PPC eran las siglas del partido político al que unos de mis compañeros del cole, me había convencido promocionar. Fue extraño: corría el año 1980, tenía 17 años, no votaba, el partido era de “derecha”; pero ante el advenimiento de la "democracia en el Perú", se me ocurrió pensar que había una excusa para ser un poco "revolucionario" y hacer propaganda en medio del evento de año: elecciones presidenciales después de una década de dictadura.
Aún me veo poniendo un parlante ¡el mismo día de las votaciones poniendo el jingle del "Tucán": "Vota por Bedoya"… ¡Ja ja ja! ¡Pobre! ¡Siempre perdió! (¿Era el destino de los popular cristianos para el futuro?)
¡En verdad, no sabía lo que hacía!
PPC eran también las iniciales del nombre de una chica que conocí en la Academia "Alfred Nobel". De hecho, ella fue la primera joven que me dirigió la palabra en ese lugar.
Cuando PPC llegó, el ciclo había empezado dos meses atrás.
La imagen de PPC la tengo grabada. Como era tardes, con las justas saludó al profesor y sin pensarlo, corrió a sentarse en una de las bancas vacías, justo detrás de mí.
En el receso, como yo no solía salir al pasadizo como los demás, PPC me pasó la voz: “Hola. ¿Qué tal las clases? ¿En qué van en Química? ¿Me ayudas a ponerme al día?" .
Apenas pude decir "ya" y le pasé mis apuntes. Hasta entonces mi rutina se limitaba a entrar al salón, escuchar las clases, tratar de terminar todos los ejercicios y salir. Para eso no necesitaba amigos. Además, no tenía idea cómo acercarme y menos a las chicas, ¡era un “quedado”!
Al día siguiente, PPC volvió a llegar retrasada y esta vez se sentó a mi lado.
¡Me quedé frío! Solo atiné a mirarla por el rabillo del ojo.
PPC era delgada, espigada; su sonrisa y su nariz eran muy bonitas, lo mismo que su cabello ondulado y vaporoso, un look de moda por entonces. Siempre me pareció una chica dulce y buena.
PPC, por su parte, o era despistada o no se daba cuanta de mi turbación cuando me hablaba. Felizmente, lo seguía haciendo con naturalidad.
Así, a las pocas semanas, esperaba los recesos para conversar. O, mejor dicho, para escucharla hablar.
Al inicio, me contaba sobre su papá, de su pasión por el ballet y (aunque no me sonaba muy convencida), de su "sueño" de ingresar a Medicina. En eso nos parecíamos.
Con el tiempo, me empezó a contar algunas cosas que yo entendía bien por entonces. Su tono de voz bajaba cuando se refería a los cuidados de su padre con ella; y alguna vez se le aguaron los ojos cuando se refería a un amigo mayor que ella (al vi que alguna vez en la esquina, esperándola), que la cuidada mucho más. Aunque eso me confundía, intuía que PPC no era del todo feliz, se sentía medio atrapada y por eso la trataba al menos de escuchar.
¡En verdad, no sabía lo que hacía!
A PPC, además del ballet, le gustaba el cine y la fotografía. Como su papá tenía un estudio fotográfico, me hizo el favor de transferir en papel, un retazo de película que había ‘sustraído’ de un rollo de la bóveda de la compañía en la que mi padre trabajaba. Se trataba de un fotograma de Linda Blair caracterizada como Regan en “El exorcista”. ¡Estaba maravillado! Por eso, ingenuamente, le presté una cajita de “slides” del grupo "ABBA" con la vana ilusión de que las convirtiera a en fotos impresas (¿las tendrá aún?).
PPC me había regalado tres fotos de ella: dos en B&N y una a colores. Esta última la tenía escondida en un libro de la cabecera de mi cama. Allí estaba ella, con su peinado a lo Candy, con un vestido marrón y botas. Quizá fue por eso que, un día en que para variar llegó tarde usando el mismo vestido de la foto, me di cuenta de que me había empezado a gustar.
Obviamente no sabía cómo decírselo. Pero la ocasión se iba a presentar cuando me dijo que su cumpleaños estaba cerca. Imaginé que ese sería el momento adecuado para regalarte algo y arriesgarme a dar un paso más.
¡En verdad, no sabía lo que hacía!
Como por entonces mi economía dependía totalmente de mis padres y lo que lograba ahorrar me mantenía en el umbral de la pobreza, para el tema del regalo no tenía más opción que acudir a mi mamá.
Supongo que se sorprendió cuando yo, su hijo "el mudo", le pedía ayuda. Se entusiasmó tanto que preparó una cajita colorada, cerrada con un lacito, con un "modesto" par de aretitos de oro dentro.
¡En verdad, ella tampoco sabía lo que hacía!
Su cumple había coincidido con un domingo de examen tipo ‘simulacro de admisión’. Por eso decidí ir a la academia mucho más temprano que de costumbre. No fuera a ser que justo ese día se le hubiese ocurrido llegar a tiempo.
Como había que esperar en la calle. Así lo hicimos la cajita, mi lápiz Mongol Nº 2 HB y yo,
Seis y media, siete, siete y media. De pronto abrieron la puerta y no me quedó más remedio que dejar pasar a los que estaban detrás mío.
Empezó a garuar. Sin embargo, bien patriota, me aferré a “mi destino” y permanecí de pie, con el cerebro alerta y el corazón encogido.
"Oye, vamos a cerrar la puerta, ¡¿entras o no?!" Fue el grito del profesor Víctor Alza, director de la academia, el que me hizo reaccionar. Felizmente no dijo nada más. Él había visto que había sido el primero de la fila.
Eran las 8:02 de la mañana. ¡No tenía opción! Entré al local y un sentimiento de fracaso me envolvió y fue el preludio que marcó ese, mi primer ‘simulacro’ de examen de admisión y quien sabe también mi vida.
Para ti, mi querida PPC, una canción. Esa que por esos años me gustaba y tontamente me la tragué completita.
Craso error en creer que las letras de las canciones pueden ser reflejo de la realidad.
“Y la lluvia caerá… luego vendrá el sereno…”
Con respecto a PPC, el buen Eduardo Franco se equivocó de cabo a rabo. Más todavía, porque tras su “desaparición” de la Nobel, lo que sobrevino no fueron más que tormentas para mi corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.