miércoles, 29 de septiembre de 2010

Tarde cantaste, pajarito… Una historia en tempo de ‘allegro’ - Parte II

2º mov. Allegro con fuoco
Mi visita al stand de Selene en el Jirón Quilca había dado un giro inesperado… De pronto, tenía una compañera de compras animosa e interesada por la música… “Amiga, más bien, ahora que tengo ayuda…vamos a ver si encuentro otros cd’s.” Mi eventual ‘partner’ me miró, como quien dice, significativamente, y añadió: “Mira, estoy que busco una canción para mis alumnitos del cole. Una, para la actuación de Fiestas Patrias… Se llama “El festejo latino”… ¿Te suena? ¿O a ti, amiga?” Ahí sí, Selene y yo, nos quedamos en la luna…. Bueno, Selene, en estaba su elemento.

“Creo que no me suena, amiga” – dijo Selene-. “Entonces tú, amigo… ¡Tú eres mi salvación!” –dijo, mirándome con sus ojos bien abiertos y una sonrisa coqueta. Ahí empezó todo, había tocado mi ego y, cual caballero medieval, me propuse ayudar a la damisela en peligro, una tarea, que a la postre, iba a ser digamos “poco productiva”… Entonces todas mis energías se dedicaron a escudriñar en mi mente, busca que te busca el título de marras. Estaba empezando cuando la chica me preguntó otra vez: “¿Dime que la conoces?… ¿Creo que la canta Fabiola de la Cuba? …

Aunque ya estoy dudando… Una vez la bailé, ¡es muy movida! Si quieres les enseño. Ja ja…” La miré un ratito, porque estaba, como quien dice, “en labor”. “Respira, piensa… respira… ya sale...” “Entonces, tú amiga.” –preguntó a Selene. Esta movió la cabeza.

La joven, a pesar de todo, insistió, dirigiéndose a mi con una esta vez con carita de súplica y medio puchero en la boca: “Pero, de verdad, es urgente, ¡lo necesito!” Sin embargo yo estaba perdido en los recovecos en mi mente… “A ver… discos de música criolla… mujeres… Chabuca… Lucía de la Cruz… Lucha Reyes… Eva Ayllón… Tania Libertad….Maritza Rodríguez… Cecilia Barraza…Cecilia Bracamonte… mmmm… nada…Creo que no tengo nada de Fabiola… pero de repente…”

Al rato, la chica, quizás medio sorprendida con mi cara de extravío me dijo:“Amigo, ¿te estoy molestando, no? Es que de verdad, si la tienes, hasta te pago… podemos quedar y me la das…Ah, ya… espera…” Respondí yo, sin leer entre líneas pues seguía “en otra”: “A ver… Compilaciones… mmmm… Entonces fue que me preguntó otra cosa, que me hizo volver: “¿Y si uso algo de percusión, de Manongo Mujica? ¿Qué tal? ¿Te parece? ¡Ya no sufras por lo otro! Me has dicho que tienes música de él” “No, no hay problema… -respondí- Tengo dos discos, “Tribal” y “Sonido de los dioses”; son buenos, pero muy complicados para niños, no creo que te sirvan…” A lo que la chica agregó: “¿Así? Creo que tienes razón… Me vas a tener que dar clases y de pasada me grabas tus cd’s. ¿Qué te parece?” Creo esa fue su ‘última señal’… La chica levantó las cejas y ya no me dijo más.

3º mov. Allegro deciso

La conversación terminaba más o menos así, cuando Selene, urgida por otros compradores, peguntó a la chica levantando el CD de ballet: “¿Ya, amiga, te llevas este? Entonces ella se acercó a la vendedora mientras, yo volví a mis cavilaciones tratando de dar con el tal “Festejo latino”.

La joven y Selene arreglaban la compra y se ponían de acuerdo en cómo harían si encontraba el disco de Fabiola de la Cuba, aún cuando estba que me rebanaba la mente escuché que la chica le decía en voz alta: “¿Entonces me llamas si consigues el disco de Fabiola? Te repito mi número 999 tantos” Selene, mostrando su cuadernito, le dijo: “Sí, ya anoté tu cell. Yo le digo al dueño… él lo consigue entonces, te llamo o me llamas y…” Yo no escuchaba.

La joven, por última vez, se volteó hacia mí y me dijo: “Ya pues, amigo… si te acuerdas también... tú también me llamas, ¿no?” Yo, solo atiné a murmurar: “Ah, sí sí…” pues en ese rato me encontraba repasando las compilaciones: “Lo mejor de la música criolla l y 2”… “Siempre Criollos – Selección de Oro”…”Ritmos y estilos del Perú criollo”…”Lo mejor del ritmo negro peruano”…

Finalmente, con un signo de interrogación en la cara, la chica se despidió: “¡Chau, amiga! ¡Chau, también amigo!” Yo, seguía pasando una a una las imágenes mentales de mis CD’s… “Amigo, chau…” - insistió ella- Y a continuación permaneció un rato en la puerta del stand haciendo como que miraba otros CD’s; después de un rato después, me dijo adiós con la mano… Yo, en mi cabeza, estaba empecinado en mi tarea: “Lo mejor del género Afroperuano… no sé… mmmm”. Fue entonces que Selene, poniéndose medio seria, me dijo: “Señor, ¿siempre quiere el CD?”. Además, me hacía un gesto con los ojos señalando al hombre que hacía rato le había “echado lente” a mi disco. “Ah, sí, lo llevo.”

Pagué y salí…Estaba contento, caminé tranquilo pensando en lo buena que había sido la última hora… Una chica agradable… y sabía de música… Seguía feliz cuando terminó el jirón Quilca y de pronto, mientras cruzaba la avenida, el nublado cielo limeño se abrió y un haz de luz iluminó mi cabeza… (Música de iluminación mística, please) “¡Ya está…! Pista 8, octavo disco… “Lo mejor de la música afroperuana”…de la colección ‘Lo mejor de la música peruana’… ¡Ja ja, ja!… Sale la cara Nicomedes en la carátula… ¡Sí lo tengo!… “Festejo Latino” de Carmina Cannavino y sí, cantado Fabiola de la Cuba. ¡Ya, amiga! ¡ya…! ¿Ya????”

Me quedé parado justo en medio de la avenida, notando ahora sí el horrible tráfico de la avenida Wilson, hoy Garcilaso…

El final, nada allegro…

Ya sé, Monique, ya te imagino diciéndome: “Por eso, no conoces a nadie nuevo… por eso, no amplías tu círculo ¿Ves…? ¡Te falta, amigo, ah! ¡Te falta!”

Sip, ahora, con el bendito ‘disco 8’ en mis manos veo qué me falta…

viernes, 24 de septiembre de 2010

Tarde cantaste, pajarito… Una historia en tempo de ‘allegro’ - Parte I

Preludio
Para los que aman la literatura, la música y los buenos precios, la ciudad de Lima provee lugares que, si se es paciente y afortunado, pueden ofrecer alguna sorpresa… El día de mi última ‘incursión’ a las tiendas de libros y discos usados del jirón Quilca en el centro de Lima, la vida, curiosamente, me iba a deparar algo nuevo…

Como siempre, ya había calculado el tiempo, el monto a invertir y más o menos cómo sería mi recorrido por las galerías… “Recuerda… Siempre alerta… Nada de maletín, no tarjetas, hay que vestir sencillo… La cuestión es ir, comprar y salir con las mismas. ¡Atento!”
Llegué al primer stand… Mientras repasaba la colección CD’s de segunda, sucedió esta curiosa conversación que, ¡sorry!, no pude evitarla. Considérenla…un aperitivo:
- Te cuento: ¡Ayer canté en un concierto!
- ¡Bravazo! ¿Dónde?
- En la universidad ‘no sé cuántos’… Yo, y todos los del coro.
- ‘Ta que bueno. ¿Y, qué cantaste?
- Unas canciones de una italiana…“Carmina Burana”
- ¡Pasu!, ¡’Ta bien, amiga!
- ¡Sí, alucina! Es la que tocan en “El Exorcista” ¡Que miedito!
- Tas’ mal, loca; esa no es del “Exorcista”…
- ¿No?
- Es la de Demian, de “La profecía”.

1º mov. Allegro ma non troppo
Sucedió en el “stand” del fondo de la galería, mi favorito. Allí encontré una ‘joyita’, uno de los CD que decidí no comprar en otra ocasión y en otro lugar (ver “Mi ‘última’ voluntad”): Era el OST de “The sound of music”. Pedí que lo probaran. “Pista 7, por favor”. Empezó “My favorite things”… ¡Cuántos recuerdos en la voz de la siempre angelical Julie Andrews!

De pronto, escuché detrás de mí que alguien dijo: “¡Qué bonita! ¿Y ésa de quién es?”… Entonces, como se estila en esas tiendas, rapidito tomé el estuche CD y con cara de “ya le puse mi banderita peruana,¡es mío!”, volteé y, levantando la cajita, me dirigí a mi anónima interlocutora diciendo: “Es la música de ‘La novicia rebelde… una película de…esteee…” No proseguí, detrás de la caja, apareció una joven, delgada, espigada, de ojos grandes y de cabellos largos y ondeados, toda vestida de negro. “¡Ah, tiene una hermosa voz!” -comentó- “Pero, lo mejor es la melodía... tiene muchos matices…” “¡Ah, caray!” - me dije- “¡Alguien que aprecia la música!” Entonces le sonreí y pedí: “Pista 9, por favor”. ¡El tema principal!

La chica ladeó un poco la cabeza, entrecerró los ojos y señaló: “¡Uy! Esa le gustaba a mi papá.” ¡Auuu! – pensé- Cual Kina Malpartida , un ‘jab’ directo a mis más de cuatro décadas el cual, al instante, me borró la sonrisa de la cara; sin embargo, la joven reaccionó al instante y añadió: “Pero a mí de verdad me gusta… no hay mucha música como esa ahora… Todo es puro ruido.” “Sí” - le dije- Tienes razón, es muy buena.” Lo que dijo me devolvió la alegría y aún más, cuando terminó diciendo algo que me sonó a desagravio: “¡Ni que fueras un viejo!”

“Más bien, amiga…” –dijo, ahora sí, dirigiéndose a la vendedora- “Estoy buscando dos cosas… Primero, para mis ensayos… una de Delibes… el Pizzicato de… mmm… caramba… se me fue…” Entonces, me arriesgué y completé: “De ‘Sylvia; el Pizzicato de Sylvia’”. “Sí...esa… -dijo la chica- ¡Oye, gracias! ¿Lo tienes, amiga?” “No, de Delibes sólo tengo “Coppélia”, nada más.” -Dijo Selene- Sí, mi estimado lector, Selene, la chiquita de ojos bien delineados, pelo negro lacio, uñas pintadas de negro y muñequeras con tachas de metal, conoce su “business” y es la más eficiente vendedora del penúltimo stand de la feria de libros del Jirón Quilca… Si, alguna vez van y la ven no se dejen llevar por las apariencias, la chica sabe de música.

“Mmm” -dijo la joven-“No, esa no me sirve… Pero, ahora que pienso, ¿no tienes una que es más o menos como…lara lara rará rará…” –añadió tarareando- ¡Mmmm no amiga, no me suena!”-reconoció, Selene- “A mí sí” -dije yo ‘en automático’- “Esa es de Giselle… Es el vals… Está en la compilación que está allá…Haz que la prueben… no es muy buena la orquesta, pero se deja escuchar…” “Oye” - dijo ella mirándome- “¿Tú eres profesor?” “Sí, pero no de música…En eso soy un aprendiz…” –respondí- “Pero sabes bastante… qué interesante… gracias otra vez… ¿me ayudas? –preguntó- Y yo: “Sí, con gusto” Y luego, dirigiéndome a Selene: Señorita, ¿puede probar ese disco de color azul de allá? El que dice Música de ballet”

Así estuvimos un rato hablando de otras composiciones, de artistas y algunos compositores, cuando, de pronto, Selene, nuestra ‘gótico-vendedora’, me dijo: “Señor, ¿va a llevar éste?” “Sí, sí.” -respondí yo- “Sepáramelo ¿sí?” Lo que pasaba es que había aparecido alguien más que tenía ‘mi CD’ de “Rodgers and Hammerstein” en la mira. “A mí, amiga, sepárame el de música de ballet… ¿ok?” -me imitó la chica.

La cosa, para variar, caminaba bien…

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Arjona dixit

¿Podía escribir? En realidad nunca lo pensé; solos nacieron las más de 50 “Simplezas”, esos “poemas” que te dediqué a ti, la mujer que amé… Eras muy joven, por ello estaba bien que fueras un poquito caprichosa y medio engreída; eso para mí te hacía más adorable y además, porque, sólo yo sabía, al igual que tu estilo de vestir (casi siempre de negro), tras todo eso existía un corazón tierno, bueno y ávido de ser cuidado y protegido… ¡Pocos te entendían, niña! ¡Pocos se daban cuenta que tras tu sonrisa y tu desenfado, había una persona capaz de dar un nuevo aire a mi vida!

Fue la música, la que para variar, me unió ti. Eran las canciones de gran Pedrito Suárez - Vértiz, las de “La oreja de Van Gogh” y obviamente, las de tu bienamado Ricardo; las que descargadas vía Napster, iniciaron una hermosa amistad.Con el tiempo, y a pesar que nunca se me habría ocurrido así; de manera casi natural, decidimos empezar algo más; algo que sólo es propiedad de ambos y de lo que no me toca hablar… Solo me permito regresar a un instante que, en medio de mi primer concierto y el primero también contigo, escuchamos juntos a Arjona. Tú y él hicieron que todo fuera perfecto, que hasta lo complicado de nuestras vidas, tuviera una razón para afrontarlo.
Fue tras ese concierto que escribí algo, no como los famosos versos de Neruda, sino un modesto “Poema 21”:
21

El juglar canta,
yo, adoro el lado derecho de tu rostro...
El juglar canta,
mis brazos te rodean y adivino el misterio de tu piel.

El juglar canta,
me lleno de tu aroma y me pierdo en cada uno de tus cabellos
El juglar canta,
cierro mis ojos y sólo te siento, cerca pero ajena.

El juglar canta…
Él dice todo…
¿Él sabe?
Yo te amo
.
Ahora que estás más lejos que nunca, sé que has logrado muchas en tu vida, sé que te has superado a costa de mucho esfuerzo, y también sé que luchas por lo más importante: Procurar ser feliz… ¡No sabes cuánto me alegra! Yo, por mi parte, nunca te podré agradecer lo suficiente, porque tú, hace muchos años, supiste dar sentido a mi existir y me enseñaste lo que era la esperanza.
Gracias a ti, niña, pude reencontrarme con la alegría; gracias a ti, descubrí que pensar en uno a veces no es egoísmo y, es más; gracias a ti pude entrever que cada “nuevo hoy” podía formar un futuro que (lástima) nunca existió… El fantasma de la culpa fue más fuerte… Me confundí, me equivoqué, te perdí…

Arjona ya lo había dicho...

sábado, 18 de septiembre de 2010

A golpazos no aprendí - Parte 2

Ahora que escribo estas líneas, creo que mis recuerdos más imperecederos del glorioso “Schweitzer” deberían ser los golpes… pero no, amable lector, no se asuste. Me refiero a los golpes que nosotros mismos nos solíamos propinar mientras jugábamos…¡Éramos tantos para el pequeño patio… antaño cochera!
-I-
Cada tarde, mi madre solía estar atenta a la llegada de sus dos vástagos después del colegio. Rezaba para que llegáramos completos y es que, con el tiempo aprendió que no faltarían ocasiones en que alguno de los dos llegara a casa convertido en un lloroso “herido de guerra”. En realidad, era una cosa de locos, pero cada cierto tiempo de la parte trasera de la movilidad, donde como últimos en llegar al colegio, deberíamos ir…. Emergíamos, mi hermano o yo, con alguna magulladura; sin embargo, al abrirse la puerta y ver la luz del sol y el rostro de nuestra mamá, nos sentíamos igualitos a los ‘valientes’ soldados de ficción de la serie ‘Combate’ que llegaban al campamento después de la batalla… ¡Un Sargento Saunders me creía yo!

Algunas veces, las heridas eran simples raspones; pero otras, podían ser cortes en los dedos cuando jugábamos a tajarnos los pellejos o quizás contusiones en la frente; sin embargo, también hubo cosas mayores como el accidente que casi deja sin la oreja derecha a mi hermano mayor. Pero igual, llegábamos a casa sintiéndonos unos héroes, mostrando orgullosos nuestras rodillas rasmilladas y los moretones en los brazos.

Empero, lo que más abundaba eran los chichones producto de innumerables golpes, todos los que eran tratados ‘magistralmente’ con un único método que consistía en poner encima del lugar afectado un fino pedacito de jabón medio remojado y una moneda grande de un sol la cual debíamos apretar bien ‘para desinflamar’: El procedimiento era sencillo: Cada vez que nos dábamos un porrazo, el Director (que también fungía de médico del cole) nos echaba jabón y… ¡zas! un moneda: “¡Agarre fuerte, alumno! ¡No la suelte!” – nos decía.

-II-
Fue así que muchas veces, con los moretones debajo de la con la moneda de un sol y bien pegada a la piel con el jabón, éramos introducidos con maletas y todo en la parte trasera de la camioneta y debíamos hacer el mismo trayecto a casa… “Agáchese bien, alumno. ¡Cuidado que se golpee con el techo!”

Mi mamá, nos recibía con el corazón en la mano, quería decira algo, pero al final la verborrea del Sr.Padilla, la lograba tranquilizar. Sin embargo, una vez que entrábamos en la casa, nuestra buena madre, haciendo mérito a su profesión, cumplía con despegar la moneda, limpiar bien la herida con agua oxigenada y alcohol y, si convenía, ponernos una capa ‘Hirudoid’, y luego, cuando ya estábamos mejor, y haciendo mérito a su otra profesión (la de mamá), nos “daba nuestra chifla” y para remate, nos hacía prometer, bajo amenaza de darnos una “sófera cuera”, que al día siguiente y a primera hora, deberíamos devolver la moneda al director… Yo no entendía bien eso último, más bien, me parecía que le deberíamos cobrar al hombre por no sabernos cuidar en su bendito colegio.

-III-
El golpazo que tengo más presente, fue de antología: Sucedió a raíz de un juego que habíamos inventado y que ahora sería digno de algún joven artista de “La Tarumba”. Este consistía en ponerse entre dos carpetas, levantar el cuerpo con las manos y los brazos fuertemente apoyados en ambos pupitres, impulsarse, dar un volatín y caer… Todos los demás, mayores que yo, lo hacían… Así, un día yo me animé…

Por entonces, era un poco gordito; así que cuando esa vez dije: “Yo también juego” tuve que hacer mucho esfuerzo, primero, para apoyar mis manitas regordetas en ambas carpetas y luego para poner bien fuertes mis brazos y empezar a balancearme, sin embrago era una cuestión de honor… Por eso, al comienzo, todos guardaron respetuoso silencio, sin embargo, creo que en fondo me miraban divertidos… En fin, puse muy firmes mis bracitos, pues me habían dicho que el secreto estaba en no doblarlos… Y de pronto empezó el ‘run – run’ de los demás: “¡Salta… salta… salta!” - siguieron a coro mis compañeros… Me temblaron las manos… “¡Salta… salta… salta!” – siguieron… Una gotita de sudor corrió en mi cachete derecho… “¡Salta… salta… salta!” Así, juntando bien las cejas y apretando los dientes, hice el esfuerzo supremo…

-IV-
Lo único que me acuerdo es haber visto el salón de cabeza y los pies de mis amiguitos…¡Ummm…. zapatos Bata Rimac…! De allí, un golpazo, el piso, y sangre… mucha sangre.

Esa vez ni el asunto de la monedita servía… como la vez de mi hermano y su oreja… la parada antes de dejarme en casa fue la Posta médica… tres puntos… “Tienes la cabeza dura” – me dijo la enfermera… "¡Felizmente!" – pensé yo.

Lo malo fue que las explicaciones del Director ya no funcionaron en esta ocasión y nuestro paso por en el ‘Schweitzer’ tuvo su fin… Y la verdad, por más golpes que me di, no aprendí mucho por allí. Sor Clemencia, mi profesora de primer grado, podrá dar fe de ello pues, al año siguiente, cuando ingresé a La Salle, no sabía ni tomar el lápiz, con todo, al final pude sacarme un diploma, pero eso, quzás será motivo de otra historia.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

A golpazos no aprendí - Parte 1


Tenía 4 años. Vivía en la casa vieja. Mi mundo eran mi mamá, mi papá y Carlos, mi hermano mayor. Pero además de ellos, había una familia del barrio: los Minuta La Rosa de “la Sicilia”. Ellos eran mi “tía” Teresa; su esposo Turi Minuta Fiocco; el buen Doménico, su cuñado; mi querida “tía Ciccina” y Giovanni, hijo menor de mi “tía”, con quien mi hermano y yo nos convertimos compañeros de mil y un juegos. Eran tiempos felices y sin mayores preocupaciones. A ninguno nos interesaba la frágil situación política que atravesaba el Perú; por eso, nos importó que militares dieran su golpe y sacaran al pobre presidente Belaunde de Palacio ¡en pijamas! Bueno, al menos, así dice la leyenda.
II-
Fue a mediados del 69 cuando mi padre anunció que nos mudábamos. La “casa nueva” parecía estar lejísimos de todo: No había tienda, ni panadería, ni farmacia cerca; solo habían chalets, pistas, veredas y una cerca de alambres alrededor… mismo campo de concentración… Sin embargo, nos sentíamos emocionados pues íbamos a nuestra casa. Así, mientras Neil Armstrong daba un ‘gran salto para la humanidad’ y caminaba sobre la luna, nosotros también lo hicimos, cambiándonos a “Roma”, que ese era el nombre la urbanización.
Una de las primera cosas que mi madre, previsora ella, sugirió hacer, era buscar comercios… Mi padre, obvio, fue el encargado de la misión e hizo las primeras incursiones por los alrededores… Así descubrió, en una esquina, cruzando la ‘Colonial’, la bodega más cercana, era la que bautizamos, por razones obvias, como la “del bigotón”. Dicha tienda se convirtió en una suerte de pequeño Metro o Wong de todos los “romanos” recién llegados a esos lares.

Casi frente del negocio del “Bigotón” había un colegio… Mejor dicho, una casa que fungía como tal, se llamaba “Alberto Schweitzer”.

Allí nos matricularon a mi hermano y a mí.

-III-
El director del “Schweitzer” (Padilla se apellidaba), era un hombre alto y sonriente que, vivía en la esquina de mi casa, quien, además de una camioneta ‘station wagon’ Dodge de color verde limón, tenía un verbo florido y seguramente un extraordinario poder de convencimiento, pues pintó a mi padre una imagen maravillosa de su colegio y pudo convencerlo a pesar de lo desconfiado que solía ser mi papá. ¡Ese fue su mérito!
La realidad, como lo comprobamos después, era muy distinta: Para empezar, los salones habían sido originalmente ambientes como sala, comedor o dormitorio; los cuales, con mucho ingenio y buena voluntad, habían sido “habilitados” como aula y oficinas… Y digo “aula”, pues a pesar que mi hermano era mayor que yo, él y unos 20 chiquillos de diferentes edades, ¡estudiábamos todos juntos en el mismo ambiente!
En pocas palabras, el ‘Schweitzer’ era muy parecido a cualquier colegio fiscal de alguna recóndita provincia, con la diferencia que los alumnitos llevábamos insignia, se nos emitía una libreta de notas y nos llevaban en la ‘movilidad del colegio’… la cual no era otra, sino la camioneta de nuestro Director.

-IV-
Del ‘Schweitzer’ guardo varios recuerdos… El primero, vergonzoso para mí, es el de mi querida madre haciendo guardia junto al portón del colegio, pues, un servidor, no quería dejarla… Mi hermano mayor ya había estado en un nido pero yo no; por eso lloraba y me conformaba solo cuando me asomaba por la puerta y la veía. Fue un abuso de mi parte, lo reconozco; pero así fue durante casi mes y medio.

Otros recuerdos son de cuando ya anduve más calmado… El primero fue de un día en que, no sé cómo ni por qué, un compañerito, Henry, nos hizo una “presentación” en clase.

La “presentación” según la profesora, era la imitación del “Heleno, el cantante de moda” ¡Ahh! Casi puedo ver a Henrricito… Así le decía su madre… Era un niño de la edad de mi hermano, blancón y delgado. Esa mañana, salió al frente de todos con su uniforme verde, pantaloncito corto con tirantes, saco y un corbatín plástico… llevaba el pelo largo y lacio, peinado a la moda de entonces… ¡un pequeño Beatle parecía! Lo curioso era que Heleno, al que iba a imitar, ¡era calvo!

En fin… Nuestro compañerito, se puso delante, de cara al pizarrón y dándonos la espalda. La profesora pidió silencio. Había un tocadiscos portátil y un disco 45. (Más silencio.) De pronto, digamos que Henry ‘entró en carácter’; se llevó las manitas al rostro, agachó su cabecita y sus cabellos cayeron hacia delante…. Entonces, aún sin voltearse, con sus piernecitas un poco separadas y ligeramente encorvado, hizo una leve inclinación, la cual supongo, era la señal que la maestra esperaba para posar la aguja del tocadiscos en el acetato. Empezó a sonar la introducción de guitarra eléctrica y batería… “Taratatantan tatatan tatantatata…” De pronto, con un giro digno de Mijaíl Baryshnikov, vimos al pequeño Henry dar un salto, dar una vuelta en el aire y caer en sus dos pies y, levantando su castaña melena de su carita, hizo como que tomaba un micrófono y ‘cantó’:
“Iba yo paseando, vidrieras mirando y mientras soñando cuando te vi, tú estabas en pose un poco filmando…”
No escuché más…tras el asombro inicial, todos estallamos de risa, pero Henrricito, sin inmutarse, siguió hasta el final… ¡Era todo un artista! Por tanto, no tenía conciencia del ridículo.
Ese fue más bonito recuerdo del Schweitzer, mucho mejor que cuando me gané un cartón con una imagen del chanchito violinista de Disney, pues obtenerlo fue relativamente fácil: Se lo daban al que no hacía ruido ni nada durante 10 minutos y yo, la verdad, no hacía nada… Pero igual lo conservo con cariño.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Message in a bottle

Mariscela era una chica bonita pero extraña… Quizás hoy eso la haría más interesante, pero, a los chicos de entonces, eso los asustaba… Además, como ella era dos o tres años mayor que el promedio, se mostraba más segura y había sabido crear alrededor suyo un aura o barrera invisible que mantenía a raya a los muchachos.

En realidad, Mariscela era para mí una interrogación, pero nunca se me ocurrió hablarle hasta una mañana en la que, para variar, había llegado temprano a la universidad, ella me llamó… Cierro mis ojos y casi puedo verla sentada en una de las bancas del patio frente a las aulas ‘1’ y ‘2’ con las piernas cruzadas y sandalias, un faldón de tules cayendo a los lados, una blusa sin mangas muy escotada, con sus innumerables brazaletes en las muñecas y su abundante cabello cayendo sobre su hombros desnudos… Allí estaba ella, con su media sonrisa en los labios pintados de rojo oscuro, mirando a la fuente sin agua y escribiendo en una libretita… No sé qué miraba, pues la fuente estaba casi siempre seca… No sé qué escribía, pero se la veía tan tranquila... tan relajada…

El día que me pasó la voz, me dijo: “Tú siempre vienes temprano… me he dado cuenta que no eres como los otros, ¿no? Ven, siéntate.”


No recuerdo de qué conversamos, o mejor dicho, de qué me habló, porque nunca podré olvidar lo agradable de su voz… en realidad, era hermosa y perfecta en calidad, intensidad, claridad, y pureza, eras como música de cadencia y tono tan peculiar que embriagaba… Ese día no vino el profesor y fácil estuve más de una hora escuchándola.



Desde entonces, teniendo como custodio a una fea réplica en cemento de la Estela Raimondi y la fuente seca y llena de hojas, tuvimos muchas conversaciones. Mariscela sentada en ‘su banca’ hablaba, y yo medio en éxtasis la escuchaba… En realidad había una especie de dictadura en los temas, sin embargo yo aceptaba rendido su preciosa voz hablando del equilibrio y de la luz interior, de los chakras, de los centros de energía, del samsara y del karma. Me sentía como un “Pequeño saltamontes” escuchando a su maestro... Ella era mi gurú hacia la iluminación… era mi camino hacia mi nirvana.

Mis demás compañeros me miraban extrañados. Por entonces, solo hablaba un poco con Fernando, Gloria y Rosa, pero aún no éramos grupo. Sé que los de más murmuraban y tenían mucha curiosidad de lo que conversaba con Mariscela, sobre todo porque en torno a ella (lo entendí un tiempo después) había una leyenda negra… La tenían por loca y también alocada en el peor de los sentidos. En realidad ellos no la conocían.

Un día, le quise decir la gente decía, pero ella, sabia, simplemente me puso la mano en la boca y me dijo: “No te contamines… yo estoy bien.” Y más bien, me habló de sus planes: Tenía pensado irse a los EEUU, por eso había estudiado inglés durante dos años y ya estaba terminando el tercero, por eso, a veces faltaba a clases, según me decía para completar trámites y porque en realidad, no estaba muy involucrada con los demás y con la carrera.

Por eso, no trabajaba en grupo, ella se limitaba a cumplir, porque como decía estaba ‘de paso’. Así, llegó el segundo ciclo y en el curso ‘Actividades II’ nos mandaron a visitar monumentos históricos de Lima. Mi grupo escogió ir a las catacumbas de San Francisco… Aunque yo ya había ido en cuando estaba en la Academia, igual acepté…

Mariscela no quiso ni hablar de acompañarnos, me dijo que había mucha energía negativa de los tantísimos muertos que había allí, y que ella no podría soportarlo… Lo que hizo, sin embargo, fue darme un pomito que tenía un líquido oleoso y oscuro… “Cuando entres donde los muertos, te lo echas para que te protejas, ¿sí?”

Llegó el día de la visita y mientras cumplíamos el circuito habitual, me aseguré de tener el frasquito de Mariscela y, antes de ingresar a la catacumbas, lo abrí y me puse un poco del líquido 'para protegerme'. Era un perfume extraño, imposible de describir con palabras…. Dentro, quizás se confundió con el olor a humedad, pero una vez fuera, se notó el aroma. Mis compañeras fueron las primeras que lo notaron y me dijeron: ¡Oye, hueles a muerto! Lo mismo dijo mi mamá al llegar a casa… Pero no me quise bañar.… Aun recuerdo que el aroma me acompañó todo el fin de semana.

El día lunes después de nuestra visita, Marsicela no fue a clases. Varios días la esperé y al final la encontré como si nada en “su banca” sentada con las piernas cruzadas… “¡Hola!” - me dijo – “¡La otra semana me voy!” “¡Pero… cómo…si estamos al inicio del ciclo! –Repliqué – sin embargo, ella simplemente respondió: “Ya está todo listo, ya pagué y debo irme…. Más bien, anota tu dirección aquí… cuando llegue te escribo.” Yo no sabía qué más decir y balbuceé: “¿Pero?… ¿Cómo te vas?” Ella, puso fin a la conversación, diciendo: “¡No te puedo decir! ¡Yo te escribo!”

Fue un viernes 28 de enero de 1983… Inmediatamente, tomó mi mano, la miró y puso una foto en ella, me tomó la cabeza y me acercó hacia ella; era extraño, sentí su piel entre sus pechos y sentí su corazón latiendo fuerte… Ella fue la primera mujer que me abrazaba así… Me dio un beso en la cabeza y dijo: “¡Si llego, te escribo!”

Yo me quedé helado, ella se incorporó, me sonrió, dio la vuelta y empezó a caminar como siempre, plácida… Tenía los brazos sueltos a sus lados y se movía con tanta elegancia que parecía que no caminaba sino que alguna fuerza mística la llevaba… No se volteó para nada, dobló hacia la puerta y desapareció. De pronto todo se detuvo, vi una hoja en medio del aire cuando caía a la fuente… en una rama un pájaro inmóvil justo cuando iba a emprender el vuelo desde una rama… Lo demás seguía igual: El cielo gris de Lima, las paredes rojas del pabellón; todo servía de marco para este evento quizás intrascendente para los demás…

Nunca llegó carta alguna, nunca más supe de ella, en realidad, no tenía a quién preguntar. En el salón solo la recordaban como la chica rara que hacía los trabajos sola y, a la que una vez cuando expuso, habló tan bonito que hasta al profesor emocionado la aplaudió.

Han pasado casi 30 años y aún ahora, cada vez que escucho noticias de aquellos que se arriesgan a cruzar la frontera hacia los EEUU, mi corazón vuelve a Mariscela… ¿Habría llegado?

Dicen que la Internet es como un océano donde miles de miles de ‘surfers’ navegan: por eso aquí dejo mi “mensaje en la botella”, mi querida Mariscela Marino Sotelo… Lo único que quisiera saber es que si de verdad lo lograste…