No sé por qué, pero de pronto me asaltan recuerdos de mis tiempos en la academia. Era cuando el objetivo de mi existencia se resumía en prepararme para ingresar a la universidad y también -debo confesarlo- ¡tener enamorada!
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Era setiembre, cuando PPC (una amiga de la quizá hablaré luego) dejó abruptamente la academia "Alfred N obel" , quedó su amiga “R”. Como me quedé sin nadie con quien conversar, procuré juntarme con “R”.
A través de "R", conocí a Armando (que ya mencioné en un post anterior) y también al inefable Luis. Este era un muchacho esmirriado, parlanchín y muy hábil en matemáticas.
Luis no era precisamente una persona modesta y, casa vez que podía, se jactaba de resolver todos problemas matemáticos “al ojo”.
Luis me caía mal. Me daba cólera que cuando la mayoría batallábamos con las baterías de ejercicios. Él lanzaba un risotada, soltaba el lapicero y decía: "Ya está, facilito... al ojo no más".
Luis, por otro lado, fue un adelantado para su tiempo: Hace 28 años se declaraba fanático acérrimo del ahora icono de la cultura popular, el cantante “Tongo”; por eso, todos le decían así.
Así, junto a “R” y a Armando, tuve que aguantar a “Tongo” como parte de mi primer grupo de amistades en la academia.
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Llegó febrero, el mes del amor, y en la academia se organizó una fiesta. Me emocioné. Según yo, una fiesta era el espacio ideal para las declararse y poner en juego los dados del azar. El momento mágico era cuando tocaban la “lenta”, esa baladita pegajosa que creaba la oportunidad perfecta para ‘caerle’ a una chica.Resulta que de tanto andar juntos, “R” me había empezado a gustar; y obvio, sin mencionar a quién me refería, pedí instrucciones a Armando para "caerle" en la fiesta. Sus palabras confirmaron lo que pensaba: Tienes que esperar “la lenta”, Edgardo. Eso nunca falla…
Era el día. Me puse lo mejor que contenía de mi exiguo ropero y llegué a la academia muy temprano. Para variar, fui el primero.
El auditorio, que solíamos usar para los seminarios, estaba adornado con globos y cadenetas. El centro estaba libre para ser la pista de baile y las sillas y mesas se habían dispuesto alrededor. El escenario estaba dispuesto y solo faltaban los actores.
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Allí estaba yo, sentado en una silla de un rincón, vestido como niño bueno, con camisa y pantalón y mi horrible peinado raya al costado, esperando que empezara la fiesta.
Al rato, aparecieron “R”, Armando, Luis y todos los demás.
Solo cuando empezó la música, recordé de un pequeño detalle, ¡no sabía bailar! Mi currículo dancístico (si vale el término) se había limitado a las veces que me habían obligado a bailar en las fiestas familiares y a las dos únicas piezas que pude baile en mi fiesta de "promo" antes de que mi ocasional pareja se descompusiera.
¿Cómo iba a hacer? -me dije.
Armando, notando que empezaba a sudar a chorros, se me acercó y me dijo: “¡Fácil! Primero mira a los otros y luego, ya, haces lo mismo ¿sí?” “Bacán” -pensé, yo.
Así, diciendo y haciendo, mi amigo fue derechito a sacar a “R”.
Bailaron una, dos, tres, cuatro piezas; la mayoría, esas salsas kilométricas que nunca entendí. Finalmente descansaron. “R” me sonreía de vez en cuando, y Armando me animaba diciendo: “Ya pues, ahora sí, sácala a bailar”… Yo respondí en automático: “No, no, voy a esperar que toquen rock, o sé bailar salsa”.
¡Mentira! Tonto yo, ¡esperaba la ‘lenta’!
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Una hora después de más salsa y también rock… “Baila”, me decía Armando. Yo asentía, pero había decidido esperar.
¡Hasta "Tongo" se desarmaba bailando!
Sesenta minutos después, sin aviso, llegó la “lenta”. ¡Por fin! - me dije- y obvio, volteé hacia “R” que se había sentado hacía un rato. Entonces, antes de que siquiera pudiera mover un dedo, Armando, sin mucho trámite, sacó a "R" a la pista.
¡No entendía nada!
Lo más curioso vino después: “R” bailaba con Armando casi frente a mí. Yo los miraba con la boca medio abierta. De pronto, "R" hizo un gesto que nunca entendí; extendió su mano y me dio unas palmaditas en la cabeza antes de apoyar su cabeza en el pecho de mi amigo.
¡Ya no quise ver más!
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Salí, y decidí caminar hasta mi casa. Hacía calor, sin embargo, yo sentía un frío que venía de dentro. Llegué y mi madre me recibió feliz: ¡Qué bueno hijo!, ¡tu primera fiesta! -dijo ¡Sí ma, mi primera fiesta…! ¿Qué bueno, no? -respondí por responder.
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No recuerdo si fue una balada o un rock lento, si estaba en castellano o en inglés. La música, al igual que todo, desapareció cuando mis amigos, cual Bella y Bestia de Disney, bailaban con el mundo girando a su alrededor.
Hoy lo que sí recuerdo es la academia y una canción de amor que, siendo muy atrevida para su tiempo, nos marcó a todos: Era la de Roberto Carlos, “Cama y mesa”.
¡Letras intensas para oídos castos!
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