miércoles, 29 de julio de 2015

Antes y ahora

Estabas más que triste. Personas que sentías como amigas incondicionales, algunas parte de tu vida, te hacían daño. Como otras veces antes, confiaste en mí...
¡No uses tu trabajo! - te dije- ¡Menos a los niños, tus alumnos! -añadí- Ambos pueden ser escapes, formas de huir que solo te distraen; al final no te ayudan, no enfrentas y todo estará allí mismo cuando no estés trabajamdo.
Me miraste, no dijiste nada, pero sé que dolió mucho. 
Y es que cuando te hablaba, de alguna manera extraña, me hablaba también.
Hoy, ha pasado casi un año de eso y las cosas han cambiado y mucho. La vida te sonríe de otra manera. Más seria y demandante quizás, pero buena, lo sé.
Hoy, providencialmente, tengo el privilegio de caminar a tu lado y comprendo (como te lo dije alguna vez) todo lo que ha pasado nos ha llevado a estar aquí, juntos.

Antes y ahora

Antes
el cine
los libros
estudio, trabajo
mil recuerdos.
Ellos y  el silencio
mis compañeros,
mis formas de escapar
Él me hablaba de lejos...

(Felizmente, a veces lo escuchaba.)


Ahora
estás tú, estoy yo.
y es Él quién se acerca.
Ahora y antes
te quiero,
como entonces
pero hoy mucho más.

martes, 28 de julio de 2015

Chalaquita

Hoy 28, ¡Fiestas Patrias!
Para ti, que no te gusta usar la escarapela, que has marchado por la Sáenz Peña y Nicolás de Piérola haciendo evoluciones y has tendido que estar horas sin reír.
Para ti, Chalaquita te escribo.

-I-
Con el Callao he tenido una relación extraña. De muy chico recuerdo las veces que mi madre me llevaba a visitar a su padrino que vivía por la plaza Bolognesi, cerca de la antigua fábrica de cervezas "Pilsen". Eran visitas extrañas. De hecho, la relación de mi madre con su padrino lo era: él siempre reclamando que ella "tenía que ver por él", "que él era un Aurich", "que la había llevado a la pila, que había sido como un padre desde pequeña"; y ella, dándole el dinero que podía (intuyo ahora) a espaldas de mi padre.

También recuerdo cuando íbamos, con mi madre y mis hermano, en el auto del tío Juan, a la Plaza Grau; esa que queda cerca al embarcadero. Allí se comía en huariques o en algunas vivanderas que ofrecían desde filetes de pescado frito hasta lo más pobre: hueveras fritas o un plato lleno de pejerreyes arrebozados. Yo no comía, solo miraba, pues se me había quedado grabada la orden de mi pediatra, el doctor Montenegro, cuando tuve hepatitis; él, entre varias cosas, me prohibió el pescado. ¡De lo que me perdía!

Y también me perdía de mirar el mar pues solo lo hacía de de lejos. Mi pavor era grande y allí, cerca al muelle, estaba "mi demonio", demasiado cerca. Y es que la plaza Grau no era como el malecón de La Punta, donde no se veía mucho el agua; donde yo la pasaba bien, donde comía canutos de vainilla, mirando la casona Rospigliosi y correteando para hacer volar los avioncitos de tecnopor que mi papá me compraba.
En Grau el agua se podía ver de cerquita y yo temblaba de pies a cabeza cuando mi mamá nos acercaba. Era un miedo atávico el mío, pero miedo al fin. Temía al mar y peor fue cuando, en otra playa (Pucusana), mi tía Teresa, dizque para hacerme perder el miedo y a pesar de mis súplicas me llevó cargado lejos de la orilla y me sumergió diciéndome: ¡No sea miedoso, Fernandito! ¡Non abbiate, paura! ¡ragazzo mascalzone! (La frase con que el querido Juan Pablo II inició su pontificado, nunca fue tan terrible.)

-II-
-Vamos a la playa al Callao, tía. - dijo mi prima.
¿A qué playa? - preguntó mi madre
-Cerca, tía. - replicó Betty 
-A Chicuito en La Punta, ¿lo puedo llevar? - preguntó.
-Ya, pues. Edgardo, acompaña a tu prima. - terminó por decir mi madre.

Por entonces era un muchacho de 10 u 11 años. En La Punta había pasado días buenos junto a mi hermano mayor cuando íbamos a la casa de uno de sus amigos. Peñailillo era su apellido y, aunque siempre peleábamos por lo de la "Guerra del Pacífico" y la imagen de Miguel Grau, (él era chileno), la pasábamos bien jugando en su casa en forma de barco ¡con ventanas del claraboya incluidas!

Al llegar a la playa lo que me gustó era que no había arena, solo unas piedras enormes (más grandes que hoy). Mi prima Bety, 8 años mayor, había sido la "hija" que mis padres engrieron cuando era enamorados y era por entonces una joven no mal parecida. Así lo comprobé cuando al recostarse sobre una toalla, las miradas iban hacia donde ella estaba y yo, me quedé medio turbado, pues nunca la había visto tan descubierta.
Recuerdo hasta ahora las miradas de muchos muchachos que sonreían como tontos. y otros que hacían mil cosas para llamar su atención: Unos se quitaban las camisas y salían corriendo a la playa y se zambullían esperando que ella los miraba, otros se paraban con su mejor pose, metiendo la panza; no faltaban los que pasaban y repasaban por la verdea cercana, queriendo hacer piruetas con sus bicicletas; todos se la quedaban mirando, esperando quizás que sus ojos se cruzaran. ¡Pobres ilusos! Lo que no sabían era que mi prima era súper cegatona y no veía más allá de un metro a la redonda.

Yo solo me hacía el loco y no perdía de vista las olas que rompían.
-Betty, ¿ya nos vamos? 
-Ay, primito que apurado eres. Si estamos solo una hora.
-Es que me... estéé... no sea que el agua avance hasta aquí.
-No, pues, eso es más tarde. 
-Es que... una vez... se salió... y yo... esteee...
-¿Qué? ¿No me digas que le tienes miedo al agua? Anda, métete, date un chapuzón.
-¿Yo? No, no tengo truza.
-Ah. Bueno, mejor,.. Mira, ¡alcánzame la bolsa!
-Ya, toma.
-Bueno, ahora sí, échame.
-¿Qué? ¿Que te eche?
-Sí, échame esto. Es bronceador, Yo no puedo.
-Ya, pon tu mano.
-Ay, primito, que zonzo eres. Yo no puedo echarme en la espalda
-¿Cómo? Sí... yo... esté...

Así fue que allí (en La Punta, en el Malecón Figueredo) perdí una partecita, una muy chiquita de mi inocencia: Allí, vestido con camisa manga larga, pantalón, zapatos y un espantoso sombrero de paja; allí, mientras le echaba bronceador a una chica de 19 años frente a los ojos libidinosos de decenas de muchachos; allí, rojo y sudando de pies a cabeza, sintiendo mil cosas raras y, lo peor, con mis manos pringosas, las que que finalmente tuve que lavar rapidito en el agua de la playa.

-III-
¿Quién diría que entre el malecón Grau y la playa Chicuito encontraría que podía caminar a tu lado? ¿Quién habría pensado que tú, pequeña Chalaquita, harías que perdiera el miedo al mar y hasta que  me atreviera a dar un paseo en lancha en una tarde fría y con garúa? ¿Quién diría que mojando mis pies en las mismas aguas de antaño, vería ante mí el desperdicio de muchos años de mi vida? ¿Quién diría que allí y con una piedrita en tu pancita no deseara más que tu compañía?

Así, pequeña, ¿quién diría que chalaca sería la mujer más dulce, generosa y buena que el Señor me dio? Y, ¿quién diría que en La Punta encontraríamos nuestro "refugio" donde me reecontré y redescubí que es posible amar?



Te quiero, Chalaquita de corazón.
¡Feliz 28!

sábado, 11 de julio de 2015

Bajo una cruz

Hay quienes ven en la cruz solo un signo de dolor, hay quienes decidimos ver más allá: pues así como en la vida "una prueba nos prepara para la siguiente" (lo dice don Julio CST); la cruz puede ser también vida, porque a través de ella se nos ofrece la oportunidad de vivir la Esperanza.
(Esto, obvio, solo si sabemos mirar.)


BAJO UNA CRUZ
Bajo una cruz te besé
Beso casto, pero beso al fin.
Bajo un cruz prometí
Promesa de amor, promesa cierta
Bajo una cruz te dediqué
Una melodía, melodía de bendición
Bajo una cruz somos fuertes
Fortaleza que vine de Ti,
Pues...  ya no es solo cruz, ¡es vida!
Te amo, 


lunes, 6 de julio de 2015

Lección de amor

-I-
El niño era flaco, ojeroso, de rasgos andinos pero más que nada, triste.
Llegó a nuestro salón después de las vacaciones de julio, y con él fuimos 60 en el aula.
¡Antipedagógico pero real!
Con el correr de los días, notamos algo extraño en el chico y decidimos preguntarle a Sor Clemencia, nuestra maestra: Madre, ¿por qué Mario no se ríe? ¿Por qué no habla? ¿Por qué no quiere jugar con nosotros?
Por respursta solo recibimos una mirsda tierna y un ¡Ale, ale... ténganle  paciencia! ¡Ya jugará y vosotros tenéis que ser muy buenos con él!
Lo cierto era que Mario (así se llamaba) fue un niño que había sido traído a Lima después del terremoto del Callejón de Huaylas. Era un sobreviviente, pero, ¿cómo podíamos entenderlo unos mocosos de 6 años?
Por eso, Clemencia, con mucha paciencia, nos llamaba en el recreo, aparte y uno por uno (lo supe después) y nos decía dulcemente: Mario se comporta de esa manera, porque él es así. Todos debemos quererle de esa forma, ¿me ayudas?
¿Cómo decirle que no?
Con los meses, Mario, un día de pronto despareció, así como vino, así se fue pero Sor Clemencia se quedó con nosotros y con los años se convirtió en alguien importante en mi vida.

-II-
Aunque ya no nos enseñaba, la veía siempre. Es que Sor Clemencia era muy activa, estaba en todas. Ora dirigiendo las canciones para las misas de los primeros viernes, ora ayudando en las campañas junto a Sor Celia, ora trabajando con los padres del Movimiento Familiar Cristiano, ora dirigiendo la Primera Comunión.
Clemencia era muy conocida y hasta medio idolatrada por algunos; sin embargo, ella seguía siendo siempre la misma: alegre, dulce y servicial. Todo iba bien con ella, hasta que decidió "salirse de monja".
Fue un "boom", más grande que el de la literatura latinoamericana, pero no tan feliz, Entonces muchos se rasgaron las vestiduras, varios le dieron la espalda y así, paso de ser un ángel a convirtirse en un "mal ejemplo", una "vergüenza", en alguien no deseado.
Fue entonces que empece a conocerla más pues mis padres y algunos otros sí la apoyaron.

-III-
De estar en su comunidad, en un edificio grande y espacioso, Mery (ya "de civil", como ella decía) tuvo que ser alojada en algunas casas. Aún recuerdo una: Era literalmente la esquina de un jardín donde hizo un "mini depa" en el que todo era chiquito y funcional. Allí con mucha ilusión volvió a empezar e hizo lo mismo de siempre: Ayudar y estar siempre pendiente de los demás. Su leitmotiv era; "No necesito estar en el convento para servir. Puedo hacer lo mismo fuera". Y en verdad, siguió hacíendo lo mismo, ayudar a medio Perú; apoyar a chicos, medianos y grandes.
De las cosas que sé y pude comprobar, es que estaba siempre dispuesta a socorrer,  aún a costa de ser  engañada o que abusaran de su nobleza.
Y siempre que alguien le hacía notar "su error", ella solía responder: Es que, así es la gente. Si me engañan, pues es su problema. Pero él (ella, ellos) todos son buenitos.
De las cosa que más vi, fue que daba clases a muchos chicos sin cobrar nada y más todavía, se quedaba con los niños les daba merienda y hasta los hacia dormir pues sus padres no los recogían. Para Mery eso era señal de alegría; por eso siempre sonreía y muy pocas veces la oí quejarse de eso.
-Se aprovecha de usted, Mery.
-No importa, los niños me necesitan.
-Pero los padres se aprovechan
-Los padres son padres, ellos son así, yo lo hago por los chicos.

-IV-
Las clases eran solo la punta del iceberg. Allí estaban los ancianos que cuidaba, los "pirañitas" a quienes, tras darles su ayuda sabían que debían aguantar sus consejos; también estaban los borrachines del barrio a quienes daba de desayunar después de tratar de que reflexionaran sobre su mala vida. Pero sobre todo, estaban las muchas personas que la visitaban para contarle sus miserias y que recibir "un dinerillo" de ella.
-Pero, Mery, no le van a pagar.
-Pero, viejo. La están pasando mal.
-¿Y, usted?
-Yo me las arreglo. Yo estoy tranquilita así. Tengo mis cosillas, ¿para qué más?
-Es que no está bien. Ellos son... malos
-Nadie es malo totalmente. Y, si ellos son así, así son.

-V-
Sin escuchar los consejos y guiándose por su corazón y su religiosidad, Mery siguió en lo suyo hasta sus últimos días: Siempre ayudando a los demás, siempre aceptando y comprendiendo a todos como eran. Así lo aprendió de su padres y así lo hizo por convicción durante su vida. Y es que Mery era una mujer de fe, nunca dudó. Nunca, ¡hasta el final!

-VI-
Con los años la salud de Mery anduvo de mal en peor, Sus pulmones estaban afectados, igual su corazón. Aun así, siguió "haciendo obra" a pesar de sus cada vez más continuas estadías en el Hospital Edgardo Rebagliatti.
Sus últimos días, fueron muy duros, en pocas semanas la vi deteriorarse y, aunque trataba de estar animosa y esperanzada, finalmente fue le resultó imposible.
Unas semanas antes de morir, la trasladaron a un ala del Hospital San Juan de Dios, allí donde envían a los desahuciados.
El día que fui a visitarla la encontré agitada,
-¿Que pasa Mery?
-¿Desea algo? ¿Se siente mal?
Mery quiso poner su mejor cara y sonreír, pero no pudo.
Luego, hizo un gesto como señalando a las que la cuidaban.
-¿Qué desea?
-Mery me mió con sus ojos buenos y sentí que me pedía algo. Levantó su mano temblorosa y yo la tomé.
-¿Qué quiere, Mery?
Entonces, llevó su mano y la mía junto a su pecho agitado y dijo bajito:
-Ellos dicen que no lo necesito, que ya estoy en paz.
Quedé en silencio y traté de mirar tras las nubes que poco a poco cubrían sus ojos y no sé cómo entendí lo que la angustiaba: ¡Quería  reconciliarse!
-¿Quiere confesarse, Mery?
- - dijo con un hilo de voz.

La personas en la puerta eran amigas y antiguas Hermanas de congregación. Todas me miraron extrañadas cuando les dije lo que Mery deseaba:
-¡Pero ya no lo necesita!
-Ella está bien.
-¿Por qué lo querría?
-¡Porque ella es así! - fue mi respuesta.

Y así, diciendo y haciendo, llamé a un sacerdote amigo que accedió a venir. Fue algo duro pero hermoso: Mientras el sacerdote se acercaba a su cama, Mery lo miraba con ansias, con la respiración agitada pero esbozando una sonrisa. Luego, terminando de confesarse, se quedó profundamente dormida y en paz.
-VII-
Aceptar a las personas como son es un arte delicado; se necesita mucha paciencia, atención y delicadeza. También voluntad, perseverancia y más que nada: saber ver con los ojos del corazón, es decir, con amor.

Eso fue parte de la manera de ser de Mery, pero más de su vocación y de algo que nunca nadie le pudo arrebatar.