miércoles, 29 de diciembre de 2010

Fiesta de Promo - I

- Intro -
Debía asistir a la “Fiesta de Promoción”, ¡no tenía escapatoria! Estaba en juego no solo mi honor, sino también mi dignidad como estudiante "lasallista”, miembro de aquel grupo de mozalbetes de la "promo Tricentenario”.

La verdad no tenía muchas ganas de asistir. De hecho, no quería ir por dos poderosas razones: Primero, porque ya por entonces era consciente de que sufría el “síndrome de los dos pies izquierdos” y, además, por algo más bien prosaico pero igual de fuerte: ¡No tenía con quién ir!

Así desde el inicio, la cosa se pintaba mal; más aún cuando en el horizonte no se divisaba ninguna candidata: No tenía ninguna amiga, vecina o quizás alguna prima que, bien aleccionada, pudiera hacerse pasar como mi chica “de turno”, "enamorada" o “peor es nada”. ¡Estaba perdido! Y lo peor es que ya desde los finales de los 80, ser un muchacho de 16 años que no sabía lo que era ir a fiestas, era una especie de "bicho raro", sino un "caso perdido". De hecho, tener varias fiestas al mes era normal para varios de mis compañeros; les daba un cierto estatus frente a los demás; les otorgaba algo así como un halo de “éxito”, algo que hacía que todos alucinasen que eras lo suficientemente "crecidito" para participar en esos espacios donde se ensayaban los "rituales de cortejo".
Entre los chicos de la "promo", se sabía quiénes iban a fiestas y quiénes no; se conocía también quiénes llevaban diferentes chicas cada vez y sobre todo, quiénes se atrevían a llevar chicas un poco mayor que ellos; finalmente para todos eso constituí un "plus" enorme, sobre todo si conseguían salir con las chicas "más dotadas’ para lucirlas y lograr que los demás muriésemos de envidia. Quienes "lograban eso" eran admirados y se colocaban en la cima de la pirámide de nuestro grupo, se convertían en los “más más de la jornada”, eran los "machos alfa" de la manada… Y eso, era algo bueno… ¡muy bueno!
Pues bien, teniendo cerca mi “Prom party” y sin pareja en a la vista, solo podía confiar en la Providencia. Y la providencia "se hizo carne" y actuó.  Fue, para variar, mi buena madre quien se convirtió, (sin querer queriendo) en su "instrumento" (ahora, no sé si de salvación o de perdición). En realidad, la cuestión empezó de una manera simplona y aparentemente inofensiva.

Cierto día, mi mamá regresó a casa diciendo que en el hospital se había encontrado con una antigua amiga. (Hasta ahí, yo tranquilo, pues eso no tenía nada que ver conmigo) Sin embargo, a las pocas semanas, cuando me pidió que la acompañara a visitar a la susodicha amiga porque “había alguien a quien yo debía conocer”,  fue cuando la cosa cambió y empezó una historia de lo más disparatada.

- 1 -
Los únicos discos de 45 RPM de “Los Beatles” que alguna vez tuve entre mis manos fueron algo así como el “anzuelo” que me enganchó con una chica... Esa misma que "debía conocer” y, para más señas, la hija de la “reencontrada” amiga de mi madre.

Aunque a esta señora, mi mamá no la había visto por más de una década, rápidamente se hicieron muy cercanas y de pronto, empezaron las visitas a su casa. En una de esas visitas fue cuando mi madre me llevó.

La casa era enorme, “de tres pisos, cinco habitaciones, espacioso “carport” y acogedora salita de estar”, todo eso en las palabras de la misma doña quien describia su casa como una agente inmobiliaria.
Cuando ya estábamos instalados en la sala, yo me me hacía la idea de que pasaría la tarde escuchando la clásica conversación de dos viejas amigas, ¡pero me equivoqué! (¿Es que todo había estado "fríamente calculado"?)  No lo sé; lo que recuerdo es que, ni bien me senté, nuestra anfitriona llamó a su hijita, una chica cuyo nombre no recuerdo (o no me quiero acordar) quien se encontraba “reposando en sus recámara”. “¡Mijita, ven! Ya llegaron.”  y, al instante, apareció una esmirriada niña de 11 o 12 años, con un vestidito colorado, medias blancas a la rodilla y zapatitos de charol; llevaba en la mano algo que me llamó la atención; eran varios discos "chicos" y, entre ellos, (¡oh maravilla!) divisé clarito uno con etiqueta negra que decía “Los Beatles” ¡La pequeña había dado en el clavo! Pero, ¿cómo había acertado con mis gustos? ¿Era casualidad? Para mí sí lo era, "¡Qué suerte!" -pensé entonces... ¡Cuán ingenuo era!

Ni bien la pequeña se presentó, ensayó la mejor de sus sonrisas y dirigiéndose a mí, me puso delante los discos de ‘Los Beatles’ y dijo: “Hola, mira, son tres.” Y, efectivamente, eran tres discos de 45 revoluciones, dos de ellos con los “lados B” de temas poco conocidos: “Thank you girl” (Lado B de “From me to you”) y “Ill get you” (Lado “B” de “She loves you”). El otro, (¡una verdadera joya!) tenía las versiones en alemán de dos grandes éxitos: “She liebt dich” y “Komm giv mir deine hand”. Con suerte, esas canciones solo se podían escuchar en alguno de los programas “Beatle" de Radio Miraflores o Panamericana; sin embargo ¡ahora los tenía allí, al alcance de mis manos! Entonces no me daba cuenta, ¡pero la trampa estaba funcionado!

“Ya chicos, usen el "cuadrafónico" no más”- dijo la señora. Y la niña, ni corta ni perezosa, fue rapidito hacia el equipo y puso primero los discos de ‘Los Beatles’: “I’ll get you, I’ll get you in the end” Yo: “Mmmm… ¡Qué paja!…Esteeee, niña, ¿cómo hago para tenerlos? ¿Me los prestas? Tengo mi grabadora. Los puedo grab...” “No sé -me interrumpió-  son de mi mamá y ella no va a querer. Mejor un día yo voy a tu casa, los llevo y así los grabas. No te los puedo dar… Son discos “Odeón” de Chile…” Por cierto, me olvidaba, tanto la madre como su hija eran oriundas del país del sur, y por eso, después de esa última frase, cargando aún ese terrible y no reconocido sentimiento de inferioridad que tenemos los peruanos; me quedé mudo… Solo tres años, después y gracias a IEMPSA (valerosa empresa peruana), se pudo desagraviar a los beatlemaniaticos cholos, cuando editó esos y otros “B sides” en el LP “Rarities”…. Pero, volvamos a la historia.

Sin más argumentos, la flaquita, (no sé por qué no recuerdo tu nombre), comenzó a visitarnos asíduamente junto a su madre. Cada vez que venía, “against all odds” (como diría Phil Collins), mi mamá, feliz, me “daba permiso” para usar el tocadiscos “Dual” de la “sacrosanta” radiola “Emerson”, ¡sí! la misma que nadie sin Libreta Electoral podía usar en casa… La chiquilla traía muchos discos 45’s, y obviamente, los tres de ‘Los Beatles’ cuidando, eso sí, de no dejarlos nunca… ¿Ese era su “gancho”?

En realidad, ahora que lo pienso, no la pasaba tan mal con ella, me gustaba mucho compartir mi afición por la música con esa niña;  aunque, en el fondo, he de reconocer que sentía que algo raro se cocinaba… Algo parecido me sucedió más de un cuarto de siglo después, con otro personaje, al que hoy solo agradezco el haberme hecho conocer el buen jazz.
- 2 -
Sucedió en una de aquellas tardes de solaz musical en mi casa, cuando mi ‘amiguita’, la “Long tall Sally”, la flaquita, trajo el último disco de moda: un 45’ del Sello “MAG” (sello bien peruano) y mal llamado “Disco Hindú" (pues Nazia Hassan no era de la India sino de Pakistán). “Pónlo" - me dijo- "es lindo”. Y yo, obediente como siempre, coloqué el disco en el tornamesa. Por los parlantes sonó una melodía disco poderosa, llena de color y de matices hindúes. Y, cuando el potente sonido de los 8 altavoces de la radiola llenó la sala, mi delgaducha amiga (la sin nombre, hasta ahora) me dijo: “Siéntate aquí y mírame”. Dócil, me senté y ella, igualita a la figura de la tapa de un libro llamado “Salomé” (sí, papá, había leído ese libro "prohibido" de tu biblioteca), sin más ni más, empezó a danzar para mí…
Fueron 3 minutos y 28 segundos de turbación frente a esa chiquilla, quien precursora de la colombiana Shakira y sus “Ojos así”, se deshizo en movimientos de unas caderas que no tenía. Pero a ella, eso la tenía sin cuidado, bailaba despreocupada mientras me miraba con ojitos sonrientes. Nadie nos molestó, nadie apareció; solo cuando terminó y mientras yo seguía con la boca abierta, entró  la doña, su madre, diciendo: “No sé cuantita, mija”… (¡Perdón! Aún no me acuerdo como te llamabas.) “¿Estás bien, mamita?, y ella: "Sí, mami…”, entonces, dirigiéndose a mí, preguntó: “ Y tú, mijo, ¿la estás pasando bien?” Yo, azorado, sólo atiné a cerrar la boca.

- 3 -
Tras mi sesión privada de danza, ¿cómo imaginar lo que vendría a continuación? Estábamos tomando lonche y yo seguía medio abochornado. Entonces, la doña soltó "La Pregunta": “Y, Edgardito, mijo,  ¿ya sabes, con quien vas a ir a tu fiesta de promo? Tu mamá me ha dicho que no tienes a nadie”; y yo: “Esté… no sé…” (¡Te pasaste, mamá!). Y la doña: “Pero, no deberías preocuparte, mijo… estate tranquilo, puedes ir con mi Xxxxnita… ¿Tú, qué dices, Fanita…? Pero no, no me digas na’; y no me tienes que agradecer… Ya está… ¡vas a ir con mijita!”, y yo: “Pero… pero…” y mi mamá: “Ay amiga, gracias”, y la doña: “¡No hay problema! Con gusto; ¡vas a ver que mi Xxxxnita va a estar bien bonita! Ah, ya me la imagino, linda con su vestido blanco…Tú, amiga ni te preocupes”.

Claro, si el que tenía que preocuparse era yo. ¡Ni modo! ¡Mi suerte estaba echada!

Mamá, esa no te la perdoné; aun cuando por entonces, en realidad me imaginaba que la doña me estaba quitando un peso de encima… ¡Qué tonto era! Si la cuestión era exactamente al revés…

https://retazosdevidaenclavedefa.blogspot.pe/2010/12/fiesta-de-promo-ii.html


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.