Sus manos están frías. - dijo ella.
En efecto, a diferencia las días anteriores, ese día corría un viento helado. (...)
De pronto, ella, con infinita ternura, tomó mis manos, las metió entre las mangas de su chompa y la acercó a su pecho.
De pronto, ella, con infinita ternura, tomó mis manos, las metió entre las mangas de su chompa y la acercó a su pecho.
"Orgullo y prejuicio", la novela de Jane Austen llevada al cine, tiene un ritmo especial: atrapa y angustia al mismo tiempo; mantiene al espectador en vilo hasta el encuentro final entre el señor Darcy y miss Elizabeth en medio del prado; ambos, ateridos de frío y rodeados de bruma; ambos, con los sentimientos contaminados por las circunstancias, las dudas, los silencios y los temores; finalmentr se encuentran y aun cuando les duele, hablan abiertamente de lo que sienten. Fue lo mejor.
Como en la ficción, ese día sentí que las cosas ya no podían quedar como estaban; tenía que arriesgarme y hablar con claridad. Intuí que la tarde anterior había sido dura para ti; lo sentí y no me equivoqué: habías gestado tu propia tormenta en medio de un día inusualmente caluroso.
Felizmente pudimos conversar. El día se presentaba frío y de un gris intenso. Me escuchaste, insististe en decirme que no querías hacerme daño, que aun no estabas completa, que no serías leal conmigo. Entonces descubrí que en efecto, el día anterior habías bajado hasta al fondo y sin querer te habías herido otra vez escarbando en tu pasado.
Por eso te hablé directamente, como nunca antes lo había hecho; me escuchaste y felizmente las cosas adquirieron un nuevo sentido. Lo entendí mejor cuando en tu querer protegerme del frío, con un gesto tan sencillo y hermoso, aun con tus miedos, sentí que tú también querías cuidar de mí, tanto como yo de ti.
Por eso te hablé directamente, como nunca antes lo había hecho; me escuchaste y felizmente las cosas adquirieron un nuevo sentido. Lo entendí mejor cuando en tu querer protegerme del frío, con un gesto tan sencillo y hermoso, aun con tus miedos, sentí que tú también querías cuidar de mí, tanto como yo de ti.
Sé que somos dos improbables; te lo he dicho, pero aun así, estoy convencido de que Dios ha querido que nos encontráramos este camino y, si es su voluntad, construir algo nuestro de verdad.
Por eso, cuéntale que ese día frío y gris, fue de un Gris nuevo, uno bueno y protector; como su perro, el de presencia providencial.
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