Eran cerca de las 11 de la noche y tras mucho esforzarse, recién empezaba a conciliar el sueño; de pronto, el tono y la luz del celular llenaron la habitación. Justo era una noche donde había llorado mucho sintiendo como nunca la carga de toda la semana y quizás la de toda su vida; ¿Hasta cuándo debía estar pensando en todo y en todos? ¿hasta cuándo negar que lo único que deseaba era un abrazo?
En el otro lado de la línea, estaba ella, una amiga, una a quien alguna vez le había dicho que cuando necesitara algo, podía llamar.
Así, a pesar de su dolor y la soledad, "debía" escucharla. Debía que estar allí" para ella.
Veinte minutos después de escucharla y animarla, la chica, colgó, y él nuevamente no pudo más aguantar el llanto.
(una noche de viernes del verano de 2015)
Querida, Hada Madrina:
Hoy recuerdo los años en que pensaba que la pareja ideal eran Candy y Albert. Ambos en la colina de Pony, mirando el cielo, jugando con las nubes en un cielo azul intenso, inocentes... Ella, alba, inmaculada y pura, con un vestido con blondas y voladizos; él, de punta en blanco, sereno, seguro... Y, en medio de ello, ¡el primer beso!
Hoy recuerdo con nostalgia aquellos tiempos cuando creía que tú existías. Épocas en la que imaginaba que, de alguna manera, harías realidad "todos mis sueños": esos en la que chicos castos, "temerosos de Dios", coincidirían en un mundo de fantasía donde el Amor (así con mayúsculas) siempre triunfa, y donde nadie podría dañar a los enamorados; pues, demonios, brujas, duendes y ogros, finalmente habrían sido derrotados.
Hoy, no te reclamo, mi estimada. Pues, que yo sepa, a nadie le cumpliste sus deseos; conmigo son varias las personas que conozco: chicas y chicos buenos, a quienes desencantaste, literalmente. Muchos de ellos, que alguna vez quisieron creer que existías, ahora piensan (ingenuos ellos) que fue la perversión del "mundo" la que hirió de muerte sus nobles corazones.
De todas maneras, querida Hada Madrina, hoy te invoco a pesar de todo y te digo gracias. ¡Gracias por hacerme creyente y no creyente! Gracias, porque, aunque sé que nunca estuviste allí, que solo fuiste una proyección de una parte de mí que deseaba creer que algo mágico pasaría en mi vida.
Ese era mi deseo. No solo para ser feliz, sino por lo bonito que se siente decir que, en la vida, al final "todo sale bien", que sí "vale la pena soñar", que se puede ser "valiente", y que sí uno lo pide "de corazón", es posible que los deseos se hagan realidad.
Finalmente, hoy, doña Hada, te miro, te llamo y te invoco para que compartas mi extravío y mi tristeza; y, para que, en medio de todo, en tu inexistencia no probada (porque nadie me ha demostrado que no existes), me des un empujoncito para seguir creyendo; pero ya no en ti, ¡sino en mí!
Y de pasadita, para quererme un poco más, ¿ok?
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