Te sentías tonta, estúpida y, aunque no lo dijeras, entendí que a pesar de todo y de alguna manera, habías seguido confiando. Comprendí que en el fondo de tu corazón había quedado un rescoldo de tu apuesta, una brizna de tu amor, una chispa de esperanza; algo así como unas ganas locas de creer que no todo había sido una mentira.
Por eso, fue tan sencillo como leer algunas líneas en un papel y luego quedar sepultada bajo el peso de la decepción. El monstruo de tu cólera despertó y empezó a golpear sin piedad a todos; pero más que a nadie, ¡a ti misma! El dolor y las cosas del pasado volvían a perseguirte gritando: ¡ingenua tú! ¡idiota tú! ¡no mereces ser feliz! ¡no vale la pena arriesgar!
Entonces dijiste ¡basta! El engaño y la rabia te quemaban por dentro y peor aun porque no podías dejar de sentir piedad por él... Yo, sin saber qué más hacer, trataba de entender cómo, por más que quise, nunca pude llenar tu vacío.
Tú decidiste que no podías amar, que no ya podías volver creer en nadie. Y aunque muchas veces antes lo habías dicho, está vez sentí que de verdad habías tirado la toalla, te habías rendido, habías abdicado a tu felicidad. ¡habías renunciado a la batalla!
Él te había dañado, lo sé, pero lo que me dolía era sentir que su daño se convertía en tu culpa. Sé que hay quienes dicen que él "te perjudicó"; yo no lo creo así. Tu "razón" es más que una bendición. Sin embargo, sé que el sí te hirió; pero no solo a ti, sino a muchos de los que aún seguimos a tu lado. "Todos perdemos" - te dije y te lo repetí más de una vez para que entendieras.
Hoy eres como agua que escapa entre mis dedos. ¿Será que tenía una misión contigo y ya está cumplida...?
Hoy siento que de entre muchos, a mi no me ha tocado ganar. Entonces, solo me falta morir del todo pues contigo muere una parte más de mí.
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