Así, tal como lo había prometido; después de que mi madre lavara, tendiera y planchara la ropita del topo y que yo mismo peinara su maltratado mechón de pelo haciéndole un lacito estilo ‘Superman’, tenía el sagrado deber de cumplir mi promesa. No quise que nadie me ayudara, era algo que debía hacer solo. A lo mucho, pregunté a mi madre dónde podía comprar los benditos bigotes. “Anda a la ferretería.” Me recomendó.
Por eso, el “domingo a las 12, después de la misa” estaba decido no sólo a cumplir con el precepto sino también con mi promesa… En cuanto a la misa, la verdad la escuchaba un poco por convicción y otro tanto por miedo a mi profesora, la Sor Celia, que cada lunes nos soltaba la consabida pregunta: “A ver, ¿quiénes han faltado a misa ayer?”
Ese domingo, le tocaba decir misa al Padre Oswaldo, un padre santísimo, pero también súper aburrido, por eso, ni bien terminó de darnos la bendición, salí rapidito en dirección a la ferretería que estaba cerca. Cuando ingresé el olor acre del lugar golpeó mi olfato y me pareció que enteraba a otro mundo: Había un montón de señores grandotes y toscos, todos hablando todos al mismo tiempo, unos revisando unas tierra de colores, otros pesando cosas en una balanza, algunos totalmente abstraídos en conversaciones extrañas sobre los repuestos o no sé qué cosas que comparaban….Al final, nadie se fijó en mí.
Aún así, dándome valor, avancé hasta el mostrador lleno de montones de alambres, latas y otras cosas y me dirigí al hombre que atendía, éste era un señor enorme con cara de oso, peludo y colorado, estaba tomando una vaso de cerveza con otro hombre; al verme, dejó de conversar con su amigo y me preguntó extrañado: “¿Sí, niño?, ¿qué quieres?” Todos seguían en lo suyo y yo, con toda la fuerza de mis 6 años y 10 meses dije: “Señor, ¿tiene bigotes de Topo Gigio?” El hombrón miró a su compañero divertido y levanto una de sus cejas que parecían cepillos… “¿Cómo dices?” me dijo… Yo: ¿Es que… yo…. Es que si tiene bigotes de Topo Gigio” – insistí… En un instante, el tipo pasó de rojo al granate, y del granate a un estallido de risa…“¡Jajajaja! ¡Que si vendo bigotes… de Topo Gigio! ¡Bigotes! ¡Jajajajaja!”
Su compañero y todos los que escucharon el vozarrón del gordo, rieron con él, y los que no, fue simplemente porque no quisieron… Creo que lo que me salvó fue que el roedor era conocidísimo, pues queriéndolo o no, aparecía por la tele cada noche mandando a los niños buenos a la cama diciéndole a Braulio Castillo: “A-la-ca-mita, a-la-ca-mi-ta…”
“Ya… ya… jajaja… bigotes… entiendo… jajajaja” – se atoraba el gigantón. En ese rato, como dicen, me hice chiquito pero no me fue porque mis piernecitas me pesaban, me sentí tonto y, cuando reaccioné para irme de allí, no sé de donde, sacó un carrete de nylon de pescar… consultó divertido con su amigo… midió… cortó y me entregó bien enrolladita una tira de unos 20 centímetros envuelta en un pedazo de papel periódico. No recuerdo cómo pagué, pero sí cómo ni bien tuve el paquetito salí corriendo y jurando por el aburridote del padre Oswaldo, no volver a comprar nada yo solo nunca más en mi vida…
Pero me equivoqué; pues, con el paso del tiempo, llegó el conflicto: Empecé a sentir que mi afición por la música podía más y, aunque sentía que las canciones abordaban, en palabras de la argentina Tormenta, temas complicados y hasta pecaminosos para el "adolescente tierno" que era yo, me gustaban... Una de esas canciones era "Torn between two lovers" (Atormentado entre dos amores) de Mary McGregor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.