domingo, 13 de marzo de 2016

Un cuento con orejas

Era un bosque, uno como de los cuentos: verde, luminoso y colorido. En él habitaban animales de toda clase y pelaje; los había enormes y pesados, también pequeños y escurridizos, algunos de pelo hirsuto y otros cuya pelaje parecía algodón.  Habían también animales amigables y confiados y otros gruñones y recelosos. Tampoco faltaban los de dos patas, entre ellos, el viejo sabio que todo lo sabía (y lo que no sabía lo inventaba) y por supuesto, brujas, muchas brujas cada una más mala que la otra, tanto como una indigestión pasada la medianoche.
En ese bosque la comunidad más grande era la de "Los orejudos", bueno... la de los conejos... "orejudos" era el nombre con que la llamaban los demás. Ente los "orejudos" habían muchos grupos, los más organizados eran los de "los rosados" y "los verdes". 

Los rosados tenían los ojos más grandes y hermosos de la colonia conejil. Eran alegres, parlanchines, grandes saltarines, inquietos, intuitivos, y más que nada los mejores cantantes. Los verdes por su parte, eran serios, de ojos agudos y escrutadores, cerebrales, nos eran muy ágiles, aunque sí delgados y fuertes, se distinguían por ser menos impulsivos y sobre todo por verbo florido y elaborado, Nadie como ellos para contar una historia.

Cierto día, un rosado, más bien una rosada, pasaba saltando cerca a un agujero al pie de un cerro enorme, cuando de pronto escuchó una vocecilla que desde dentro decía: ¡Voy voy, pero no sé donde estoy! ¡Voy, voy, pero no sé a dónde voy!

La rosada se quedó sorprendida y sin saber qué hacer... Atinó a pasar por allí un verde quien viendo a rosada tan quieta le llamó la atención y le preguntó qué pasaba.

Ya iba rosada a contarle cuando se volvió a escuchar de dentro del huequecillo: ¡Voy, voy, pero no sé dónde estoy! ¡Voy, voy, pero no sé a dónde voy!

Verde y rosada se quedaron de una pieza, resultaba que alguien caminaba dentro pero al parecer estaba medio perdido. Ambos decidieron ayudarlo... ¿pero cómo?

Rosada empezó entonces a saltar y saltar pensando en que su salto guiaría al que estaba dentro...
¡Voy, voy, golpes escucho, pero no me sirven de mucho!

Verde entonces se acercó al hueco y empezó a dar una descripción muy sesuda sobre cuevas subterráneas y supervivencia animal... ¡Voy, voy, cosas escucho, pero no me sirven de mucho!

Verde y rosada se sintieron tristes; la verdad, no esperaban eso pues los dos querían ayudar; sin embargo, sus intentos habían sido vanos.

¡Voy, voy, también triste estoy y peor, pues con la luz no doy! Se escuchó la vocecita dentro del agujero.

Rosada entonces, empezó a cantar... Cantó sus canciones más hermosas, de esas que alegran el corazón y pintan las flores de colores. Esta vez también coloreó la cara adusta de verde, quien mirando a rosada se dio cuenta lo que debía hacer...

Verde, sabía que el sol había llegado a su cenit y, si se abría más el agujero, pronto el sol penetraría... Así, con bracitos y piernas y con mucha energía comenzó a ensanchar el agujero.

Voy voy!  ¡Tus canciones me emocionan y mis patitas juntas se accionan!
-¡Voy, voy! ¡Veo una luz que se ensancha, no importa que en mis pelitos haya manchas!
A los pocos minutos, verde y rosada escucharon unos saltos más fuertes y de pronto saltó del agujero una bolita que parecía una nube.

Era un pequeño conejo celeste como un suspiro, gordito y con enormes ojos plomo verdosos (o verde plomozos) que  miraba a rosada y verde agradecido. 

-¡Gracias a los dos, gracias a tu fuerza y a tu voz!
-¡No tengo dónde estar! ¿Con ustedes me puedo quedar?
Verde y rosada se miraron. Sabían qué hacer, y juntos aprenderían a volar.

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