miércoles, 8 de diciembre de 2010

¡Bombolo! – Primo tempo


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“¡Dónde está ese bombolo!!!”
La potente voz de esa italiana, una enorme mujer de ojos saltones, nariz aguileña, mirada penetrante y modales bruscos, rompió la tranquilidad de la tarde. Estaba jugando con mi hermano, cuando de repente entendí que tenía que huir y esconderme.
Ya tendría casi 2 años y aún llevaba un enorme pañalón de gasa y tela, ¡sólo por si acaso! (¿Me creen?) Bueno, lo cierto es que era chistoso verme caminando orondo con pantalón corto y asomando por debajo, la razón de mi vergüenza.
“¡Vino la tía Tedesa! ¡Escóndete!” – Le advertí a mi hermano mayor que compartía mi ‘carga’. Yo, por mi parte, salí hecho un cohete al baño; me escondí detrás de la puerta y me saqué el bendito pañal lo más rápido que pude.
“¡Ese, Bómbolo! ¿Dónde se ha metido? Lu picciottu? Lu picciriddu Fernanditu?” – seguía diciendo la tía en su tono peculiar mientras revisaba la casa.
Nunca olvidaré esa sensación mezcla de culpa y temor que me producía aquella mujer a la que aprendí a querer…
-2-
Los Minuta eran una familia italiana; 'de la Sicilia', para ser más exactos. Estaba formada por Teresa, su esposo Turi, Doménico, hermano de éste, la anciana tía Cciccina y los cuatro hijos de la pareja. Habían venido al Perú huyendo de las nefastas consecuencias de post – guerra y aquí se establecieron.
Aparte de mi Tía Teresa, es al Tío Turi a quien más recuerdo. Él era un hombre magro, seco y de pocas palabras. Contaba la Tía que antes había sido muy hablador pero se había vuelto así después de las penurias que sufrió en las trincheras. En efecto, había algo aparentemente sombrío en Don Turi, pero no conmigo; cuando me miraba, sus ojos se ablandaban y yo lo sentía cálido y cercano…
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Las visitas a los Minuta eran cosa normal para mí. En su casa pasábamos la tarde jugando con Giovanni y Sara, los hijos menores, "mis primos". Al llegar la noche, debíamos hacer el camino de regreso a casa. Entonces salíamos mi madre y mi hermano y yo, y casi siempre era el Tío Turi quien nos acompañaba. Así, cada vez que podía, después de unos pasos y de llegar la esquina, me detenía y me ponía a hacer pucheros y a decir que estaba cansado, que tenía sueño, que me dolían mucho las piernas. Mi mamá, obviamente, me daba una mirada asesina, pero yo volteaba hacia el tío y le decía “¡Upa, Tío Tudi!, ¡Upa! ¿Ya?”;  y  él, sin mediar palabra, me cargaba. ¡Cuánto quería entonces a ese carpintero flaco de manos callosas y olor a aserrín!
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Ahí íbamos, mi mamá llevando a mi hermano de la mano y yo bien cargado por el buen Turi. Casi siempre me hacía el dormido para no ver la cara de incomodidad de mi madre, pero también, de cuando en cuando me incorporaba y aprovechaba para mirar al tío de cerca…Siempre me llamaron la atención sus cejas llena de vellos hirsutos, su enorme nariz colorada y, sobre todo, el ‘mustazzu’ de brocha que compensaba los pocos cabellos que asomaban por su cabeza.
Con la tía, sin embargo, mis tácticas para regresar a casa sin caminar, no tenían igual efecto: cuando ella se ofrecía a ir con nosotros y a mí se me ocurría “hacer mi show”, la Tía Teresa se detenía, me miraba fijamente con sus ojazos enormes y, mientras levantaba una ceja, se ponía las manos en la cintura, se agachaba y soltaba una retahíla de palabras que obvio, eran un resondrón… Ahora sé que no todo lo que decía era en italiano, sino una mezcla de de ‘sicilianu’, italiano y español: “¡Ma’ Fernanditu!”; y tras esto, un largo discurso que no entendía mucho: “¡Vrigoña! No quiere caminar! Ragazzo pigro! Grassu e flojo, eh, bombolo!” – Y cuánto mas decía, más colorada se ponía. Entonces, azorado me ponía a caminar rapidito, agarrándome de la pierna de mi madre.

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