sábado, 29 de enero de 2011

Dicen de mí - Capítulo 2: Cherchez la femme

Capítulo 2: Cherchez la femme

-I-
Lavar el carro de mi papá era una tarea que involucraba a todos de la familia: Mientras mi padre llenaba y sacaba los baldes a la calle, mi hermano mayor enjabonaba; luego, mi hermano menor y yo debíamos secar. Era un sábado, estábamos en eso, cuando de pronto, llegó el cartero: “¡Buenas! ¿El señor Edgardo?” Todos se extrañaron, sobre todo yo. ¿Una carta para mí? Hacia tiempo que había dejado de recibir correspondencia de la pequeña Anni Olsen, mi “Pen Pal” noruega. Mi papá recibió el sobre con filetes rojo y blancos, y me lo dio diciendo: “Toma, es de una tal Margarita X.X. Vive en San Miguel”. Por supuesto, mis hermanos se comenzaron a burlar: “¡Señor Edgardo, ja, ja, ja!… ¡Ahhh…. una chica! ¡Uy Uy… Ja ja ja… Margarita… Margarita…uy…uy!”

Durante todo febrero y hasta mediados de marzo llegaron casi 20 cartas. En realidad, eran poesías larguísimas, todas escritas con una letra redonda de niña y llenas de versos melosos y cursis sobre las flores, los árboles, el cielo, el mar y los sueños. Cada vez que llegaba un sobre, mi mamá me miraba y no decía nada. Como siempre, mi papá era quien preguntaba: “Y, ¿quién es esa chica? ¿Por qué te escribe si vive acá cerca?” Mi mamá, que siempre se jacta de que a “ella no le gusta preguntar”, respondía por mí: “No seas curioso, Gordo. Déjalo al chico con sus cosas, es su amiga de la universidad. Déjalo tranquilo.” Y yo, que no me gustaba hablar, me quedaba callado a pesar de que cada nueva carta me dejaba más confundido e incómodo. Lo único que le pedí a mi mamá fue que, si Margarite me llamaba por la tarde, le dijera que me fui al ICPNA.

-II- 
Cuando empezó nuevamente la universidad, allí estaba Margarita como si nada. “Hola, mon petit ami” - Me dijo. “¿Te llegaron mis cartas? ¿Has leído mis poemas? Son lindos, ¿no? ¿sí? Dime, ¿te parecen bien? Tengo más... Pero, mon chéri, ¿por qué ya no has querido hablar conmigo?” Lo único que atiné a decirle es que sus poesías eran “interesantes” y que no le había respondido porque había estado ocupado ayudando a mi papá en su oficina; además, había estado estudiando Inglés en ciclo súper-intensivo…. Bueno, no sé que más le dije, pero traté de evitarla porque empecé a sentirme más fastidiado y ,en el fondo, también comencé a sentir algo parecido al miedo.

A medida que se desarrollaban las clases, Margarite, al ver que la evitaba y que me refugiaba en mi grupo de amigos, hizo algo que, ahora a la distancia, parecía calculado: Un día en que estaba solo, vino hacia mí llorando, diciéndome que el grupo los ‘más maleados’ de la clase le había faltado el respeto, y que nadie la había defendido. Yo, ingenuo, caí redondito. Así, haciendo honor a mi nombre, me convertí en el "caballero que defiende su propiedad" y salí, lanza al ristre, a desagraviar a "mi damisela".

Allí estaba yo, frente a los "malvados canallas", todos, más grandes y vivos que yo. Creo que en realidad no me tomaron en serio, pues uno solo pudo haberme dado una paliza. Quizás debo agradecer también a Germán, quien, mientras yo les reclamaba, hacia de mediador y apaciguaba a los más "fosforitos" del grupo. Al final, logró que se tomaran las cosas "deportivamente". Yo, ciego a todo eso, creí que había cumplido mi deber de caballero; aunque el resultado final de mi ‘hazaña’ fue otro…

No habían pasado ni dos días, cuando Juanita, una del grupo de las ‘chanconcitas’, me dijo que Margarita había contado a todos cómo la había defendido. Que eso era la "prueba evidente" de mi ‘amor’ por ella. ¡Estaba atrapado!  Felizmente, Fernando, que era más "mosca", se encargó de protegerme.  Él, junto a Rosa, Lucha y Gloria, cerraron filas para evitarme más encuentros a solas con Margarite ‘mon amour’… “Eres un zonzo, ahora sí que la fregaste, le has dado muchas alas a esa Margarita… Dime de verdad, ¿qué pasó en las vacaciones?" – Me reclamaba Fernando- " ¿Yo?, nada, de verdad... Solo fui una vez al cine con ella…" “¡Suficiente, pues!” - me dijo. Y tuvo razón.

-III- 
Hacia finales del segundo ciclo, conocí a la chinita, que al lado de Margarite era (como decía Fernando), "un mujerón": más alta y de más cuerpo; además, era una chica bien seria y muy inteligente. Cuando empecé a hablar con ella, supongo que Margarita se dio cuenta; además, ya casi no podía acercarse, pues mi grupo no la dejaba. Entonces, auqnue no me di cuenta, Margarite ‘mon amour’ ya no me miraba igual.

Al final del tercer ciclo, cuando me declaré a la chinita, empezó la verdadera guerra: Por otras amigas del salón empecé a enterarme lo que Margarita andaba contando. Decía que yo la había engañado, ¡que la había traicionado! Quienes la escuchaban, entendían que era verdad, que yo le había hecho casi una promesa de matrimonio; que prácticamente la había abandonado vestida y alborotada en el altar. ¡El malvado era yo!

Un día, cuando esa descabellada historia llegó a oídos de la chinita; ella, ni corta ni perezosa, también me conminó a decirle si había estado con Margarita o en todo caso, qué había pasado con ella. Yo le conté todo; ¡hasta le enseñé las cartas! Felizmente me creyó; pero, por si las moscas, un día me pidió ir a al mismo Miraflores; allí, pasando el Parque Salazar, sentados en uno de los acantilados, donde ahora está ‘Larcomar’, mi chinita, con fruición y paciencia oriental, hizo picadillo una a una, todas las cartas con los poemas de Margarite.

-IV- 
Con el paso del tiempo se notó una evidente polarización en el salón. Para algunos, era un hecho que yo le había jugado sucio a Margarita y casi no me hablaban; para otros, era tan solo un tema que alimentaba el morbo y el chisme, pues decían que a la chica le faltaba un tornillo; murmuraban, es cierto, pero en el fondo no le daban mucho crédito. Mientras tanto, Margarite me golpeaba con el puñal de su desprecio, me ignoraba. Cuando coincidíamos, hacía mil y un gestos para mostrar su "enojo" e indiferencia; lo mismo hacían sus amigas más cercanas. Sin embargo, lo peor sucedió cuando tuve la certeza de que la niña no se había conformado con envenenar la mente de algunas de mis compañeras, también lo había hecho con algunos de nuestros profesores. Esto lo supe de boca de una de nuestras profesoras, la de Biología, quien al final de una práctica de laboratorio, cuando todos se fueron, me retuvo y me dijo: “Oiga, joven. Me he dado cuenta que es un buen alumno. No sé por qué algunos hablan otras cosas de usted… En fin… le pregunto, ¿ha tenido usted algo que ver con la Srta. Margarita T. D.… ? Debe saber que ella ha hablado hasta con el Decano de la Facultad. Sería bueno que converse con él y le informe...”

¡Eso era el colmo!
Obviamente, con el apoyo de la profesora, me entrevisté con el Decano de la Facultad, el cual, después de escucharme, me dijo que no me preocupara; que él ya había notado “algo especial en la alumna”;  más bien, me sugirió que “me cuidara con otra gente más ingenua", pues la chica sabía manipular y sonaba muy convincente con su historia.

-V- 
¡Octavo ciclo! Poco a poco llegaba el final de los estudios. Sabíamos que debíamos buscar lugar para practicar y, en el mejor de los casos, un trabajo, pues era el último ciclo en que tendríamos clases por la mañana. Por ese tiempo, otros compañeros del salón se habían ido alejando poco a poco de Margarita; sin embargo, aún mantenía su pequeño grupo de amigas.

Un día, sin embargo, María, su más fiel escudera, a la que Margarita llamaba “Marie”, se me acercó y dijo: “Edgardo, quiero hablarte… ¿Sabes qué…? Quiero que me disculpes… Mira… por varios años, Margarita… bueno… ella no está bien… siempre creí lo que me decía… que la engañaste y todo lo que me contaba… bueno... Yo le creía… y hablaba mal de ti… pero me he dado cuenta… ella está mal, Edgardo… Perdóname…Es que cuando me contaba, lloraba… y yo le creía…”

Cuando llegó el final del ciclo, Margarite quedó (ahora sí), totalmente aislada. Ni siquiera Marie seguía a su lado, ¡había perdido a todas sus aliadas! Por eso, cuando se habló de las actividades para la promoción, dijo que no participaría. En realidad, me daba pena, y si no hubiese sido por Fernando, tal vez, hasta le hubiera dicho algo. Era triste: entraba al salón de clases junto con los profesores de turno, y se sentaba bien adelante, sola.  Ni bien terminaba la clase, salía rápido, casi huyendo, con la vista fija en el aire. ¡Yo casi percibía algo sombrío en su mirada!


-VI-
Un día del mes de julio del 86 (casi al final del octavo ciclo), cuando eran eso de las 7 y 16 de la mañana; estaba yo de pie apostado en la baranda del pasadizo, frente salón en el cuarto piso del pabellón antiguo, pensando en cosas importantes: en mis gemelas que habían nacido hacía pocos meses y también en mi chinita… Pensaba en cuánto las extrañaba y en cómo haría para verlas, pues estaban lejos. En esas estaba, cuando de pronto, el reflejo de una hoja metálica me sorprendió…
“Edgardo… te estaba esperando… ¿Sabes…? Ya debes estar contento… ¡Por fin lograste lo que siempre querías…! ¡Tú me dejaste!, ¡me engañaste!, ¡te reíste de mí! Y ahora también me quistaste a mis amigas. Pusiste a todos contra mí…. Yo te quería… yo era la única que te comprendió… ¡me traicionaste! ¡Lo hiciste! Y no me mires con esa cara... Te estás riendo… ja ja ja… ¿por qué te ríes? Quieres que me ría... ji ji.... ¡No! No creas que me vas a hacer reír… Tú siempre me hacías reír... ¡Pero no! Me utilizaste… me dejaste… ¡Lo hiciste!!!” Yo solo la miraba y casi sentía la punta del cuchillo en mi cuello. Siempre me pregunté qué habría pasado si hubiese reaccionado, sin embargo, en ese rato, solo atiné a escuchar su voz que, poco a poco, se quebraba más… “Me quitaste todo, a mis amigas...  y yo te quería tanto… Me engañaste… Me hiciste daño… ¡Yo te quería! ¡Te odio, te odio!!!”
En sus ojos había un abismo de oscuridad, ¡de extravío! Se los notaba vacíos a pesar de las lágrimas que asomaban a montones y que hacían que me mirara sin verme. No me acuerdo si le dije algo, ¡en serio!, no sé si lo hice: Lo que recuerdo a continuación es estar largo rato frente al lavabo del baño,  echándome agua a la cara…

-V- 
Alguna vez mencioné que los ciclos se repiten y, aunque no falta quienes tomen estas cosas medio en broma y me digan que tengo "suerte" con “chicas así” (medio locas), lo cierto es que la historia se volvió a repetir ¡varias veces! Y eso, en realidad, hace daño y me lleva a la misma pregunta (una que me he hecho más de una vez): ¿No será que el problema sea yo? A lo mejor tú, mi estimada, Monique, tienes la respuesta.

Para terminar en un tono menos dramático, lo hago con una canción que, al igual de lo que he contado, todo mundo la toma como una historia de amor, cuando en realidad, es un himno al acoso. Para todos y todas las ‘stalkers’ de hoy: “Cada aliento que tomas” de The Police.

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