El niño era flaco, ojeroso, de rasgos andinos pero más que nada, triste.
Llegó a nuestro salón después de las vacaciones de julio, y con él fuimos 60 en el aula.
¡Antipedagógico pero real!
Con el correr de los días, notamos algo extraño en el chico y decidimos preguntarle a Sor Clemencia, nuestra maestra: Madre, ¿por qué Mario no se ríe? ¿Por qué no habla? ¿Por qué no quiere jugar con nosotros?
Por respursta solo recibimos una mirsda tierna y un ¡Ale, ale... ténganle paciencia! ¡Ya jugará y vosotros tenéis que ser muy buenos con él!
Por respursta solo recibimos una mirsda tierna y un ¡Ale, ale... ténganle paciencia! ¡Ya jugará y vosotros tenéis que ser muy buenos con él!
Lo cierto era que Mario (así se llamaba) fue un niño que había sido traído a Lima después del terremoto del Callejón de Huaylas. Era un sobreviviente, pero, ¿cómo podíamos entenderlo unos mocosos de 6 años?
Por eso, Clemencia, con mucha paciencia, nos llamaba en el recreo, aparte y uno por uno (lo supe después) y nos decía dulcemente: Mario se comporta de esa manera, porque él es así. Todos debemos quererle de esa forma, ¿me ayudas?
¿Cómo decirle que no?
Con los meses, Mario, un día de pronto despareció, así como vino, así se fue pero Sor Clemencia se quedó con nosotros y con los años se convirtió en alguien importante en mi vida.
-II-
Aunque ya no nos enseñaba, la veía siempre. Es que Sor Clemencia era muy activa, estaba en todas. Ora dirigiendo las canciones para las misas de los primeros viernes, ora ayudando en las campañas junto a Sor Celia, ora trabajando con los padres del Movimiento Familiar Cristiano, ora dirigiendo la Primera Comunión.
Clemencia era muy conocida y hasta medio idolatrada por algunos; sin embargo, ella seguía siendo siempre la misma: alegre, dulce y servicial. Todo iba bien con ella, hasta que decidió "salirse de monja".
Fue un "boom", más grande que el de la literatura latinoamericana, pero no tan feliz, Entonces muchos se rasgaron las vestiduras, varios le dieron la espalda y así, paso de ser un ángel a convirtirse en un "mal ejemplo", una "vergüenza", en alguien no deseado.
Fue entonces que empece a conocerla más pues mis padres y algunos otros sí la apoyaron.
-III-
De estar en su comunidad, en un edificio grande y espacioso, Mery (ya "de civil", como ella decía) tuvo que ser alojada en algunas casas. Aún recuerdo una: Era literalmente la esquina de un jardín donde hizo un "mini depa" en el que todo era chiquito y funcional. Allí con mucha ilusión volvió a empezar e hizo lo mismo de siempre: Ayudar y estar siempre pendiente de los demás. Su leitmotiv era; "No necesito estar en el convento para servir. Puedo hacer lo mismo fuera". Y en verdad, siguió hacíendo lo mismo, ayudar a medio Perú; apoyar a chicos, medianos y grandes.
De las cosas que sé y pude comprobar, es que estaba siempre dispuesta a socorrer, aún a costa de ser engañada o que abusaran de su nobleza.
Y siempre que alguien le hacía notar "su error", ella solía responder: Es que, así es la gente. Si me engañan, pues es su problema. Pero él (ella, ellos) todos son buenitos.
De las cosa que más vi, fue que daba clases a muchos chicos sin cobrar nada y más todavía, se quedaba con los niños les daba merienda y hasta los hacia dormir pues sus padres no los recogían. Para Mery eso era señal de alegría; por eso siempre sonreía y muy pocas veces la oí quejarse de eso.
-Se aprovecha de usted, Mery.
-No importa, los niños me necesitan.
-Pero los padres se aprovechan
-Los padres son padres, ellos son así, yo lo hago por los chicos.
-IV-
Las clases eran solo la punta del iceberg. Allí estaban los ancianos que cuidaba, los "pirañitas" a quienes, tras darles su ayuda sabían que debían aguantar sus consejos; también estaban los borrachines del barrio a quienes daba de desayunar después de tratar de que reflexionaran sobre su mala vida. Pero sobre todo, estaban las muchas personas que la visitaban para contarle sus miserias y que recibir "un dinerillo" de ella.
-Pero, Mery, no le van a pagar.
-Pero, viejo. La están pasando mal.
-¿Y, usted?
-Yo me las arreglo. Yo estoy tranquilita así. Tengo mis cosillas, ¿para qué más?
-Es que no está bien. Ellos son... malos
-Nadie es malo totalmente. Y, si ellos son así, así son.
-V-
Sin escuchar los consejos y guiándose por su corazón y su religiosidad, Mery siguió en lo suyo hasta sus últimos días: Siempre ayudando a los demás, siempre aceptando y comprendiendo a todos como eran. Así lo aprendió de su padres y así lo hizo por convicción durante su vida. Y es que Mery era una mujer de fe, nunca dudó. Nunca, ¡hasta el final!
-VI-
Con los años la salud de Mery anduvo de mal en peor, Sus pulmones estaban afectados, igual su corazón. Aun así, siguió "haciendo obra" a pesar de sus cada vez más continuas estadías en el Hospital Edgardo Rebagliatti.
Sus últimos días, fueron muy duros, en pocas semanas la vi deteriorarse y, aunque trataba de estar animosa y esperanzada, finalmente fue le resultó imposible.
Unas semanas antes de morir, la trasladaron a un ala del Hospital San Juan de Dios, allí donde envían a los desahuciados.
El día que fui a visitarla la encontré agitada,
-¿Que pasa Mery?
-¿Desea algo? ¿Se siente mal?
Mery quiso poner su mejor cara y sonreír, pero no pudo.
Luego, hizo un gesto como señalando a las que la cuidaban.
-¿Qué desea?
-Mery me mió con sus ojos buenos y sentí que me pedía algo. Levantó su mano temblorosa y yo la tomé.
-¿Qué quiere, Mery?
Entonces, llevó su mano y la mía junto a su pecho agitado y dijo bajito:
-Ellos dicen que no lo necesito, que ya estoy en paz.
Quedé en silencio y traté de mirar tras las nubes que poco a poco cubrían sus ojos y no sé cómo entendí lo que la angustiaba: ¡Quería reconciliarse!
-¿Quiere confesarse, Mery?
-Sí - dijo con un hilo de voz.
La personas en la puerta eran amigas y antiguas Hermanas de congregación. Todas me miraron extrañadas cuando les dije lo que Mery deseaba:
-¡Pero ya no lo necesita!
-Ella está bien.
-¿Por qué lo querría?
-¡Porque ella es así! - fue mi respuesta.
Y así, diciendo y haciendo, llamé a un sacerdote amigo que accedió a venir. Fue algo duro pero hermoso: Mientras el sacerdote se acercaba a su cama, Mery lo miraba con ansias, con la respiración agitada pero esbozando una sonrisa. Luego, terminando de confesarse, se quedó profundamente dormida y en paz.
-VII-
Aceptar a las personas como son es un arte delicado; se necesita mucha paciencia, atención y delicadeza. También voluntad, perseverancia y más que nada: saber ver con los ojos del corazón, es decir, con amor.
Eso fue parte de la manera de ser de Mery, pero más de su vocación y de algo que nunca nadie le pudo arrebatar.
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