Una vez robé…
Fue un juguetito. Un tajador rojo con forma de teléfono en miniatura.
Lo vi, me gustó y lo quise tener. Lo malo era que pertenecía a "Chanita", una de las ‘hijas’ de mi 'tía Chola’.
Recuerdo que cuando tuve la oportunidad, lo guardé en el bolsillo de mi pantalón y, al llegar a mi casa, y ponerlo en el fondo de cajón de mi cama, ¡supe que había hecho algo malo!
Al día siguiente, una llamada matutina de mi tía alertó a mi mamá.
Las evidencias circunstanciales me delataban y la mirada de mi madre -que lo sabía todo- me traspasó cuando espetó: ¡Seguro que tienes el telefonito de Chainita!
Solo dije que sí y, sin más trámite, me “entregué”, ¡y entregué también el bendito juguete!
Tenía cólera porque, pensándolo bien, era algo parecido a mi “venganza” con la "Chanita". Esa niñita de siete años (uno más que yo) que, por mucho tiempo, cada vez que iba a su casa, me había perseguido con sus uñitas y labios pintados de rojo, para darme besos.
¡Ella no podía tener un juguete como ese!
Una vez le falté a un adulto…Mi otra tía (Teresa, la siciliana), había venido de visita a mi casa.
Ella y mi madre conversaban sentadas en la sala.
Cuando mi mamá fue a la cocina a preparar el lonche, me ordenó que acompañara a mi tía para que no se quede sola. Obviamente obedecí.
Mi tía, miraba los adornos de la mesa de centro y, quizás aburrida porque solo la acompañaba sin hablar, empezó a mover los adornos. Eso me incomodó pues estaba haciendo desorden,
De pronto, empezó dar golpecitos al tablero de la mesa con su aro.
La cólera hizo presa de mí, ¡Eso no se hacía! ¡Era algo malo pues estaba malogrando la mesa!
Fue entonces que, acercándime a ella, sin mirarla y en mi media lengua, le dije: “Tía Tedesa, ¡No! ¡Se malogra! Como dice la mama Doca, se mida, pedo no se toca.”
Los ojos saltones de mi tía parecían que iban a salir de sus órbitas en cualquier rato.
Empezó a incorporase, pero yo no me moví. Estaba furioso y no pensaba en el resondrón al puro estilo italiano que iba a recibir.
Pero parece que algo llamó la atención de la la tía, porque de pronto se detuvo y miró su anillo,
- Ya Teresa, vamos a lonchar.
- El bómbolo me ha resondrado.
- Este muchacho. ¡No puede ser! ¡Ya va a ver!
- ¡No Fanny! Tiene razón.
Al pasar su mano por el tablero notó que, en efecto, había pequeñas abolladuras, Yo, por mi parte, había enfrentado a mi tía Teresa y había logrado lo inimaginable: ¡que permaneciera callada por un buen tiempo!
¡Había hecho algo importante!
Una vez copie en un examen…
Fue con Daniel Palma Tineo, mi profesor de Inglés en Transición (1º grado).
Fue porque me confundía y no sabía si era “table” o “tabel”.
Fue porque anoté la correcta en un papel. Aunque, de pasada, y en lectra más chica aparecía desk, pencil y ruler.
Fue en medio del dictado cuando dudé y saqué mi papelito para verificar.
Fue con Daniel Palma Tineo, mi profesor de Inglés en Transición (1º grado).
Fue porque me confundía y no sabía si era “table” o “tabel”.
Fue porque anoté la correcta en un papel. Aunque, de pasada, y en lectra más chica aparecía desk, pencil y ruler.
Fue en medio del dictado cuando dudé y saqué mi papelito para verificar.
Fue porque el profe me vio y...
Fue un cero enorme el que me puso, además de una nota que deía: "COPIÓ"
Fue cuando le enseñé el quiz a mi mamá cuando entendí que significaba el "cuerpo del delito".
Una vez mentí…
Eran unas láminas pintadas por mi tío Ale, el ‘Loco’ con imágenes de la fauna peruana copiadas de las láminas “Huascarán”. Yo, las había llevado para decorar mi aula.
Al final del año, cuando le pedí al profesor Gómez que me los devolviera, me respondió que no, que mejor se quedaran para el año siguiente.
No entendí su argumento. Las láminas eran de ese año y para mi salón.
Pero cómo no sabía cómo explicarle eso, usé el argumento más efectivo: Que no podía porque mi mamá me había dicho que se las necesitaba. Eso, por supuesto, ¡era una mentira!
En realidad, era porque mi tío las había pintado para mí, porque él no era tío de ninguno de los alumnos del siguiente año.
Mi profesor derrotado, entró en el aula, descolgó las láminas y me las entregó enrolladas.
Bajando las escaleras desde el segundo piso hacia el patio, vi a mi madre esperándome y al voltear hacia arriba, me topé con la mirada extraña del profe.
Entonces, me sentí un traidor.
De hecho, fui egoísta pues las benditas láminas hubiesen estado mejor en el salón del tercer grado, en manos del profesor Gónez, quien había sido bueno conmigo, y no guardadas en el closet de mi cuarto.
¡Vergüenza para mí!
Una vez fumé…Se había terminado la fiesta por el cumpleaños de mi mamá. Después de la ‘comedera’ y el bailongo, la gente se retiraba a la sala para conversar y esperar el amanecer.
Temprano por la mañana, mi hermano y yo bajamos desde nuestro cuarto en el segundo piso. En las mesitas donde estaban lámparas, había algunas evidencias de la fiesta: vasos y ceniceros que escaparon de la mirada de mi madre.
De pronto, en un cenicero amarillo de murano, ¡encontramos un cigarro a medio fumar!
Encenderlo o no encenderlo, ¡esa era la cuestión!
Tenía poco más de siete años, cuando junto a mi hermano de ocho, y escondidos detrás de un mueble, encendimos el cigarro.
¡Casi me ahogo con pitada que le di al bendito pucho mentolado de no sé qué amiga de mi mamá!
Una vez me rebelé…Era la hora del lonche.
Era un enano de 4 años.
Era el momento de tomar leche con “Ovaltine” o “Nescao”, antes de ver “Los Picapiedras”.
Era la casa de 'los Gemelos' y de la tía 'Chola!.
Era un jarro enorme que uno de los gemelos me dio diciendo: "Toma, 'Chiclín', tu tía dice que te lo tomes todo".
Era un olor terrible. "¡Pof! -dije- No quiero. Que se lo tome ella. Huele feo”. Y me quedé con el jarro en la mano, sin moverme. “Tómatelo, 'Chiclín'… Tu tía se va a molestar”, insistió el hernano gemelo del esposo de mi tí.
Sin embargo, me mantuve impasible, no iba a tomar esa leche apestosa.
Era candidato a una cueriza. Es lo que asumí cuando mi madre y mi tía aparecieron.
Era un resondrón porque no estábamos en mi casa. Además, la tía dijo: “Tiene razón el cholito, hermana. Huele feo, Temprano usé un jarro para batir huevos.
¡Me salvé! ¡Je je!
Una vez me escapé…
¡Habían pasado 5 o 10 minutos de la hora de salida del colegio! Mi madre no llegaba a recogernos.
¡Había sido abandonado! Eso fue lo que pensé y lo que le hice creer a mi hermano mayor.
¡Había que hacer algo! Como 'Hansel y Gretel' teníamos que regresar a casa. Aunque, en este caso, eramos: yo, un mocoso de seis años junto a mi hermano de siete.
¡Había que seguir el mismo camino que la línea 58! Así que, bien agarrados de la mano, con nuestros uniformes de saco plomo, corbata azul y pantaloncitos cortos, salimos 'a enfrentar el ‘mundo’.
¡Habíamos huido! Es lo que pensó mi madre cuando llegó al colegio y no nos encontró. ¡Estaba desesperada!
¡Había tardado! Aun así, nos buscó por todo el colegio. Y, al regresar a casa en taxi tampoco nos ubicó por el camino.
¡Había que regresar al colegio otra vez! Y así, como lo contó Mario, el muchacho que trabajaba en la casa, en su segunda salida, mi mamá se “sacó la cabeza” (en realidad, su peluca) y salió como loca a buscarnos otra vez.
Entonces…
¡Habíamos llegado! Después de más de una hora de caminata y siguiendo exactamente la ruta del microbus, estábamos en casa ¡sanos y salvos!
Una hora más tarde apareció mi madre.
Nos vio.
Se molestó. Sacó la correa. Se desmolestó. Lloró. ¡Nos abrazó!
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