martes, 9 de diciembre de 2014

Un violín - Parte 2

Cuando fui a ver "El violinista del diablo" me encontraba en medio de un mes muy duro; intenso, por decir lo menos. Por eso, sentado en mi butaca, daba por perdida mi tarde, cuando de pronto, una canción ("Io ti penso amore") me emocionó (literalmente) hasta las lágrimas...
En realidad, la canción no la compuso Paganini, (está inspirada en el segundo movimiento de su Concierto nº 4), sin embargo, la sublime voz de Andrea Deck  y más que nada, la poderosa interpretación al violín de David Garrett, me conmovieron de manera insospechada.
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Tenía siete años, había terminado Transición y pasé a 1º de primaria. El cambio fue enorme; del espacio cerrado, exclusivo para los más pequeños del colegio, pasamos al patio de todos, "el grande"; de Sor Clemencia, una madre en todo el sentido de la palabra, nos tocó Sor Celia, una monja muy monja. En el caso de ambas religiosas, el contraste eras evidente aún para un niño como yo: Mientras Mery era la dulzura hecha persona, Sor Celia (una cubana exiliada) era más bien seca y no se andaba con cosas. Si bien las dos sabían ser maestras exigentes; el plus de Mery era, parte de ser ella misma, sus canciones y, que yo recuerde, Celia no cantaba para nada.
Así fue como empecé a echar de menos a "mi Madre Clemencia" y sus cancioncillas. Felizmente durante las vacaciones había enfermado de Gigiomanía gracias al LP "Mis canciones favoritas" del Topo Gigio (el disco por el que luché para que me lo compren). Ese vinilo fue mi primer refugio musical y el inicio de mi relación con la música. Fue, para decirlo de alguna manera, un "acercamiento mediado", pues en la voz del famoso roedor, escuché con deleite canciones "de grandes": Allí estaban "Non ho l'etá per amarti" de la linda Gigliola Cinquetti; "La felicidad" del siempre animoso Palito Ortega y también melodías tan distintas como "Esta tarde vi llover" de Armando Manzanero y "Ob la di ob la da" de ¡Los Beatles!
¡Qué deleite sentía al escuchar el disco! Siempre que podía, le pedía a mi papá que lo pusiera en la radiola "Emerson" y, siempre que podía también, me engreía haciéndome el dormido en el segundo escalón de la escalera de la sala, justo justo cuando sonaba "Arroró"; de esa manera conseguía que mi padre me subiera cargado hasta mi cama.
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Esa Navidad mi hermano mayor había recibido una guitarra como parte de su regalo; aunque en el pensamiento de mi madre, "era regalo para los dos" y debíamos aprender a compartirla, La guitarra era de plástico, sencilla; pero lo suficientemente interesante para mí, pues sentía que podía hacer música con ella... Con la bendita guitarra pasaron dos cosas: primero, peleas con mi hermano por querer tocarla y, en segundo lugar, una enorme frustración porque cada vez que la podía tocar, no sacaba ni un buen acorde. Creo que nuestra madre no había reparado en un pequeño detalle: ninguno de sus dos vástagos había nacido virtuosos de la música y así entre que nos arranchábamos el bendito instrumento, se corría el riesgo de romperla, por eso, siguiendo la tradición nuestra madre, resolvió el entuerto a su estilo: la guardó para que nunca se malogre.

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A inicios de los 70's era posible escuchar música instrumental en la radio. Melodías de grandes orquestas como la de Paul Mauriat, Frank Pourcel, Percy Faith o Ray Conniff se podían escuchar en radios selectas como 'Stereo Lima 100' o 'Radio Aeropuerto'. De hecho, 'Stereo Lima 100' era la única estación en FM. A mi padre le gustaba escucharla de vez en cuando mientras leía el periódico. Una vez, mientras devoraba el diario "La Prensa", una melodía de Mantovani, con su característico sonido de cascada de violines, me deslumbró.
¡Estaba decidido! ¡Ya sabía que quería para mi santo! Por eso, cuando me preguntaron, dije sin dudar: ¡Quiero un violín!  Y así, durante meses, como digno alumno lasallista y siguiendo las "divinas enseñanzas" de Sor Celia, campeona de participación en las Misiones de la O.M.P., las rifas de "Fe y Alegría" y cuanta campaña de ayuda había; yo por mi parte empecé la mía propia, bajo el lema (bien religioso, por cierto): "pide, pide, que se te dará".
En realidad el pedido no se lo había hecho directamente a mi padre. En esos tiempos, mi madre era el canal apropiado de transmitir las "cosas de los chicos" (o sea, de mi hermano mayor y yo). Por eso cuando mi mamña me dijo que ya, yo di las cosas por hechas. Por eso mismo, no perdí ocasión para contarle a todos que mi papá me iba a comprar un violín. ¡Un violín para mí solo!

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Era recreo y caminaba por el patio comiendo un sanguche de mi lonchera. Por entonces, estaba mudando los dientes. Sor Clemencia y Sor Celia cruzaban el patio. Sor Clemcncia sonreía como siempre.
- Madre, madre - llamé a Clemencia.
- ¡Guzmán! ¿Qué hacé? - dijo Celia.
- ¡Viejo! ¿Cómo estás? ¿Qué dices?- dijo Clemencia
- ¡Me van a comprar un violín! Mi papá me va a comprar un violín. dije muy alegre.
- ¡Qué bueno! - dijo Sor Clemencia. Deberás cuidarlo mucho pues los violines son caros.
Celia, estaba callada, solo se fijaba en mi boca que empezaba a dar un mordisco al pan. Entonces dijo:
- ¡Mirá, chico! ¡Qué bien come el desmuelao!
Me dio vergüenza. No dije nada, pero en el fondo de mi corazón de niño, albergaba una idea: cuando tuviera mi violín, tocaría muchas canciones a Sor Clemencia, ¡solo para ella! ¡Aunque fueran las del libro "Desito"!

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La noticia del violín se la dije a medio mundo, a todos mis amigos y hasta a los amigos de mi hermano mayor... Ninguno ellos me dio mucha bola. Se entendía ´pues casi todos estaban pesando en que les regalasen pelotas de fútbol, rodilleras o chimpunes. Los efectos de la fiebre de México 70 y el "Perú campeón" aún se sentían fuertes.Pero yo no veía la hora de que llegara mi cumpleaños.
El día por fin llegó, y como cayó lunes, tuve que ir al colegio. Terminadas las clases, regresé a casa a eso de las dos y media de la tarde. Almorcé como siempre, hice mi tarea y empecé a esperar a mi papá. Él solía llegar a las 6:00 de la tarde.

Las horas pasaron lentas. Mi mamá preparaba la mesa para la pequeña reunión por mi cumple. Yo ansiaba escuchar el clásico silbido de mi papá y recibir por fin mi violín.  Mi mamá me había dicho que él mismo iba a traer mi regalo, por eso, esa tarde no me interesaba ni el periódico ni alguna revista de cine o propaganda que a veces solía traer.

A las seis escuché el sonido de la reja de fierro que se abría y a continuación el silbido de mi papá... Salí corriendo a la puerta, no presté atención a la mesa donde había una torta, galletitas, potes de vidrio con gelatinas, mazamorra, ni siquiera las fuentes con papitas fritas o las gaseosas, (un lujo por esos años) me distrajeron. Saludé a mi papá y vi una bolsa grande. No era de regalo (así era mi papá, muy práctico él), sino de una tienda de instrumentos musicales. ¡Mi corazón se aceleró!

-Toma, Koki - dijo mi papá. mientras me alcanzaba una bolsa de papel. No reparé en la forma un tanto cuadrada; la abrí y descubrí mi regalo: ¡Era un pandero! Un pandero de madera, con una sola hilera de platillos, cubierta de piel de cordero, nada más lejano a un violín.
¡Me quedé desconcertado!
No lloré, ni dije nada. No me atrevía a reclamar, sabía que un violín era demasiado caro, ya lo había estado repitiendo mi mamá cual letanía por casi dos meses.
Agradecí y fui a mi cuarto... Nunca supe si mi madre tuvo que ver en la decisión. Ahora que lo pienso, mientras que el violín debía cambiarlo cuando creciera, con el pandero, no. Pasó mi cumple y al día siguiente y nunca más se me ocurrió mencionar el asunto del violín a nadie en el colegio. Por otro lado, a nadie parecíó importarle el asunto. ¡Felizmente!

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Finalmente, contra cualquier pronóstico, mi pandereta me acompañó durante muchísimos años, fue mi compañera fiel en tardes interminables cuando prefería quedarme en casa en vez de ir al Club "El Bosque". Tocándola, acompañaba las canciones de mis discos de "Los Beatles" que giraban en mi tocadiscos "Geloso". Mi pandereta estuvo conmigo también en la universidad, cuando debía hacer mis clases modelo usando canciones infantiles para marchar, caminar y saltar. Finalmente, ya trabajando, eran mi pandereta y yo quienes enseñábamos decenas de canciones a mis alumnos. La tuve por casi 35 años, hasta que algún alma caritativa la llevó para "animar una misa" y nunca más la volví a ver... Debe estar en mejores manos.
Aún así, el sonido del violín me sigue fascinado hasta ahora. Creo que a falta de un instrumento natural (como Mery y su voz), yo siempre necesité uno que me definiera y entre todos elegí el violín. Para mí, solo con un violín se puede transmitir un sinnúmero de emociones. El violinista parece sufrir tocándolo (y de hecho, puede que lo haga) pero aún así, lo hace con deleite... No sé explicarlo de otra manera, pero el violín tiene algo dolorosamente dulce que es capaz de conmover hasta al más indiferente. No soy especialista, solo digo lo que siento. quién sabe si mi querida amiga María Elena podría explicarlo muchísimo mejor.
Lo único que sé (y con esto termino) es que si existe un instrumento que sea como yo, ese es un violín,

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