viernes, 24 de diciembre de 2010

De ver y oír - De oír...

-Tú, otra vez-

¿Y el oír?, la mayoría de mis hijas son como su madre, ‘de oídos sensibles’. Por eso, algunas veces, hasta la música a un volumen discreto para mí, puede convertirse en una molestia para ellas. Aún eso, amante confeso de la música y agradecido a la vida por cada nota que llega a mis oídos, mantengo mi afición.

A través de la música, me parece, fue como hicimos una conexión. Curiosamente, un año antes cuando nos cruzábamos, no había mayor sintonía, tú te mostrabas muy seria, extremadamente educada, a la defensiva; y yo, que no me quedaba atrás, hacía lo mismo. Ahora lo lamento, ¡hablamos tan poco de tanto que pudimos haber hablado! Aún así, y gracias a la casualidad, la música permitió alisar las aristas; “depusimos las armas” y pasamos de una relación tensa a otra de más confianza, todo a partir hablar sobre canciones y sentir lo gratificante que resulta compartir lo que a uno le apasiona.

De esta forma, igual como con caso de ‘ver’, gracias a ti, se mostró un nuevo universo de sensaciones para el ‘oír’. Aun cuando fue por muy pocos meses, pudiste mostrarme que en la música siempre existe algo nuevo y, a pesar que uno a veces se resista, si la persona sabe transmitir su entusiasmo, uno podrá entender y apreciar nuevas posibilidades. Me había sucedido antes con mi amigo HARC, quien me enseñó a apreciar las composiciones clásicas. En este caso, gracias a ti, amiga, aprendí a oír mejor, no solo otras nuevas melodías, sino que pude valorar letras potentes y maravillosas que las complementan. Resultó un buen ejercicio para mí, no solo oxigenó mi espectro de intereses musicales, sino que proveyó de espacios nuevos de solaz, aunque hoy también de pena al escuchar por ahí algunas canciones que quedaron grabadas en mi mente, las cuales, de vez en cuando reaparecen para hacerme notar tu ausencia.

Así pues, amiga, contigo aprendí a ver más claro y a oír mejor. La verdad, no lo esperaba, pero como la vida es impredecible, la oportunidad se dio y le agradezco a Dios por haberte conocido. Hoy, a pesar de los años que han pasado, te doy las gracias por haberme hecho descubrir que el mundo guardaba aún colores nuevos y armonías que debían ser escuchadas con atención; pues, hasta en las voces cascadas de algunos cantantes y en los arreglos simplones de otros, sabían esconderse versos que son ahora el mejor refugio de mi tristeza y el consuelo de mi soledad…

Gracias pues, amiga, aunque no fuiste en realidad una, sino que resumiste a “esa chica” de la que hablan cientos de canciones, a esa que uno conoce muy tarde, solo para convertirse, como dice una canción hoy casi olvidada, en una ‘chica del adiós’.

A pesar de eso, dejaste huella, amiga… De verdad, lo hiciste.

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