Me quedé callado. No te miento, pensé que estabas medio loca y, peor aún, cuando a continuación, empezaste un largo soliloquio que, tiempo después, recién pude apreciar: “Seguro que te pusiste a pensar cómo sería la vida sin colores. ¡Triste, no! Igual como si un pintor poco a poco quedra ciego… ¿Ya tú sabes lo que le pasó a Gauguin allá por la colorida Polinesia?... Bueno, creo que recién te estás dando cuenta lo prodigioso que resulta el efecto de luz con los objetos… ¿Recuerdas la teoría del prisma? ¿Te acuerdas de lo que te hablé de Jorge Eielson? Bueno, ahí había aparte del color, estaban los nudos, ¿te acuerdas?(…) No pues, tú no sabes mucho de pintura… Pero, ¡cómo te explico! ¡Ah!, lo debes haber comprobado solo con las fotos… ¿Te has dado cuenta cómo hasta las cosas más sencillas se fotografían mejor a pleno sol?” Efectivamente, ahí estarían las bonitas fotitos que un tiempo después, durante el verano, tomaría con la modesta camarita de ‘mi’ también modesto celular. Cuando las enseñé, ¡muchos no me creían!
Así pues, amiga, mientras hablabas, no podía evitar contagiarme de tu entusiasmo y daba gracias a Dios por el regalo de la vista. Lo cierto es que me hiciste entender de manera distinta, cómo trabajan de nuestros ojos cuando ‘traducen’ la luz… Ahora entiendo que era tan fuerte tu necesidad ‘de ser artista’ que te desesperabas porque te comprendiera, por eso seguías hablando… Quizás, quienes me lean ahora piensen que tu discurso no tenía nada de extraordinario… ¡Puede ser!; al final, ver es algo tan natural para muchos; sin embargo, había en ti algo más, algo nuevo que se escondía detrás de su vehemencia que estas líneas no pueden evidenciar. Tú, amiga, hiciste que en cierta forma, mirara mi deredor de manera diferente; lograste hacer que valorara el simple hecho de que la luz que rebota por doquier hiriera buenamente mis ojos. Me ayudaste a encontrar que, hasta en lo grises de Lima, siempre hay algún matiz inesperado que lleva oculto un sentimiento… Esa era tu manera de ‘ver’, de mirar con los ojos del alma, lo cual para ti, amiga, significaba descubrir una impresión, una huella, una emoción en lo que te rodea… Esa era tu gran virtud y a la vez tu refugio.
Así fue que aprendí a ver mejor; y eso, a pesar que la presbicia ya había empezado a hacer mella en mi visión, me logro sorprender y eso es un mérito, ¿no?
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