miércoles, 23 de abril de 2014

La soledad

"La soledad es una ingrata a la que se le va agarrando el gusto, con un alto riesgo de parar completamente enamorado de ella..." (Ricardo Arjona)
Como parte de mi trabajo, debo leer literatura infantil.
Así fue como llegué a María Fernanda Heredia, escritora ecuatoriana, autora del "El club limonada", "Hola, Andrés, soy María otra vez", "Hay palabras que los peces no entienden" y otras obras que saben combinar la frescura, el desenfado y la ironía con sutiles toques de dramatismo. Encontré además que, casi invariablemente para los personajes de sus obras, Ricardo Arjona, el cantautor caribeño, resulta más huachafo e insufrible que alguno de esos parlanchines que suben a los ómnibus para contarnos (o cantarnos) sus "miserias" a cambio de monedas.
Quizás fue el rezago de un enamoramiento antiguo o mejor dicho un homenaje a su memoria, que lamentara,  mientras leía sus obras de Heredia, su falta de entusiasmo por el guatemalteco; sin embargo, debo reconocer que hoy terminé por ceder. Le di la razón y me dije: ¡es cierto! ¡qué estupidez más grande eso de agarrarle el gusto a la soledad a riesgo de enamorarse de ella, solo por ser tan cobarde de no poder soportarse a uno mismo!
¡Porque hoy te sentí! Lo confieso; te sentí, soledad; gritando desde dentro: ¡Estoy aquí!, ¿no me ves? Estoy en ti y quiero que resientas el hecho de querer hablar con alguien, que te queme las angustia de sentir ese alguien al lado, que te atenace la necesidad de descansar tus ojos en otros y te mueras de ganas de ya no ser más ese que no eres tú...
Y es que tú, soledad, me conoces, pero no me amas. Y aún, si así fuera, cual niña mala, tu mayor travesura es mostrar tu lado oscuro, afilado y puro.
Curiosamente, fue una joven que vive encerrada en un tópico, quien al pedirle una medicina para el dolor de cabeza, de tan solo mirarme supo entender lo que realmente me aquejaba:
-Lo sé, es feo, este fin de semana lo sentí. Sentí qué es no tener una pareja...
-¿Una pareja? No quiero una pareja,... solo quiero compañía... Nadie quiere...
-Malo, malo.... Tiene mucha carga... Por eso se espantan... Las mujeres no lo vemos así. En realidad somos egoístas... Decimos que no pero sí, pero en realidad, deseamos compromiso, tener algo seguro...
- Pero solo quiero salir, tomar un café... conversar...
- Es no funciona así; está desesperándose; hasta si yo le dijera: ¡Ya, salimos!, seguro que diría que sí...
- ¿Y, salimos? La invito.
- ¡No!
Nota al pie: Curiosamente, Cleo; tú, que sin querer me introdujiste al "Club limonada", has sido también, sin saberlo, quien me ha hecho no solo renegar de las baladas del buen Arjona, sino la que con una delicadeza enorme al decirme que no, has logrado que hoy me diera de narices con mi vieja amiga, la soledad.

viernes, 18 de abril de 2014

Saber ser

Cleo es una joven menuda, tranquila, simpática, aunque no lo sabe o no quiere reconocer. Ella es una amiga a la que hay que ganarse a pulso y con delicadeza. No es de hablar mucho, siento que hace años, alguien o algo la hizo desconfiar y por eso vive su soledad (en el sentido estricto de la palabra) con dignidad y relativa calma. Solo el trabajo y también los robos la sacan del cuadro, la asustan y estresan.
Con Cleo hablamos poco aún, nos estamos conociendo: Un café después del cine, unas cuadras en el carro y ya.  Como toda amistad que se inicia, me esfuerzo por proponer algunos temas, Cleo, educada, responde lo esencial... Hablamos de pedacitos de nuestras vida y de pronto me encuentro repasando cómo empecé a relacionarme con las chicas...

Fue en la academia "Nobel" donde tuve mi primer encuentro real y sostenido con el sexo opuesto, allí intuí que lo de "sexo débil" no era para nada cierto: "ellas" tienen el poder y lo saben desde siempre. Y aunque es verdad que a veces claudican, yerran; por lo general, aun cuando eso suceda, lo harán a sabiendas de que es (generalmente) por un sentimiento de tanta valía como es el amor. 

-Yo no sabía hablar con las chicas, Cleo.
-Yo tampoco con chicos. -respondió - Estudié en un colegio de mujeres durante toda mi secundaria...
- Umm, yo ni siquiera tuve hermanas. Te cuento que en la academia le decía "niñas" a todas...
- No pues, ¿cómo le vas a decir eso a una chica?

Ahora pienso: ¿Y qué más le podría haber dicho si no contaba más que conmigo mismo cuando salí del colegio? Con mi padre no se me ocurría hablar de esas cosas y con mi hermano mayor... Bueno... Tampoco. Él estaba viviendo su propio proceso. Con muchísimas más habilidades sociales que yo, tenía mucho éxito con las chicas. Carlitos, animoso, dicharachero y entrador, había conquistado a varias con su pinta de Clark Kent peruano, aunque con menos músculo y tamaño. No importaba, sus amigas se contaban por decenas.
Yo, por mi parte, con mi cara de asustado, mi peinado raya al costado y con mi lengua medio trabada, solo conseguía ser el chico buena gente que ayudaba a todas con las tareas de la bendita "revista Nobel" y solo cobraba algo de popularidad cuando invitaba a alguna chica al cine y ésta, ni corta ni perezosa, le pasaba la voz a sus amigas.

Lo que pasó (creo ahora) es que no sabía "cómo hacerla", es decir, cómo manejar lo que podía llamar: mi "ser hombre"; es decir, de qué forma manejar mi masculinidad en una realidad nueva donde los chicos y chicas que conocía aparentemente ya sabían lo que debían hacer y lo que debían decir, todo en función a los estereotipos y costumbres de la generación setentera que se asomaba a los ochentas.
De lo que recuerdo que había hecho antes sin mucho éxito fue tratar patinar como en "Roller Boogie", cantar como "Los Bee Gees" en falsete pero varonil al fin y, como muchos, tener el sex-appeal de John Travolta.
Esto último fue lo que me costó un chasco enorme que hasta ahora recuerdo con turbación... Regresaba a mi casa pensando en no sé qué, cuando divisé a lo lejos y en la misma calle a Elisa, mi "ángel de la mañana". Como ese día estaba con ropa de calle (no con el uniforme color pericote de siempre), no lo pensé mucho y me dije:  Haré como Travolta, ¡como Travolta al inicio del "Fiebre de sábado"!!!! Entonces respiré y empecé a caminar... 
No supe qué falló; ¡total! ¡no pretendía bailar como Travolta! ¡Quería tan solo caminar! ¡Era fácil!
Así lo creí hasta que llegó mi "Waterloo". Al pasar frente a una bodega a mitad de cuadra, los silbidos y las risas hicieron que, tras ponerme rojo como un tomate, perdiera el paso y casi me fuera de bruces.
No sé si fueron mis pies planos, mi mal balance o los movimientos involuntarios de mis brazos lo que falló. 
Recuerdo que llegué asesando a la esquina, y aun cuando me sentía como un idiota, volteé rápido para ver si Elisa estaba por allí... Nunca supe si me vio, aunque preferí que no la hubiera hecho.
Si lo pienso hoy, después de tanto años, imagino que lo que deseaba era verme seguro, desenfadado y, sobre todo, viril y atractivo para que Elisa se fijara por fin en mí... Décadas después cuando Narnette me regaló uno de sus aretes (uno con la clave Sol) y  me dijo que lo hacía a mi lado sensible (femenino), entendí que las cosas no eran tan fáciles, ni que todo en la cuestión de roles eran es blanco y negro, comprendí (y puedo estar  equivocado) que varones y mujeres manejamos la sexualidad y los roles, siendo quienes somos y lo que eso no es solo cuestión de tendencia sino una complejidad del ser quienes somos y aceptarnos como tales.
Todo esto vino a mi mente ayer, mientras veía el vídeo de "Dancing in the dark"·del gran Bruce Springteen. De pronto recordé que esa era una de sus pocas canciones favoritas de la "chinita" y, aunque nunca lo aceptó del todo, fue por el vídeo donde Bruce ("el jefe") derrama harta "masculinidad", una llena de testosterona, seguridad, personalidad y carisma; eso que (lo entiendo ahora) no se aprende, ¡se tiene! y a cada quien le toca desarrollarla en su propia medida y a su propio estilo.
Por tanto, y aunque suene redundante, mi masculinidad me pertenece, es mía, es diferente y estoy conforme.