sábado, 4 de diciembre de 2010

Morning Angel - Director's cut

Dicen que, en el cine, las segundas partes nunca han sido buenas, a no ser la notable secuela de ‘El Padrino’ o “El Imperio contraataca” de la saga de Star Wars.
Quizá por eso últimamente han aparecido las llamadas “Director’s cut” que no son otra cosa sino versiones extendidas de película exitosas.
Con ellas, aparte de tener asegurar la audiencia, se procura, al menos en teoría, redimir la ‘intención’ del director de una cinta, presentando su supuesta "intención original" y una serie de escenas, inicialmente desechadas, gracias a la dictadura de los editores o a la presión de los estudios.

Es así como, las “Director’s cut”, aparte de tener más o menos asegurada la taquilla, ofrecen al espectador una oportunidad de ver una propuesta más "personal" y, de pasada, despejar ciertas dudas de le cinta original.

Parece que, en los últimos años, la cosa se ha puesto de moda y tiene mucha aceptación: Ahí tenemos la recién reestrenada versión de “Avatar”, o las nuevas versiones de películas de culto como “Blade Runner” o “El Exorcista”, cuyo ‘gancho’ fue la grotesca "escena de la arañita" a cargo de una más endemoniada Reagan….

De esta forma se demuestra cuán eficaz resulta apelar a la curiosidad o al morbo de las personas, de picarnos justo en esa necesidad (casi enfermiza de los seres humanos), de querer saber más, de conocer ‘qué sucedió luego’ o ‘de qué nos perdimos’ en determinada película… 

Esa “necesidad” es la que hace que el público vuelva a las salas como cuando se vuelve a ver a un viejo amigo que dice que tiene algo nuevo que contarte o aún, como cuando alguien te avisa que te va a revelar un secreto y te es muy difícil permanecer indiferente…. Reconozco, que caí en una de esas tentaciones a la que no pude sobreponerme con la “nueva versión” de “Cinema Paradiso” de Giuseppe Tornattore.

Como nunca la reestrenaron en Lima (¡obvio!), gracias a Ebay, encontré una copia en DVD en una tienda en Canadá. Conté los días entre la compra y la llegada del paquete pues estaba ansioso de ver los “51 minutos adicionales” y asumo que, al igual que muchos, saber qué habría pasado con Salvatore y Elena, la de de ojos azules.

La propaganda del “Director’s cut” hizo su efecto: El trailer de la cinta invitaba a descubrir “qué pasó realmente con el amor de toda su vida…” `Por eso, no pude resistirme…. ¡Tenía que saber y la compré!

El DVD llegó tres semanas después. Decidí, sin embargo, esperar a que llegara el "momento adecuado" para verla. 

Fue un sábado en que no había nadie cuando lo hice.

Terminadas las casi 3 horas, y después de conocer el final, se rompió el encanto: Me convencí de que hay cosas que quedan mejor en la incertidumbre. 

No es que la película estuviera mal, pero quizás, para espíritus como el mío, las historias de amores truncos, las relaciones imposibles y cosas así, van más conmigo. Peor aún, considerando el estado actual de mi vida.

¡Qué curioso! Días atrás, antes de que partieras, te hice leer mi ‘historia’ con Elisa, después de eso hablamos y me preguntaste si alguna vez  volví a ver a la chica. Te dije que sí, que nunca más. En realidad, mentí.

El final de mi pequeña novela, mi estimada, era menos romántico. Por eso no te lo conté: Después de aquel jueves 27 de noviembre, ya no volví a tomar “la 20”. Me sentí un reverendo estúpido por no haberle hablado y decidí darme por vencido.

Sin embargo, casi 16 años después, recién la historia se cerró.

Había pasado una pena muy fuerte la que, para variar, me llevó al hospital. Anduve internado casi un mes y los médicos me dijeron que, si quería sanarme, yo mismo tenía que poner de mi parte: “Su cuerpo solo debe luchar”, me dijo el doctor.

Así, y después de una promesa de ‘borrón y cuenta nueva’, a los días mejoré, me di de alta y salí del hospital. Sin embargo, como no estaba del todo curado, acepté el ofrecimiento de mi trabajo para seguir tratamiento ambulatorio en una clínica.

Era un día del mes de octubre de 1996.

Estaba en la Clínica Stella Maris, sentado en una sala de espera de Medicina Interna.  Como aún luchaba contra el cansancio, de vez en cuando este hacía presa de mí. Casi no podía mantener los ojos abiertos.

En una de esas tuve un sobresalto… Sentada a menos de 3 metros estaba ella… ¡Elisa!

Me quedé pasmado, sin habla. Igual que tres lustros atrás cuando nos sentábamos frente a frente en “la 20”.

¡Ella estaba allí! Seguía bella; nos miramos y creo que me reconoció.

Esta vez, no tuve tiempo para reaccionar, al poco rato apareció una niña de unos 3 años diciendo: "Mami, ya nos vamos.", Tras de ella, apareció un hombre joven.

Elisa desvió la mirada, dio un beso al hombre, se puso de pie y salió.

Solo atiné a pasar saliva, respirar y cerrar de nuevo los ojos.

"Señor, el doctor lo espera." – dijo alguien. Me levanté y fui a mi consulta

Así, mi estimada, terminó el cuento… En un libro que de casualidad llegó a mis manos, hablaba sobre el asunto del Tíbet y la China y decía: “El pasado debe ser solo parte de la Historia”. 

Nada más cierto. Así duele menos.

C’est fini



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