viernes, 31 de diciembre de 2010

Fiesta de promo - II

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Al día siguiente de aquel fatídico lonche, que terminó en una suerte de arreglo matrimonial, ni Zandrox (el parapsicólogo de moda), podría haber predicho lo que sucedería a continuación: Muy temprano por la mañana, empezaron las llamadas: “Aló, amiga… ¿está tu hijo,sí? Bueno, resulta que mijita, la… (¡Maldición!, no me acuerdo el nombre), quiere saludar a Edgardito.” “Aló, amiga… ¿ya se levantó tu hijo?… ¿pásamelo, sí? … Aló, amiga que Edgardito hable con miijita, mira que no hizo su tarea; tiene que aconsejarla…” “Aló, amiga… ponme con tu hijo…Aló, mijito; tienes que hablar bien con mi “Xxxxnita”… mira que no quiere tomar su desayuno… ¡Háblale, pues!”

Como otras veces, mi papá, hacía rato que notó que algo no andaba bien, y además, estaba estaba medio amoscado con las llamadas tempraneras. Así un día sentenció: “Oye vieja, ¿qué le pasa a esa señora?…Mi "tinca" que le están "haciendo corralito” a tu hijo.” Reconozco que al escuchar eso, me sentí como si fuera ganado; sin embargo mi madre (siempre confiada), lo convenció de que no había por qué preocuparse: “Ay, Gordo; tú siempre mal pensado.” Ante esto, sabiendo que era inútil discutir, mi papá simplemente añadió: “Ya, Fanny, ya. Pero el tiempo dirá.”
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La fiesta de promo estaba cada vez más cerca y era el tema de conversación de todos en el salón. Bueno, ¡de casi todo! Algunos seguíamos preocupados por el tema de las parejas, aún así lo disimulábamos hablando del asunto más importante para la mayoría: la pregunta era por qué no se había contratado a la orquesta de moda de entonces (la de “Carlinho”) y por qué teníamos que contentarnos con “Freddy Roland Orquesta y coros". La otra cuestión era la elección del local. El sitio escogido era el "Club de la Unión" de Lima, que todavía por aquellos años era un lugar muy caro, exclusivo y elegante, lleno de lámparas de bronce, alfombras, puertas altas y escaleras enormes de mármol…

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Cuando por fin llegó el sábado 13 de diciembre, día de la fiesta de promo, estaba súper nervioso y angustiado; ya no tanto por la pareja (en eso estaba resignado) sino por otras cosas simples. Como por entonces ya empezaba a hacerme bolas con tonterías, pensaba y repensaba cómoi ba hacer para cumplir con dos tareas importantísimas; la primera, ponerle el "bouquet" a “mi pareja” (como hasta ahora no me acuerdo tu nombre, te llamaré así); y la segunda, ver cómo hacía para no olvidar los dos únicos pasos de baile que sabía y en en los cuales había sido asesorado personalmente por mi madre: “¿El bouquet? Bien fácil, hijo. Se lo pones en una tira del vestido, ¡y listo!. ¿Para bailar? Más fácil todavía: A ver, suéltate… ¡suéltate, oye!… ¿no te pongas tan duro, pues! ¡Ay, Edgardo! ¡Igualito a tu padre eres!"

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Muy cumplidos, con mi papá como chaperón, (y también nuestro chófer) fuimos en nuestro carro a buscar a “mi amada”. Al llegar a su casa, bajé, toqué timbre y esperé. Uno, dos, tres, cuatro minutos y no respondían; de pronto, escuché la voz de su madre en el intercomunicador: “¿Llegaste, mijito? ¡Por fin! Espera afuera, no más".

Y así lo hice, me puse de pie frente a la casa. De pronto, se encendieron todas las luces, se abrió el portón del “carport” y, por una escalera que salía desde el segundo piso, empezó a bajar despacito "mi dama". ¡Sólo faltaba una fanfarria y un criado con librea que la anunciara! La miré con cuidado y aunque al principio no la reconocí tras el kilo de maquillaje, después me dije: ¡Sí es ella! ¡Pobre chiquita! Pero finalmente, eso no importaba; ahora debía pensar en las tareas urgentes: la primera ¡Ponerle el bouquet a la niña! “Ho... hola, Pa.. pareja -balbuceé- a ver… creo que tengo que poner… estoooo… aquí… mmm… ¿dónde?.. ehhh… no sé… a ver… ” Y es que me encontraba ante algo imprevisto; resultaba que el vestido de la nena era un strapless, ¡no tenía tiritas! Felizmente, la doña, que venía detrás de su hija, salió al rescate y evitó que mancillara a la doncella; pues mis manos temblorosas estaban a punto de enganchar la bendita flor en otra parte, una peligrosamente cerca del lugar donde alguna vez se desarrollaría "algo" en el impúber cuerpecito de mi pareja, la Xxxxxxta.

“¡Ya está!” Ahora, Xxxxxita, entra no más al carro. Y tú, mijo, me la cuidas, ¿ya? ¡Que la cuides te digo, mira que es una niña! Pero, ¿no ves qué bonita está?  Bailen mucho, ¿ya? ¡Qué linda estás, mijita! A ver… tu peinado… ¿La ves bien, mijo?” En ese rato, no sabía qué decir, y mis ojos solo iban de la doña a mi padre; esperaba un gesto o algo d él; sin embargo, su silencio era elocuente. En realidad, sabía que estaba haciendo un gran esfuerzo por quedarse callado, porque cuando por fin la doña dejo de hablar un ratito, todo fue una sola cosa: entre encender el auto y tratar de pisar el acelerador.. “¡Espere, don Carlitos!!! ¡Un ratito!”. Mi padre apagó el auto y esperó. ¡Bien educado eras, papá!) Entonces la doña ingresó cual flecha a su casa, y a los pocos minutos volvió con una tacita de café y una pastillita. “Toma, mijita; para que te animes. ¡ahora sí! Ya, don Carlitos…. Ya… Uy, ¿está apuradit...? ¡No corraaaa!” (El carro raudos había dado vuelta a la esquina.)
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Ingresamos al club. ¡Se veía súper elegante! Entramos al salón y rápidamente nos sentamos para ver el ‘desfile’ de mis compañeros con sus respectivas parejas. Era curioso que, mientras yo había entrado con mi ‘ñañita’ casi a ‘paso de polca’; los que recién llegaban se tomaban su tiempo, más todavía si su eventual acompañante era rubiecita o una chica “bien entrada en cuerpo”; éstos se demoraban a propósito para constatar que todos los hayamos mirado. Tenía que ser así, lo sé ahora; es un comportamiento grabado en una de las partes más primitivas de nuestro cerebro masculino.

De pronto, la orquesta empezó a tocar y mi parejita ni se inmutó, seguía bien tranquilita sentada a mi lado. “Primero vamos a mirar, Xxxxna, ¿ya?.”-dije, usando por vez primera mi terrible “estrategia para fiestas”, (¿recuerdan a “R”?) Estábamos en eso cuando llegó la primera ronda de tragos cortos. Cada uno tomó un vasito pues de todas formas había “Parental Guidance” en el salón continuo. Yo sorbí poco. "¡Es algarrobina!" -le dije, pero ella, la Xxxxxita, ¡ya había vaciado todo el vaso!

La banda arrancó otra vez y mi amigo Percy, “el Mono”, me gritó: “¡Oye! ¿Para qué has venido? ¡Baila pues! "Ni modo", me dije. “¡A la tarea número dos!” Saqué a mi parejita y empecé a ensayar con ella, al son de un interminable potpurrí tropical de casi 15 minutos, los dos únicos pasos que sabía.  De pronto, sentí que todos me miraban, se reían y cuchicheaban. Pensé que decían lo mismo que escuché cuando entré con mi pareja: "¡Robacunas! ¡Abusivo!. Pero no, no se trataba de eso. Mi amigo "el mono" me alertó, tal parecía que mi pareja había caído en trance. Se alocó tu niñita -me decían. La chiquilla, mi pareja, la Xxxanita, se había soltado, ¡pero demasiado! Se movía como loca y no me escuchaba ni me hacía caso para que dejara de moverse. Así fue hasta que de pronto, se detuvo y dijo con voz bajita: “¡Me siento mal!”
Como mi padre estaba en el salón de al lado, lo buscaron y al entrar en el salón, me dio un empujón (yo estaba sin saber qué hacer) y con la ayuda de una madre de familia se llevara a la Xxxanita, mi pareja a un baño. Entonces, terminó la fiesta para mí. Salí del salón a otro continuo y al rato, trajeron a la niña cerca a donde estaba y la acostaron. Allí me quedé, escuchando de lejos a la orquesta del buen Freddy que tocaba con furor, y mirando a mi parejita, la Xoxanita que dormía sobre un mueble arropada con el saco de mi papá.

¡Espera y cuida a la chica! - me dijeron; y así lo hice durante todo el resto de la noche, mientras que tras los vidrios de la puerta veía las luces y las siluetas de mis amigos bailando. Entonces medité y me dije: “En realidad, me salvaste, Roxanita” ¡De verdad que sí!


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