Escrito para entenderse mejor en navidades, tiempo de hermosas intenciones y deseos truncos…
Cuando aún estaba segurísimo de que Papa Noel existía. Cuando tres años atrás había visto fascinado cómo el norteamericano Niel Armstrong posaba su pie en la luna. Cuando nadie hablaba de leyendas urbanas, teorías de la conspiración o expedientes "X" (Sorry, Scully y Mulder). Cuando esto y otras cosas más sucedían, “Scala Gigante”, una de las grandes tiendas de los 70's, lanzó un comercial navideño con todos los juguetes que un niño podía desear.
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Aunque las imágenes en la tele eran en blanco y negro, igual colorearon mi mente de fantasía por el que decidí sería el regalo que iba a pedir por Navidad.
Aunque aún estaban fresco el recuerdo de las penurias que había pasado pasar dos años atrás, cuando terminé “Transición” (el antiguo 1°grado de primaria) con un “Diploma de Excelencia” y me encapriché por tener un muñeco de Topo Gigio, el personaje de moda en la TV nacional. ¡Conseguirlo había sido una odisea!
El bendito muñeco, o había sido un "boom" de ventas o nos demoramos mucho en buscarlo. Lo cierto era que no se conseguía por ningún lado. Sin embargo, fue en la tienda Scala de Maranga donde encontré el último muñeco del roedor arrumado en una de las enormes cestas de saldos y productos con "yaya".
A pesar de que estaba manoseado, el pantalón tenía un agujero, había perdido los bigotes y venía sin caja, No me importó. Lo saqué de la cesta y lo llevé a la caja donde esperaban mis padres. Todavía tuve que negociar con mi madre que me hacía notar, una y otra vez, todos "los peros" que yo ya había notado. Finalmente, dije que no me importaba y mi papá zanjó la conversacion con un seco: "Ya, voy a pagar".
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Dos años más tarde. Una nueva Navidad había renovado mi ilusión por el nacimiento del Niño Manuelito y un comercial de Scala Gigante, con una música feliz, me animaron a pedir una locomotora con "muchos, muchos" vagones, "muchos, muchos" rieles.
Para mí, era el tiempo en que “mucho”, me resultaba siempre muy poco. ¡Ingenuo yo! Lo que no podía dimensionar era que, estando en pleno gobierno revolucionario de las FFAA del “chino” Velasco, se daba prioridad a la industria nacional. Consecuencia de eso, todo lo importado era escaso y, lo escaso, era caro. Así que, los juguetes que quería eran de los caros y eso era un pecado, sobre todo para mi madre. ¡Y no era posible ser feliz y pecador en Navidad!
Por otro lado, tampoco me podía dar cuenta de que había caído en las mañas del mercadeo. El comercial era engañoso, Los trenes que aparecían en él no eran necesariamente los que Scala vendía. Sus juguetes eran, casi todos, “buenos con B de Basa”, o los horribles juegos de mesa y rompecabezas de “Juguetería y Belenes S.A.”.
Resulta que los trenes que yo quería se parecían a los que se vendían en otra tienda: “Sears Roebuck del Perú”.
Para mi padre, siempre previsor y ahorrativo, la cuestión estaba clarísima: “Vamos a ver. Primero lo primero. Los juguetes no ayudan a pagar la casa.”. (Traducción: Si te compro el trencito, no será el de Sears).
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Finalmente, la navidad del 72, en mi cabeza llena del fondo musical del comercial de Scala, se tradujo en un trencito de lata, una carbonera, un vagón y unos pocos rieles que formaban un círculo,
Igual, en la mañana del 25 fui feliz con mi trencito. Solo me habría faltado la música para hacer mi alegría completa.
Décadas más tarde la melodía siguió resonando en mi cabeza.
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“Hooked on Classics” de Louis Clark fue un éxito inusitado éxito comercial. El LP fue mi puerta de entrada al mundo de la música clásica, la misma que aprendía valorar gracias al conocimiento y la de un buen compañero de trabajo y excelente mentor, Héctor.
Héctor era analista de sistemas, pero también había sido formado como pianista en la Escuela Nacional de Música. Gracias a él pude descubrir el nombre de la melodía del bendito comercial de Scala. Se trataba de “Joy” (Alegría), tema basado en la composición de 1723 de Johann Sebastian Bach titulada "Jesu, Joy of Man's Desiring". "Joy" fue un “one hit wonder” de la banda "Apollo 100".
Así, la música no solo le puso nombre a la banda sonora de mi recuerdo, sino hizo que naciera una amistad que, lamentablemente, por intereses laborales se terminaron por destruir.
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Hoy, ante los restos de mi trencito de juguete, escuchar "Joy" aún me hace sonreír.
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