sábado, 8 de marzo de 2014

Bailaor


¡Murió Paco de Lucía! Por estos lares pocos prestaron oídos a la noticia; de hecho, solo unos cuantos que conozco sabían vagamente quién había sido este extraordinario guitarrista flamenco; y algunos de mi generación solo lo ubicarían como uno de los músicos con antifaz que tocaban junto a Bryan Adams en el video clip de la hermosa balada "Have you ever really love a woman?", tema de la película "Don Juan DeMarco".
Tendría 7 u 8 años cuando ya me había picado el bicho de la música. Aunque lo que escuchaba era mayormente las canciones que mis padres ponían en la radio o la de sus discos LP's, igual las disfrutaba y de esta manera quedaron grabadas en mis oídos y en mi recuerdo las curiosas guarachas del "Trío La Rosa", los guaguancós de La Sonora Matancera, los cantos a Changó de Celina y Retulio y los juegos de la "flauta humana" y la "clave humana" en los sones de "Los Compadres"; también las elegantes interpretaciones de "Los Panchos" y sus boleros y  de "Los Morochucos" y sus valses. También empecé a prestar atención a otras melodías, como los temas que participaban en el Festival de San Remo, casi todos, éxitos seguros.
Sin embargo, fueron otras canciones, unas más simples y pegajosas, unas que escuchaba en medio de las películas de los domingos por la tele, las que hicieron que empezara a descubrir mi "lado hispano": Eran las pelis de Marisol, Raphael, Joselito, Pili y Mili o la misma Rocío Durcal, en sus años mozos; todas ellas sirvieron de fondo musical a la época en que mi madre nos contaba las historias de su vida; en particular, las su padre, mi abuelo, un médico español, marino mercante que aparentemente, había fallecido trágicamente en Paita antes de que ella naciera... Fue esta historia medio fantasiosa del abuelo muerto la que terminó de llenarme de imágenes románticas sobre la "Madre Patria y mi perdida familia peninsular; la misma que, para completar el cuadro, coincidió con la época en que mi padre nos empezó a llevar a "ver a los toros" en la centenaria Plaza de Acho del Rímac. Parecía que todo se confabulaba en un solo tema: España.  Eso provocó que algo fluyera desde muy dentro de mí y, aunque "así es mi raza, noble y humilde por tradición, pero es rebelde cuando coactan su libertad"; en plena dictadura nacionalista de Velasco, empecé a enorgullecerme abiertamente de mis raíces españolas y declarar un exagerado cariño por lo castizo.

Sé que suena cruel, pero a inicios de los 70's  cuando pocos se oponían como ahora a las corridas de toros, yo iba a verlas fascinado. En mi defensa, puedo decir a los ojos del niño que era por entonces, los toreros se me presentaban como héroes de ficción: valientes, elegantes y arrojados; esos que se enfrentaban a la fiera ¡y la vencían!  Por eso, cuando la trompeta anunciaba al son de "El gato montés" el inicio del paseíllo de los matadores, yo me quedaba mudo, con el corazón agitado admirando los trajes de luces, las coloridas chaquetillas y los capotes movidos sutilmente por el viento. Y,  no sé si era porque lo había visto en alguna película, pero también en ese momento, empezaba a buscar en la gradería a aquella hermosa mujer andaluza, de mantilla y peineta alta, de ojazos enormes y negros quien escondida tras un abanico, recibiría la montera del matador que le ofrecería su faena... Pero, por más que la busque,  nunca la pude encontrar. sí empezó mi periodo español y a decir verdad, lo disfrutaba.

Fue entonces cuando por pura casualidad descubrí algo más... era un día en que fuimos donde mi tío Juan a una fiesta, y junto a mis primos miraba sus discos, de pronto encontré uno de 45' que me llamó la atención, era de música flamenca: dos canciones, una por lado... ¡Fue suficiente! No recuerdo los nombres ni de los intérpretes ni de las melodías, pero sí me acuerdo de la fuerza de las tonadas que hicieron quedar impactado... ¡Quería tenerlo! ¡Debía tenerlo!. Felizmente, mis primas me dijeron que me lo lleve, que no sabían quién lo había dejado.  Pues bien, me lo llevé y fue mi tesoro por muchos años hasta que mi madre (para variar) lo prestó y lo perdí para siempre. Cada vez que lo ponía en el tocadiscos, soñaba cómo sería poder bailar... Mi deseo era tal que cada vez que pasábamos por la segunda cuadra de la Avenida Guzmán Blanco, miraba ansioso el letrero que había colgado en una casona con balcones tipo colonial: Decía "Academia de flamenco y bailes españoles", pero y no sabía cómo decirle a mi mamá que quería aprender.
Por supuesto, nunca me atreví, guardé mis ilusiones junto a los pequeños recuerdos de cuando íbamos a Acho, un llaverito de banderillas que me compró mis padre en vez de la chaquetilla miniatura que le pedía y que supongo era más caras. Así, con el único disco de flamenco, de vez en cuando, mientras limpiaba los adornos de la casa, hacía "bailar" a la muñeca flamenca que le habían regalado a mi madre, esa a la que alguna vez me pillaron levantándole la falda para ver cómo luciría debajo de los telas y los tules...
Y es que mirando las piernecitas plásticas de la muñeca, me imaginaba lo que había visto alguna vez, a una pareja sobre un tabladillo, habiendo sonar sus zapatos, bailando y taconeando junto a una hermosa chica de pelo oscuro, taconeadora también, maestra de la castañuelas y con unas hermosas y largas piernas. Esa, como la andaluza de los toros, tampoco llegó; lo más cercano a una chica así, fue aquella misteriosa mujer que aparecía en un comercial de perfumes de "Maja de Myrurgia", quien, con el fondo del adagio del Concierto de Aranjuez y sin mirar a la cámara, lo único que hacía era colocar una rosa en su corpiño... ¡sensual!

Así pues, si escuchando a  Paco de Lucía regresan a mí todos esos recuerdos, es quizás porque aún vibran dentro mio las voces de mis posibles ancestros españoles; quienes, si bien no me legaron la elegancia y la fuerza de un bailaor, al menos me hicieron apreciar lo hermoso que es saber bailar y bailar de verdad, ¡olé!

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