sábado, 11 de septiembre de 2010

Message in a bottle

Mariscela era una chica bonita pero extraña… Quizás hoy eso la haría más interesante, pero, a los chicos de entonces, eso los asustaba… Además, como ella era dos o tres años mayor que el promedio, se mostraba más segura y había sabido crear alrededor suyo un aura o barrera invisible que mantenía a raya a los muchachos.

En realidad, Mariscela era para mí una interrogación, pero nunca se me ocurrió hablarle hasta una mañana en la que, para variar, había llegado temprano a la universidad, ella me llamó… Cierro mis ojos y casi puedo verla sentada en una de las bancas del patio frente a las aulas ‘1’ y ‘2’ con las piernas cruzadas y sandalias, un faldón de tules cayendo a los lados, una blusa sin mangas muy escotada, con sus innumerables brazaletes en las muñecas y su abundante cabello cayendo sobre su hombros desnudos… Allí estaba ella, con su media sonrisa en los labios pintados de rojo oscuro, mirando a la fuente sin agua y escribiendo en una libretita… No sé qué miraba, pues la fuente estaba casi siempre seca… No sé qué escribía, pero se la veía tan tranquila... tan relajada…

El día que me pasó la voz, me dijo: “Tú siempre vienes temprano… me he dado cuenta que no eres como los otros, ¿no? Ven, siéntate.”


No recuerdo de qué conversamos, o mejor dicho, de qué me habló, porque nunca podré olvidar lo agradable de su voz… en realidad, era hermosa y perfecta en calidad, intensidad, claridad, y pureza, eras como música de cadencia y tono tan peculiar que embriagaba… Ese día no vino el profesor y fácil estuve más de una hora escuchándola.



Desde entonces, teniendo como custodio a una fea réplica en cemento de la Estela Raimondi y la fuente seca y llena de hojas, tuvimos muchas conversaciones. Mariscela sentada en ‘su banca’ hablaba, y yo medio en éxtasis la escuchaba… En realidad había una especie de dictadura en los temas, sin embargo yo aceptaba rendido su preciosa voz hablando del equilibrio y de la luz interior, de los chakras, de los centros de energía, del samsara y del karma. Me sentía como un “Pequeño saltamontes” escuchando a su maestro... Ella era mi gurú hacia la iluminación… era mi camino hacia mi nirvana.

Mis demás compañeros me miraban extrañados. Por entonces, solo hablaba un poco con Fernando, Gloria y Rosa, pero aún no éramos grupo. Sé que los de más murmuraban y tenían mucha curiosidad de lo que conversaba con Mariscela, sobre todo porque en torno a ella (lo entendí un tiempo después) había una leyenda negra… La tenían por loca y también alocada en el peor de los sentidos. En realidad ellos no la conocían.

Un día, le quise decir la gente decía, pero ella, sabia, simplemente me puso la mano en la boca y me dijo: “No te contamines… yo estoy bien.” Y más bien, me habló de sus planes: Tenía pensado irse a los EEUU, por eso había estudiado inglés durante dos años y ya estaba terminando el tercero, por eso, a veces faltaba a clases, según me decía para completar trámites y porque en realidad, no estaba muy involucrada con los demás y con la carrera.

Por eso, no trabajaba en grupo, ella se limitaba a cumplir, porque como decía estaba ‘de paso’. Así, llegó el segundo ciclo y en el curso ‘Actividades II’ nos mandaron a visitar monumentos históricos de Lima. Mi grupo escogió ir a las catacumbas de San Francisco… Aunque yo ya había ido en cuando estaba en la Academia, igual acepté…

Mariscela no quiso ni hablar de acompañarnos, me dijo que había mucha energía negativa de los tantísimos muertos que había allí, y que ella no podría soportarlo… Lo que hizo, sin embargo, fue darme un pomito que tenía un líquido oleoso y oscuro… “Cuando entres donde los muertos, te lo echas para que te protejas, ¿sí?”

Llegó el día de la visita y mientras cumplíamos el circuito habitual, me aseguré de tener el frasquito de Mariscela y, antes de ingresar a la catacumbas, lo abrí y me puse un poco del líquido 'para protegerme'. Era un perfume extraño, imposible de describir con palabras…. Dentro, quizás se confundió con el olor a humedad, pero una vez fuera, se notó el aroma. Mis compañeras fueron las primeras que lo notaron y me dijeron: ¡Oye, hueles a muerto! Lo mismo dijo mi mamá al llegar a casa… Pero no me quise bañar.… Aun recuerdo que el aroma me acompañó todo el fin de semana.

El día lunes después de nuestra visita, Marsicela no fue a clases. Varios días la esperé y al final la encontré como si nada en “su banca” sentada con las piernas cruzadas… “¡Hola!” - me dijo – “¡La otra semana me voy!” “¡Pero… cómo…si estamos al inicio del ciclo! –Repliqué – sin embargo, ella simplemente respondió: “Ya está todo listo, ya pagué y debo irme…. Más bien, anota tu dirección aquí… cuando llegue te escribo.” Yo no sabía qué más decir y balbuceé: “¿Pero?… ¿Cómo te vas?” Ella, puso fin a la conversación, diciendo: “¡No te puedo decir! ¡Yo te escribo!”

Fue un viernes 28 de enero de 1983… Inmediatamente, tomó mi mano, la miró y puso una foto en ella, me tomó la cabeza y me acercó hacia ella; era extraño, sentí su piel entre sus pechos y sentí su corazón latiendo fuerte… Ella fue la primera mujer que me abrazaba así… Me dio un beso en la cabeza y dijo: “¡Si llego, te escribo!”

Yo me quedé helado, ella se incorporó, me sonrió, dio la vuelta y empezó a caminar como siempre, plácida… Tenía los brazos sueltos a sus lados y se movía con tanta elegancia que parecía que no caminaba sino que alguna fuerza mística la llevaba… No se volteó para nada, dobló hacia la puerta y desapareció. De pronto todo se detuvo, vi una hoja en medio del aire cuando caía a la fuente… en una rama un pájaro inmóvil justo cuando iba a emprender el vuelo desde una rama… Lo demás seguía igual: El cielo gris de Lima, las paredes rojas del pabellón; todo servía de marco para este evento quizás intrascendente para los demás…

Nunca llegó carta alguna, nunca más supe de ella, en realidad, no tenía a quién preguntar. En el salón solo la recordaban como la chica rara que hacía los trabajos sola y, a la que una vez cuando expuso, habló tan bonito que hasta al profesor emocionado la aplaudió.

Han pasado casi 30 años y aún ahora, cada vez que escucho noticias de aquellos que se arriesgan a cruzar la frontera hacia los EEUU, mi corazón vuelve a Mariscela… ¿Habría llegado?

Dicen que la Internet es como un océano donde miles de miles de ‘surfers’ navegan: por eso aquí dejo mi “mensaje en la botella”, mi querida Mariscela Marino Sotelo… Lo único que quisiera saber es que si de verdad lo lograste…



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