domingo, 8 de diciembre de 2013

Una vez más

Una vez más tenía razón. Años de terapia le habían enseñado más que cualquier libro; además, el hecho de ser mujer hacía que no hubiese lugar a error: “Si lo que te dice te duele es porque refleja algo de lo que tú crees de ti mismo” -sentenció. Y probablemente era cierto, ella gritó y su voz hizo eco dentro de él. En realidad, ya desde tiempo atrás ella había acertado hiriéndolo donde más le dolía…


Él la quería, deseaba su bien, la ayudaba, esa era para él la forma de sentirse valioso y valorado. Ella no lo sabía, pero en realidad eso era algo importante para él; por eso se esforzaba, por eso mantenía su fe, por eso la quería, la apoyaba, aunque, el “paso final” (ese que ella deseaba), él no lo daba.
Él le pidió “conocerla más”; eso fue hace años y aun hoy no terminaba de hacerlo, porque para él, ella era una suma de todas las contradicciones: en un instante podía parecer frágil y al siguiente, muy fuerte; era a veces sumisa y a la vez rebelde, de pronto, cálida y más tarde, lejana. Hoy, él había descubierto que podía también amar y al mismo tiempo, despreciar. Y es que la situación para ella ha llegado a un punto en que no hay más que decir (“Cada vez que te conozco más, veo que no vales la pena”.) y  además -él lo entiende- es que ella siente que se quiere más, que ha crecido, que está en camino de ser libre al fin y necesita con urgencia definir. ¡Es impostergable para ella! Por eso, no tiene ni tiempo ni fuerzas para apoyar a alguien más; ella ha luchado mucho por animarse a decidir y lo ha hecho pensando en ella y los suyos. Por lo mismo,  ya no lo necesita más: “Mi corazón es bello y es mío”-dice ella- y él lo entiende. Y ella, al percibir la debilidad de él,  encuentra que no puede ni debe esperar más.

Ella dice que se quiere y que él no ama a nadie; dice que necesita ayuda, pero  “Dios sabe” que ya no quiere recibirla de su mano. Ella necesita consolidarse, concretar... ¡es vital!  Él debe reconocer con tristeza que debe dejarla ir, que debe aceptar que no podrá con su carga; que aunque la quiere, no será capaz... no en este “aquí” ni este “ahora”.

Él quiso sentir que lo que venía haciendo era importante, que su esfuerzo era útil aunque muchas veces le cansaba lo duro de las circunstancias; esas, que hacían que a veces rondara por su mente la paradoja de pensar cuán difícil que era querer a alguien que no le termina de gustar…


Ella dice ahora que él vive lamentándose de la persona perfecta que no es, que nadie es…. Que es incapaz de perdonarse, que vive desde las cosas pasadas, que necesita ayuda, que tiene miedo y que si busca ayuda, lo único que podría perder es infelicidad... Él sabe que mucho de eso es verdad, pero también sabe que se siente cansado y que por eso mismo quiso apoyarse, cobijarse, sentirse acogido, decirle que él la necesitaba mucho, pero ella ya avanzó…


Él sabe hoy que necesita curarse, cuidarse, quererse… pero más que nada, ahora sabe que aunque le duela, debe decidirse a olvidar.


Epílogo;
Hace tiempo asumí ese primer poema de Hernández como parte de tu dignidad de ser madre; hoy lo entiendo como parte de tu ser mujer, esa que alguna vez me sostuvo... Por eso, hoy todo es confuso... Finalmente, hoy,  de las tres heridas, ya tengo dos.


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