sábado, 8 de enero de 2011

Mirando al cielo...


“Galileos, ¿por qué se han quedado mirando al cielo?” Hechos de los Apóstoles.
Siempre las carreras de postas me llamaron la atención. Cuando las hacíamos en el colegio, sabíamos que para lograr el objetivo (o sea ganar), debíamos organizarnos rápidamente. Así, en pocos minutos, el que sabíamos que corría más rápido nos ordenaba y nos daba las instrucciones; de esta manera, si llegaba primero, todos nos sentíamos ganadores y festejábamos como locos… Siempre recuerdo lo que el profesor nos decía: “Muchachos, pasar el ‘testimonio’ es lo más importante…” y agregaba: “Es lo mismo que les pasará en la vida.” Yo, mirando en mi mano la varita de madera, la verdad, no lo entendía… Varias décadas después, creo que lo entiendo un poco…

En algunas ocasiones, la vida se presenta claramente como una carrera de postas, con la diferencia que en ella, nunca sabremos quién está corriendo el tramo final… Solo nos toca pasar o recibir la posta.

“No se olvide, Norita… Acuérdese.” – Insiste Don Julio, pues ella ha “recibido el ‘varayoc’, la vara del mando.” Resulta curioso, a diferencia de otras ocasiones, esta vez soy testigo de una preocupación sincera de quien se retira, por dejar las cosas lo mejor posible y además, por transmitir, en grandes dosis, toda la información que pueda ser de utilidad para quien recibe el cargo: Usando el tecnicismo favorito de Norita, ella viene sufriendo una “inducción rápida y sin anestesia”. Con relación a los demás que la acompañamos, nos sucede más o menos igual. Y, al menos por mi parte, trato de escuchar y de retener lo más posible de las palabras, observaciones, consejos de Don Julio. Sin embargo, ayer, cuando llovió en verano, caí en la cuenta que, aun cuando lo intentara con todas mis fuerzas, podría ser una labor inútil…

Volví varios años atrás cuando me anunciaste que te ibas, amiga, y que me dejabas en el camino. Tenías una tarea, postergada mil veces, la cual había llegado el momento de enfrentar. Sentías que tu alma había expiado ya “sus culpas”, te habías perdonado y por eso, habías decidido tomar el “control de su vida”; sin embargo, a pesar de haberlo anunciado con antelación, igual que sucede ahora con Don Julio, tu partida fue dándose de a pocos y no con poco dolor… Igualito que un trabajo de parto (creo) y, peor aún, (lo comprendí luego), dada tu manera de ser y de sentir, antes de irte, deseabas a toda costa que terminara de entender el caos organizado de tu sabiduría, esa que era producto de tu experiencia, de tus lecturas, de impresiones y de tus intuiciones; esa que pensabas que yo iba a necesitar; esa que, finalmente, iba a hacer que tu recuerdo no se diluyera en todos los anteriores… ¡Te preocupabas por mí, amiga! Te disculpabas por dejarme y porque, según tú, me hacías daño. Estabas empeñada en saber si estaría bien cuando no estuvieras; quizás por eso, a ratos dudabas en dar el adiós final.
Eras joven, y pesar de tus cortos años, habías vivido muchas cosas más cosas que yo… La vida no había sido precisamente generosa contigo. Eras también, muy diferente a mí; y aún así, siendo tan disímiles, te había aprendido a querer y a admirar. Fue un día de enero, convencida que tu vida debería dar un giro radical y sin importar que las circunstancias se perfilaban muy duras para ti, me dijiste: “¿Sabes qué? Ha llegado mi tiempo.” Y a continuación me comunicaste todo lo que ibas a hacer. “¿Estás segura?” - Te pregunté. “Como te dije, es mi tiempo y ya no habrá otro; si no hago lo que tengo que hacer ahora, nunca lo haré. He visto el mundo a través de la puerta que se abrió o que alguien abrió, y sé, que si no la cruzo ahora, no lo haré nunca. Me voy…”
Por entonces, ya intuía que tus determinaciones te iban a demandar harto esfuerzo y tiempo y, a pesar de que eras una persona muy querida, sabía también que tu empresa era personal; por tanto, ni yo, ni alguno de tus amigos podríamos hacer otra cosa sino animarte y a la vez preocuparnos por ti… ¡Solo eso! No tendríamos la mínima oportunidad de apoyarte directamente… ¡Un océano nos iba a separar!

Pero en mi caso, aún “ad portas" de emprender tu “cruzada”, seguías siendo generosa conmigo, pues lo que hablabas trasuntaba tu afán de cuidarme, de protegerme…. ¿La razón? No la sé... Solo sé que, en las pocas veces que pudimos hablar mientras preparabas tu partida, procuré de atesorar lo que decías, deseé captar y memorizar cada gesto tuyo, pensando ingenuamente que si no olvidaba tu rostro, tampoco se me olvidaría de tus palabras. ¡Cuán ingenuo era! Tú misma me lo hiciste notar una tarde cuando tomábamos una gaseosa; me lo reclamaste mientras te escuchaba atento: “No sé que tanto me miras…” - Dijiste. “Trato de fotografiarte con la mirada.” - Respondí. “¡Olvídate de eso! No podrás… Eres un niño; tengo razón en decir que el que de verdad me preocupas eres tú… Yo, al menos tengo barrio, pero tú… ¡nada! Escucha, no te olvides que...”
Me dijiste tantas cosas abriendo y cerrando tus ojos de pajarito, gesticulando y moviendo tu cabello oscuro que caía abundante sobre ellos, y al final, ¡resultó cierto! no recuerdo ni la mitad de lo que me dijiste, ni las promesas (que creo) que te hice; pues ni siquiera con ese último esfuerzo de escucharte con más ahínco y que la mirarte con intensidad, puedo ahora recordar algo más de tu rostro… Se me perdió… ¡Acertaste, pues, amiga…! Por más que trato de adivinarte en un vieja foto 12 x 15 donde apareces entre un montón de gente a fin de curso; esa imagen producto de mi camarita Ektralite de Kodak, esa que tomaba fotos con películas de cartuchos de 110; resulta casi imposible distinguirte debido a la granulación de la película y a la pobre impresión del revelado... ¡Una lástima!
Así pues, amiga, cuánta razón tuviste, ahora solo me parece recordar que solo lo que temías terminó siendo realidad y, aún cuando sigo percibiendo tu cariño que me sigue llegando a través de tus oraciones, siento también tu pena, por no haber podido ayudarme; es la misma que me hizo conmover la última vez que nos vimos, cuando te molestó que te mirara tanto y vaticinaste: “Aunque no me guste, te olvidarás igual… y, aunque no me guste tampoco, seré una sombra más de tu pasado” Pero lo más duro, fue lo que dijiste a continuación: “Por más que te diga, permanecerás aquí y esto se convertirá en tu refugio… pero también será, de alguna forma, tu cárcel…” ¡Acertaste, amiga!

Resulta pues, que como alguna vez reflexionó Don Julio, las cosas no se olvidan, solo se asimilan…Él, como buen maestro, lo explicó a través de un ejemplo; dijo que, por más que uno lo desee a veces, es imposible recordar todas las homilías que uno escucha en las misas; si alguien dijera que es posible, mentiría. Sin embargo, si uno se da cuenta, con el tiempo y la perseverancia, la Palabra llega a hacerse carne en nosotros, nos penetra y alimenta nuestra fe. Por eso, tanto tiempo después del adiós, te recuerdo. ¡Resultó ser tan simple! Los ecos de tus palabras, amiga, quizás en bocas de otros, están aquí conmigo. No me hiciste daño y por eso, mantengo tu cariño; más aún, sabiendo que eras tú eras la que partía directo al campo de batalla. ¡Que Dios te bendiga siempre!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.