Hace años Héctor me contó esta anécdota: Julio de 1812. Balneario de Teplitz (Alemania). Allí había acudido Beethoven para reponer su salud. Una mañana Beethoven y su amigo Goethe realizaban un paseo por los jardines cerca de la playa cuando se cruzaron frente a frente con el carruaje de la Emperatriz acompañada de toda su comitiva. Goethe al verlos, se hizo a un lado de la vereda y se quitó el sombrero en señal de respeto. Beethoven, en cambio, no siguió a su compañero y siguió caminando tal cual sin descubrirse, obligando al carro a desviarse del camino. Cuando Goethe alcanzó a Beethoven y le preguntó por su proceder, Ludvig, fiel a su forma de ser, le recriminó por haberse comportado como un lacayo; le dijo: "Príncipes ha habido y los seguirá habiendo por millares. Pero no hay más que un Beethoven".
-1-“Beethoven Virus”, así se llamaba aquel “dorama” que llegó a mis manos, casi por azar. La trama, como buena novela, era dramática pero con la calidad que los coreanos han logrado en sus producciones. Para mí, el "plus" de la teleserie, era obviamente, la música clásica y también el personaje principal, Kang Gun Woo, quien me hizo rememorar a amigo Héctor pues, gracias a él aprendí mucho de música clásica; aprendí sobre todo que que para apreciar la música, primero hay que saber escucharla.
Héctor era un buen hombre, dedicado a sus hijos, perfeccionista y extremadamente celoso con su trabajo; persona de ideas fijas, fuerte carácter y muy muy orgulloso. Cumplía su trabajo con eficiencia y no se relacionaba muchas personas; casi siempre se lo veía encerrado en su oficina, ocupado y (luego lo descubrí) escuchando música. Nos hicimos muy amigos y disfrutamos de una amistad sincera por algunos años. Sin embargo, por una desafortunada secuencia de eventos, ocasionada por algunos jefes quienes literalmente nos enfrentaron, terminamos peleados sin haberlo buscarlo; al final, él entendió que la decisión que tuve que tomar aun a riesgo de mi puesto del trabajo, contradecía su idea de lealtad, por eso, sin mediar palabra, dio por terminada nuestra amistad y nunca más conversamos. Yo sabía que su posición no tenía vuelta atrás y hasta ahora lo lamento, fue inevitable, no hubo elección…
Nunca olvidaré el día que me invitó a su casa y me hizo conocer lo que él llamaba su ‘bunker’, una especie de santuario dentro de su casa, donde sólo él tenía acceso y que era su sala música: Allí había, pulcramente ordenados y catalogados, cientos de LP’s, casi un millar de discos compactos, libros y revistas de música, partituras, un piano y un equipo “Pioneer” de antología, ¡algo que quizá nunca tenga!
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