Una fábula:
El conejito bajaba por la ladera del bosque antiguo sin miedo a tropezarse. De pronto, encontró al oso que calmoso regresaba a su cueva.
El oso aprovechando que era la hora de agradecer a la Madre Tierra por su bondad, detuvo al conejito y le dijo: Es hora de agradecer, no corras.
El conejito abrió los ojos y rió.
Ambos, bajo el sol del mediodía, tuvieron un momento de paz y armonía.
Regresaba a mi salón; había ido a comprar algo, cuando la vi. Bajaba apresurada por la escalera del pabellón antiguo; temí que en cualquier momento tropezara y cayera. No fue así. La niña siguió corriendo por el patio sujetando bien su guardapolvo. Me vio y se sonrojó, yo le sonreí; siempre sucedía así cuando la miraba. De pronto, sonaron las campanadas que anunciaban el rezo de Ángelus.
¿Rezamos? -le dije. Ella, dócil, asintió.
Allí, en medio del patio, oramos a la Virgen por ti, por ella, por todos; pero sobre todo, por la vida.
En ese momento, aquel día tuvo sentido.
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