- Y, ¿te acuerdas del Richard? -peguntó mi madre.
Uuna mezcla de cólera, dolor y asco empezó a bullir desde el fondo de mi cabeza.
- No me hables de él - respondí cortante.
- Pero ¿por qué? - replicó ella.
Lo único que hice fue apurar el desayuno, dejar la mesa y pararme para salir.
Mi madre, aunque incómoda, como siempre, no dijo ni preguntó nada.
Mientras tanto, luchaba por no recordar. por seguir lo que debía hacer, sin atender las imágenes que aparecían una tras otra: la noche, el cuarto de servicio, la luz de televisor encendido, las palabras melosas, su mano y lo peor, esa sensación de placer culposo, nuevo, pero que, en el fondo de mí, reconocía como algo sucio.
Sólo al despedirme, le pude reclamar como hacía años no lo hacía:
- Tú creerás que soy maleducado. No entiendes.
-Pero ¿qué no entiendo? te molestaste, te paraste y te fuiste. Eres un malcriado.
- Yo les conté, pero ustedes no me creyeron.
Por un instante me miró a los ojos y dudó.
Hay cosas que no se olvidan, aunque uno quisiera. Lo peor es cuando "esas cosas" se refieren a circunstancias de las que no se puede hablar abiertamente, pues explicarlas, te duele y avergüenza. Es algo así como mirar una vieja herida que nunca terminó de cicatrizar.
Sé que hay personas que han vivido cosas realmente fuertes y un simple tocamiento pareciera nada en comparación. Sin embargo, entender cuánto te puede afectar una situación así es muy difícil. Su impacto no se puede calcular, pues, para superarlo, no basta con "tratar de ser fuerte" ni siquiera de "ser bien hombrecito", "voltear la página" y "seguir con tu vida".
En este caso, creo que lo que se hace es manejar el olvido; envolver el hecho de tal manera que sus puntas afiladas no te molesten.
Eso, aun cuando ayuda, igual marca un hito en tu vida en este caso, para un púber como era entonces, me arrojó a un mundo que no supe entender, y lo peor, que en algún momento hizo que sintiera un estigma que otros podían percibir y que parecía decirles: puedes abusar de él.
El tiempo ha pasado y sigo aprendiendo.
No sé si porque la vida se encargó de darme hijas y una hija de una hija, o porque me permitió tener a muchas amigas quienes me hicieron entender mejor la fuerza que se esconde en la vulnerabilidad de las personas.
Quizá solo ha sido el tiempo que, en medio de mis inseguridades y miedos, y en medio de errores, golpes y tropezones, finalmente me dieron la posibilidad de sentir esperanza y, sobre todo, de seguir confiando.
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