domingo, 1 de septiembre de 2019

Erizado

El contacto, entiendo, es una necesidad vital para los seres humanos. El estudio de la "Teoría del apego" podría explicar de manera amplia lo que implica para una persona.
En mi familia, el contacto cercano (de abrazos y caricias), nunca fue algo que nos caracterizara. Yo no lo valoré, ni sentí la urgencia de tenerlo, hasta que fui papá.

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Las pocas veces que Cleo aceptó acompañarme al cine, solía pedirme que la esperara dentro de la sala. Y es que casi siempre parecía estar apurada y llena de pendientes en su trabajo. Con el tiempo entendí que las veces que aceptó salir conmigo fue por algo parecido a la consideración.

Cleo era una chica que tenía las cosas claras con respecto a las relaciones. Para ella, ser independiente vale más que nada en este mundo, se siente tranquila estando sola y así había decidido permanecer. Por eso, evitaba complicarse y estaba alerta a las "señales".

Las "señales" para Cleo eran clave para marcar distancia. Eso me lo confesó años después, tras la última vez que aceptó salir conmigo al cine, cuando yo, sin quererlo, "activé sus alarmas".

Aquel día, los mensajes habían sido precisos como siempre: "Perdona. No puedo temprano". "Recién salgo".  "Tráfico!!!" "No hay estacionamiento!!!". "Entra no más". "Dime qué sala". Yo siempre procuraba esperarla lo más posible, bandeja en mano, con un "combo" para mí y agua -"solo agua"- para ella.

Siguiendo sus instrucciones ingresé a la sala y me dispuse a espararla. Aunque aún faltaban unos minutos para que empezara la película, al sentarme en mi butaca le envié otro mensaje: "Piso 2, entrando a la derecha, sala 9, asientos G1y G2".

Estaba ansioso, no miraba los trailers. Procuraba estar pendiente de la puerta a mi derecha. Si bien la película era una de la saga "Rápidos y Furiosos" (que ella escogió), me percaté de que en la sala había muchas parejas: en mi fila, por delante y por detrás.

No sé por qué, una en particular me llamó la atención. Estaban dos filas delante mío. Eran relativamente jóvenes y ni bien se sentaron, el muchacho apoyó su cabeza en el hombro de la chica y ella, con mucha ternura, se puso a enrollar y desenrollar los rulos de su cabeza. Los observé largo rato, y desde muy hondo una sensación extraña me embargó: entendí lo cierto que era eso de "nunca comer frente a un hambriento".

Mientras estaba en esas, me percaté que tenía a Cleo de pie a mi lado. ¡Hola! me dijo, y mi reacción fue de lo más extraña. Automáticamente levanté los brazos hacia ella como pidiéndole un abrazo.

Entonces todo fue una sola cosa: la mueca de extrañeza de Cleo, las luces que terminaban de apagarse, la fanfarria del inicio de la cinta, y mi rostro encendido de la vergüenza.

Terminé de darme cuenta de que era ella y de lo que había hecho cuando me dijo: ¿Me das permiso para pasar?

-2-
Con Mimi habíamos salido por casi tres meses. Durante ese tiempo tomamos jugos surtidos en un café chiquito al lado de la universidad, comimos makis (yo por primera vez), dimos caminatas de ida y vuelta por un parque cercano a su casa, vimos muchas películas y conversamos casi todas las noches por celular.

La escuchaba, me escuchaba y cada día me sorprendía el hecho de que siguiéramos en contacto.

Ella decía que yo la había "rescatado". por mi parte, sentía que era todo lo contario. Que ella era quien me había ayudado a dejar atrás una experiencia dolorosa que me había golpeado un año atrás.

Mimi, era cariñosa; "melosa", usando sus propias palabras. Reconocía que había aprendido a limitarse, pero reconocía que le resultaba muy difícil hacerlo conmigo.

Saludar o despedirme con beso es algo que no me sale natural. Generalmente respondo a la persona que hace el ademán de acercarse. En el caso de las personas de mi entorno, me resulta más sencillo y natural.

Con Mimi era así hasta que un día, me abrazó. 

Con el tiempo fueron abrazos largos, que a veces yo repetía diciendo eso de quien mucho se despide es que no se quiere ir.

Los abrazos de Mini eran cálidos y reconfortantes. Y, aunque debía empinarme un poco, me venía muy bien sentir su cercanía. 

Así fue hasta la vez que, sin esperarlo, Mimi tomó mi rostro en sus manos y me dio un beso en la mejilla. Fue solo un instante, pero recuerdo sus ojos iluminándose y un hoyuelo dibujándose en el lado izquierdo de su cara.

¡Me estremecí, pero fue inevitable la tristeza!

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