sábado, 23 de mayo de 2015

Lavando el corazón

"Cuando las lágrimas lavan el corazón porque hay amor, son una bendición".
(lo dijiste Tú)

Llegaste tarde, raro en ti. No podía mirarte pues había mucha gente atenta en la sala. Sin embargo, desde temprano sentí que estabas mal.

Esa semana habíamos compartido un trabajo juntos y fue casi una bendición. Fue un espacio que Dios había permitido para que el hecho de estar a tu lado se convirtiera en algo natural y posible. Nunca, hasta entonces, había pasado tantas horas contigo.

Las actividades pasaron rápido; tu trabajo fue bueno y me sentí muy feliz por ayudarte. Sin embargo, aunque huno muchos momentos en que te veía alegre, animosa y tranquila, había otros en los que te sentía apagada y como distraída. Claro que solo yo lo notaba; para los demás estabas como siempre, solo yo sabía que estabas esforzándote. Los muchos años de aprender a "nunca dar problemas", a siempre "ofrecer lo mejor de ti", a reír y "estar bien, de verdad"; aunque, como dicen, puedas estar "de pena en el corazón"... Todo eso, había logrado su fruto.

Finalmente, al tercer día, cuando terminamos nuestra labor, hubo que bajar (a la realidad) y el golpe fue duro. Gracias a tanto exigir, pude acompañarte a casa (gracias a tanto exigir, pues tú te negabas a "darme problemas") y mientras estábamos en el taxi, un impulso que había permanecido reprimido, afloró, volteé y quise abrazarte... Por un instante sentí que tú querías lo mismo; pero, otra vez te tensaste y solo estuviste en mis brazos un ratito. 

Te pedí comer algo, compartir algo sencillo (en mucha confianza) y así nos pusimos en camino. Paré un taxi y subimos. Solo entonces me animé: Quería abrazarte y esta vez, tu pesar pudo menos que mi sentir, y lo hice. Felizmente, no me rechazaste y fue hermoso.

Llegamos a nuestro destino, nuestro refugio y ahí estaba el mar, esa playa que he llegado a querer tanto como a ti. Y ese día, si había algo que queríamos (lo intuí) era solo verla y por fin respirar.
Caminamos por las piedras, nos sentamos los tres: tú, yo, y Bombón (y él). La tarde pintaba triste, esta vez no había colores solo tu gris.

-Mojémonos los pies - sugerí.
Dudaste, no querías. Curiosamente, sentí que yo sí deseaba hacerlo y cerrar por fin mi separación con el mar. A pesar de tu pedidos de "¡Cuidado!"; me descalcé, entré y lo toqué. 

Entonces algo recorrió mi cuerpo, no de los pies hacia arriba, sino de arriba hacia abajo... respiré profundo y, mirando el horizonte, me di cuenta cuánto tiempo había perdido.

Volteé a mirarte y ahí estabas tu, sentadita, como un pájarito herido, gris también.

-Mojémonos los pies - te pedí otra vez.
-¡No, no quiero! - dijiste y las lágrimas empezaron a brotar
-¡Anda! Vamos, yo voy contigo - insistí ingenuo.
-Es complicado, ¡no puedo! Son muchas cosas.¡No puedo! - repetías mirando las olas que suaves rompían.
Entendí que esta vez el mar no te hablaba y peor aún, que tú no te atrevías a decirle nada. Era como que algo de lo que se estaba quebrado en ti tenía que ver... ¿con Dios?

-¿Quieres decirle algo al mar? -pregunté
-¡No puedo! - dijiste haciendo esfuerzos por no llorar.
-Pero, tú quieres decirle algo ¿Qué es? ¡Dime, por favor! - insistí

Noté que ya no podías mirarlo como tantas veces conmigo lo hiciste, esta vez (como cuando algunas veces conmigo mismo) solo bajabas los ojos y las pocas lágrimas que te permitiste, brotaron y rodaron por tus mejillas.

-¡Toma! - dije alcanzándote un paquete de toallitas.
-¡No quiero llorar! ¡No está bien! -dijiste tomando, educada, solo una.
-¿Por qué no? dije yo levantando con delicadeza tu carita y buscando tu mirada.
-Mírame, por favor. - te pedí
-No, ¡disculpe! ¡No puedo!
-¿Es que que quieres decirle algo? - pregunté.
-¡No puedo! - respondiste

Volteé a la playa y vi el mar inmenso. Te miré de nuevo y, por un instante me encontré con lo profundo que se esconde en tus bellos ojos. Así, sin casi pensarlo, te dije:

-A veces siento que el mar, es para ti, ¡Dios!
Fue cuando te desbordaste, lloraste  aún cuando querías reprimirlo. Bajabas tu cabeza y cerraste tus ojos pero no lo lograste.

-Dime, ¿quieres decirle algo? - pregunté por tercera vez.

Con mucho esfuerzo dijiste varias cosas bajito que no entendí. Lo que sí oí es cuando terminaste diciendo:

-¡Es que no quiero ser feliz!

-Sin avisarte, me paré, y contraviniendo mi naturaleza y vergüenza, bajé a la playa y con mi pobre voz, grité. "¡Dice que no quiere ser feliz!!!

A la mar le dije eso, pero dentro de mi corazón mirándola otra vez me dije: 
Pero... ¡Yo sí quiero que seas feliz! ¡Te quiero! ¡A ambos!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.