"APRENDIENDO"
Al pasar los años..
A los 3 años aprendí que la felicidad más grande de la vida era comer, comer, dormir y dejarse querer… También, por supuesto, descubrí que había un ‘alguien’ amoroso que se preocupaba por suplir todo lo que necesitaba… ¡Era tan madre, mi madre!
Al pasar los años..
A los 3 años aprendí que la felicidad más grande de la vida era comer, comer, dormir y dejarse querer… También, por supuesto, descubrí que había un ‘alguien’ amoroso que se preocupaba por suplir todo lo que necesitaba… ¡Era tan madre, mi madre!
A los 5 años aprendí que ordenar mis carritos, uno al costado de otro, era una diversión con la que podía pasar horas.
A los 6, aprendí que los niños también se mueren y que el lápiz no era para comer... ¡Sólo el borradorcito!
A los 7, aprendí que no habían (ni habrán) héroes más grandes que mi papá y el Topo Gigio. También aprendí que uno podía dormirse, aun en el peldaño de una escalera, a la voz de: “¡A - la – ca – mi – ta!”
A los 8, aprendí que a veces a uno lo castigan por cosas que no ha hecho o que no ha querido hacer... Aún me duele el ‘reglazo’ que me dio Sor Celia en la pierna, y más ¡la vergüenza!
A los 9 años, aprendí que no me gustaban ni las "Matemáticas modernas” ni el peluquín de mi profe; menos eso de aprender a cantar el Himno Nacional en quechua y gritar ¡Kausachun Perú! ¡Kausachun Velasco – Revolución!
A los 9, también aprendí que sólo habían dos cosas que podían acelerar mi corazón: Una, sentir el momento mágico en que las luces del cine se empiezan a apagar y se abren las cortinas y dos, descubrir qué buena podía ser la vida escuchando “A hard day’s night” de los Beatles.
A los 10, aprendí que nada es para siempre: Mi cabello, antes rubio, me abandonó como dicen “forever and ever” ante el asombro y burla de todos… Lo bueno fue que con el rubio dije adiós al espantoso corte ‘alemán’ que por entonces fascinaba a madres y a peluqueros.
A los 11, aprendí que lo más dulce de este mundo era la literatura, pero sólo en boca de la Señorita Violeta Lara, una maestra de vestido de blanco quien, con voz angelical, nos introdujo a los cuentos de Ribeyro y Valdelomar. Creo que quería tanto a los niños, que muy pronto terminó por dejarnos pues ya había empezado a producir los propios... ¡Cómo odié entonces a su esposo!
A los 12, aprendí que las monjas y los sacerdotes eran seres de carne y hueso. También, que tantos años de haber jugado a decir la misa completita y, a pesar de los rezos de mi abuela y las burla de los demás, pensar que yo podía ser cura era solo un sueño loco de infancia que un día sencillamente desapareció.
A los 13, aprendí que a veces es mejor y más inteligente cerrar la boca y no enfrentar a la autoridad cuando no las tienes todas contigo, y menos, cuando los demás te dejan solo. Lo cierto es que enfrentar a la 'Bruja' ( así le decían a la ‘profe’), me costó mi primer rojo en la libreta y más aún, mi recién ganado gusto por la literatura se fuera como por un tubo... ¡Maldición!
A los 14, aprendí que sentirse solo es lo peor del mundo, más en un salón lleno de muchachos donde ninguno era mi amigo. Lo cierto que mi salón el 3º D había sido producto de una infeliz idea que consistía en hacer, de tres salones de segundo, cuatro de tercero.
A esa edad aprendí que me fascinaba el dibujo lineal y arquitectónico con las proyecciones, líneas de fuga y demás… todo estaba bien hasta que el asunto del ASA y el DIN (hasta ahora no lo entiendo) que mató el encanto de un plumazo.
A los 15, aprendí que tener enamorada era cosa seria… ¡casi una cuestión de honor y de ‘status’ en un colegio de varones! Lo malo es que no aprendí conseguir conseguir una.
A los 16, aprendí que a pesar de mis pobres intentos por acercarme a las chicas, no sabía nada sobre las mujeres… Por eso, mi debut en estos avatares de la vida, fue salir corriendo del “cole” por más de un año, jalando a mi pobre amigo, el “Mono”, para tomar un ómnibus que pasaba a cuatro cuadras del colegio pudiendo tomarlo al frente del colegio; ¿la razón?, pues en él viajaba “la chica de mis sueños”. De ese modo contemplé a mi musa durante casi dos años, guardé todo los boletos del bus los días en que la encontraba, soñé con ella, fui feliz de saber que su nombre era Elisa pero… eso fue todo… nunca supe qué decirle…
A los 17, aprendí que por mi afán de tener enamorada, pronto me convirtieron en el tonto más grande del mundo... Me ilusioné, me emocioné, me decepcioné… me dejé utilizar…me humillé, todo por el ‘amor’ de una chica que con la justas me miraba. Todo lo hice de tal manera que otra chica se apiadó de mí; y así, un patriótico día del mes de junio, me hizo ver de la manera más cruda y descarnada el papelón que estaba haciendo. (¿Te acuerdas lo que me dijiste, Mariana?) Al final, me hizo despertar… ¡al menos por un tiempo!
A los 18, aprendí que aparte de querer ingresar ya mismo a la universidad, no había deseo más grande en el mundo que poder besar los labios de una linda chica vestida de blanco llenas de tules y lazos, como la Candy de la TV... Aprendí también, que para un muchacho, como era yo por entonces, eso de soñar bobadas era harto peligroso.
A los 19, aprendí (otra vez) que no sabía nada sobre las mujeres… Lo peor es que, ahora entiendo, que ningún hombre en su sano juicio, puede jactarse de de ello… Con todo, aprendí que podía interesar a alguien y así tuve mi primera enamorada.
A los 20, aprendí que nada de lo que había pensado con respecto al amor era cierto, que el amor era cosa seria… y no sé si fue por eso o por otras cosas, que se convirtió de pronto en una responsabilidad…
Y bueno, ¿para qué continuar con esto?
Al final, fue lo que aprendí o creí aprender en esos días. Muchos, fueron ciclos que empezaron y terminaron por entonces, sin embargo, varios otros siguen ocurriendo de diferente manera hoy en día.
A los 6, aprendí que los niños también se mueren y que el lápiz no era para comer... ¡Sólo el borradorcito!
A los 7, aprendí que no habían (ni habrán) héroes más grandes que mi papá y el Topo Gigio. También aprendí que uno podía dormirse, aun en el peldaño de una escalera, a la voz de: “¡A - la – ca – mi – ta!”
A los 8, aprendí que a veces a uno lo castigan por cosas que no ha hecho o que no ha querido hacer... Aún me duele el ‘reglazo’ que me dio Sor Celia en la pierna, y más ¡la vergüenza!
A los 9 años, aprendí que no me gustaban ni las "Matemáticas modernas” ni el peluquín de mi profe; menos eso de aprender a cantar el Himno Nacional en quechua y gritar ¡Kausachun Perú! ¡Kausachun Velasco – Revolución!
A los 9, también aprendí que sólo habían dos cosas que podían acelerar mi corazón: Una, sentir el momento mágico en que las luces del cine se empiezan a apagar y se abren las cortinas y dos, descubrir qué buena podía ser la vida escuchando “A hard day’s night” de los Beatles.
A los 10, aprendí que nada es para siempre: Mi cabello, antes rubio, me abandonó como dicen “forever and ever” ante el asombro y burla de todos… Lo bueno fue que con el rubio dije adiós al espantoso corte ‘alemán’ que por entonces fascinaba a madres y a peluqueros.
A los 11, aprendí que lo más dulce de este mundo era la literatura, pero sólo en boca de la Señorita Violeta Lara, una maestra de vestido de blanco quien, con voz angelical, nos introdujo a los cuentos de Ribeyro y Valdelomar. Creo que quería tanto a los niños, que muy pronto terminó por dejarnos pues ya había empezado a producir los propios... ¡Cómo odié entonces a su esposo!
A los 12, aprendí que las monjas y los sacerdotes eran seres de carne y hueso. También, que tantos años de haber jugado a decir la misa completita y, a pesar de los rezos de mi abuela y las burla de los demás, pensar que yo podía ser cura era solo un sueño loco de infancia que un día sencillamente desapareció.
A los 13, aprendí que a veces es mejor y más inteligente cerrar la boca y no enfrentar a la autoridad cuando no las tienes todas contigo, y menos, cuando los demás te dejan solo. Lo cierto es que enfrentar a la 'Bruja' ( así le decían a la ‘profe’), me costó mi primer rojo en la libreta y más aún, mi recién ganado gusto por la literatura se fuera como por un tubo... ¡Maldición!
A los 14, aprendí que sentirse solo es lo peor del mundo, más en un salón lleno de muchachos donde ninguno era mi amigo. Lo cierto que mi salón el 3º D había sido producto de una infeliz idea que consistía en hacer, de tres salones de segundo, cuatro de tercero.
A esa edad aprendí que me fascinaba el dibujo lineal y arquitectónico con las proyecciones, líneas de fuga y demás… todo estaba bien hasta que el asunto del ASA y el DIN (hasta ahora no lo entiendo) que mató el encanto de un plumazo.
A los 15, aprendí que tener enamorada era cosa seria… ¡casi una cuestión de honor y de ‘status’ en un colegio de varones! Lo malo es que no aprendí conseguir conseguir una.
A los 16, aprendí que a pesar de mis pobres intentos por acercarme a las chicas, no sabía nada sobre las mujeres… Por eso, mi debut en estos avatares de la vida, fue salir corriendo del “cole” por más de un año, jalando a mi pobre amigo, el “Mono”, para tomar un ómnibus que pasaba a cuatro cuadras del colegio pudiendo tomarlo al frente del colegio; ¿la razón?, pues en él viajaba “la chica de mis sueños”. De ese modo contemplé a mi musa durante casi dos años, guardé todo los boletos del bus los días en que la encontraba, soñé con ella, fui feliz de saber que su nombre era Elisa pero… eso fue todo… nunca supe qué decirle…
A los 17, aprendí que por mi afán de tener enamorada, pronto me convirtieron en el tonto más grande del mundo... Me ilusioné, me emocioné, me decepcioné… me dejé utilizar…me humillé, todo por el ‘amor’ de una chica que con la justas me miraba. Todo lo hice de tal manera que otra chica se apiadó de mí; y así, un patriótico día del mes de junio, me hizo ver de la manera más cruda y descarnada el papelón que estaba haciendo. (¿Te acuerdas lo que me dijiste, Mariana?) Al final, me hizo despertar… ¡al menos por un tiempo!
A los 18, aprendí que aparte de querer ingresar ya mismo a la universidad, no había deseo más grande en el mundo que poder besar los labios de una linda chica vestida de blanco llenas de tules y lazos, como la Candy de la TV... Aprendí también, que para un muchacho, como era yo por entonces, eso de soñar bobadas era harto peligroso.
A los 19, aprendí (otra vez) que no sabía nada sobre las mujeres… Lo peor es que, ahora entiendo, que ningún hombre en su sano juicio, puede jactarse de de ello… Con todo, aprendí que podía interesar a alguien y así tuve mi primera enamorada.
A los 20, aprendí que nada de lo que había pensado con respecto al amor era cierto, que el amor era cosa seria… y no sé si fue por eso o por otras cosas, que se convirtió de pronto en una responsabilidad…
Y bueno, ¿para qué continuar con esto?
Al final, fue lo que aprendí o creí aprender en esos días. Muchos, fueron ciclos que empezaron y terminaron por entonces, sin embargo, varios otros siguen ocurriendo de diferente manera hoy en día.
Por eso, ahora…Sé que a veces uno aprende sin saber que lo hace.
Sé que el mayor aprendizaje y el que nunca termina es sobre el amor.
Se que amar es cada vez una experiencia nueva, un sentimiento de distinta intensidad.
Sé que amar de verdad es siempre más de lo que uno desea, piensa o imagina.
Sé que el mayor aprendizaje y el que nunca termina es sobre el amor.
Se que amar es cada vez una experiencia nueva, un sentimiento de distinta intensidad.
Sé que amar de verdad es siempre más de lo que uno desea, piensa o imagina.
He comprendido que sólo amando de verdad, a veces, uno se olvida lo que fue o lo que cree haber sido…
¡Amar, replantea la vida!
He comprendido que sólo amando de verdad, a uno le es fácil pensar en el otro a costa de olvidarse de uno mismo, pues, solamente el amor verdadero es desinteresado, sólo él hace dar todo de uno mismo y lo mejor, ¡se hace sin esfuerzo!
He comprendido que amar es pensar de otra forma y que pensar amar de otra forma, pues no es amar…es simplemente la antesala del engaño y al dolor. Haces daño y te dañas a ti mismo.
He comprendido que amando de verdad, uno lucha y se arriesga sin importarle si alguna vez ganará… que amando de verdad, consigues enamorarse de la vida, pero de una vida buena y mejor.
Pues amando, se aprende a conocer cuando un “alguien” es “ese alguien” y, al saberlo, ya no queda más qué decir, pues sencillamente uno lo sabe, lo siente y eso termina por completarnos, por definirnos… Ese tiempo llega, nunca uno sabrá ni cómo ni cuándo pero cuando sucede, se intuye que uno ha develado una partecita del maravilloso misterio del amor.
¡Amor! Alguna vez lo sentí…
¿Lo sentiré?
No lo sé.
Edgardo (13 –VIII- 2008 / 11 – II- 2011)
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