Siempre que Violette Morhange llegaba al internado, Clement Mathieu corría presuroso a su habitación para arreglar su pobre apariencia. Violette, madre de Pierre, vivía preocupada por su hijo y sin esperanza; por eso, buscaba al Sr. Mathieu, profesor de Pierre, quien la escuchaba con paciencia, la acogía, la animaba. Fue de esta manera, que sin desearlo quizás, algo nació en el corazón de Clement, algo que lo hizo soñar... Por eso, cuando recibió una carta de Violette, no lo podía creer; ella le agradecía por haber apoyado a su hijo y lo citaba para darle una noticia importante...
¡Cafe de la Place el 20 a las 4:00!
-Creo que las cosas están por mejorar - dijo tímidamente Violette.
-Bueno - dijo Mathieu y una sonrisa iluminó su cara.
-Desde que lo conocí... yo.. bueno.. eh... mi vida... ¿cómo lo podría decir? -añadió nerviosa sin atreverse a completar la frase.
-¿Cambió radicalmente? -se atrevió a decir él.
-Sí - dijo ella- ¡Gracias a usted!
-¡Es una sorpresa! - replicó Mathieu.
-Yo también había perdido la fe. -dijo Violette, más relajada y sonriendo.
Mathieu, sonreía también y nervioso, quedó en silencio.
-Quizás no debería esperanzarme todavía...- volvió a decir Violette sin mirar a Clement.
-¡Pero no! -se animó a decir Mathieu - ¡Puede confiar en mí!
-Usted me trajo suerte.- replicó Violette asintiendo con la cabeza mientras Mathieu la miraba fijamente, con ilusión.
Violette le devolvió la mirada y Mathieu no sabía qué esperar.
Violette le devolvió la mirada y Mathieu no sabía qué esperar.
-¿Suerte? - dice entonces, como invitándola a continuar.
-Conocí a alguien... Es un ingeniero de Lyon...
Nunca el nombre del internado fue el más propicio: "Le fond du estanque"; pues, en el "fondo del estanque", allí quedó el buen Mathieu.
(De, "Les choristes", 2004)
Caminábamos por una calle una tranquila: Pedro de Osma en Barranco. Ya temprano, cuando bajábamos hacia el puente me habías pedido que te llevara del brazo y por eso anduvimos así esa noche. De pronto, a las mitad de la avenida, empezaste a cantar; lo hiciste primero bajito, como solías hacer siempre que una melodía aflora o se te pega; luego, a pesar de tu tos (esa que "mejoraba" día a día) terminaste por cantar la canción enterita. Era una que hablaba del amanecer. En ese instante sentí que nada de lo que había planeado para ese día fuera perfecto y te sintieras bien, significaba tanto como ese momento. Comprendí que ese simple detalle de caminar y sobre todo, cantar (eso tan tuyo), me había llenado de tanta paz que hizo que naciera en corazón la idea que aún era capaz de ofrecer algo más.
Una semana después, tras días muy duros en los que mis sentimientos habían sido golpeados y cuestionados, y tú habías empezado a enfrontar tu realidad; decidimos encontrarnos y caminar. Esta vez quisimos ir al zoo,
Pasemos hablando de todo y de nada y solo, mientras compartíamos la comida sentados en el césped (como nunca antes había hecho), empezaste a hablar sobre tus preocupaciones. Yo te escuché y, tendiéndome en el pasto, empecé a mirar al cielo a tu lado.
Fue en ese momento cuando sentí que todo tenía sentido otra vez. Lamenté haberme angustiado y haber dudado. Lamenté haber pensado, aunque haya sido por un instante, que todos los demás podían tener razón y yo no podría afrontar. Mirando las nubes encontré que sentía exactamente lo mismo: te quería y deseaba desde el fondo de mi corazón caminar contigo.
Así, al salir, lleno de emoción y en paz nuevamente, cometí un error. Ridículo como suena a mi edad, me abrí demasiado y le dije lo que sentía. Tú, cauta, no respondiste directamente pero dejaste claro que aún no se sentías completa, bien contigo misma y que no deseabas ni se te ocurría ofrecer nada a nadie. Eso no estaba en tu horizonte.
Cuando nos despedimos, aparte del dolor de siempre al separarme de ti, sentí un hueco en el corazón. Caminé, procurando que nadie notara que lloraba; aunque en realidad a nadie le importaba, olvidaba que Lima es una ciudad de solitarios. Aun así, cuando me detuve un rato y miré hacia atrás sentí como que caía de nuevo en el fondo, allí donde nada tenía sentido, salvo tú.
Esa noche entendí que algunas personas y momentos te marcan y también que estos meses y "lo nuestro" tan sencillo y puro como es, se convirtió en lo más cercano a lo que nunca tuve en mi juventud.
Hoy, una semana después, cuando sigo caminando a tu lado, sé que es un riesgo enorme para ambos. Nada sería más triste que dañarte y sé que a ti tampoco te gustaría hacerme daño; por tanto, es nuestra decisión y será Él, a quien le hemos ofrecido lo que vivimos, quien finalmente dispondrá qué es lo mejor.
Y, si al final solo soy un puente para que tú avances, lo acepto.
Igual, hoy agradezco, hoy confío. ¿La razón? Ya te dije: te quiero y por eso te quiero bien.
Igual, hoy agradezco, hoy confío. ¿La razón? Ya te dije: te quiero y por eso te quiero bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.