I
Solo bastó un día
para que Din sintiera que no podía más. Tenía que huir, irse lejos para que todo se solucionara. Pensaba que solo así recuperaría su “din” y que los demás estarían contentos. Sobre todo Puf y la
vieja Fuhh.
Esa misma noche,
decidió partir.
Organizada como era, lo tenía todo planificado: se iría
al país de los canguros. Ellos también saltaban y el viejo Kan, maestro de la tribu, era su
amigo.
Muy de mañana Din
partió. Cruzó bosques y llanuras y llegó a tierra de los canguros. El viejo
Kan la recibió con gusto y le dijo: Din, aquí puedes ser tan musical como quieras.
Din
se emocionó.
Así, Din, ¡a los conejos por canguros cambió!
II
-A ver, chicocos ¡din!
-A saltar yo les
ensañaré ¡don!
-Estoy contenta de verdad ¡din!
-Mi alegría les
contagiaré ¡Din, don!
Din procuraba mostrarse feliz y animosa, pero no sentía tan musical. Los canguritos le hacían caso pues les parecía graciosa, pero no se sentían del todo contentos con ella.
-Buenos días, Chicocos
¡din!
-Hoy soy muy
feliz ¡don!
-Salten con
gracia y hasta arriba ¡din!
-Con entusiasmo y
ganas como yo ¡din don!
A los pocos días, Din se sentía rara; antes los conejitos la buscaban después del entrenamiento, le regalaban brotes de hierbas tiernas. Los más pequeñitos hasta le decían “tía Din”.
Pronto se dio cuenta que los canguros no la trataban mal pero no se le acercaban.
Decidió a ver al
maestro Kan y le contó lo que sentía:
-Din, eres de las
mejores entrenadoras que conozco…
-No lo soy; soy
la peor ¡din!
-¡Ah, Din! Aunque
no lo quieras aceptar, lo eres... pero tu tarea con los conejos no ha terminado…
-Pero, desobedecer no es lo mío ¡don!
-Y sin mi 'din', ¡no
puedo! ¡din, don!
El vejo Kan miro a Din con cariño y, alzando una pequeña campanita, le dijo:
-Toma, Din; si usas
esto, tu promesa no faltarás.
Din, olfateó la campanita y la tomó con cuidado pues nunca había visto un artefacto así.
-Anda, Din. ¡Hazla
sonar!
-No puedo ¡din!
-No es correcto, es trampa ¡din don!
Din dio mil excusas al viejo Kan; sin embargo, ante un impasible Kan, movió por fin la campanita. Lo hizo sin ganas y…
-No suena ¡din!
-Te parece, Din.
A ver, con calma, ¿sí?
-Me calmaré…
-¡TINN!
No era un "din", pero sonó igual de melodioso. Din se emocionó.
¡Ay! ¿Las cosas podrán caminar otra vez?
III
Din emprendió el
camino de regreso y al llegar parece que los conejitos se corrieron la voz. Pronto se vio rodeada de 39 lindos conejitos que la abrazaban y sonreían.
Din sacó la campanilla y la movió con gracia mientras hablaba.
-Mis chiquitines ¡Tin!
-Estoy aquí como
ven ¡Tin!
-Lista para saltar
y jugar otra vez ¡Tin!
-Si quieren solo un rato... un ratito o un ra…¡Tin, tin!
Obviamente Buh y Fuhh también se fueron a ver pero nada pudieron decir pues, cumpliendo el decreto de la vieja Fuhh, Din no decía ni un solo “din”…
¡Ay! Bien hecho, conejas desorejadas (¡ji ji!)
IV
Din estaba feliz
haciendo lo suyo y más porque estaba rodeada de sus pequeños. Algunos de ellos, que eran muy inquietos y curiosos, no se pudieron controlar y cuando Din se distrajo, examinaron la campanilla. Como nunca habían visto una, no se percataron de un
serio detalle: la campana de Din solo era un domo vacío, ¡no tenía un badajo que
la hiciera sonar!!!
Asombroso como era, Din siguió con sus entrenamientos y en sus "¡TINN! nunca hizo notar que l” no provenían de la campanilla sino de otro lado, de hecho, de muy dentro de ella, de una parte que solo sus conejitos conocían y, solo ellos podían escuchar. Ellos sabían que sus “TIN” eran (como siempre) una cosa del corazón.