaz de sintonizar emocionalmente con los espectadores y muchos se sintieron identificados con la historia de Lucho y Ana. Esto coincidió con otro hecho afortunado que fue el espaldarazo final: en octubre del mismo año, "Viaje a Tombuctú" ganó el Premio de Distribución y Exhibición del Ministerio de Cultura del Perú y con eso la posibilidad de estrenar comercialmente la película a mediados del 2014.
Así, el 29 de mayo de 2014, en medio de una suerte de "boom" del cine nacional, y peleando de igual a igual con películas comerciales, “Viaje a Tombuctú” se estrenó en varias salas de Lima. Los amantes del cine ya conocíamos algo de la cinta y de las emociones que había despertado en el Festival de Lima; sin embargo, nadie adivinaba lo que sucedió luego. Digamos que fue una cuestión de “feeling”. Lo cierto es que “Viaje a Tombuctú” logró mantenerse cinco semanas en cartelera, no solo gracias a su calidad, sino también, a la cercanía que logró con las personas: Frente a la maquinaria promocional de las "grandes producciones" y "blockbusters" norteamericanos, “Viaje a Tombuctú” apostó por mecanismos más sencillos; una estrategia de promoción que reflejó la conexión de la película con los espectadores quienes, de alguna manera, reflejaban la relación afectiva de Rossana Díaz, no solo con el cine, sino con su película y sus personajes.
Podemos decir que lo que sucedió fue una suerte de “crush” con el público, el mismo que se reflejó desde las pintas del “avioncito a Tombuctú”, que días antes del estreno aparecieron en varias paredes de distritos cercanos a los cines, (muchas en los alrededores de la PUCP donde Rossana Díaz es profesora). También la participación en el Facebook oficial; primero con el concurso con la música de los ochenta, luego con las fotos de los asistentes en la primera semana junto a sus boletos. Siempre la respuesta del público fue cálida, pues, al margen de ganar el “merchandising” de la película, se notó que la gente se iban enganchando más y más con el proyecto. Luego siguieron las fotos, las mismas que invitaban a desempolvar viejos objetos de los ochenta y fotografiarse con ellos; finalmente, la distribución de pelotas “Viniball” con el logo del “avioncito amarillo” que muchos se llevaron felices tras acudir a una función. Todo esa inusitada maquinaria funcionó e hizo que la propaganda boca a boca fuera la mayor evidencia de que “Viaje a Tombuctú” se había conectado con los espectadores; sobre todo, con los mayores de 40, quienes sentimos no solo la necesidad de participar, sino de apoyar el proyecto de Rossana Díaz que, de alguna forma, se había convertido en nuestro.
A pesar de eso, sabemos que “Viaje a Tombuctú” fue concebida como una película para los jóvenes (lo ha dicho Rossana Díaz en muchas entrevistas). Y aunque para algunos de ellos la cinta resulte sencilla en su forma, muy pronto encuentran en el fondo una enorme riqueza. Para los mayores la cuestión fue más fácil: Lucho y Ana demostraron ser buenos compañeros de viaje hacia nuestros recuerdos, a pesar de que muchos de ellos estaban teñidos de zozobra y de la insania del terrorismo; la película fue útil para clarificar y comprender mejor nuestras experiencias y también para que de alguna manera, nos reconciliemos con nuestro pasado.
"Viaje a Tombuctú" constituye así algo más que una simple metáfora, también es una oportunidad para desagraviar a aquellos que optaron por irse y al mismo tiempo, revalorar a quienes se quedaron y se refugiaron en sus amigos, los libros, las películas y sobre todo en la música; elementos que juntos terminaron por rescatarlos y darles el aire que les faltaba para seguir y no perderse en la desesperanza.
Por eso, presentar "Viaje a Tombuctú" a nuestros estudiantes es una ocasión propicia para que puedan entender lo que vivieron sus padres o abuelos en los años ochentas, para que puedan comprender cómo lucharon a su manera y, lo más importante, cómo de alguna manera siguieron caminando (como “Billy the Kid”) en medio de la incertidumbre y el miedo. “Viaje a Tombuctú” nos permite explicar la realidad de hoy a la luz de la experiencia colectiva de un pasado cercano, esa misma que para algunos resulta inútil, posible de ignorar o negar. Por eso, por si no (te) lo dijeron, te invitamos a compartir la historia de Lucho y Ana y su esfuerzo por negarse a no tener sueños aun en medio del terror...
Hay películas que se aman y creemos que “Viaje a Tombuctú” es una de ellas. Méritos tiene muchos, sin embargo, el mayor, es que de alguna manera nos enseña a aprender a vivir.
Artículo original publicado en:
http://www.lasallelima.edu.pe/tombuctu/
(No sé hasta cuándo esté disponible, por eso lo publico aquí.)

lunes, 8 de diciembre de 2014

A Tombuctú o viajes a ninguna parte...

Cada viaje a los recuerdos es una larga travesía a lugares donde estuvimos, donde no quisimos estar, donde no pudimos estar. Finalmente, un viaje a donde nos guste o no, no estaremos más. 
(Yo, ayer y siempre)

Hola, papá
"Eres medio "stalker", papá. Tantas cosas que andas publicando de la película."- me dijo como quien no dice nada importante mientras se servía un té. "Creo que te gusta la chica... Pero, no está a tu alcance... Te lo digo porque te quiero... Ya deja de estar rebotando sus cosas del Face... La vas a asustar..."

Hola, Yola
La veía por la televisión sólo cuando podía. Nunca mientras rondaba mi hermano mayor, ni tampoco con el menor, quien por esos tiempos estaba más interesado en las aventuras del asombroso Hombre Araña o en las locuras de la Tortuga D'Artagnan. En el colegio nadie sabía, ninguno de mis compañeros se habría imaginado que me gustaba la chica; mucho menos se les habrían ocurrido pensar que, aparte de verla casi de manera clandestina en su programa de la tarde, a veces iba al mercado, donde (¡tiempos aquellos!) había una tienda de discos, y me quedaba mirando en su vitrina de exhibición el miniplay (marca "Odeon") de Yola Polastri . Quería ese disco y conseguirlo me tomó casi medio año; no solo porque la palabra "propina" no estaba en el vocabulario de mis padres, sino sobre todo por purita vergüenza. ¿Cómo haría para comprarlo?
Como el disco tenía un papelito con el precio pegado, sabía cuánto debía conseguir; así que sol a sol, centavo a centavo, al final logré juntar  el dinero, ¡Lo iba a comprar! Llego el día y si alguien me hubiese visto cuando fui al mercado con la plata bien apretada en mi mano, le hubiese parecido que andaba perdido o quizás medio trastornado; rodeé la tienda cientos de veces, estuve parado con la cara casi pegada al vidrio del escaparate; en tres ocasiones me detuve en el mismo vano de la puerta, pero no me decidía a entrar. Para animarme, decidí ir a la iglesia que estaba cerca y pedir (al mejor estilo de mi madre) que la Virgen Santa y las ánimas del purgatorio me acompañasen. Solo así, con paso firme y la mirada puesta en el suelo, entré al local.
- Buenas tardes señor. ¡Me vende... el... disco... de Hola... Yola...!
- ¿De Holayola? ¿Cuál? ¿El de "Las palmaditas"  o el de "La semillita"? - dijo el señor gordo mostrándome dos discos que sacó de un estante.
- ¡Quiero... el... disco... de Hola... Yola!
- ¡Todos son de Holayola! - añadió el señor gordo, mira, estos recién me los han traído.
¡Quiero... el... disco... de Hola... Yola...!  - dije casi sin voz y señalando la vitrina, porque yo quería ese en el que la chica de la tele me miraba.
- ¡Ah, bueno! El que TÚ quieres el primero de Holayola...
Lo que dije después fue lo que sin querer tenía ya preparado por si acaso el señor gordo me decía algo así.
- Yonoloquiero noesparamí espara mihermanito... ael....legusta... amínomegusta... amí...mihermanomemandóacomprar...noesparamí....noesparamí... no...
El señor gordo me miró divertido, metió el disco en una bolista de papel, y yo prácticamente le dejé el dinero en el mostrador y salí corriendo... Bueno, solo llegué a dos metros después de la puerta, puesto que mis piernas (como me solía pasar por entonces) se agarrotaron tanto que no pude dar un paso más... No importaba, ya tenía mi disco, y, lo mejor, Yola "la inmortal" me miraba con ojitos tiernos. ¡Me miraba solo a mí!
Casi cuarenta años después, Yola creció, floreció y se resiste a marchitar; sin embargo, yo me quedé con la de "¡ecooooo!!! ¡eco-co-co!! ¡ecoro-co-có!!!", pues más tarde la olvidé y nunca más compré otro disco.

Hola, Rossana
Algunas cosas salieron mal; no sé si fue realmente así pero mi intención era que ese día las cosas salieran perfectas. ¿La razón? ¡Rossana vendría! ¡Rossana Díaz,  la escritora, directora y productora de "Viaje a Tombuctú" vendría al colegio para presentar su película a los chicos del cole! ¿Cómo era eso posible? La historia había empezado casi medio año atrás.
En el mes de julio "Viaje a Tombuctú" ya no estaba en cartelera. Contra todos los pronósticos se había mantenido valientemente por más de un mes en el circuito comercial, y por entonces, empezaba a ser a ser presentada en provincias y en algunos lugares de Lima. Yo había visto la peli dos veces pero había alguien que se la había perdido: ¡Narnette! "Viaje a Tombuctú" eras un asunto pendiente entre ambos, que ameritaba hacer una tregua en nuestro pacto de "no vernos nunca más". Hablamos y empecé a informarme dónde exhibirían la película para poder organizarnos. Tras perder la proyección en la Biblioteca Nacional por lleno total, la opción era un local pequeñito del jirón Callao (el "microcine El Centro" de la AAA) en Lima cuadrada, 
Fue la noche del martes 22 de julio. Por si acaso, llegamos súper temprano y aguantamos de todo: desde un insufrible mimo, un corto que retrasó más la proyección, hasta una calidad de imagen y sonido que obviamente no eran la de un cine. Aun así, al terminar la cinta, me sentí doblemente contento: noté que la peli no me había cansado y al mirar a Narnette, tenía su cara sonrosada, indicador que estaba feliz y satisfecha.. De pronto, encendieron las luces y apareció Rossana. Su sola presencia me sorprendió. Con sencillez y una infinita paciencia, respondió a todas las preguntas; incluso las repetidas, las tontas y hasta las que no eran preguntas. Al salir, Narnette, que había notado mi azoro, me dijo: "Te ha impresionado, ¿no? Es linda. ¡Anda, no seas tonto, dile algo! Pídele que lleve la pela a tu colegio". "!¡Estas loca!" -le respondí, mientras veía cómo Rossana dejaba la sala... "No sé..." -añadí; "¿Cómo? ¿Se lo pido así no más?"  "No sé, piensa, pues". - añadió ella- "¿Y si le digo lo de Luis Hernández, el poeta, el que estudió en "La Salle"?" Entonces, Narnette me empujó.

¡Finalmente la cosa funcionó! ¡Rossana había aceptado presentar su película en el colegio antes de fin de año!
Llegó diciembre y allí estaba, esperando la llegada de Rossana, mientras subía y bajaba del tercer piso donde está la cabina de proyección del teatro del colegio, revisando por enésima vez cada uno de los detalles. De pronto, me dijeron que estaba ingresando e inmediatamente bajé. Ni bien salió del auto, me acerqué y la saludé con efusividad; Rossana hizo un mohín de sorpresa, pero acostumbrada (supongo) a estas situaciones, me saludó con una sonrisa. Aún así, no podía dejar de pensar que en realidad, la persona que la había animado para venir, no era yo, sino "Billy the Kid", nuestro antiguo alumno, el mismo que en estos pasadizos había empezado a ser herido por la espalda, (aunque felizmente, ¡el sí supo dónde ir!)
Pensaba en algunas de esas cosas mientras ambos subíamos por la escaleras hacia el teatro. Pero, en un momento,  reparé un poco más en ella: delgada, cabello sin sujetar, maquillaje discreto y vestida de manera personal. Me sentí raro. ¡éramos un contraste criminal! Yo todo 'formalote', con el uniforme completo (saco y corbata incluida) y esta chica, vestía tan casual que dolía. Felizmente  Norita, la Direc, sin querer queriendo, y dejándose llevar por sus sexto sentido femenino, había venido con blusa de dril y jeans que sí combinaban con Rossana... "Somos muy formales" -le dije. Rossana guardó silencio; estaba admirando el edificio antiguo que un sol implacable empezaba a iluminar.
¡Y sí que fuimos formales! Tras probar el sonido y la proyección, debimos seguir con el protocolo que habíamos preparado con Malena. Éste incluía que dos muchachos anfitriones debían saludarla y escoltarla para que recorriera la exhibición previa a la película. Ella, como buena chica, se dejó llevar. Una vez terminada la visita, los muchachos la acompañaron a Rossana junto a Norita a sus asientos mientras yo debía subir al estrado a dar el "speech" que había preparado. Allí me entró la desazón de mi primera metida la pata del día: mientras habíamos estado en la cabina probando el audio, alguien mencionó el tema de la edad y Rossana, muy seria, dijo que ella no ocultaba sus edad, que nació en el 70 y tenía 44 años. Al llegar al escenario, mire mi papel impreso con letras grandes que empezaba así: "Rossana Díaz Costa nació en 1970.."; el detalle es que tenía el 1970 tachado y por eso, dejé el papel y empecé a habar sin lo que había escrito. Fue cuando volví a equivocarme Por querer mencionar a Woody Allen, el ídolo de Rossana, erré la referencia de la película; y en vez de "La rosa púrpura del Cairo" dije "Dias de radio". Rossana hizo como que no escuchó, subió al escenario y presentó su película. Yo me sentí tonto, pero no dije nada. Felizmente, el encargado de iniciar la peli, sin querer había apagado el proyector, así que aproveché esto para descargar en él un poco de mi creciente frustración.

Cuando empezó la proyección pregunté a Rossana si quería ver el cole, especialmente la parte antigua; ella accedió e hicimos un pequeño recorrido. Eso me animó, pero no mucho, pues mientras caminábamos y le contaba generalidades sobre el colegio estaba atento estaba atento a que todo estuviese bien, que no hubiese papeles en el suelo, que los muchachos se comportasen.. Ya después, imaginé que podíamos hablar de otras cosas. Felizmente los muchachos de secundaria se comportaron decentemente. El único que no lo hizo fue el sol  que hizo recordar a Rossana que debía ponerse bloqueador.
Volvimos al pabellón antiguo y le propuse tomar algo fresco en la sala del Directorio. Creí que esa sería mi oportunidad, que allí podríamos charlar. ¡Iluso! No calculé que en la sala encontraríamos a un refugiado; don Julio ST quien orondo, tomaba un café. Después de saludar y decirnos que no nos preocupáramos por él; en un instante, capitalizó la conversación. No contaba con eso.

Pasaron unos minutos y por más que Don Julio insistía que hiciéramos como que él no estaba allí; él, que era un evadido confeso del mundo del cine, empezó a llevarnos a sus temas: la espiritualidad, la filosofía, la "geometría de pasiones", la misión del colegio... Yo, que imaginaba conversar con Rossana de otras cosas, ¡y nada! Mis pobres intervenciones se limitaron a contarle de mi padre, antiguo gerente de la Warner, donde la alusión a Toto de "Cinema Paradiso", era más que obvia, un rato más tarde pude hablar de la exhibición de películas en las época de la censura en los años 70, pero Don Julio insistía en salirse por la tangente; esta vez, "promocionándome" como el que iba a "cambiar el colegio cuando instaure la Consejería" (?¿)  La verdad, no lo entendía y quizás sabiendo que perdía minutos preciosos, intenté mi menos afortunada alusión al buen cine; hablé de "Tess, pero Rossana dijo que "Tess" era "la menos Polanski de las pelis de Polanski" y, cuando iba a continuar, nuevamente Don Julio la volvió a interrumpir... ¡Ni modo! Tras terminar su vaso de "Frugos", Rossana me pidió volver al teatro, pues ya llegaba la parte final, la del viaje.
Fue entonces que entendí que mi "oportunidad" (esa que no había planificado) estaba casi perdida. De todas maneras, aún me preocupaba saber si todo el esfuerzo que había hecho para crear expectativa por la película no había sido en vano. Pensaba en todo; desde la sencilla reseña que escribí para la web, los carteles que pegué por todos lados, las visitas a los salones para de los chicos de 6º y 5º de secundaria; los días que puse música de Soda Stereo, Charly García e Indochina en los patios, por la mañanas, antes de clases; las publicaciones que compartí en Facebook y hasta el texto que escribí en un diploma de poco valor formal...
Y es que, haber estado por más de media hora frente a mi a una persona tan interesante y no haber usado bien el tiempo era cuando menos, frustrante. Ahora que lo pienso, no pude hablar de de ese cariz más bien europeo que se percibe en "Viaje a Tombuctu", de su final a lo "400 golpes" de Truffaut. No pude compartir con ella mis impresiones de infancia llena de películas (de un aceptable cine americano, pero cine, al fin; no pude comentarle mi gusto por el cine de Zhang Yimou, o sobre mi redescubrimiento del cine de Chaplin y los musicales clásicos de la RKO, WB y MGM; ¡Nada! ¡Ni siquiera decirle de mi reciente reconciliación con el cine nacional! Al final, ni siquiera pude pensar en alguna de esas opciones.
Sin embargo, una cosa sí me había quedado clara de lo poco que Rossana había podido decir cuando Don Julio no la interrumpía. Era algo que hizo que la admirara aún más: la Rossana de los 80 había sido más fuerte que yo, y probablemente, más que muchos de mi generación; ella había hecho lo que yo nunca pude hacer: Estudiar cine.
Llegamos al teatro. En la oscuridad, conseguimos ubicarnos y, mientras me ubicaba nuevamente, caí en la cuenta que lo que veía en la pantalla era obra de la chica sentada a mi lado. Así fue como cometí mis últimas tonteras; Mientras Rossana escribía en su celular, le comencé a decir sobre su "cameo" en la escena de cine... (sí, a lo Hitchcock -concluyó ella); luego, mencioné la escena de la playa que no aparece en la cinta (pero sí en los créditos -añadió); sin embargo, el colmo de mi "originalidad" llegó cuando rematé con un comentario acerca de un "goof" de la película... Rossana, muy educada, reconoció el error pero al rato se paró y salió un ratito. "Era un asunto serio" -me dijo después, pero igual me sentí un reverendo tarado. Terminada la proyección, aplausos espontáneos del público y lo mejor, que los chicos (sobre todo los más pequeños) habían respondido bien a la cinta y más tarde, preguntaron mejor... ¡Rossana estaba encantada! ¡Yo respiré un poco!
Tras media hora de conversación con los chicos, volvimos al protocolo. El cole agradeció a Rossana y al acompañarla a la puerta del teatro, no faltó el clásico estudiante de comunicaciones que la abordó y bajó con ella haciéndole mil comentarios y preguntas. Ahí desaparecieron todas mis chances. Por eso, supongo que al final, terminé como todos, ansioso de que no se fuera sin autografiar mi libro "Los olvidados..."  y uno de los volantes de la película que había guardado desde mayo. 
Llegada la hora, me despedí y la acompañé al auto. Cuando la vi marchar, recién me saqué el saco, y medio achicharrado, volví a mi oficina. En el escritorio estaba mi libro y el pequeño cartel autografiados; también una mica con varios de los volantes que iba a regalar como recuerdo a los niños. Al tomarlo, sentí un aroma como a perfume,..
A continuación solo intuyo y me arriesgo: La mica había estado en su bolso y, según yo, olía a ella, a su perfume. Inmediatamente, fui donde mi amiga, la doc:
- Ani, toma, huele, por favor.
- ¡Ah, que bonito!¡De la película! ¡Gracias!
- No, amiga, huele... ¡Dime a qué huele!
- Huele a dulce.
- No, amiga. Huele a perfume, su perfume. Me lo dio Rossana.
Ani, cruzó los brazos, alzó las cejas y sonrió.
- Te gusta la chica, ¿no?
Yo no esperaba eso...
- Todo lo que has hecho para promocionarla; es porque te gusta ella.
- Aminomegusta.... yolatrajeparaloschcosdelcolegio...yaellos....lehagustado... aminomegustaella... amíno... eraparaellos.... paramíno...

Días después, vuelvo a mi pequeño refugio, mi música, mis pelis y mis letras, que hoy, son para ti. Para ti que llegaste, te fuiste, y sin embargo, te quedaste, inolvidable, en la película de la cual me enamoré.